¡Está viva!
Aquella noche, como tantas antes, había vuelto a soñar con el lago. Y con las montañas que se vislumbraban en sus aguas. Un reflejo divino – pensó para sí -, propio de un cuadro. Su obsesión con Ginebra se remonta a su niñez, a aquellas noches de tormenta cuando leía Frankenstein en la fría penumbra...