milagro
Estaba chungo el cajero automático: la luz se apagó y encendió, gruñó como un gato, y comenzó a escupir billetes. Tú, colega, que tendrás un título a estrenar sobre el aparador de tu vieja, andabas empanao sujetando la correa del perro y fuiste el primero en acercarte. Con la mosca tras la oreja, mirabas a un...