Paredes blancas sofocantes, pasillos largos e interminables, lamentos en cada habitación… ¿Qué hago en medio de este sufrimiento? Estoy frente a una puerta, pero no distingo el número del cuarto, todo está tan oscuro… Es la única puerta de la que no se oyen alaridos, en cambio, de ella provienen unos leves sollozos. Me debato entre si entrar o no por temor a pecar de impertinente, pero en vista de mi perdición y de que el pasillo parece no tener fin, decido entrar. El cuarto está oscuro, pero gracias a la leve luz de la luna puedo distinguir la silueta de las cosas, entre las que distingo dos camillas y al lado de una de ellas hay una persona que es quien emite los sollozos. Me acerco lentamente y en la camilla hay otra persona acostada, vestida con traje, a quien no logro verle el rostro. La persona que sollozaba de espaldas a mi de repente se detuvo, parece que recién se percato de mi presencia. Levanta la cabeza, se voltea a verme y el terror me invade al contemplar su rostro, o, mejor dicho, la ausencia de este; me miraba (o eso creo) desde unas cuencas de ojos oscuras y aparentemente vacías; donde debería estar su nariz sólo había dos pequeños agujeros y su boca parecía un dibujo aterrador carente de labios. Pensé en gritar, pero de inmediato sus facciones se fruncieron en un horripilante gesto de enojo, levantó su mano y la cerró y en ese mismo instante sentí como se me cerraba la garganta y el pánico se apoderó de mí. Salí corriendo de la habitación e intenté huir por el largo pasillo, pero todo empezó a perder la forma, las puertas bailaban y el piso desapareció, por lo que empecé a caer. Grité de impresión y sentí mi garganta arder, pero el sonido sí salió de mi boca, a la vez que la mujer sin rostro aparecía frente a mi visiblemente enojada. Abrió la boca, soltó un alarido tan aturdidor que por un momento perdí la audición. En esos segundos de silencio que siguieron al alarido todo fue oscuridad, y de repente, una luz blanca me encegueció. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a la luz, escuchaba de nuevo los sollozos y advertí estar acostado. Finalmente, logré ver que estaba en una camilla de hospital y vestía traje. Me giré para ver quién emitía los sollozos y de nuevo vi a la mujer sin rostro; me encontraba en la misma habitación en la que estuve antes y era yo quien estaba en la cama. Grité de terror, empecé a llorar y de la nada todo fue oscuro de nuevo, empecé a caer al vacío y de repente mi cuerpo recibió un fuerte impacto. Cerré los ojos y al abrirlos estaba encerrado en una caja… No, un ataúd. Podía ver a todos llorarme, pero no podía moverme, ni hablar. “¡Estoy vivo!” quería gritar, pero era inútil, mi cuerpo no me respondía, no sé cómo pude verlos si tenía los ojos cerrados. Sentí como cerraban la caja y me trasladaban. “¡Estoy vivo, estoy vivo!” intentaba gritar, pero mi garganta no emitía ningún sonido y mi cuerpo no se movía. Sentí cómo metían mi ataúd en un hueco y como me tapaban con tierra. “¡Estoy vivo, estoy vivo!” quería gritar, pero no importaba, ya me habían condenado a morir atrapado en mi propio cuerpo.

Johana.

Diciembre 28, 2020.

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