Una mañana de verano de hace ya bastantes años, bajaba por Montera en dirección al trabajo, y al llegar a la esquina de San Alberto me fijé en una anciana que estaba sentada encima de una gran maleta.

No me sorprendió verla allí, porque por aquel entonces era frecuente ver bajar por esa calle a grupos de personas de la tercera edad, que supongo iban de excursión por Madrid, así que seguí mi camino, sin darle más vueltas.

Lo que sí me resulto extraño fue que, cuando al bajar a desayunar, comprobé que la señora seguía allí, en la misma posición.

Se lo comenté a Julián y nos dedicamos a elucubrar que haría allí aquella señora con ese maletón. ¿Estaría esperando a que la recogiera alguien? ¿Se habría perdido?

Al regresar a la oficina, no estaba, así que lo dejamos pasar.

Algunos meses después, volvimos a ver a la mujer con la misma maleta, pero ya en unas condiciones bastante penosas.

Cuando subíamos a la oficina iba pensando en llamar a la policía o a servicios sociales para que hicieran algo por aquella mujer, pero por unas cosas u otras, lo olvidé y no llamé.

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