El hedor de la desgracia
Cuando llegué para efectuar el relevo me sorprendió el olor; era nauseabundo e impregnaba cada rincón del oscuro aparcamiento subterráneo donde, con un silencio que imponía, se hacinaban tumbados sobre sucios cartones los casi doscientos desgraciados interceptados en alta mar durante la madrugada anterior. Intentaba tragar saliva pero mi garganta parecía negarse una y otra...