Poema 1:

Me acerqué a tu sombra con la fe de una niña,
creí en tus palabras como si fueran luz,
me vestiste de promesas que ardían,
pero en tus manos aprendí el peso de la cruz.

Me diste un lugar
y en ese gesto pensé hallar hogar,
pero detrás de tus frases
se escondía el filo dispuesto a cortar.

Te quise con gratitud limpia
y sin darme cuenta caí en tu gesto
que me pedía todo sin nada ceder.

Tu voz me elevaba, me hacía sentir,
como si mi nombre brillara en el cielo,
pero al mismo tiempo me hacía sufrir,
atada a tus hilos, cautiva en tu juego.

Te entregué todo,
como quien se rinde por miedo al abismo,
pero en cada caricia que no busqué
descubrí veneno.

Te quise y temí, esa fue mi condena,
un cariño manchado de espinas y miedo,
quería confiar, pero era cadena,
quería volar, pero tú eras mi ruedo.

Me hablaste de brillo, de un futuro posible,
de no repetir la miseria de ayer,
y yo me aferraba a ese sueño tangible,
sin ver que contigo aprendía a perder.

Hoy lloro en silencio lo que me arrancaste,
mi fe, mi paz, mi razón,
pero sé que no eres dueño de mi arte:
mi fuerza renace de esta destrucción.

Poema 2:

Arder no es peligro,
es promesa.

Es el pulso en la garganta
cuando la vida se empeña en recordarte
que estás aquí,
que eres cuerpo y temblor,
danza y vértigo.

Quiero vivir sin medidas,
besar sin reloj,
reír sin permiso.

Si amar me rompe,
que sea con la violencia de un relámpago,
con la ternura de la lluvia después.

Porque más vale un corazón abierto,
herido,
que uno intacto y dormido.


URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS