Está esperando y sin poder ponerse a la sombra, como de costumbre. El verano se agarra en sus hombros, echando humo al cielo. Da un trago de cerveza pero no sirve, ya está caliente; y él está ardiendo. Él lleva una chupa de cuero negro aun en pleno sol, y lleva también una cara cetrina de pocos amigos, y lleva una chepa a la espalda, y lleva la vida en un bolsillo. Espera sentado en el bordillo de siempre a que venga un coche. No llega. Estira la cabeza como un conjuro para que venga el coche. Pero no viene. Y cuando por fin llega deja la cerveza a un lado y, la chupa, la chepa y él, ponen cara de pedir dinero. Pero esta vez no le dan. Y él va generando un odio que sobrio no le puede salir, pero cuando vaya borracho saldrá de golpe.

Cuando va borracho se planta en medio de la carretera, con la misma chepa y la misma vida en el bolsillo, y grita cosas que nadie entiende pero todos sienten. Se desgañita gritando como si se enfrentara al aire, y le dijera “Eh tú, dame algo. Págame la vida, que la llevo en el bolsillo” El aire se suele quedar callado, medio riéndose del tipo; el pega otro trago de cerveza y empieza más fuerte “Eh tú dame lo que me merezco, que la vida se me va a caer” Al aire se le escapa la risa y le despeina un pelo que no tiene. Atento, viene un coche. Luchando por mantener el equilibrio le dice al aire que seguirán más tarde y le hace unas señas al coche. El coche pasa de largo y aparca. El conductor sale, y el de la chupa le espera al lado de la puerta, aún enfadado con el aire. Aunque no tenga nada contra el conductor le grita “Eh” y mira a su propia mano extendida, para que se vea el dinero que le pide. El conductor se va dejando un cuerpo chepado y enfadado que intenta pegarle detrás.

Él vuelve con mucho esfuerzo a gritarle al aire, pero el aire se ha ido y no tiene a quien quejarse. Así que se vuelve a sentar en el bordillo, y llora solo. Llora con la desesperación de un niño impotente, llora para sí mismo; resguardado de que alguien lo vea. No por vergüenza, sino porque ese llanto es muy suyo. Cuando acaba se lo guarda en el bolsillo y duerme. Hasta el próximo día.

Así pasan dos o tres estaciones, y los días son prácticamente lo mismo. A veces está el aire, a veces otro; a veces alguien le pega, otras veces pega él. Pero siempre están la chupa negra, la chepa, la cara cetrina y la vida en el bolsillo. Una mañana aparece un igual y se le pone en frente. Le dice sin mover la boca “Este sitio ahora es mío” dándose golpecitos en el pecho. El de la chupa no piensa renunciar a su nido, se agarra a la cerveza como pidiéndole que le defienda. El igual comienza a gritarle y a insultarle, pero el de la chupa se queda mirando al aire, o al infinito, esperando que todo se calme; abraza su cerveza y bebe un poquito. El igual tiene una chepa más pronunciada y tiene pelo, y es largo. El igual empieza a mover sus pies arenosos hasta estar muy cerca del de la chupa y le grita enfrente de la cara “Vete, vete al sitio del que vienes. Esto ahora es mío.” Y le levanta la mano, pero no le pega. El de la chupa se levanta y se pone frente al igual, defendiendo su territorio con el poco orgullo que tiene. Sus alientos se mezclan en uno, rostro frente a rostro; los dos bailan con miradas y con manos levantadas pero nunca llegan a pegarse del todo, solo lo interpretan. Tras un rato de baile el de la chupa coge un ladrillo y lo levanta con amenaza. El del pelo largo se echa hacia atrás, medio tropezándose con sus pasos; pero no va muy lejos. El ladrillo y la chepa se vuelven a sentar. El del pelo largo empieza otra vez “Vete, o te voy a matar. Este sitio ahora es mío. Vete al sitio del que viniste” El ladrillo se levanta con fuerza, y se queda muy cerca del pelo largo, pero sin rozarlo. Apunta una vez, lo intenta, pero no lo roza todavía. Los dos rostros se gritan de muy cerca, llenándose de rabia; el ladrillo los corona desde arriba, como el muérdago en navidad. Y de pronto, las vidas se caen desde el bolsillo al suelo. El ladrillo estalla contra el pelo largo y desaparece de un fogonazo, un ruido seco y un chapoteo espeso. El cuerpo del igual se queda temblando de frío y de muerte en el suelo, moviendo las manos erráticamente, como intentando recoger la vida que se la ha caído. Ya no tiene cabeza, ya no tiene nada. El de la chupa se vuelve a sentar, y el ladrillo también. Los dos suspiran y jadean por el esfuerzo. El de la chupa acaricia el ladrillo, dándole las gracias por no haberle abandonado.

Llega la noche y está borracho de nuevo, plantado en medio de la carretera y gritándole al aire. El aire lo ha visto todo, y no se ríe, ni siquiera lo mira. Ahora le da pena y vergüenza, ya no son viejos amigos. El de la chupa se siente más solo que nunca, no tiene al aire y esta noche le toca dormir al lado de un muerto. Se agarra al bolsillo y se acurruca para empezar a llorar. Y dice en voz alta pero para sí mismo “Hasta el próximo día”

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