Fuimos los únicos que quedamos de nuestra especie, Evolet y yo. Nuestro planeta estaba al borde del colapso y, en un escape por salvar a nuestra especie, nos enviaron a Ciudad Rotks con el fin de que sobreviviéramos al veneno Kisllp, que fue liberado debido a que nuestra especie procesaba las toxinas de mejor manera que las otras especies registradas en el registro galáctico de la Orden Pura. Sabíamos que éramos apetecidos por los estudios, por ello sobrevivíamos con esfuerzo en las calles, los únicos Valatianos que quedaban encargados de reconstruir la especie mientras la atmósfera se purificara del virus, lo que estimamos que sucedería en unos 10 años. Huimos constantemente, un día como el de muchos, mientras la luna espejo de Evalut que cambiaba de colores de acuerdo a los soles que existían, empezamos a notar que entre los momentos y el huir forjábamos una relación más allá a la de unos Valatianos comunes. Generamos vínculos como lo hacían los Teusalianos, los Angels, incluso los repudiados humanos. Siempre fuimos considerados una especie extraña por nuestra piel blanca plateada y nuestro cabello dorado y ojos cristal, una de las especies más hermosas, pero sabían que nuestra sangre era venenosa, por ello soportábamos cualquier veneno.
Una noche, mientras nos escondimos después de 5 años entre las cloacas y la lluvia caía, Evolet dijo: ‘Estoy cansada de huir’. Al mirarla, contesté: ‘¿Crees que es mejor morir?’. Ella me miró con sus ojos cristalinos: ‘Si así garantizamos dejar de sufrir, sí’. La miré con seguridad y la abracé pronunciando: ‘Aguanta un poco más’. Esas palabras hicieron vibrar nuestras almas y allí, los únicos dos sobrevivientes, nos entregamos a caricias ajenas a nuestras costumbres.
Un día, mientras volvía a nuestro refugio con los pasteles de Nulara que había robado, la vi en la esquina llorando. Me acerqué a abrazarla y un golpe me noqueó. Al despertar, estaba en un salón de experimentos y al ver mi brazo, había sido mutilado. Había luces cambiando y allí los vi, ya había escuchado de ellos, los esbirros, aquellos hombrecillos grises de cabeza ovalada y ojos grandes oscuros como su reputación, con olor a podrido. Notaron que desperté y los escuché hablar:
‘Ya despertó el espécimen’. ‘Conserva conciencia, registra los datos en la tabla de estudio’. Al mirarlos, grité: ‘¿Dónde, dónde está ella?’. Ellos me miraron y contestaron: ‘Hablas de la hembra que te acompañaba’. Al lo que al mirarlos contesté: ‘Sí, ella’. Se miraron y se rieron. Uno se me acercó y contestó: ‘La criatura tomó su paga y se marchó, solo necesitábamos al macho’. ‘No, es mentira, ella no lo haría, nuestro deber es salvar a nuestra especie’. ‘Lo era, algo que nunca hemos podido dar respuesta es cómo el hambre doblega la esperanza de una especie, su deseo por preservar su vida valió más que preservar su especie’. A lo que desolado observé el suelo cuando uno de ellos dijo: ‘Señor, es hora de estudiar los componentes de sus intestinos y cerebro, comenzaremos con la operación, lo asesinamos antes de comenzar’. ‘No, creo que debemos estudiar el comportamiento neuronal ante estímulos de dolor en la conciencia y el comportamiento de los minerales ante las emociones, serán más ricos para la biblioteca de estudio’. ‘¿Y su memoria?’. ‘Podemos extraer la conciencia para analizar sus recuerdos mientras diseccionamos su cuerpo’. ‘Me parece perfecto’, a lo que el superior se acercó y me dijo: ‘Serás de gran aporte y estudio, te daré un mejor propósito que el que te asignó tu especie, una mente consciente fuera del cuerpo pero sentirás dolor’.
Y allí clavaron un tubo con microchips para extraer información y el ruido comenzó mientras mi conciencia se duplicaba a una máquina de registro y observación. Allí observé como doble pantalla como extraían mis órganos, mi cerebro y desechaban mis partes. Aún no sé si soy una copia de la conciencia que fui o si soy la mente real del cuerpo que vi, pero sí sé el significado de los recuerdos de Evolet.
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