Legnas: la profecía I

Legnas: la profecía I

Ambar Marin

18/02/2023

Prefacio:

20 de mayo del 2000:

El reloj de la Torre Mayor marcaba las diez y treinta de la noche, se había pasado toda la tarde amenazando con llover y por fin comenzaban a caer las primeras gotas. Era algo natural teniendo en cuenta que aún era primavera, pero esa noche había algo raro en el ambiente.

La lluvia se desató.

Las personas corrían por todos lados buscando refugio; cafeterías, bares, portales, todo estaba lleno. El tráfico se estancó y se fue la luz, siendo los relámpagos la única iluminación de la ciudad de Nordella. Parecía como si la furia del Cielo se estuviese descargando sobre la tierra.

Un relámpago cruzó el firmamento y la silueta de un hombre con capucha, escondiendo algo entre sus brazos, quedó al descubierto.

—¡Ahí está, atrápenlo! —gritó una voz a casi setenta metros del encapuchado.

El hombre comenzó a correr hacia la zona baja de la Gran Avenida Norte y detrás de él, tres individuos le perseguían. Iban pisándole los talones cuando dobló la tercera esquina a la izquierda, dirigiéndose a la calle Florencia. Saltó hasta la azotea de una de las casas con la esperanza de despistarlos, pero sabía que eran buenos guerreros y que le resultaría difícil la tarea.

Su corazón latía desenfrenado y el profundo dolor que permanecía en su pecho desde hacía unas horas, amenazaba con ahogarlo. Pensar en América lo debilitaba, pero no podía detenerse; su amada estaba muerta y solo le quedaba una cosa: su hija. Tenía que salvarla, ella tenía que vivir.

Continuó corriendo, saltando de techo en techo; desde la azotea de una casa a la segunda planta de otra; distancias de más de veinte metros como si volara, hasta que por fin les perdió la pista a sus perseguidores.

Cuando estuvo seguro de que ya no le seguían, se dirigió nuevamente a la Gran Avenida Norte, hasta la casa número setenta y tres; esa en las que tantas horas había pasado junto a su esposa y sus amigos humanos.

Tocó el timbre dos veces y nadie respondió. Insistió durante varios segundos, hasta que escuchó unos pasos dentro de la vivienda.

—¿Quién está ahí? —preguntó una voz masculina desde el interior, pero él no respondió. Volvió a tocar la puerta.

—¿Quién es? ¿Qué quiere? —El encapuchado siguió sin contestar. Esa no era la voz que deseaba escuchar.

La puerta se destrabó. El hombre del interior abrió solo una rendija, lo suficiente como para alumbrar el rostro de su visitante.

El repentino foco de luz incidiendo sobre sus ojos, lo hizo dar unos pasos atrás y, segundos más tarde, la puerta se abrió completamente. Un joven de unos veintitrés años de edad lo recibió. Iba descalzo, llevaba pantalones de dormir y un evidente rostro de desconcierto. En una mano traía una linterna y en la otra un bate de beisbol.

El encapuchado descubrió lentamente su rostro mostrando a un joven de pelo negro y ojos verde azules con un brillo muy inusual. El dueño de la casa se apartó un poco de la puerta, puso el bate contra la pared y luego de pasarse las manos por el rostro, suspiró profundo.

Que ese hombre estuviera en su casa a esa hora, no podía significar nada bueno.

—¿Quién es, cariño? —Una joven en sus últimos meses de embarazo bajó las escaleras con otra linterna en la mano.

—Es para ti. —La chica, confundida, se acercó a la puerta y le alumbró el rostro al visitante.

—¿Nick? —preguntó con verdadero asombro—. Oh, Dios mío, ¡estás empapado! Pasa. Mike, trae algo para que se seque.

—No, gracias; no tengo tiempo —dijo Nick, apresurado—. Lo siento Em, América no lo ha conseguido y yo no voy a poder criarla.

—¿De qué estás hablando?

Nick miró a todos lados para asegurarse de que no hubiera nadie y luego retiró las mantas que traía en brazos.

—Su nombre es Jazlyn, es nuestra hija.

—¿Dónde está América? —preguntó Emily con las lágrimas amenazando con salir.

—Lo siento. —Se pasó una mano por el rostro como si con ese gesto pudiera olvidar las últimas horas—. Hace poco más de una hora que nació y no fue un parto sencillo, creo que tiene fiebre y me están siguiendo. No tengo a quién más acudir, Emily. Sé que tú la protegerás, que ustedes lo harán.

Miró a Mike y luego a la chica; colocó a su hija en sus brazos y le dio una pequeña bolsita roja. Luego se marchó bajo la lluvia sin dar más explicación.

CAPÍTULO 1: Dream Park

01 de mayo de 2020:

Jazlyn:

—Olivia, más te vale no demorar o me marcho sin ti, ¿de acuerdo? —amenazo a mi hermana desde la puerta de su habitación.

—Cinco minutos y estoy lista. —Ruedo los ojos sin creer una palabra.

Su mirada oscura se encuentra con la mía a través del espejo de la cómoda. Está intentando atar sus rizos rebeldes en un moño alto; algo que considero una batalla perdida. Ese pelo acabado de salir de la cama es indomable.

Lleva un pantalón negro de cintura alta, una blusa rosa pálido de mangas cortas y unas sandalias de tacón cuadrado, por suerte, no tan altas como las que acostumbra usar. Está preciosa como siempre, pero no me molesto en decírselo, pues, cuando la vuelva a ver, ya estará con un vestuario diferente. Es por eso que estoy convencida de que estaré esperando, como mínimo, media hora.

—Cinco minutos, entonces me voy —le advierto.

Bajo las escaleras a paso lento por miedo a tropezar y caerme, pues, por desgracia, solo he dormido dos horas. Bueno, por desgracia no, por idiota, ya que fue decisión mía quedarme hasta altas horas de la madrugada leyendo Pacto de sangre, el primer libro de la fascinante trilogía Almas oscuras de María Martínez.

¿Punto a mi favor? Lo terminé y ahora no veo el momento de comenzar con el segundo. Tengo un flechazo con William Crain.

Voy directa al refrigerador, saco una jarra con jugo de ciruela, vierto el líquido en un vaso y cojo uno de los sándwiches que mamá nos dejó preparado. Mi estómago ruge con el delicioso aroma.

Con mi suculento desayuno, me desparramo en el sofá de la sala, resignada a esperar a la impuntual de mi hermana. Enciendo el televisor y me acomodo.

Mirla Hudson, la comentarista de “Mitos y leyendas”, un famosísimo documental que dan a las siete y treinta de la mañana y que, para mi suerte poco madrugadora, retransmiten a las cuatro de la tarde, está dando los cordiales buenos días.

Perfecto, Olivia puede perder la próxima hora en su habitación, que yo no me voy a quejar. Subo el volumen al mismo tiempo que comienza el habitual resumen.

El día de hoy estaremos hablando, a petición de muchos de ustedes, de los Nefilim.

Según el relato bíblico de Génesis, los Nefilim eran una legendaria raza de gigantes híbridos, surgidos como resultado de la unión antinatural entre los ángeles caídos y las mujeres humanas.

Hombres de gran altura y poderosas habilidades que dejaron un legado de violencia y terror a su paso.

Pero, primero, vamos a comerciales…

—Estoy lista.

Oh, no, no, no, no. Tan rápido no.

Maldita sea. ¿Por qué tan pronto?

Han pasado solo diez minutos desde nuestra conversación y debo destacar que no me ha hecho quedar mal. Se ha cambiado de ropa; ahora luce un pantalón mezclilla, un pulóver negro con la espalda al aire y unas botas del mismo color. El pelo lo trae suelto.

—¿Cómo conseguiste cambiarte en solo diez minutos? —pregunto, confundida.

—Me has amenazado. —Se encoge de hombros—. Además, tenía esta muda apartada por si la anterior no me convencía. ¿Nos vamos?

Regreso mi mirada al televisor, al mismo tiempo que la señorita Hudson comienza hablar.

—Oh, no. —Escucho decir a mi hermana y el televisor se apaga. La observo con mi mirada de perro lastimero, pero ella ni se inmuta—. Olvídalo, cuando esa mujer se pone a hablar, pierdo a mi hermana. Ahora, levanta tu trasero del sofá y larguémonos.

—Oli, por favor. Está superinteresante el documental. Trata de los Nefilim.

—No sé qué significa eso. Vámonos. —Sujetándome de las manos, me levanta del sofá.

—Los Nefilim son…

—Tampoco quiero saber, Jaz.

—Es solo una hora, podremos salir después.

—Jazlyn, tú bien sabes que el parque se repleta, será un fastidio entrar más tarde. Hoy es un día especial; deja de comportarte como una niña.

—¿No vas a desayunar? —Hago mi último intento y recuerdo que he abandonado mi sándwich en la mesa del centro sin siquiera probarlo.

—¿Cuándo me has visto desayunar a esta hora?

—De acuerdo. —Me resigno.

Tendré que buscarlo después porque estoy segura de que la retransmisión de la tarde también me la voy a perder. Hoy promete ser un día intenso y extremadamente largo.

Cojo el jugo de ciruela, lo bebo de una vez y guardo el sándwich en el frío. Se va a poner tieso y no va a haber forma humana de comérselo más tarde. Regreso a la sala donde mi hermana me espera, pero me detengo ante su mirada escrutadora.

—¿Piensas ir así? —Con su dedo índice apunta a mi cuerpo y lo señala de arriba abajo. Miro hacia el lugar y no veo nada raro: pantalón negro con un hueco en cada rodilla, suéter blanco, zapatillas Nike y una mochila.

—¿Qué tiene?

—Que nunca te arreglas.

—Si sabes que nunca lo hago, ¿para qué protestas?

Ella sonríe ante mis palabras y, cogiendo su mochila, salimos de la casa.

Hoy es primero de mayo, el primer día del mes más importante para los ciudadanos de Nordella, pues desde hace casi dos décadas las estaciones del año están alteradas. Ya sea primavera, verano, otoño o invierno, durante estos treinta y un días, puede aparecer cualquiera. Es un misterio que atrae a millones de turistas curiosos.

Una vez nos montamos en mi auto, un FIAT 850 heredado de mi abuelo, Olivia pregunta:

—¿Adams no viene con nosotras?

—Hoy no puede, tiene que trabajar o algo así.

—Es una lástima —cometa antes de concentrar su mirada en la ventanilla y yo sonrío para mis adentros. Ella lo niega, pero es obvio que está profundamente enamorada de él.

—Por cierto, ¿qué crees que será este año? ¿Invierno? ¿Verano? —pregunto para eliminar el fantasma de mi amigo, sin embargo, al ver que no contesta, continúo—: Realmente me gustaría que fuera invierno; adoro el frío.

—A mí me da lo mismo —responde al cabo de unos segundos y yo suspiro profundo mientras me hago a la idea de un viaje tranquilo.

Mi hermana es del tipo de persona que no puede parar de hablar, está siempre parloteando, no importa el tema; el problema es no estar en silencio y solo hay dos ocasiones en las que parece que le comieron la lengua: una, cuando está frente a Adams y la otra es, precisamente, cuando le hablan de Adams. No es capaz de decir más de dos palabras que tengan coherencia; se encierra en su cabeza totalmente.

Adams Hostring es mi mejor amigo; lo conozco desde hace tres años y medio y ha sido el amor de la vida de Olivia desde entonces. Es que en realidad es el chico perfecto, todo lo que puedes desear en una persona lo tiene él; es amable, generoso, leal, cariñoso, responsable y muy sabio. Un paquete perfecto de cualidades, envuelto en un cuerpo de muerte, con unos músculos increíbles. Está para morirse y resucitar solo para verlo.

Oli dice que él siente algo por mí y precisamente esa es la razón por la que no hablamos mucho de él. No creo que sea cierto; de igual forma, para mí es solamente un amigo, muy querido, pero solo un amigo.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, detengo el auto en uno de los estacionamientos exteriores del Dream Park, uno de los lugares más increíbles en New Mant, lista para celebrar el primer día del mes más importante de todo el año. Un mes que, desde que el clima se descontroló hace casi dos décadas, es de fiesta de principio a fin.

Salimos del Fiat con las mochilas al hombro y junto al tumulto de personas que tienen el mismo objetivo que nosotras, disfrutar de esta aventura mayanera, nos dirigimos a la entrada del parque.

«“FIESTAS DE MAYO”» Nos saluda el letrero encima del portón.

—¿Lista? —pregunta mi hermana con una radiante sonrisa. Suspiro profundo.

—Sí. ¿Y tú?

—Nací lista, hermanita. —Claro que sí. Cuando se trata de fiesta, Olivia Lautner siempre está lista—. ¿Desvelada de nuevo? —pregunta mientras estudia mi rostro—. Tienes unas ojeras horribles.

La fulmino con la mirada por su menos que agradable puntualización y ella solo se encoge de hombros.

—Yo solo decía. ¿Entramos? —Creo que tendré que dejar de leer hasta altas horas de la madrugada; al otro día tengo una cara de oso panda que da miedo.

—Claro que sí.

Cruzo mi brazo con el de ella y entramos. En la puerta hay varias chicas disfrazadas de princesas de Disney entregando mapas del parque, pero Olivia y yo hemos vivido desde siempre en Nordella y somos de la generación que se conoce el lugar como si fuera su propia casa. Antes acudíamos con nuestros padres, pero desde que cumplimos dieciséis años, venimos sola. Al principio era solo de día, sin embargo, luego de los dieciocho y al demostrar que somos chicas responsables y bien portadas, los permisos se extendieron también a la noche.

Siguiendo nuestro itinerario de año tras año y aprovechando que es lo más cerca que nos queda, nos vamos al Fun Castle, un parque de atracciones que, pese a no ser el único en el Dream Park, es el mejor.

Son solo las ocho y diez minutos de la mañana cuando entramos al castillo y ya está repleto de niños con sus familias y jóvenes como nosotras, dispuestos a pasarla en grande. Corremos hasta el patio ignorando todo a nuestro alrededor, pues las atracciones que nos interesan, esas que son para mayores de dieciocho, están fuera, en el terreno que pertenece al jardín del castillo.

Nuestra primera parada es la montaña rusa Heavenfall, la más alta, rápida y terrorífica de todos los tiempos. Un recorrido de quince minutos, a veces lentos, otras veces más rápido y otras en los que la velocidad de la luz, te parece un caracol.

Cuenta con tres túneles. Antes del primero todo parece en cámara lenta, pero una vez que todo se pone oscuro y las estrellas y planetas comienzan a salir imitando la galaxia, el recorrido se descontrola. Vueltas y más vueltas, zigzag, metros de cabeza y otros sintiendo como la gravedad quiere sacarte el corazón del pecho. Todo eso con la imagen de estrellas fugaces, cometas y meteoritos que dan la sensación de que se estrellarán contra nosotros. Los efectos son increíbles, creo que es a base de hologramas, no estoy segura.

Cuando el túnel se acerca a su final, hay una pendiente, todo parece indicar que saldrás volando y esa es la sensación cuando todo se queda blanco y la velocidad disminuye para transitar el segundo túnel que tiene como concepto el Cielo. Imágenes de nubes, ángeles y querubines, aparecen a nuestro alrededor. En un momento dado, se ven dos ángeles luchando, uno de una belleza increíble y otro vestido de soldado romano. La batalla es intensa, ambos están en igualdad de condiciones y no es hasta que el guerreo vence, que el viaje vuelve a descontrolarse.

Una de las bajadas más grandes, intensas y de mayor velocidad, mientras todo va cambiando de color, de un azul pálido a un rojo fuego, al mismo tiempo que el ángel derrotado va cayendo y sus alas se van quemando poco a poco. El tercer túnel es el Infierno.

Aterrador al mismo tiempo que emocionante. Un recorrido lleno de vueltas, subidas y bajadas acompañadas de demonios quemándose en el infierno; perros rabiosos que intentan soltarse de su agarre y dan la sensación de que nos van a comer de un solo bocado. Llamas de fuego (todo proyectado en una especie de pantalla que da la impresión de que está sucediendo en verdad) y gritos de terror que junto a los de los pasajeros, se vuelven casi irresistibles.

Una travesía emocionante, brutal, que cada año es diferente y le agradezco a Dios y a mi hermana no haber podio desayunar porque si no, estaría vaciando mi estómago justo ahora.

A pesar de que quiero subir al Péndulo, la Noria, el Dragón y el Avión, Olivia únicamente accede a la Noria pues, según ella, su estómago no resiste un movimiento brusco más. La pobre sufre de pendejitis aguda; de milagro consigo que se suba a la montaña rusa.

Me burlo de ella mientras hacemos la cola para la Noria y cuando estamos en lo alto, admiramos la maravillosa vista que nos ofrece el Dream Park. Agradezco la oportunidad de vivir cerca de un lugar tan increíble como este. Me gusta mucho la adrenalina, el sentimiento de estar al límite, pero como conozco a mi hermana, hoy, por ser el primer día, lo paso con ella y mañana ya he quedado con unos amigos para disfrutar a lo grande.

Cuando bajamos de la Noria, el trencito que recorre todo el parque está a punto de salir y, sin pensarlo, nos montamos. Son las nueve de la mañana cuando llegamos a la feria ambulante, esa que cada año está en un sitio diferente y que hoy le corresponde a la entrada que limita con la Ciudad de Korok.

Olivia me anuncia que tiene hambre por lo que nos detenemos en una cafetería a desayunar. Luego de unos donuts y un café para ella y un croissant y un batido de chocolate para mí, nos adentramos en la feria.

Divertidas, caminamos por las repletas calles mirándolo todo con admiración y tirándonos fotos en poses raras junto a estatuas vivientes.

—¡Dardos! —grita llamando la atención de las personas cercanas a nosotras mientras señala un puesto de lanzar dardos.

Supongo que empezaremos por ahí.

Olivia y yo tenemos esta extraña fascinación por las atracciones de lanzar o disparar para reventar globos, que nos volvemos locas con solo verlas. No sé por qué, pues la puntería de las dos es pésima, de hecho, nunca hemos logrado ganar ninguno de los premios y eso que lo hemos intentado bastante. Cualquiera diría que, para la cantidad de veces que jugamos estas cosas, ya deberíamos haber perfeccionado nuestra puntería, pero yo, que soy la mejor de las dos, cuando más he acertado han sido cuatro globos de diez. Sí, doy asco; no obstante, Olivia solo ha acertado dos, así que no estoy tan mal.

Compro un paquete de diez dardos para cada una.

—Ok, hoy voy a arrasar —anuncia mi hermana y yo ruedo los ojos—. ¿No me crees? Que poca confianza me tienes. —La muy pilla se hace la ofendida y yo decido seguirle el juego.

—Sería incapaz, hermanita. Es más, si ganas, quiero… —Hago una pausa mientras observo los peluches dispuestos como premios y me enamoro del oso panda que me debe llegar a la cintura—. El panda.

—Eres predecible, Jaz. Sabía que elegirías ese.

¿Y qué culpa tengo yo? Es mi animal favorito.

Olivia se pone en posición, respira profundo intentando concentrarse y luego lanza el dardo que, por suerte y gracia del Señor, da en el blanco.

—¡Sí! —grita, emocionada, haciendo un gesto de victoria con su mano. Me río, se ve ridículamente tierna—. ¡Vamos por ese oso!

Para nuestra sorpresa, el segundo y tercer dardo explotan los globos, rompiendo así, su marca personal; pero desgraciadamente, los restantes fallan estrepitosamente. Le quedan solo dos dardos cuando, poniendo las manos en su cintura, se queja:

—Oh, demonios, qué mala suerte tengo; pero no te preocupes, de aquí nos vamos con ese oso panda. Te lo prometo.

Sonrío ante su gesto contrariado y su esfuerzo por sonar segura para conservar su orgullo intacto. Aunque acierte los dos tiros que le quedan, no ganaremos nada y, conociéndola, ya agotó su buena suerte.

—Estoy segura de que así será.

Se prepara para lanzar su próximo dardo cuando la risa de una niña cerca de nosotras, llama mi atención. Está sentada en los hombros de un chico más o menos de nuestra edad, mientras él corretea y ella se sujeta a sus cabellos. Eso me recuerda a papá, hacía lo mismo conmigo y Oli cuando éramos pequeñas.

Aparto la mirada de tan entrañable imagen para concentrarme en mi hermana cuando algo más capta mi atención, dejándome completamente paralizada.

Unos metros más allá, cerca de un punto de comida rápida, dos jóvenes se tiran fotos. La chica es la que tiene el móvil en una mano y una botella de jugo en la otra; no consigo verle el rostro. A su lado, hay un joven de tez blanca, demasiado diría yo, con el cabello rojizo un poco largo y un cuerpo bastante apetecible. Solo veo su perfil derecho, pero es suficiente para saber que es guapo, aunque su cara de mala leche deja mucho que desear. Parece enojado con su compañera mientras bebe una cerveza.

Sin embargo, nada de eso importa, no soy de las que se desviven por los chicos guapos; conozco a muchos y no babeo por ellos. Lo que realmente llama mi atención es lo que me hace sentir; esa sensación en el fondo de mi alma que me dice que lo conozco, que lo he visto en algún lugar; pero sé que no es cierto, pues tiene una cara que es imposible olvidar.

La sonrisa que adornaba mi rostro desaparece a medida que los latidos de mi corazón van en aumento. Mi mente se esfuerza por encontrar la razón por la que me resulta tan familiar, pero nada. Cuando se voltea en mi dirección y sus ojos, que no consigo identificar el color debido a la distancia, se encuentran con los míos, siento como todo el aire se escapa de mis pulmones y el mundo a nuestro alrededor desaparece.

Me observa detenidamente, con el rostro inclinado hacia un lado y el ceño fruncido. Se ve tan confundido, tan contrariado como yo y, aun así, la intensidad de su mirada me hipnotiza.

—Bueno, he fallado. Era de esperarse. —Escucho murmurar a mi hermana—. Jazlyn. ¿Jaz? —Su mano en mi brazo me saca de mi abstracción y la miro—. ¿Sucede algo?

—No, nada —digo sacudiendo la cabeza para liberarme de esa sensación tan rara que me ha provocado el solo mirarlo.

Concéntrate, Jazlyn.

Con los dardos en mi mano, me posiciono en la línea de tiro y me preparo. Demonios, no quiero lanzar, sé que voy a fallar y esto va a ser increíblemente vergonzoso.

He escuchado por ahí que los humanos sabemos cuándo alguien nos está mirando; escopaestesia, creo que lo llaman. Yo nunca antes lo he experimentado, pero ahora siento el calor de su mirada en cada centímetro de mi piel, algo sumamente raro para mí.

Ignorando ese hecho, me preparo para lanzar y como es obvio, fallo. No me extraña, mi brazo tiembla como gelatina. Tiro el segundo dardo y vuelvo a errar.

Dios, mátame aquí mismo; ya sé que no me quieres.

Me preparo para lanzar el tercero, pero antes de completar la acción, me congelo.

Mi corazón, que, si bien no había regresado a su ritmo normal, ya se había calmado un poco, vuelve a iniciar su maratón; mis manos sudan como nunca y los oídos me pitan, pero lo realmente insoportable es el nudo que tengo en la garganta que no me deja tragar con normalidad. ¿Pero cómo hacerlo si lo tengo detrás de mí? Demasiado cerca como para sentir el calor de su pecho contra mi espalda y el roce de su pelo cuando inclina su cabeza sobre mi hombro.

—No le vas a dar a nada si sigues en esa posición —susurra con voz grave y mi corazón se detiene por unos segundos para luego continuar con su marcha desenfrenada.

#bocadillo

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