LA PELOTA EN EL TEJADO

LA PELOTA EN EL TEJADO

Alicia Prack

12/06/2017

Por suerte aún faltan dos horas para el mediodía, el césped ya está cortado y ahora me dispongo a guardar la cortadora en el cuarto de las herramientas. Pero antes, el detalle final: barrer todo el jardín con la escoba de dientes para que quede impecable.

Amo recrear la vista sobre este liso verdor cortado al ras. Parece una gran mesa de billar. Me cuesta bastante tomar la decisión de empezar este trabajo, pero al verlo así, tan prolijo, el pequeño parque recobra su belleza veraniega y me siento satisfecha. Cuando mi niño regrese de la escuela, yo ya habré descansado para dedicarme a él.

-Hola, veo que hoy amaneció con ganas de trabajar – dice alguien.

La voz del nuevo vecino me sorprende. No porque me inquiete, sino por su intención de tratar de caerme simpático y agradable.

-Hola, buenos días – respondo – en realidad lo hago porque sé que al terminar me siento contenta con el resultado, y también aprovecho que el sol aún no está demasiado fuerte.

Pienso que la trivialidad de nuestros saludos quedaría en ese nivel. Pero no es así. Mi vecino ya se ha acodado sobre la verja de madera, dispuesto a continuar la conversación más allá de mis ganas de escuchar:

– Las medidas de su jardín me vienen de perillas para armar mi globo aerostático. Si me permite ir a su casa le prometo no dejar ni una sola huella sobre su bello césped.

Y sin darme tiempo a responder, agrega:

-Voy hacia su casa, ya. Necesito de su ayuda. No prepare nada porque llevo crema helada para ambos.

Se me ocurre pensar si el tipo es o se hace el tonto. Toca el timbre de la puerta y al entrar a casa me tiende su mano y se presenta:

-Me llamo Leonardo, encantado de conocerla.

Se me cruza por la mente «Da Vinci» durante unos segundos, y veo que comienza a mostrarme los materiales que trae consigo, los cuales va acomodando sobre el piso: rollos de seda de varios colores, rollos de papel resistente, pegamento en barra, alambre fino, tijeras, cinta métrica, quemadores y un par de garrafas de gas propano, cerillas y un extintor. Y por supuesto, la pequeña heladera hermética con los bombones.

– Y tampoco hay que olvidarse de las tres esdrújulas: altímetro, termómetro y brújula – dice con una amplia sonrisa.

Mis ojos no dan crédito a semejante cantidad de elementos, y es entonces cuando me doy cuenta de que habla en serio.

-Por favor, usted vaya doblando los pliegos a la mitad, los de tela y los de papel. Después ponga uno dentro de otro, alternándolos, como si fuera un libro. Yo me encargo de darle forma dibujando un medio círculo sobre una de las caras – me indica.

Atónita, así lo hago, y al cabo de un rato, entre los dos creamos un globo multicolor de unos quince metros de diámetro, aproximadamente.

El canasto de los juguetes de mi hijo, que prestamente desocupo y le facilito, parece más pequeño sujeto a la base. Lo asegura con cables de acero y promete devolvérmelo intacto.

-Ahora enciende una cerilla y ya está listo para subir, ¿no? – digo con la inocultable intención de que el experimento termine cuanto antes para que el vecino desaparezca de mi casa. Pero no conozco sus verdaderas intenciones.

-Vamos a dar una hermosa vuelta, usted y yo, nos colocamos gafas de aviador para proteger los ojos del viento y en menos de una hora regresamos, sanos y salvos – dice, finalizando con una divertida y sonora carcajada.

Me infunde confianza. Entonces subimos y el globo se hincha, tirante y desafiante. Comienza a ascender cada vez más ganando considerable altura. Ha quedado hermoso y pienso que el tipo sabe lo que hace. Algunos vecinos que transitan por las aceras se detienen para mirarnos haciendo visera con la mano.

Al cruzar sobre la Ruta Panamericana veo que los autos parecen miniaturas de colección. Y los árboles me recuerdan a la maqueta en plastilina que mi hijo realizó para su clase de plástica.

Me siento como en los sueños, liviana y transportada muy suavemente, con una sensación única e indescriptible ¡estamos volando, suspendidos en el aire! Volamos a la misma altura de una bandada de palomas que planean muy cerca de nosotros.

Durante el largo recorrido atravesamos varias localidades del partido donde residimos, para acercarnos, casi una hora más tarde, al cielo de nuestro barrio.

Estoy viajando en globo cumpliendo un anhelo siempre postergado, aunque me apena no haber tenido tiempo de hacerlo con mi hijo. Ansío el momento de contarle lo que estoy viviendo y espero que me crea todo cuanto le diga al respecto.

Al mirar hacia abajo veo mis manos aferradas al borde del cesto de mimbre. Tengo los nudillos blancos de tanto apretar con fuerza. Mi vecino me ofrece otro bombón de chocolate helado y me dice:

-Prepárese para aterrizar en unos pocos minutos ¡Ésa es su casa! ¡Mire allí! – me señala con su índice.

Y al mirar hacia los techos, al principio me cuesta reconocer mi propia casa, pero pronto la distingo de las demás por un simple detalle que me hace sonreír de forma impensada, y exclamo:

-¡Sobre el techo de tejas está, como escondida, la pelota inflable que habíamos perdido el verano anterior!

Fin

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