¡Perdón por omitir…!
Inés madrugó ese día como lo hacía habitualmente desde ya, hace unos cuarenta años. Abrió las cortinas del amplio ventanal; pero todavía por el este el sol no aparecía, y el velo de la noche cubría de bruma la calle y el jardín lindero. Se apoltronó en un sillón sobre su almohadón favorito; los inmensos cristales...