Hoy, antes de ir a casa, me he sentado en un banco de la calle.  No podía más. Hace mucho calor y no tengo ganas de ver a mis padres y contarle siempre lo mismo. Y eso que no les cuento todo; en ocasiones suelo ocultar algunos detalles que no creo les guste. Sobre todo cuando mis compañeros me obligan a que les toque la polla en los baños y que mire como se masturban. La culpa creo que es del traje y las gafas de pasta negra. Siempre se lo recriminé. No quiero que me pongáis traje y corbata siendo un chaval tan joven, pero no hubo manera de hacerles cambiar de idea. Los hombres se visten por los pies, argumentaban siempre; un axioma que entró a fuego y no pude derribarlo. Mis padres fueron viejos siempre y creo que no tuvieron precaución ni ganas a la hora de engendrarme. Mi padre era militar y estaba siempre en el cuartel, según mi madre, -“un carácter muy fuerte, si, y con una responsabilidad  intachable y desmedida por su trabajo…”

He vuelto a tener buenas calificaciones este año, aunque por una parte es normal. Estoy casi todo el día en casa; estoy gordo, no salgo apenas, salvo cuando tengo que acompañarles a misa alguna tarde o comprarles medicamentos en la farmacia. Cuando llego, los veo durmiendo con las persianas bajadas o viendo programas de televisión, donde la gente comercia con sus seudosentimientos. Al abrirles la ventana, para que no huela la estancia a linimentos y a cocina observo a los chavales jugando abajo en la calle, vestidos de una manera normal, con pantalones cortos y camisetas de color. Yo en cambio no tengo prendas de ese tipo. Únicamente pantalones largos y camisas, todas con unos colores sombríos, terrosos, como la paleta de un pintor en otoño. A mi madre le apasiona el azul marino, dice que es un clásico “de toda la vida” y un color que en todas las ocasiones combina, principalmente con el gris.

Espero con ansiedad a ver si veo pasar a Lucia, una chica del portal aledaño a mi casa. Sé que vive con su madre, ya que su padre las abandonó cuando ella nació. Mis padres suelen mantener alguna conversación con su madre y en dos ocasiones han subido a tomar café a casa. Una tarde, mi padre ordeno a que la enseñase mi cuarto y en especial la colección de soldados de plomo, conminándome a mostrarla con especial atención el diorama del Estado Mayor del Generalísimo y la División Azul.  Aquella tarde del seis de Marzo, Lucia me dejo ver sus pechos mientras yo le enseñaba como un gilipollas los malditos muñecos de plomo y le recitaba de memoria las vicisitudes de aquellos héroes. La recuerdo sobre la almohada de  mi cama, abriendo sus piernas y llevándose a Serrano Suñer a terrenos más indómitos y salvajes que sobre el estante de mi habitación. Aquella noche medité hasta el amanecer y maldije hasta el café, el más rápido que saborearon mis padres en su vida o bien, deduje que su madre no pudo soportar los chismes trasnochados de unos viejos tarados y pusiera fin a la tertulia, pero esa tarde, la tarde más excitante de mi vida les hubiera puesto todos los cafés y pastas del mundo, con tal de seguir observando con deleite y congoja lo que Lucia me estaba enseñando.

Embelesado aún, noto que me dan un golpe en la espalda y observo como mis padres me sacuden con fuerza para levantarme y espetarme unos cuantos improperios, de los cuales ya todos me resbalan. La gente mira con curiosidad y cuchichea al oído la escena que está observando. La joven de la panadería Escolar, oigo que la dice a su amiga que soy el gordo de los Sepúlveda y que mis padres siempre me suelen tratar así en público. Mientras les agarro por el brazo para acompañarles al Centro de Salud, pienso en la posibilidad de cambiarles los medicamentos cuando lleguemos a casa…

 

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