Realmente cubría parte de su cara.
Pero su brillo dejaba ciego.
A aquellos que se atrevían a verlo.
Todos estábamos tentados a verle.
Yo no quería verlo, me negaba.
Pero era una de las caras de Dios.
Al menos eso comentaban los demás.
Voltee a verle y sólo vi cuatro colmillos.
Un rugido y cuatro copas con la vista de aquellos ciegos.
Cuatro copas fueron alzadas.
Mientras sonaban sonidos extraños en mi cabeza.
No entendía cuál fue la misión de aquel rostro divino.
Los ciegos dijeron que fue un milagro.
Que su vista quitó por el pecado que ellos habían cometido.
A mí no me quitó la visión.
Pero sí… el poder dormir.
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