Me encuentro caminando sobre el camino rocoso y complicado del parque. Largo camino el cual determina un final, pero esperanzado disfruto lentamente los pasos. Los cuales no vienen solos, si no que con una mujer muy hermosa, me charla y me pregunta. Si bien le gusta oírme le gana su lengua la cual por momentos es difícil callar, pero prefiero escucharla con cariño y paz. Me mira con una profundidad y amor que me hacen temblar y aniñar por completo. Nuestro paso sigue firme y entrelazado de manos. En cuanto caí en la cuenta que nuestros caminos tenían largos distintos. No entendí porque pero elegí ignorarlo y simplemente seguir riendo y sonriendo. En cuanto desvié la mirada un misero segundo mi mano se sintió fría y vacía. Su profundidad, su calidez, su espesor y arrugues no estaban. En cambio mi mano se heló y encontró sosteniendo uno de los hierros mas fríos en conjunto de cinco personas más. El parque había desaparecido, el camino en verdad era una escalera hacía las mismísimas columnas del paraíso y sobrepasando una puerta que se reducía a «requiem in aeternum». Mi cabeza pegó un hondazo bajo como obediencia de esclavo realizado por el mismo amo; cuando en si era la angustia empujada por lo finito de la vida que te había quitado de la mía. Al mirar mis pies subiendo lentamente y sentir el peso de un ataúd, el cual desearía vacío, logre escuchar en lo profundo de mi, «mi facu querido, siempre con una sonrisa». Ahí comprendí que no te habías ido si no que sentí tu mano mas fuerte que nunca. 

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