Mi vecino de arriba suele escuchar música a todo volumen. De día, de tarde, aún de madrugada. Su gusto musical es variado e impreciso, diría yo que bastante desordenado.

La administración del consorcio ha intentado que decline de su sonoridad pero todo ha sido en vano. Pareciera no importarle que el señor del 4º C se levanta temprano para ir a su aburrido trabajo, o que la viejita del 6º D sufre de terribles dolores de cabeza, entre otras muchas dolencias.

Cada mañana, el portero intenta obtener mi opinión al respecto. Lo esquivo hábilmente variando el tema del saludo matinal: el clima, la política o hasta el precio del tomate en el mercado son las cartas que juego para evitar que me pregunte sobre el irrespetuoso inquilino que atenta contra el descanso ajeno.

Alguna que otra vez, se me ha ocurrido dejarle por debajo de la puerta, una nota de agradecimiento, su música es el remedio para no escuchar las voces que viven en mi cabeza. Pero luego me arrepiento, podría no entender el mensaje y bajar el volumen de su equipo. Y eso sería lo peor que me podría suceder.

24 de Enero, 2016.

Silvana Alexandra Nosach

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