El mejor día de su vida

En todo momento evitaba mirar al armario del que provenían los ruidos, podría jurar que incluso escucho silenciosas risas, pero continuo con mi acto, revisando debajo de la cama, detrás de los muebles y las cortinas. Una vez que sentí que era lo suficiente convincente para engañar a un niño, me retiré de la habitación yendo rápido hacia el baño.

Aún se encontraba en el suelo la mujer que tanto amé por años, sentada contra la pared, su piel pálida como la ceniza, su cuerpo inmóvil rodeado de sangre, la cual ya había dejado de brotar de sus muñecas laceradas. Es extraña la sensación de ver algo tan doloroso y como horripilante que no puedes quitarle los ojos de encima, esperando que algo de lo que ves sea mentira, que en cualquier instante pestañearas y te darás cuenta de que era un montón de ropa tirada en el suelo, pero la claridad que sientes durante unos minutos que se sienten eternos te piden que por favor te muevas. Y así lo hice, abandonando el cuerpo por segunda vez.

Una vez comencé a salir del baño con el pomo de la puerta en mano, escuché un “¿papá?” a mi lado que me hizo cerrar de golpe en un estruendo.

-¡Ay! Hijo me asustaste

-¿Por qué no me encontraste?

-Te estaba buscando- Mi rostro se deformó en lo que intentaba ser una sonrisa- así se juega, tienes que quedarte escondido hasta que te encuentre.

-Ahhh ya- dijo en esa confusión tan de niño pequeño.

El aire pesado y el temor me llevó a un pensamiento rápido que no tarde en expresar:

-Oye pequeño ¿Qué tal si vamos a comer algo rico afuera? ¿Como hamburguesas o pizza?

Su rostro estalló en alegría, denotada aún más en unos saltitos que dio mientras me decía que lo que quería era pizza, por lo que apure a la salida tomándolo de la mano, lo cual pareció confundirlo.

-¿Mamá no va?

Esas palabras ahorcaron mi corazón pero respondí:

-Hoy salió de casa, le compramos algo allá.

Como si no hubiera preguntado nada solo siguió caminando, aún tenía su uniforme de primaria, pero poco relevante me pareció.

Avanzar por la casa se sentía como que nunca había estado allí, cada paso era más cuidadoso que el anterior, cualquiera podría pensar que pienso que algo me saltara encima en cualquier momento. Salir significó decidir absorto qué debía hacer: tomar las llaves, abrir la puerta, ir hacia la calle, y, finalmente, en vez de cerrar la puerta, me detuve unos segundos a pensar y fingí cerrarla.; de un débil golpe se podría abrir.

-¿Espérame en el auto, quieres?

Aunque no responde, esa determinación con la que se colocó en el asiento me decía que entendía. Me era de vital importancia hacer esto lejos de él, por lo que me alejé un poco y tomando mi celular comencé a escribir.

“Necesito que llames a la policía”

“Mi mujer se ha suicidado en el baño de la casa”

“Deje la puerta abierta”

“Necesito alejar a mi hijo de allí”

“No me llames”

La claridad de mi previo actuar se volvió una neblina mientras conducía, me sentía culpable de dejar a mi esposa tirada allí en la suciedad del baño, sentía la vista sucia de haberla observado en el estado que se encontraba, y el pensar en lo que hizo, ya se instauraba en cada giro de las ruedas del vehículo ¿Fue algo que hice? ¿Algo que dije? ¿Cómo no pude verlo? ¿No eras quien la conocía mejor? ¿Cómo no te diste cuenta de que era infeliz? ¿Como mierda pude hacerle eso? Cada pensamiento me rompía más que el anterior y me acercaba a las lágrimas, podía verme presionar el acelerador hasta que no me doliera el corazón, pero solo bastó con mirar a mi hijo, tan manso y callado como siempre. No podía hacerle eso, haciendo un esfuerzo voluntario por no pensar, manejé hacia el primer local de comida rápida que vi.

¿Fue este lugar siempre así? El viento parece más frío que de costumbre, pero los colores se sienten… extraños, la gente se ve más feliz de estar aquí que en cualquier otro día, y aunque sé que es ilógico, eso me irrita, odio pensar que todas estas personas no les importara que ella haya muerto, que los globos blancos que acompañen a los autos serán curiosos, pero no dolorosos, quisiera que todos aquí lloraran por tal maravillosa persona que no se encuentra con nosotros. Mi flujo de pensamientos se detiene con el tirar de la mano de mi hijo, quien me apresura a la entrada de la pizzería, nunca pensé que me sería innatural caminar junto a él, pero hay una clara barrera entre nosotros, y estoy seguro de que todos lo ven, él se encuentra lleno de vida y yo, cansado, arrastro un muerto en los hombros.

Más suspiro de lo que mastico, no así mi hijo, que sus ojos brillan contrastando el gris que refleja el cielo.

-¿No comes papá?

-Me duele algo la panza peque, pero no te apures, come tranquilo.

Su sonrisa preocupada me lleva a una mueca feliz que le reconforta, y continúa comiendo. Una llamada rompe el momentáneo silencio.

-En un momento vuelvo, voy a estar cerca así que quédate aquí

-ujum- Emitió de su boca, llena de comida.

Ya en la calle, contesto la llamada.

-Oye, la policía te está buscando.

-¿Cómo?

-Llamaron a peritos para confirmar lo que me dijiste, pero por ahora eres sospechoso, no debiste irte así…

La idea de ser un criminal recorrió mi cuerpo congelándolo, por instinto arreglé mi chaleco para amparar el calor que aún no huía, pero ya no puedo más, un criminal no comparte con su hijo, no lo cuida, no está con él.

-¿Aló? Oye les conté lo que estás haciendo, tranquilízate, pero no tardes tanto, sé que es una horrible situación en la que estás, pero no quiero que las cosas se pongan peores, por favor cuídate, cualquier cosa llámame…

-¿La policía aún está ahí?- interrumpí

-Si, ¿por qué?

-Dile a uno que me encuentre en el parque Tabilo, iré ahí ahora.

-… Vale, entiendo, cuídate.

-Tú también

El “clic” del término de la llamada me detuvo unos segundos en el ensordecedor viento, acompañado de la sensación de un vacío inquieto en mi pecho.

De vuelta en la mesa, mi niño se encontraba frente a un contenedor lleno de sobras

-¿Terminaste de comer?

-Sí.- Se mantuvo en un temple sereno hasta que al levantarse me vio el rostro- ¿Qué pasó?

-¿Huh? ¿Por qué?

– Tienes los ojos rojos y tiemblas ¿Tienes frío?

Aunque sentía la vista ardiendo, no pensé que mi inquietud fuera notoria, por lo que finalice el tema con un simple:

-No es nada, vamos a dar una vuelta ¿Qué tal el parque?- No parecía fan de la idea, pero si de no volver a casa aún y pasar tiempo conmigo.

Tomándolo de la mano, abandonamos ese lugar y con calma caminamos hacia mi auto. Mi respiración se entrecortaba y más lento avanzaba, todo este desastre lo manejaba alrededor de mi hijo, sin que le toque, pero en algún momento debía contarle, y cada vez más pronto se vuelve una realidad, no podemos no ir a casa, no puedo mentirle todo el tiempo, no puedo darle esperanzas de que su madre volverá a verlo más tarde u otro día.

Mis pasos se detienen, aún lejos del auto, mi mano seca algunas lágrimas que comienzan a formarse, sorprendiendo al chico que aún camina junto a mí.

¿Esperanza? No quiero dejar en el aire a mi hijo, pero ¿No es más cruel quitarle a su madre? No quiero que la pierda aún, no me importa si eso significa mentirle cada día de su vida, que cada tarde me duela responderle una historia de porque hoy no vendrá, pero que aún lo ama, no quiero que se vaya ese constante amor que ella sentía por él, ese amor que le hace sonreír, que me hace poder seguir, y ahora más que nunca, sé que su sonrisa es lo último que me queda, y no quiero que se vaya, que la persona que cambio mi vida ya no se encuentre en el mundo no quiere decir que deba desaparecer del suyo.

-¿Papá?- bajo la cabeza para encontrármelo asustado, sus ojos grandes como perlas miran como no logro tranquilizarme a mí mismo, tiene un gesto triste, lleno de incertidumbre sobre lo que me tiene tan raro hoy. Aunque no quiero lastimarlo, sé que ese es el rostro que tendrá luego de cada mentira, y también sé, que estoy asustado, por él y por mí, pero que no es justo tenerlo en la sombra hasta que deje de estarlo.

Me inclino hacia él, y lo abrazo, lagrimeo un poco más mientras lo hago, pero puedo sentir en mis extremidades que lo aprietan, que el mensaje llegó a él, que me devuelve el abrazo con una torpeza tenue.

-Papá tuvo un mal día, pero ya pasará.

Solo un día quiero, todo lo que quiero es este momento, en que disfrute las cosas y ría junto a mí, que las flores deslumbren con sus colores habituales y su cuerpo se sienta cálido durante sus juegos, quiero darle un día donde pueda ser feliz como siempre lo fue y como nunca lo será. Cuando este día acabe, le contaré la verdad.

-¿Luego del parque qué tal si vamos al cine?

-¿Comeremos palomitas?

-Todas las que quieras.

Ya en el parque mi hijo corrió libre y rápido, su atención se centró en los juegos por lo que hacía allá se dirigió, verlo correr así me apaciguó, no solo porque parecía haber olvidado el mal rato que le hice pasar, sino que también me dio la facilidad de poder hablar sin apuros con la policía, que se encontraba ahí esperándome, eran 2 oficiales que miraban alrededor con impaciencia.

-¡Mientras juegas estaré hablando con ellos, no te alejes mucho!- le grité al chiquillo, que giró un segundo para asentir y continuó corriendo.

Mi pulso se disparó a mil mientras caminaba hacia la policía, los esperaba molestos, pero se veían aliviados de que no era un farol y que efectivamente me presenté.

Les conté todo lo que ocurrió, como fui a buscar a mi hijo al colegio y al llegar a casa me encontré a mi esposa en el baño sin vida, que la razón para “huir” era sacar a mi hijo de ese ambiente y que no supiera lo que pasó, pero que nunca fue mi intención obstaculizar procedimientos. En el transcurso de la historia sus rostros mostraban empatía, tal vez ocultando algo de desconfianza, en especial en sus miradas rápidas al pequeño que jugaba feliz, pero dijeron entender mi razonamiento, y, asintiendo, me pidieron que fuera con ellos. Supongo que esperaban que mis pasos acompañaran los suyos, pero me quede ahí, con un gesto incrédulo y una voz de súplica:

-Disculpe ¿Sería posible que no fuera?

Esa corta frase causó evidente disgusto, lo que me llevó a explicarme:

-Él todavía no sabe lo que pasó, y sé que será devastador cuando lo haga, entonces… déjenme aplazar la noticia, que pase estos momentos felices, haré lo que sea, solo déjenme este tiempo para disfrutarlo junto a él.

-Lo siento, pero es protocolo llevarte, no podemos hacer caso omiso y dejarte ir, lo siento mucho.

Los pensamientos de todos eran transparentes, palabras no dichas, pero que aun así se escuchaban decir “esta situación es una mierda”, pero el otro oficial remarcó:

-Lo que podemos hacer es que te vayas, y diremos que nunca viniste a la plaza.

Fue difícil esconder mi alegría, pero continuó.

-Lo que significaría que nos mentiste en que vendrías, por lo que te meterías en un par de problemas, y con mucha mala suerte, podría servir para incriminarte, ¿Estás bien con eso?

Sin muchas opciones, me resigne a aceptar.

-Muchas gracias no sabe lo importante que es esto para mí.

-Puedo imaginarlo- dijo con una sonrisa compaciente- te recomiendo irte.

Mientras me iba podría jurar haber escuchado al otro oficial decir “No pondré las manos al fuego por él”.

Hace bastante que no iba a un centro comercial, mucho menos a un cine, agradecía a Dios el hecho de que hoy estuviera abierto, y también le rezaba que por favor el dinero me alcanzara, al menos lo suficiente para que no nos faltase nada.

La taquillera debió leerme la mente, eso o mi rostro le dio todas las señales de que esperaba que la tarjeta rebotase, pero no fue así, por lo que logramos comprar los tickets, no sé mucho de películas, por lo que escogí cualquiera que fuera apropiada para un niño pequeño. Luego de comprarle comida a mi hijo, entramos a la sala de proyección.

Fue al inicio de la película que caí en el hecho de lo que estaba haciendo en este fatídico día, me hubiera gustado reírme de la morbosa ridiculez del hecho, quizás así habría mantenido algo de ánimo, pero solo me arruino el tranquilo tiempo que compartíamos. A comparación de otros lugares dentro del centro comercial, esta sala era casi reconfortante en su ruidoso silencio protagonizado por la proyección, es decir, estaba rodeado de fuerte sonido, pero nada que me agobiara, como lo hacía el ruido de la gente. Estaba tan agotado que tenía una extrema tentación a dormir, pero mi sentido de la responsabilidad no me lo permite, mucho menos con el pequeño que tengo sentado al lado mío, sonriendo, riendo en sincronía con la gente, me lleva a preguntarme si siquiera sabe que es tan gracioso acerca de la película o ríe porque los demás lo hacen, amo esa tontura tan clásica de los niños, quisiera poder preguntarle si me puede explicar por qué se ríe, y que me mire con una cara de tonto, diciendo nada en muchas palabras, y que el mismo se dé cuenta de que no sabe por qué se ríe, como tantas veces lo ha hecho. Me pregunto si le brillaran los ojos igual que ahora en el futuro, tengo tanto miedo de que pierda esa chispa y no poder devolvérsela, que cosa responder en el mar de dudas que me llegaran o si las soportare, creo que estoy más desconcertado sobre todo de lo que pasó de lo que él nunca estará, pero como se lo explicas a un niño, quizá se lo tome mejor que yo, al menos eso deseo.

El movimiento de la gente, y el rodar de los créditos de la película me desaturde, avisándome que esta acabó.

-¿Te gustó?

-¡Estaba muy buena!- daban ganas de tomarlo por miedo a que cayera de la emoción, quizá hace cuanto él tampoco venía al cine.

-¿Dónde quieres ir ahora?

Luego de pensar pocos segundos respondió:

-¿A casa?

-¿Qué tal si mejor te compramos algún juguete?

Di en el blanco con esa respuesta, no caminamos mucho para dar con una juguetería en el centro comercial, la tienda resplandecía en intensos y distintos colores, contrastaba con la tenue luz del cielo crepuscular. Al entrar no tardé en sentirme incómodo, era como si hubiera soltado a un perro en una carnicería, era su primera vez en una tienda de este tipo y era notorio, pasaba de juguete a juguete, tocando todo con sus pequeñas manos.

-Escoge uno solo para llevar.

Debió sentirse más como un reto a una reprimenda, porque se dio a la misión ahora reflectiva de escoger cuál sería el más indicado, estoy seguro de que hice suspirar de alivio al dependiente de la tienda, al menos yo lo hice al ver que no rompería nada. Luego de unos cortos minutos, se decidió por una pista de autos enorme, al menos con respecto a su propio tamaño, sin embargo la decisión no duró mucho, ya que al intentar comprarla la tarjeta declinó. Mi hijo no entendió que pasó, debió pensar que tan solo me demoraba.

-¿Qué tal mejor si compramos esto?- Tomando unas pistolas de dardos, fingí dispararle al sonido de “pium pium”.

La cara de mi niño me decía: “eres un genio”. Estirando mi brazo le entregué una de las pistolas y de inmediato comenzó a repetir lo que hice antes, el dependiente de la tienda dio una risa de ternura hasta que me vio a mí continuar con el juego, ahí mismo en la tienda, agradezco que fuera ya de tarde y nadie más pudiera verme.

Una vez que quedó claro para todos los presentes que perdí contra el niño, me dirigí al cajero a pagar los juguetes, esta vez la tarjeta si funciono, lo cual quitó una larga parte del peso que llevaba. Luego de dar las gracias al señor detrás del mostrador, el cual miraba extrañado, abandoné la tienda.

Sabía que venía ahora, el viento empujaba tan fuerte que me sentía desvanecer, el cielo se oscurecía en tintes anaranjados, daba cuenta de mi repetida respiración profunda, que inhalaba como esperando que me sacara la angustia del pecho, pero no se iba, solo me seguía a mí y a mi hijo por el estacionamiento.

Una vez en el auto listo para arrancar, no pude evitar mirar con dulzura a mi pequeño acompañante, bostezaba de tanto en tanto, debí preguntarle cómo le fue en el colegio o si le gustó el día que tuvimos, pero no quiero corromper mi esfuerzo de hoy por orgullos vacíos, sé que esto lo hice tanto por él como por mí, que no me debe nada de este acto tan altruista como cobarde.

Fue un viaje rápido en auto, los rayos del sol atravesaban las ventanas durante el recorrido hasta que no lo hicieron más, encendiendo los faroles, iluminando la calle pero no el interior del auto, que se encontraba en silencio, tal vez un ronquido que otro aparecía, pero no dejaba de ser un ambiente casi nostálgico de momentos que viví y no viviría más, me sentía extrañar la felicidad de mi pequeño, aunque todavía nadie había abierto la boca.

-Llegamos- Mi voz era silenciosa, con una mano empujé su hombro con delicadeza.

Al mirar hacia afuera, note de inmediato su confusión, este no era su hogar, era la casa de su tío, bajamos de la mano, mientras que la otra llevaba una bolsa con los juguetes.

Pasados unos minutos luego de estacionar salió mi hermano de la casa, su pena era palpable y fue demostrada en un abrazo compasivo pero fuerte.

-¡Hola tío!- la alegría en su voz rompió nuestra compostura de manera mucho más violenta que cualquier otra actitud podría haber hecho. Los ojos humedecidos de mi hermano y mi garganta llena de palabras que no podían salir solo volvieron el momento más incómodo de lo que debía ser. Mi hermano no era tonto, sabía que significaba ese ánimo de verlo:

-Voy a aprovechar de llamar a la policía para decir que apareciste.

-Gracias- respondo.

Una carita culpable se quedó pegada viéndome, intentando adivinar qué hizo o que dijo para que ambos reaccionáramos de esa manera. Comenzaba a tiritar, nunca nadie te prepara para explicarle estas cosas a un niño, y mucho menos cuando involucran a su familia. No demore más, y agachándome me puse a su altura.

-Mi niño, te tengo que contar algo muy malo que pasó, tu mamá falleció, nos vamos a quedar unos días aquí con tu tío.

No sé qué respuesta esperaba, o si siquiera esperaba una respuesta, con lo que me encontré fue con unos ojos que no tardaron en lagrimear, una mirada de que entendía con claridad lo que le estaba diciendo, sus manitos temblaban y en torpes movimientos se secaba las lágrimas, hasta que un sollozo constante se mantuvo.

Parecía ignorarme luego de eso, quizá estaba enojado o me culpaba, y aún destrozado me rodeó para entrar a la casa. El atareado día me llevó a olvidar tantas emociones que sentí en la mañana, que pasé de estar agachado a sentarme en el suelo del antejardín, mientras mi hermano, que había acabado su llamada, acompañaba a mi hijo al interior de la casa.

Me sentía en una nube, sentía que había cometido mil errores, pero que aun así todo había acabado, y eso me daba un amargo alivio. Aún afuera, el desgarrador llanto de mi hijo era aún audible, pero a pesar de mis lágrimas que por fin caían libres, no podía sentir pena, no podía sentir que el suelo estaba frío ni el ruido del viento molestando en mi oído, solo mis fuertes quejidos de un dolor que todo el día luchaba por salir, tampoco podía ver, quizá por la neblina en mis ojos, el tintineo de la luz, roja y azul, que se detenía frente a la vereda.

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