Compañía en Soledad

Compañía en Soledad

José Grados

18/09/2023

Estoy solo. En el sentido de que solo yo escucho lo que pienso y en mi poderosísima mente solo mi consciencia es la que habita. En sí, estoy en mi escritorio. Ubicado en la primera planta de la casa. En un pequeño cuartito, de entre varios, en el más pequeño. Súmale que el cuarto, en un gran porcentaje de este, está ocupado por cosas de un tío. Así que tengo el menor espacio, del cuarto más pequeño, para ir más allá de lo real y adentrarme en mí. Para encontrarme completamente solo, pero ahora no tanto, porque a mi lado escucho el jadeo de mi perro que se acomoda en el pie de la puerta y se echa para dormir mientras deja que yo vuele en mí mismo y me deja solo, otra vez. Aunque esta habitación grite compañía, porque entre mis recuerdos, aquí, donde estoy sentado, existieron extemporáneamente el uno del otro, varias personas, incluyéndome, que dejaron en lo más profundo de mí un vestigio de su imagen aquí, donde escribo. Los recuerdo parados, frente a mi pizarra, en mi silla, incluso encima de mi escritorio. El contexto no importa, pero los puedo proyectar en mis ojos, los veo, ellos a mí y se reproducen como una película. Hasta improvisan, porque cuando llegan al confín de mi memoria, toman vida y están a merced de lo que yo pueda hacer con ellos. Les converso, no es raro, se sientan a mi lado, me hablan. Me dicen cosas tan banales como “Te quiero” y puedo llegar a sentir el calor de sus abrazos. Cierro los ojos, sus brazos encerrando mi cuerpo aherrojándolo al suyo con el sentimiento de que este momento será eterno y nadie podrá hacer algo para que pierda esta conexión con quien acabo de idealizar como una persona de bien, correcta, amable, amorosa y demás cosas que se le crean a uno sobre la marcha. Abre los ojos y te das cuenta de que ya no está. Se hizo humo como el cigarrillo que viste fumar al viejo de la esquina ayer, en el parque. Sí, ese que te dejó con náuseas por el olor y su calada toda escupida en tu cara. Él también se hizo humo y ahora vive en ti. Sin embargo, estás igual de solo, ahora, escribiendo para ti, porque no crees que a alguien le interese lo que escribes, lo que piensas o siquiera si siguen ahí, porque no los ves.

Di un suspiro largo y profundo. Giré y miré a mi perro que estaba en mitad de sueño y ahora sus jadeos eran ronquidos en disonancia entre sí. Me acerco y lo acaricio en su suave pelaje, algo sucio, porque no lo baño hace tiempo a mi hermano. En mi corazón, en su candente, fragilidad, sangre y todo lo que le pertenezca. Empecé a sentir sosiego más un sentimiento incondicional que parece fuerte, pero es tan delicado como el silencio. Ese que parece éxtasis de vida y todo lo bueno que pueda contener ella. Del que todos quieren y buscan en los demás. Sí, ese, el que en el fondo puede ser confundido y, cuando te das cuenta, tomaste veneno. Amor, así lo llaman los románticos. Sentí amor y uno intenso. Hace poco me preguntaba si aún lo seguía sintiendo. Pensé que lo había perdido y la verdad no sabía si celebrar o echarme a llorar. Es confuso, porque lo buscas y lo desprecias, al menos el sabor amargo que te deja al final cuando te das un trago de eso. Se te queda en la garganta, le hace un nudo y baja por tu sistema, llega a tu estómago y no te deja comer. Te pone ansioso, incluso te baja la presión. Estás helado, dicen, sin saber que te metiste de las peores sustancias. Por eso muchos prefieren el alcohol, luego de una relación. Usan el aguardiente más fuerte, el tequila más quemante y el adormecedor más dormilón para olvidar o intentar cambiar ese amarguito tan jodido que te deja el enamorarte. Bueno, no solo el enamorarte, hay muchos tipos de amores, de todos los colores y sabores. Sin embargo, todos, al terminarlos, te dejan ese amarguito, el nudo y la falta de apetito. Te preguntarás “Si es tan feo ¿Por qué uno se atrevería a tomarlo?” La verdad no lo sé. Todos al final lo buscan, toman cual se le dé en la calle, sin pensarlo mucho. Algunos afortunados lo encuentran, pero son pocos, creo yo. Son confusas, las cosas del amor. Es una búsqueda nata. Incluso, quien a sabiendas de todo lo que escribe, detalla y grafica lo perjudicial que puede llegar a ser este sentimiento, lo busca. Me dirán “Pero no deberías ¿Acaso no lo acabas de graficar como algo malo?” Ese “Deberías” como lo detesto ¿Qué se supone que debería ser? ¿Lo que digo? ¿Lo que me digan? Si sé que es tan venenoso el amor ¿Por qué no dejo de buscarlo a pesar de lo que dije y explayé hace un momento? La respuesta es simple, soy idiota. Idiota e hipócrita. Porque es así, hay que aceptarlo. El ser humano nace, crece, se reproduce y muere idiota. Al mismo tiempo que hipócrita. Dios le dio la virtud de la palabra para que la contradiga, le dio la capacidad de pensar en sus reglas para que las rompa, le dio vida para que muera y el que me diga que no, déjame decirte que estás cometiendo hipocresía en el acto. Porque quien dice que no miente, es un mentiroso. Tienes que aceptar que no eres perfecto, para ser lo más cercano a ello. Es cruel, crudo, incluso suena pesimista y muy deprimente. No es que sufra algún tipo de neurastenia o algo parecido o relacionado. Simplemente me gusta ver las cosas tal y como son, así tengo una mejor percepción de mi realidad.

Volviendo, empecé a creer que no tenía ya sentimientos. No como los de antes. Soy alguien joven, más joven de lo que crees y, al menos en cosas de románticos, me volví un completo advenedizo. No hablo de que no sepa hacer algunas cosas, sé que tampoco fui un sabio, pero me refiero al hecho de que siento que ya poco o nada me interesa. Mis sentimientos son fugaces, permutables en el superlativo de la palabra y poco apasionados. Lo último es lo que más perdí o siento eso, pasión por las cosas relacionadas al sentimiento rojo. Supongo que es propio de la edad, quiero pensar ello o mis experiencias ya me hicieron inmune a las cosas del corazón. Lo que me preocupa es que pueda quedar así, a la larga ¿Acaso alguien que no quiere nada con el amor es un desapasionado? ¿Deja de tener un motivo para existir? Lo último creo que no, es mi parecer. De todos modos, hace rato que mi perro se levantó de su siesta, se sacudió todos los ácaros del piso y me pidió que le abra la puerta. Estoy solo, de nuevo, aunque no sé cuándo dejé de estarlo. Pero sigo viendo a mi perro a mi lado, siento su pelaje y mi mano atraviesa más allá de su recuerdo.

Me siento en el escritorio y escribo todo lo que pensé allá en la lejanía del piso. Descanso un momento y me estiro como gato recién levantado después de una noche de peleas clandestinas en techos y calles. Sin tanta elasticidad, claro está. Juego un rato con mi silla y me quedo pensando en todo lo escrito. Ahora me veo a mí. Estoy a mi delante, en la otra silla. Me miro, mirándome. Meditando sobre mí, mientras me veo. Empiezo a charlar conmigo mismo, no es raro ¿Quién alguna vez no habló solo? Discutí mis propias ideas, me contrapuse a mí mismo, concordé en algunos puntos y demás. Fue agradable, más de lo que parece. De pronto me dieron ganas de estornudar. Saltó un moco de mi nariz y me manché hasta la parte superior del labio. Estoy solo, así que me limpié con mi muñeca. Igual, nadie lo sabrá. Me limpié y seguí hablando conmigo. Noté entonces esa sensación de compañía. Miré alrededor del cuarto y ahora me encontraba en todas partes, en mi silla, en mi escritorio, hasta en este texto me encuentro. Cerré los ojos, también me encontré adentro, en la oscuridad, en la luz, en la muerte y todo lo que sigue después de ella. No sé ustedes, yo me recosté en mi silla, sonriente. Reconfortado de saber que en mi soledad estoy en compañía.

Instagram: jc_carax

José C.

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