De las vidas y talleres intemporales
Llegué con el cuaderno pegado al pecho como un escudo. Me había apuntado en un ímpetu depresivo al darme cuenta de que estaba -oficialmente- vieja. El coordinador me había convencido de probar una clase; si no era de mi agrado, me devolvería el dinero. Ingresé resignada al salón y levanté la vista ante una elocuente...