Y así continúa la historia de un viaje, que nunca quise haber emprendido, que jamás debí haber realizado y que ahora…

Y comienzo a divagar, a pensar y tal vez a inventar…

Viajar… es caminar, marchar, recorrer, aventurar, en diversos lugares. Desplazarse siguiendo una ruta, trazando un trayecto. Los sinónimos, las definiciones, los lugares, los días, las horas, las noches, las sombras.

Subí al auto rojo que me llevaría al lugar donde pasaría algún tiempo, un amable conductor enfrente, me avisa que podré despedirme de mis hijos. El encuentro con ellos, las recomendaciones, las palabras, el aliento. Los últimos detalles, guarda esto, saca aquello, recuerda que…

La noche anterior tuve una gran crisis depresiva, una angustia que hacía de mi vida una tortura inmensa, un dolor en el alma que no cesaba, que me ahogaba, que me estaba matando lentamente.

Los abrazos, los besos, cuídate, todo va a estar bien, regresarás pronto, te estaremos esperando…Y el auto rojo partió, recorriendo un camino interminable, un camino que nunca antes había conocido, un largo camino solitario y vacío, un camino verde, que no comprendo.

Fue corto el recorrido, o fue largo, la verdad no lo recuerdo. Llegamos a un gran lugar, el conductor bajó y se anunció. Una inmensa puerta de metal se abrió ante nosotros y el auto ingresó, se detuvo de nuevo, solo hasta allí podía llegar.

Bajamos, saludamos, él contó algo que no logré escuchar, luego solo yo podía ingresar, me dijo adiós con la mano y jamás volví a verle.

En un gran salón, muy grande para mi tristeza, para mi soledad, para mi angustia, para mi. ¡Tan grande y tan vacío! me tocó esperar un rato, unos minutos, o unas horas, en verdad no lo sé.

Después de un tiempo en silencio, llegan muchas personas, quizás, igual que yo, necesitan estar allí, por alguna razón, que aún no entiendo; hay algunos felices, que, aunque no han ingresado, y ya están pensando en el día en que se marchen; yo en cambio sé que me marcho mañana, no estaré allí cuando el sol salga.

Y del gran salón me llevan por una ruta que, sembrada de árboles, hace que el verde se instale en mi mente y veo hermosas cabras, y están los bellos gatos rondando las ventanas, y los juegos de niños, y el sol que cae en mi rostro y lo disfruto.

Recorro aquel camino, sin mediar palabra con alguien que, a mi lado, me guía o me acompaña, me cuenta, o quizás habla, pero yo no le escucho, en mi mente solo resuena en silencio, «mañana yo me marcho».

Llego a otro inmenso salón donde una amable mujer me recibe, examina mis pertenencias y me guía de nuevo por una ruta verde, de interminable verde, muy semejante al que anteriormente, me ha llevado ante ella. Luego una puerta se abre, ingresamos a un pasillo largo, otra puerta, un salón azul y blanco que alcanza a helar mi alma, una reja e ingreso.

Me reciben tres mujeres, que conocen mi angustia, que la viven en carne propia, que entienden de mi llanto, que saben del dolor que ahoga mi alma. Charlamos un poco, son como las 6 pm, y subo hasta mi cama, descubro que estoy cansada, que hace muchos días no duermo, pero en mi mente solo resuena, «mañana yo me marcho».

Intento que nadie note, que saco de entre mis pechos, un polvo que preparé cuando supe que algún día, visitaría este lugar, tomo un gran sorbo de agua, y vuelvo a dormir.

Soy libre al fin.

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