¡Perdón por omitir…!

¡Perdón por omitir…!

Viviana Tapia

01/08/2013

Inés madrugó ese día como lo hacía habitualmente desde ya, hace unos cuarenta años. Abrió las cortinas del amplio ventanal; pero todavía por el este el sol no aparecía, y el velo de la noche cubría de bruma la calle y el jardín lindero. Se apoltronó en un sillón sobre su almohadón favorito; los inmensos cristales transpiraban frente a ella. En forma autómata e inconsciente, abrió la laptop que la esperaba sobre el escritorio. El ambiente era cálido; ya que a pesar de que la estufa era vieja, aún servía para paliar el crudo invierno, que sumía en soledad la ciudad a esas horas.

Con una humeante taza de café en la mano y en la otra el mouse, releyó una y otra vez la consigna: “El tema del relato es pobreza, exclusión social y voluntariado». Hacía ya un mes que pensaba, y pensaba… en cómo poder encarar el tema. Decenas de notas adornaban el escritorio y cientos de ideas sobrevolaban su mente. Finalmente, ese día era el día.

Su historia… Dos niñas separadas por diferentes clases sociales, por la situación financiera, por sus diferentes culturas, por el lugar en el que habían nacido.

Un primer escenario… más bien dos escenarios. Las dos mirando al cielo rogando por sus deseos, a una inmensa y blanca luna.

Imaginó sus nombres. Les dio un rostro y eligió un tono de piel para cada una. Esbozó una familia y un pasado para ambas. Representó mentalmente el lugar donde vivían y hasta fantaseó con sus sueños.

Meditó la trama… la contraposición de su nacer, de su vía, de sus sentimientos; y de su futuro.

Repasó una y otra vez  lo que quería contar; lo que anhelaba transmitir. Y esa mañana se dispuso a escribirlo…

¡De repente…! Un fortísimo viento golpeó el ventanal que se abrió de par en par. Lo gélido azotó su cara y un escalofrío recorrió su cuerpo. Por un instante todo se hizo nada; la historia, los personajes, su cálido hogar, su mullido almohadón. Solo sentía mucho, muchísimo frío. Solamente podía recordar la madrugada del día anterior. Fueron dos las horas que pasó a la intemperie sin sitio donde guarecerse, sin lumbre que la avive. Dos horas en las que el frío atravesó las varias capas de ropa que llevaba puesta. El termómetro marcaba cinco grados bajo cero, y ella estaba a su merced. Esa temperatura era demasiado para ella. Lo helado la inhabilitó, el vapor de su respiración empañaba los lentes y le impedía leer (acción que abstraería de su mente las sensaciones). No podía sentarse; quería moverse para entrar en calor, pero sus piernas duras como estacas le impedían el caminar. Una sensación que hacía mucho tiempo no percibía, se abría paso desde sus pies hacia sus muslos. ¡Era frío! No el frío que se acaba con la imposición de un abrigo o la contención de un abrazo. ¡Frío y dolor! De sus ojos brotaban lágrimas que se congelaban en segundos; el aire glacial lastimaba su nariz, por lo cual trataba que el tiempo entre inspiración e inspiración se dilatara.  Y lo peor…; los dedos de sus pies pulsaban y ardían. ¡Ardían y latían! Hasta llegado el momento en que dejó de sentirlos.

El reloj del living dio la hora. Inés se sobresaltó con sus campanadas y entonces, el doloroso recuerdo se desvaneció a medias.  Miró a su alrededor y respiró tranquila. Ya había pasado todo. Esto le había ocurrido ayer; cuando ella resistió el retraso y el frío, a sabiendas que el reparo de su hogar la aguardaba. Ahora…, hoy se encontraba en casa, en su hogar con ropa tibia y el cuerpo caliente. Los pies y las piernas ya no le dolían. ¡El frío había quedado muy atrás!

Quiso retomar su relato (en verdad comenzar, ya que todavía no había escrito ni un solo carácter), pero no pudo. Cálidas y salobres lágrimas emergieron de sus ojos y corrieron por sus mejillas. El pecho se le oprimió de angustia.

“Perdónenme – susurró, dirigiéndose a una imaginaria audiencia en la soledad del cuarto – yo no soy pobre y no puedo explicar lo que es serlo. Cómo puedo hablar de lo que es vivir constantemente en el frío; ¡con el frío que entumece cuerpos y sentidos! Si ni siquiera puedo convivir con él… aunque solo sea por breves momentos.

¡Cómo relatar lo que es el hambre!; que carcome e hincha los vientres y hace crujir las entrañas. ¡Cómo escribir sobre la inconmensurable necesidad de apagarlo! El hambre que hace imposible dormir y hace en las noches rogar por no despertar. Cómo describir con palabras ¡al hambre!; ¡¡¡el hambre!!! que hace a los niños morir.

Puedo imaginar mil pájaros azules volando, colores en la oscuridad y hasta un infinito puente de estrellas sobre el mar. Pero no puedo sentir las llagas de las manos de los necesitados, ni imaginar los callos de sus pies. La piel curtida que alguna vez fue pura y tersa, carcomida hoy por el sol y el viento.

Como sentir sus miedos, sus pesares, su desesperanza. Su vergüenza al revolver y comer de mis sobras. La humillación de vestir harapos; y el oler a orín y a excremento.

Perdón por dormir entre acolchados y sábanas blancas; extasiándome en caricias, fragancias y en calma. Y no compartir el camastro con tantos otros; sellando mis ojos, mis oídos y mis sentidos al gemir de los que están al lado.

Perdón por tener sexo cuando tengo ganas y con quién amo; y no cuando me obligan o mi propia necesidad me hace hacerlo.

¡Lamento! Lamento tener mis manos suaves, brillante mi cabello y fragante mi vestir. Y no llevar trapos ajados sobre un cuerpo mugriento. Con la mugre instalada en cada pliegue de mi piel. ¡Qué ironía, se pide aseo y pulcritud a quién no tiene un mendrugo!

¡Excúsenme! por tener a mano con qué calmar mi hambre y sufrimiento. Y no tener que mendigar por algo con qué aliviarlos. ¡Suplicar! por alguien que me socorra. ¡Implorar! a alguien que me acompañe.

¡Perdón!  ¡Perdónenme… ¡ Por tener un poco de lo tanto que Ustedes necesitan.

¡Perdón! Por no mirarlos… cuando pasan a mi lado.

¡Perdón por omitir…!

¡Omitir el mirarlos! El darles una mano.

¡Omitir el saber que existen! Omitir el ayudarlos.

¡Perdón por omitirlos!”

Inés enjugó sus lágrimas y en forma autómata e inconsciente cerró su laptop.

Tras el ventanal, los primeros rayos del día se llevaron la oscuridad de la noche.

De este lado… quedó el desconsuelo.

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