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Soplé las cuarenta y ocho velas que invadían mi flamante tarta de chocolate y no sentí nada. Todos en el jardín aplaudieron con fervor como si estuvieran obligados por el entusiasmo de la situación. Levanté la mirada al cielo azul y en ese preciso instante pasaba uno de esos mayúsculos zepelines anunciando una nueva y...