En ese momento lo vi. Pude oír el sonido de la noche tan claro como el humano podría haberse permitido en ese mismo instante. Un instante, todo claro.
Siempre me reconforto saber que estaba en mi poder alcanzar la muerte de una manera bella, hermosa…artística. Digno de una existencia efímera y fugaz, que no le importaría a absolutamente nadie dentro de cien, cincuenta o incluso diez años. Bueno, seguro ya nada importaría en el segundo posterior al acto, ya que no estaría ahí.
Por eso lo supe, si, inmediatamente lo supe: terminarlo todo no iba a ser doloroso. Ya que sabia algo: había cumplido mi cometido, porque no habia ninguno en primer lugar.
Camine por el caos y me asegure de limpiar mis pies en la alfombra al salir de la casa de la locura. El «bienvenido» que alguna vez estuvo en esta ya se había borrado hace tiempo, solo estaba extendiendo un poco mi estadía. La prorroga de un cuerpo que debería de haber pasado a cadáver hace tiempo. No creí que debiera seguir allí.
Subi las escaleras. Detrás me seguía la muerte, subiendo los escalones uno por uno. Sin prisa.
Llegue al tejado del edificio y me fui acercando a la cornisa. Un simple movimiento de mi pie me dejo justo en el borde, permitiéndome sentir la brisa nocturna.
Estaba por dar el paso final cuando…
Lo vi. Habían marcado las doce. Escuche el primer estruendo y vi el colorido resplandor en el cielo, ese resplandor formado con pequeñas luces rojizas y amarillentas. Era idéntico al que recordaba haber visto hace años con mi padre cuando era niño.
Me quede observando.
El espectáculo nocturno era realmente bello.
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