En el 2070 y tantos

He despertado más allá del 2070. 

Vivo en un futuro tranquilo, donde la tecnología está mucho más adaptada a nuestra mente y emociones.  

El mundo ha cambiado enormemente, una de las primeras cosas que detecto es lo impresionantemente sensible que es la tecnologia con mi mente. 

Hurgo mis bolsillos y encuentro un pequeño aparato que aparenta ser un móvil, como una pequeña tableta negra sin botones ni entradas de conexión. El extraño aparato detecta mi cuerpo, e inmediatamente escudriña mis pensamientos y encuentra ese brote latente de depresión que me llevó en algún momento a tomar la decisión de dormir por mucho tiempo. 

Y así, automáticamente, todas las luces se tornan de un reconfortante color amarillo, la temperatura de los cuartos es más cálida y suenan melodías de rock argentino y jazz moderno japonés. La inteligencia artificial de mi teléfono móvil sigue explorando en mis pensamientos y prosigue a ordenar mis platos de comida favoritos al restaurante con mayor categoría en mi ciudad. La máquina multifuncional se encarga de todo esto mientras me cepillo y tomo una confortable ducha.  

Termino de ducharme y termino de alistarme para el relajante día en preparación. Busco acomodarme en la sala de estar y verifico la orden de mi supuesto desayuno favorito. 

Todo aparenta ser perfecto, huevos fritos con salchichas ¿Acaso no hay mejor desayuno? Pero, prontamente veo un error garrafal 

La estúpida inteligencia artificial ordenó un café. 

No me gusta el café. 

Yo detesto el café. 

¿Qué le pasa a la idiota máquina? 

¿No estaba programada para espiar mis deseos? 

Verifico mi móvil del futuro, examino los ajustes, verifico la conexión cerebral y virtual, confirmo que tiene saldo acreditado. 

Nada.  

Todo está perfecto. 

La imperfección está en mi mayor enemigo. 

Mi mente. 

– ¿Qué te pasa estúpida? – le reclamo internamente a mi cabeza – ¿No captas que estoy intranquilo y requiero de mi desayuno perfecto? 

Observo un poco más mi entorno y descubro más excentricidades. 

¿Por qué mis paredes cambiaron de color? 

¿Quién abrió las ventanas? 

¿Cómo es que apareció una lámina en una mesa ratonera que no tenía? 

Ante la nula respuesta de mi propia locura me desespero, doy vueltas nervioso por toda la casa, me sudaba la frente, sentía mucho calor, la música me parecía fastidiosa, repetitiva y me pareció que en ocasiones escuchaba un par de canciones de trap argentino. 

Al percatarme de eso me caigo de rodillas sorprendido, ahora todo encaja. 

Mi teléfono celular, ahora para nada estúpida, si había adivinado correctamente mi enigmático cerebro. 

Estaba preparando mi hogar para recibir lo que mi subconsciente pensaba para mí. La música, la iluminación, el desayuno, no era realmente para mí. 

La inteligencia artificial estaba preparando mi estancia para recibir la visita que yo necesitaba. 

Pero era el 2070 y tantos, y esa persona ya se había quedado atrás. 

Yo, resignado, duermo hasta el 2080, o para cuando ya estén desarrolladas los androides que se personalizan según lo que necesites. 

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