Acta del jurado de Historias de la calle II

EN MADRID, A 3 DE MAYO DE 2017

Un jurado compuesto por profesores de Talleres de escritura creativa Fuentetaja presidido por Enrique Ferrari, miembro de la Fundación Escritura(s), ha decidido conceder los siguientes premios y menciones en esta segunda edición de Historias de la calle, que recibió 231 participaciones. El jurado lamenta haber tenido que excluir varias obras de su valoración por no haber cumplido con el requisito mínimo de votar al menos 10 obras para poder acceder a los premios.

Primer premio

dotado con 500 euros en metálico

Israel Escobar, con “Cuesta de los lavaderos

El relato, escrito con una prosa excepcional, precisa, sensorial, con frases felices y comparaciones audaces, es un buen retrato social de la España rural y miserable de los años 80, tremendamente evocador. El relato de los primeros pasos de un amor adolescente o juvenil en las fiestas del pueblo se transforma en la tragedia, con el incendio de la barraca del baile, que pervive en el recuerdo colectivo.

Premio al lector más destacado

dotado con un bono canjeable en publicaciones o talleres de Fuentetaja por valor de 100 euros

David L. Antequera

Con observaciones inteligentes, a un tiempo pertinentes y generosas, ha hecho un importante esfuerzo por comprender los textos y sacar lo mejor de ellos. Minucioso y estricto, sus críticas han podido enriquecer las obras comentadas y han generado, en muchos casos, un diálogo valioso con su autor.

Finalistas elegidos por el jurado

Junto a los ganadores del primer premio y del premio de la votación popular, las obras de los finalistas serán publicadas en un libro electrónico colectivo. En el acta aparecen sus nombres por orden alfabético.

Alberto Villa, con “Frío

El narrador atiende dos frentes: el matrimonio de indigentes que rebusca entre la basura y el vecino que los mira desde la ventana. Dos realidades alejadísimas que convergen cuando la mujer (protagonista indiscutible en el relato, el personaje más redondo) es herida al explotar una televisión y el hombre que ha hecho de testigo (un testigo indolente, un tanto pusilánime o acobardado, a lo que parece referirse el título) decide por fin intervenir, muy tarde.

Alejandro Calzón González, con “El borracho y el aire

Con un estilo eficaz, sobrio, bien medido, muy cercano a la acción con el uso del presente, un narrador testigo -con algunas concesiones- recoge con un tono absolutamente neutro la rutina de un mendigo que pide dinero a los automovilistas. Con un salto temporal -que podría haber trabajado más- el relato se cierra con un hecho excepcional: la disputa por ese espacio que le cuesta la vida al otro mendigo que ha intentado arrebatárselo: un buen final para mostrar la apatía y la soledad radicales de su protagonista.

Antonio Morillas Jiménez, con “La acacia

Relato nostálgico, en el que la descripción de la calle al comienzo de la narración es también una reconstrucción sólida de la infancia del narrador. Es un buen texto, bien escrito, emocionante, aunque quizá podría haber prescindido de la primera de las anécdotas, al no haber una conexión clara con el meollo (y desenlace) del relato: la televisión del boticario, que queda como denuncia social eficaz, simbólica, pero demasiado aislada, sin relación con el envenenamiento de los niños por chupar las raíces de la acacia.

Cortes F. Escalante, con “Entre veras y bromas

Un comienzo lapidario, contundente, trágico, para ambientar el relato en el Madrid de la posguerra. Con párrafos muy cortos el texto parece querer limitarse a contar lo importante del modo más escueto posible, sin concesiones (sin cargarlo de un dramatismo innecesario), acumulando información: muy eficaz, con esa apariencia de documento testimonial que, al usar el presente, acerca aún más al lector a la crudeza esos años.

Daniel Alejandro Burgos Gorocica, con “Visitando a la bruja

El comienzo es sugerente: el género epistolar no debería resulta en principio audaz al lector, pero ese narrador en primera persona y su estilo directo y apelativo funcionan bien para mostrar cómo ha cambiado muy rápido su percepción de un lugar, cómo el pueblo en el que se ha instalado ha dejado de ser para él un paraíso para convertirse en un infierno en muy poco tiempo, un ejercicio de desvelamiento que gestiona bien el suspense en una atmósfera que le debe mucho al realismo mágico.

Daniel Collico Savio, con “Los amantes de Père-Lachaise

Un relato bien estructurado, bien armado, con una primera parte (más sensorial, con mucho también de viaje iniciático o peregrinación, con una perspectiva escorada de París) que sirve de pórtico a una segunda historia fantástica, fabulosa, de la que el narrador toma la precaución de distanciarse: es una foto, y luego el dueño del bar, quienes la avalan. Quizá lo más valioso de la historia de la pareja cosida -muy buena, dramática y cómica a la vez- es cómo al principio se va sugiriendo paulatinamente esa posibilidad (la decisión de unir sus cuerpos) que el lector tarda en dar por válida, por increíble.

Gloria Navas, con “El Alemán

Un relato duro, bien medido, bien escrito, muy ajustado al tema de la convocatoria, al encajar el recuerdo de su infancia a su calle, como si fuera más que el escenario su atmósfera. La obra tiene varios puntos fuertes. Destacamos uno: cómo se maneja con los distintos tiempos (el presente y el pasado), con transiciones ágiles al principio y al final de un texto que, bajo la superficie de un encuentro anecdótico, de reconocimiento mutuo, esconde una historia oscura, de violencia y traumas, que quizá el narrador hace demasiado evidente al final.

Hermenegildo Rodríguez, con “Abdulelá y Wadhá

Un texto conmovedor, un registro de lo que fue y ha desaparecido tras la guerra de Siria, que protagonizan dos niños, dos hermanos que deben abandonar a sus padres para intentar salvarse. El relato balancea entre un pasado feliz en Alepo, en el que las rutinas de la panadería del padre funcionan de vértice, y un presente aterrador en el que la panadería ya no está y no hay retorno posible a esos tiempos.

Ismael Núñez, con “Abríguese

Es un relato ambicioso, con dos historias con protagonistas perdedores, patéticos, que convergen al final en un acto que al menos redime a uno de ellos. El texto es bueno, está bien escrito, es sensible, muestra bien la desorientación de ambos personajes, tiene buenos diálogos, la acción del desahucio es comedida, evita maniqueísmos excesivos, aunque quizá la acción final, con el mendigo dándole el abrigo con el que se ha despertado a la anciana que ha tenido que abandonar su casa, resulta demasiado obvia.

Juan Cristóbal Espinosa Hudtler, con “Declaración

El relato es un ejercicio de instrospección interesante que se desarrolla mientras el protagonista y narrador camina por las calles de Moscú un domingo temprano. Tiene varios puntos fuertes: por ejemplo su lenguaje fluido o su humor sutil, pero quizá el más interesante son las distintas tonalidades entre las que fluctúa el protagonista, entre lo negativo y lo resignado, desengañado o conformista. Esa reflexión final sobre el amor -la anécdota de la que parte es importante, porque le cambia el humor al narrador y por tanto redirecciona esa introspección- es lo menos convincente.

Juan Salvador Piñero Ruiz, con “Balcones azules

El relato tiene mucho potencial, con esa estructura circular que incide en el ambiente cerrado, sin escape, en el que sobreviven los protagonistas, indigentes. Trasmite bien esa atmósfera cargante, deprimente, hecha de mínimos. Pero tiene también limitaciones importantes: un estilo recargado, construido a veces de frases hechas y lugares comunes, y un comienzo excesivo, demasiado barroco, que inmoviliza la historia apenas comenzada.

Julia Lucas, con “Escápulas maravillosas

Escrito como si fuera una carta (cuya destinataria, a la que parece conocer solo superficialmente, pero se ha convertido en su referente, en el cuerpo perfecto que quiere para sí su autora), el relato funciona como una confesión delicada pero al tiempo dura, sin concesiones, que escribe mientras recibe tratamiento por su anorexia o bulimia. Un buen ejercicio de reflexión que el narrador sabe apuntalar con la Gran Vía madrileña, que fija los dos momentos de la narración: el del descubrimiento de Laila (recreado en la carta) y el del soliloquio que desencadena el recuerdo, vinculado a esa calle.

María Calabuig, con “Los amigos

Relato desolador, triste, angustioso, no tanto por lo que tiene de violento como de inevitable, por la imposibilidad del protagonista de decir que no y salir de ese entorno. Es interesante la circularidad del relato, con las dos escenas del personaje subido al banco, y el distanciamiento del narrador, que se muestra frío, sin voluntad de empatizar con su criatura, pero el final no parece bien resuelto, sin ninguna clave para cerrarlo el lector y con una última imagen del protagonista sonriendo confiado que resulta poco convincente.

Netty del Valle, con “Del escape hacia los tintos

Un buen texto, muy cuidado, con una prosa lírica atractiva, bien trabajada. La historia -un caso que sirve de paradigma para un hecho histórico que ha sido además global- es la migración de un campesino indígena del campo a la ciudad, que carga el narrador con el trauma por la pérdida, la desorientación, los problemas de adaptación o la exclusión. Es un relato emotivo, que tiene mucho de reflexión, pero el último párrafo, a modo de conclusión moral, le resulta al lector prescindible.

Pedro López Pérez, con “Calle Barquillo, 11:23 am

El comienzo es audaz, con la descripción -hecha numeración- del escenario que es la calle donde vive el narrador y donde vivía la protagonista, que es encontrada muerta en un cajero de un banco. Anulado en el primer párrafo el suspense, en el texto funciona bien la transición del relato de los hechos a la recreación del asesinato y las horas previas que se imagina el narrador: cómo se va alejando de esos pocos hechos que conoce, y que son insuficientes, para poder construir una historia más sólida, aunque sea ficticia, hipotética.

Rosa Estefanía, con “Siempre llovía

Un relato interesante, con un estilo ágil y atractivo, con mucho de ejercicio metaliterario: la participación poco entusiasta de la protagonista en un concurso literario (sobre el regreso como tema) le sirve al narrador de marco (de estímulo en la historia) para otro ejercicio sobre la nostalgia, con el recuerdo sobre todo de la lluvia. Esa recreación del acto mismo de intentar escribir el recuerdo es muy sugerente.

Sonia Beatriz Martínez, con “El Quijote de Bell Ville

El relato es una aproximación fascinante a la protagonista desde una distancia que, en principio, parece insalvable con el narrador, a la fuerza solo testigo lejano. Las fotografías que dan comienzo a la historia muestran un entorno perturbador que sirve como primer tanteo para conocer a María Rivas, que aparece como una anciana un tanto desequilibrada. Desde ahí el narrador va encadenando datos hasta reconstruir la vida presente y pasada de María, que tiene mucho de desengaño y traición, pero también de fortaleza y de valor para levantarse tras cada caída.

Yolanda Prieto Pardo, con “El perro de la rue de Montmorency

Un muy buen relato, envolvente, con un planteamiento audaz, ingenioso, y también divertido, que recuerda inevitablemente (son varias las coincidencias) al Cortázar de “Carta a una señorita en París”. Con una prosa muy cuidada. Y con un protagonista minuciosamente dibujado, fascinante, entrañable, que se mantiene creíble a pesar de cómo se encamina hacia lo absurdo.

El jurado quiere destacar también los siguientes autores, por la calidad de sus relatos (también en orden alfabético)

Claudia MN, con “Migas de pan

Gelines del Blanco Tejerina, con “Re.portera

Guillermo Gutiérrez Álvarez, con “Las ventanas

José M. Viera, con “Cámaras de vigilancia

Marta Posadas Montes, con “Quince minutos

Sebastián Pelesson, con “Iván

Silvana Alexandra Nosach, con “Ruido blanco

Tatiana Peláez Acevedo, con “La mujer ausente

Yocelynn Olmos Ortiz, con “Christian

Premio de la votación popular

Dotado con un bono canjeable en publicaciones o talleres de Fuentetaja por valor de 150 euros

José Luis Chaparro, con “Mala suerte

Un buen relato, bien escrito, eficaz, con una sobriedad al comienzo que funciona bien de dosificador de la tensión del protagonista, un jovencísimo policía en un País Vasco atemorizado por ETA, pero que luego se va diluyendo, al tiempo que el narrador se recrea en el dolor por la muerte de su compañero, asesinado por los terroristas. Las dos referencias temporales de la historia (su llegada en 1982 y el asesinato del policía en 1983), quedan bien conectadas, aunque sin excesiva audacia: la primera como recuerdo del protagonista en el momento del duelo. Para el Jurado esta obra también ha merecido estar entre las finalistas.

 

Gracias a todos. Oportunamente nos pondremos en contacto con los ganadores para la entrega de premios.

La decisión del jurado es inapelable y la organización no puede mantener correspondencia sobre los aspectos del premio. Existe un espacio de comentarios que la organización consulta periódicamente en busca de observaciones que nos permitan mejorar sucesivas ediciones. Os animamos a usarla para comunicarnos vuestra impresión sobre este concurso.

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