Uno de ellos se parecía a nosotros. 

Pero no hablaba como nosotros. 

Era un rostro humano. 

Sin imperfección alguna. 

Sin definición de rasgos. 

Dorada era su cabellera. 

De una copa antes profana. 

Emergió oro. 

El cuál dejó caer sobre su rostro. 

Esto en señal de pureza. 

Invitó a otros que se unieran. 

Muchos aceptaron.

Pero en el intento quedaron con el rostro desfigurado. 

De cada pluma de sus alas. 

Vendó a aquellos que no fueron dichosos. 

De sentir el cielo en la tierra. 

Aquellos rostros vendados. 

Quedarían así para la eternidad. 

Siento éstos malditos por generaciones. 

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