Parte I
El Amanecer de la Esperanza
Capítulo I
Allen
122 A.E.
Toda mi vida me he hecho la misma pregunta.
¿Soy libre?
Nací en Satélite, crecí aquí y he vivido aquí los últimos 17 años de mi vida. Solo conozco este lugar, a las personas de aquí, lo único que he hecho desde que recuerdo es recolectar piezas dañadas, rescatar lo que aun funciona y desechar lo demás, esa ha sido mi vida.
No estoy encadenado, como comida, o bueno, lo más parecido a ella, pero aun así… ¿soy libre?
El Imperio nos deja vivir aquí, mientras no causemos alboroto y hagamos nuestro trabajo como chatarreros, nuestra supervivencia estaría garantizada. Pero, a pesar de esto, ¿Por qué estamos aquí? Yo no hice nada, ¿Por qué vivo en Satélite? A mi punto de vista, solo somos los perros del Imperio, ellos mandan y nosotros obedecemos, ¿Cuál es la libertad que tenemos? Lo he pensado mucho tiempo y siempre llego a la misma conclusión… no soy libre.
—Allen.
Vuelvo en mí mismo y miro hacia atrás.
—Oh, eres tú —dije—. ¿Por qué estás aquí?
La persona detrás de mí es Carla, una mujer de mi misma edad. Carla tiene el cabello negro, ojos cafés y piel color avellana, a mi punto de vista es una mujer guapa, tiene una figura discreta, pero una mente ágil.
—¿Cómo que por qué? —Preguntó Carla—. El jefe te manda a buscar, Allen.
—Dile al anciano que iré más tarde —respondí con desgano—. Ya hice mi trabajo el día de hoy.
—Allen, creo que el jefe quiere decirte algo importante, lo noté muy serio —insistió Carla.
—¿Hablas en serio? —pregunté.
—Sí —respondió Carla.
No lo pensé dos veces y comencé a ir hacia la ubicación del jefe, nuestro líder por así decirlo, es el hombre más viejo de aquí, tiene 66 años de edad, las personas en Satélite no viven mucho por los gases tóxicos que hay en este lugar, la taza de vida es de 50 años, y eso es con suerte, pero el jefe de alguna forma ha logrado llegar a los 66 años, quizás por eso lo respeto un poco.
—Permiso —dije entrando a la oficina del jefe—. ¿Me mandó a buscar, señor?
—Sí —dijo una voz—. Pasa, Allen.
El jefe tal y como lo dije, es un hombre de 66 años. Un hombre mayor, calvo y de tez negra, tiene mala vista y por eso usa gafas negras, porque según dice es sensible a la luz solar, viste una bata de laboratorio blanca, pantalón negro y zapatos oscuros.
—¿Por qué me llamó, señor?
—Allen, ¿Qué es la vida?
—¿Disculpe?
—La vida, ¿Dime que es?
Estoy extrañado, ¿Por qué me pregunta eso?
—La vida es esto, nuestro día a día.
—¿Y es bueno? La vida que llevamos, ¿Es buena?
—Por supuesto… que no.
—Oh, ¿Y eso por qué?
—Vivimos como ganado, señor. Encerrados en Satélite, somos los perros del Imperio, sus esclavos, nuestra existencia sirve únicamente para desechar la basura que los Stars desechan desde las Estrellas.
El jefe guardó silencio y se sentó tranquilamente en su silla de madera, así estuvo durante casi 5 largos minutos, sin decir palabra alguna.
—Allen, tu respuesta… la acepto.
—¿Cómo así?
—Somos esclavos, tienes razón en eso.
—¿En serio?
—Sí.
—Entonces, ¿Qué haremos?
—¿Haremos? ¿De qué hablas?
—Usted lo aceptó, somos esclavos, ¿Qué haremos para salir hacia adelante?
—Creo que te confundes, Allen… yo no haré nada.
Esto, esto es… confuso. Él me llamó aquí, pensé que era para algo importante, luego me hace esas preguntas, ¿todo fue por nada? No comprendo a que desea llegar.
—¿Acaso tengo cara de estúpido, señor? —pregunté molesto.
—No —negó el jefe—. No eres estúpido, Allen.
—¿Entonces? —lo miro fijamente—. ¿Por qué me hizo venir hasta aquí?
—Satélite ha existido desde hace 122 años, o eso dice el Imperio. La verdad es que dudo que esto continúe así mucho tiempo más —explicó el jefe.
—¿Puede ser más claro, señor? —pregunté.
El jefe se quitó las gafas negras y miré sus ojos, rara vez los veo, su mirada está casi por completa blanca, no debe poder ver mucho en su estado actual.
—Allen, el Imperio nos eliminará pronto.
—¿Qué ha dicho, señor?
—Seremos erradicados, Allen. No nos queda mucho tiempo.
—¿Cómo sabe eso?
—Desde hace 7 años he recibido información en forma de códigos desde el exterior, Allen. Gracias a eso he podido saber movilizarlos de la mejor forma posible, en que ruta ir y no perder muchos habitantes, también sé que el Imperio en secreto nos han ido matando poco a poco en estos últimos 122 años, para que nuestra población no supere las 100 personas.
—Claro, eso tiene sentido. Es por eso que cuando hemos tenido un número alto de habitantes, siempre ocurre algo y terminamos nuevamente en números rojos.
—Exactamente, somos los perros del Imperio. Sin embargo, juntar muchos perros es peligroso, es mejor tener un número manejable el cual se puede controlar desde el exterior.
—Señor, ¿Quién le ha brindado esa información?
—No la conozco, Allen. Solo sé que es mujer.
—¿Una mujer? ¿Pero cuál es su nombre?
—Se hace llamar R.R.
—¿R.R.? Es un nombre raro, aunque claro, más que un nombre, eso suena…
—A un seudónimo, sí, eso es lo que es.
—¿Por qué me dice todo esto, señor?
El jefe sonríe un poco y responde mi pregunta.
—Porque tú eres como yo, Allen. Somos unos infelices que no nos conformamos con lo que tenemos, deseamos conocer que hay más allá, deseamos abrir nuestras alas y volar hacia el futuro.
—Señor, no sabía que usted pensaba así.
—Pero desgraciadamente, Allen… yo no puedo ir más lejos.
—¿Señor?
—Voy a morir, Allen. No me queda mucho, según R.R. el Imperio nos atacará a muerte en tan solo un mes, o quizás menos, no pudo darme una fecha exacta.
—¿Qué vamos a hacer?
—¿Qué harías tú?
—¿Yo?
—Sí. Dime, Allen… ¿Qué harías tú?
Apreté mis puños y respondí con seguridad.
—¡Pelearía! ¡Lucharía contra esos malditos cerdos Imperiales!
—Eres un suicida, Allen. Pero eso es lo que necesito, un maldito suicida que arriesgue su vida por cumplir su propósito.
—Siempre he pensado que merecemos más, señor. Nacimos aquí, debemos agradecer estar vivos, ¿Pero por qué debemos conformarnos con esta vida? Nos tratan como ratas, aunque no hicimos nada para merecerlo.
—Es cierto, así nos tratan. Tu abuelo me dijo algo antes de morir, ¿sabes?
—¿De verdad? Él murió hace casi 10 años, ¿Qué dijo él?
—Dijo “Aquellos que están decididos a cambiar algo, deben estar dispuestos a ensuciarse las manos”, eso fue lo que me dijo tu abuelo.
—Ya veo. A mi parecer tiene razón, señor.
—Allen, al igual que tu abuelo, tú eres un coordinador, he leído tu trabajo y revisado tus códigos, realizas buenos programas.
—Gracias.
—R.R. ha sido un buen aliado, desconozco porque hace lo que hace, pero al ser personas que nacimos en Satélite, no tenemos lazos con el exterior, tener a alguien como R.R. ayudándonos desde las sombras ha sido un apoyo invaluable.
R.R. ¿Quién será esa persona? Si sabe tanto sobre el Imperio quiere decir que es de afuera, seguramente vive en alguna de las tres Estrellas y, también debe ser una Stars.
¿Por qué no ayuda?
¿Es seguro confiar en ella?
—Si lo que dijo R.R. es cierto, en un mes o menos que eso seremos exterminados, ¿Dijo por qué el Imperio decidió eso?
—No pude codificar bien su último código, pero lo que entiendo es que el Imperio decidió que ya no somos útiles, por lo que seremos eliminados.
—¿Así de fácil?
—Sí. Así de fácil.
El Imperio nos ve como peones en un juego de ajedrez, peones desechables que pueden tirar a la basura cuando lo deseen. Es humillante, somos seres humanos, estamos vivos, también tenemos derecho, merecemos poder dar nuestra opinión, merecemos… ser libres.
—Actualmente somos 78 habitantes, 80 contándonos a ti y a mí —comenté—. No tenemos una nave en la cual huir, y aunque la tuviéramos, seguramente no sería una de carga, lo cual dificulta las cosas.
—Oh, ya estás pensando en un plan —dijo el jefe—. Tranquilo, Allen. Eso déjamelo a mí, necesito que tú hagas otra cosa.
—¿Qué seria, señor? —pregunté.
—R.R. me envió un código especial, dijo que es necesario para nuestra supervivencia —respondió el jefe—. Yo no pude descifrado, pero quizás tú puedas, sin eso descifrado, temo que estamos condenados.
—Cuanta presión —sonreí con dificultad.
—No era mi intención, pero debo ser sincero —dijo el jefe.
—Lo sé, señor —asentí—. Deme el código, yo lo descifraré.
De acuerdo conmigo, el jefe me indico el ordenador en donde se encuentra el código, lo transferí a una tableta, decidido a descifrarlo en mi habitación.
—Por cierto, Allen. Esa linda muchacha, ¿Carla? ¿Sales con ella? —preguntó el jefe.
—¿Por qué pregunta? —alcé una ceja extrañado.
—No me mires así, es solo una duda —bromeó el jefe—. Merecemos ser felices, no te niegues al amor.
—¿Usted estuvo enamorado, señor? —pregunté.
—Una vez, pero ya está muerte —respondió el jefe con pesar.
—Lo lamento, señor —dije.
—No lo sabias, puedes estar tranquilo —comentó el jefe.
Asentí y me dirigí hacia la salida.
—Mañana lo tendré listo —afirmé—. Tiene mi palabra, señor.
—Lo sé, no serias Allen Red sino lo hicieras, nieto de Hao Red —señaló el jefe.
—Cuídese —me despedí y salí de su oficina.
Las noches en Satélite son frías, la luz solar no es muchas, pero al menos el día es algo cálido, pero las noches son heladas, aunque nazcas aquí y te acostumbres, no tiene por qué gustarte el frio que te congela hasta los huesos.
—Este es sin duda alguna el código más raro que he visto.
Llevo casi 2 horas mirando la tableta sin llegar a ninguna solución, ¿Qué es este código? ¿De verdad se puede resolver? Siempre se me ha hecho fácil descifrarlos, fue un juego de niños desde que mi abuelo me enseñó hace años, pero este código es raro, casi parece otra cosa.
—Vamos, ¿Qué eres? Dame una respuesta.
Le di mi palabra al jefe que resolvería esto para mañana, no puedo aparecer y decir que no logré nada, eso me haría quedar mal.
—¡Allen! —La voz de Carla llegó a mis oídos—. ¡¿Estás ahí, Allen?!
Miré la hora, ya pasan de los 21:15pm, es algo tarde para que Carla venga sin avisar.
—Adelante —dije.
Carla abrió la puerta de mi habitación y entró, su vestimenta cambió, ahora viste una ropa ligera que usa como pijama.
—¿Todo bien?
—Sí. ¿Y tú? Por como vistes, parece que ya vas a dormir.
—Era mi intención, pero quise ver como estas. El jefe no llama sino es importante, ¿Estás bien?
—Obvio, Carla. Ya me conoces, nunca pierdo los estribos.
Sin mi permiso, Carla camina y se sienta en el colchón de mi cama, un colchón muy desgastado, pero ante nuestro precario estilo de vida, tener un viejo colchón es mejor que nada.
—Tengo miedo, Allen —dijo Carla.
—¿Por qué? —pregunté, ella no sabe nada de lo que estas por pasar, ¿Por qué tendrá miedo?
Carla baja la mirada y suelta un leve suspiró lleno de pesar.
—No tengo a nadie, Allen. Mi papá y mamá están muertos, solo me quedaba mi hermano, pero falleció el año pasado, apenas tengo 17 años, pero ya estoy sola en este mundo.
—Carla…
—¿Por qué la vida es así? ¿Por qué nacemos en este mundo si solo vamos a sufrir?
Esas preguntas me las he hecho millones de veces, ¿Por qué diablos nacemos si es para vivir este estilo de vida? Si de verdad existe un dios como en el que los terrícolas creyeron hace siglos, ¿Acaso él disfruta vernos sufrir?
—No lo sé, Carla.
—Allen, es raro que admitas no saber algo.
—Soy un ser humano, no importa lo listo que sea, no tengo todas las respuestas.
—¿Por qué actúas tan amable?
—No entiendo.
—Siempre eres serio, incluso actúas con arrogancia, pero ahora estas actuando muy amable.
—¿De qué hablas? Viniste a mi habitación deprimida, solo quise animarte, ¿Eso me hace raro?
Carla soltó una divertida risa, ella actúa siempre como una mujer fuerte, eso la hace poco femenina, por lo que olvido en ocasiones que es solo una chica de 17 años que quedó sola en el mundo, actúa fuerte porque no puede sentirse débil, ya que la debilidad solo atrae a la muerte.
—Creo que me gustas, Allen —confesó Carla—. Leí que hace siglos los humanos se cortejaban, daban presentes para enamorar a la otra persona, un raro pero lindo juego. Claro, hoy en día nos juntamos por el simple hecho de reproducirnos, mis padres no fueron la excepción, no se amaban, pero se querían, vivieron así durante casi 10 años, luego murieron.
—Yo no sé qué es el amor, Carla —dije con sinceridad—. Me crio mi abuelo, nunca conocí a mis padres y mi abuela había muerto mucho antes de que yo naciera.
—¿A qué quieres llegar? —preguntó Carla.
—Eres una mujer con muchas virtudes, posees fortaleza y también inteligencia, claro que te aprecio, solo que no se si de la misma forma que tú a mí —respondí—. No quiero usarte sin darme cuenta, es eso.
—Deja que yo decida eso, ¿Sí? —Carla se acercó a mí y pegó su frente contra la mía—. ¿Soy bonita?
—Sí, lo eres —dije.
Lo siguiente que sentí, fueron los labios de Carla chocar contra los míos en un simple pero agradable beso, no me pregunten como lo sé, pero siempre supe que la primera vez que besara a una persona seria a ella.
—Es curioso, no pensé que compartir saliva y ADN sería tan agradable —comentó Carla, separándose un poco de mí.
—Cuando los humanos habitaban el planeta Tierra la vida seguramente era más fácil, podían relajarse y buscar a alguien especial —dije—. Pero nuestra vida es más complicada que eso, ¿cierto?
Carla asintió de acuerdo con mi comentario.
—Sabes, Allen. Leí en un viejo libro sobre Dioses, seres divinos en los cuales los terrícolas depositaban su fe y esperanza.
—¿Crees en ellos?
—Me es difícil, nací en Satélite, si los dioses son tan buenos, ¿Por qué nos dejan vivir así?
—Tienes un punto.
—Pero no habló del dios cristiano, sino de otros dioses, los dioses griegos. Son 12, o bueno, creo que son 12, había un dios de la guerra y una diosa de la sabiduría.
—Oh, tenían un dios para todo.
—Sí. Incluso una diosa del amor, ¿puedes creerlo? Esos griegos tenían mucho tiempo libre, ¿Quién necesita una diosa del amor?
—Al parecer los griegos.
—Seguían como un patrón, un código en su civilización. Lo pensé un poco y fue como si los dioses griegos les dieran pistas y los obligaran de una forma peculiar a tener fe.
—¿Fe?
—Algo, ¿Cómo te lo explico? Había héroes que cumplían misiones, pero luego de la misión eran los dioses quienes los salvaban, ellos solo cumplían la misión, lo demás era trabajo de los dioses.
—Espera un momento, Carla. ¿Estás diciendo que los dioses daban pistas?
—Sí.
—¿Pero no la solución completa?
—Exacto. Es raro, ¿verdad?
—No. No lo es…
Miré la tableta, en donde el código se encuentra aun sin descifrar, y entonces lo vi, pude verlo claramente por primera vez. Este código no es una solución al problema, si lo es en parte, pero no lo es todo. El código es solo una dirección, nada más, ¿Cómo no lo vi antes? Era tan claro.
Cuando el Imperio nos ataque, debemos ir a esta dirección, ya que ahí encontraremos la respuesta a nuestro predicamento.
Tal parece que los habitantes de Satélite, logramos avanzar al siguiente nivel.
—Veo que estas ocupado, Allen —dijo Carla—. Voy a retirarme, buenas noches.
—Gracias por entender —me disculpé—. Hablaremos mañana.
Carla asintió y salió de mi habitación.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, me dirigí a la oficina del jefe, no me molesté en tocar la puerta y entré directamente en ella.
—Soy Allen, jefe.
—Lo sé, te estaba esperando.
—¿Tanto confía en mí?
—Sí, lo hago.
El jefe y yo no somos extraños, cuando mi abuelo vivía, él y el jefe eran amigos, por lo que yo lo conocí desde muy pequeño. Pero al morir mi abuelo, nos distanciamos un poco, curiosamente, fue este último año cuando el jefe y yo comenzamos a hablar más de lo común.
—¿Por qué? —pregunté curioso—. ¿Por qué confía tanto en mí? ¿Es porque soy nieto de Hao?
—Tienes la misma lengua afilada que poseía tu abuelo —bromeó el jefe—. Pero sí, así es. Tu abuelo y yo fuimos grandes amigos, gracias a él yo pude darme cuenta de la verdad, que soy un esclavo.
Eso es curioso, el abuelo jamás tocó ese tema conmigo.
—Comprendo.
—Tu abuelo veía el mundo desde una perspectiva que yo no podía, pero cuando logré hacerlo, lo entendí todo, Allen.
—¿Qué entendió?
—Que nosotros, los humanos que nacemos en Satélite… no somos libres.
—¿Necesitó la ayuda de mi abuelo para darse cuenta de eso?
—Sí. Sé que suena tonto, más viéndote a ti que con tan solo 17 años ya llegaste a esa conclusión, pero sí, necesite la ayuda de Hao para darme cuenta de la realidad.
El Hao que yo conocí suena muy diferente al que el jefe narra.
—Mi abuelo fue un hombre cariñoso, siempre intentaba hacerme sentir bien. Pero jamás me habló de eso, quizás porque solo era un niño, ahora lo que lo pienso, posiblemente nunca llegué a conocer al verdadero Hao Red.
—O quizás él solo quería darte una buena infancia, o al menos una digna, teniendo en cuanta nuestro estilo de vida.
Puedo aceptar esa respuesta, no por completo, pero puedo aceptarla.
—Descifré el código —dije—. Está en la tableta.
—Lo sabía, solo tú podrías hacerlo —comentó el jefe con voz alegre—. ¿Qué es?
—Una dirección, señor —respondí—. Es una dirección, anoche me quedé investigando y está casi a 1 hora de aquí.
—No es tan lejos —comentó el jefe—. ¿Intuyes otra cosa?
Las palabras de Carla aún están frescas en mi cerebro, sobre esos extraños dioses griegos.
—Son solo suposiciones, señor —hablé—. Pero creo que algo caerá en esa dirección.
—¿Algo? —preguntó—. ¿Cómo que cosa?
—No sé a ciencia cierta que podrá ser, pero si R.R. es verdaderamente nuestro aliado, nos enviará algo que pueda salvarnos —argumenté.
El jefe guardó silencio, se tomó el mentón con la mano derecha y comenzó a pensar en silencio durante varios minutos, ¿Qué estará pensando?
—Allen, conocí a tu abuelo cuando este tenía 30 años —dijo el jefe de la nada—. 13 años después naciste tú, y luego tu abuelo falleció 7 años después, apenas llegó a los 50 años.
—¿A qué quiere llegar con eso, señor? —pregunté.
—Sígueme, Allen —ordenó el jefe—. Voy a mostrarle el mayor secreto de Satélite.
Asentí y lo seguí en silencio, el jefe me llevo a una bodega abandonada de la zona, entramos y, sorpresivamente, el jefe se acercó a un viejo panel de controles, presionó unas cuantas teclas, quizás marcando así la contraseña, y toda la bodega se iluminó.
—¿Esto tiene energía?
—Sí. Este lugar fue construido por tu abuelo, Allen.
—¿Mi abuelo? Debe haber un error, mi abuelo era solo un programador, no un ingeniero mecánico.
—No hay error. Hao me enseñó este lugar 4 años después que nos conocimos, cuando vio que podía confiar en mí, me enseñó todo esto.
Una pared en frente de nosotros se dividió en dos y nos mostró un pasillo oculto, había leído que estas cosas se podían hacer con la ingeniería mecánica, pero una había visto unas muertes inteligentes, debe ser normal en el exterior, pero no aquí en Satélite.
Las puertas mantenían ocultas unas escaleras que por su dirección, nos llevaba hacia abajo, nunca pensé que habría un sótano ahí abajo.
—¿Cuánto tiempo libre tuvo mi abuelo en vida?
—Invirtió su vida entera para llevar a cabo todo esto, tu abuelo fue un hombre como pocos, Allen.
—Viendo todo esto, me doy cuenta.
—Ya llegamos, mira bien lo que estoy a punto de mostrarte.
Al llegar al sótano, me di cuenta que es bastante espacioso.
—¿Qué va a mostrarme, señor?
—Según tu abuelo, esto sería la llave para el futuro…
El jefe encendió la luz y señaló hacia el frente, fue entonces cuando lo vi por primera vez.
—¿Qué diablos es eso…?
En frente de mí, a solo unos pocos metros se encuentra una extraña pieza de ingeniería mecánica.
Parece una avión de guerra, pero no lo es, tiene la cabina del piloto, pero sus alas son distintas, en vez de alas poseen la apariencia de un planeador, además es pequeño, ahí solo cabe una persona. Miré el metal con el que fue hecha y me doy cuenta que fue construida con piezas desechables, seguramente mi abuelo uso lo mejor que encontró en el basurero, viejas piezas del Imperio.
—Tu abuelo lo llamó SkyClock, desconozco porque usó ese nombre, pero así lo llamó —dijo el jefe.
—¿Esto lo construyó él? —pregunté.
—Sí —respondió el jefe—. Lo terminó pocos días antes de morir, Allen. Él me dijo que llevaba construyéndolo desde los 32 años.
—18 años, invirtió 18 años de su vida en esto… —toqué el SkyClock con mi mano—. ¿Qué se supone que haga yo con esto?
—Eso no lo sé, pero eres su nieto, así que confiaré en que sabrás que hacer, así como Hao confió en mi hace tiempo —comentó el jefe—. Puedes quedarte, yo debo irme, algunos hombres esperan que les diga cual será el trabajo de hoy.
—Bien —asentí—. Yo me quedaré un rato, señor.
Cuando el jefe se fue, me quedé completamente solo. Caminé hacia una vieja silla y me senté en ella, así duré varios minutos, pensando que debía hacer a continuación. El día de ayer en la mañana todo fue normal, nunca pensé que en la tarde del día anterior mi vida daría un giro de 180°, descubriría que nosotros los humanos nacidos en Satélite seriamos erradicados, y no solo eso, sino que mi abuelo resultó ser un genio en la robótica y mecánica.
¿Cómo pudo cambiar tanto mi vida en menos de 24 horas? Francamente, no tengo idea.
—Abuelo… ¿Quién rayos eras en realidad?
El SkyClock está a tan solo unos metros de mí, pero la presencia que proyecta es tan fuerte, parece un objeto místico traído desde el más allá, ¿Cómo pudo construir mi abuelo algo como eso aquí en Satélite? Me levanté de la silla y camine directo hacia el SkyClock, abrí la cabina del piloto y, luego de tomar aire, entré en ella.
Tal y como supuse, hay un tablero de control lleno de botones, un volante y dos palancas, nada fuera de lo normal, incluso el abuelo instalo una pantalla arriba del volante.
¿Cómo se prende esto? ¿Qué energía usa?
Busqué y luego de un rato, encontré una llave, debe ser la llave del SkyClock, la introduje en la única entrada disponible y unas luces iluminaron un poco la cabina, dando a entender que había podido encenderlo.
En la pantalla, apareció una oración: “Ingrese la Clave”.
¿Clave? ¿De qué rayos está hablando? ¿Cuál clave? Yo no tengo ninguna.
—Ingrese la clave —murmuré—. Vamos, abuelo… ¿Qué clave? Nunca me dijiste nada sobre esto, ¿Cómo quieres que conozca una clave?
Lo único que hacía con mi abuelo era codificar y descifrar códigos, eso fue lo único que me enseñó, hasta hace poco, desconocía que mi abuelo era bueno en la mecánica.
—Un momento —abrí los ojos con sorpresa—. Claro. Un código. Esa es la clave.
El primer código que me enseñó mi abuelo, aquella rara codificación que aprendí de él cuando tenía solo 6 años. Una persona normal no dejaría esa información en las manos de un niño tan pequeño, pero mi abuelo sabía algo que muchos desconocían, yo nací con memoria eidética, eso significa que nunca olvido algo que aprendo o veo.
Procedí a ingresar el código y guala, en la pantalla apareció la palabra “Confirmado”, así que sí resultó ser ese. No dudo de las capacidades mentales de mi abuelo, incluso me halaga el hecho que dejó esas pistas en mí, solo que no entiendo algo, ¿Por qué nunca me dijo nada? Es como si quisiera que yo no descubriera esto hasta que no fuera tarde.
¿Acaso él temía que le diera la espada? ¿Temía que huyera y lanzara todo su esfuerzo a la basura? No suena disparatado, porque aunque estoy ayudando, no es como si tuviera otra opción, después de todo vamos a morir muy pronto, ¿De verdad mi abuelo no confía en mí y dejó todo a la suerte? No. Eso no puede ser, el abuelo que conozco, el que me crio no es un hombre así, siempre confió en mí, no importa que tan loca sea esta situación, voy a confiar en él.
Y así, de la nada, la pantalla se ilumino y un video comenzó a reproducirse.
“Hola, Allen… ¿Cómo estás?”
No puede ser, ese es mi abuelo. Nunca había visto un video, la tecnología en Satélite no es tan avanzada para reproducir uno.
“Sé que debes estar confundido, tantas sorpresas y secretos en tan poco tiempo, quiero disculparme contigo, pero sé que no hay forma ni manera de hacerlo. Te engañé durante años, Allen. No soy quien crees que soy, tu abuelo no es más que un mentiroso”
¿Confundido? Claro que estoy confundido, sino me hubieras enseñado a guardar la calma y pensar con cabeza fría, ya estaría volviéndome loco.
“Allen, la carga que está a punto de caer sobre tus hombros, no es algo que una persona normal pueda sostener, pero estoy seguro que tú podrás hacerlo. Eres un niño. No. Ya debes ser un hombre, que irónico, mientras grabo esto, tú estás durmiendo, pero ahora debes ser un hombre adulto”
Eso lo comprueba, mi abuelo grabó esto cuando yo era solo un niño, sé que suena algo tonto, pero una parte de mi pensó que podría estar ahí afuera, pero no, está muerto.
“El SkyClock es una llave, Allen. Esta llave debe ser puesta sobre el Celestial y, cuando ambos se unan, las alas de la esperanza nacerán y Satélite podrá tener el poder para luchar contra el Imperio”
¿Llave? ¿Celestial? ¿Alas de la esperanza? Abuelo, ¿Por qué dices todo en forma de acertijo? Ya tengo el cerebro trabajando a mil por segundo, tus acertijos no me hacen la tarea más sencilla.
“Todo lo que debes saber ya lo sabes, está dentro de tu cerebro, eres la persona más lista que conozco, incluso más listo que yo. Suerte en tu misión, querido nieto, y recuerda, tú serás su jinete, el jinete que traerá la esperanza a la galaxia.
Esas palabras confirman algo que ya estaba pensando, mi abuelo nunca me dijo nada directamente, pero indirectamente sí lo hizo. En los pocos años que compartimos, de alguna forma mediante juegos o enseñanzas, él hizo que memorizara códigos importantes, como la contraseña que ingresé hace poco, no me quitó la infancia por completo, pero la disfrazo mientras en secreto me educaba para esta tarea.
Pero si eso es cierto, ¿Cómo supo el abuelo que esto ocurriría? R.R. es la mujer que le brinda información al jefe, pero eso apenas lleva 7 años, mi abuelo trabajó aquí desde hace 18 años, las fechas no cuadran. ¿Acaso lo intuyó? No. Es imposible, nadie puede predecir tanto el futuro, se pueden sacar cálculos, pero adivinar el futuro es imposible, ¿Entonces como lo hizo?
Además, me llamó el jinete, dijo que yo sería el jinete que traería la esperanza a la galaxia.
Dame un respiro, abuelo.
La palabra jinete se origina por los hombres y mujeres que montan caballos, animales de cuatro patas cuyo principal talento es correr rápido y llevar a una o dos personas encima de él.
Nunca he visto un caballo, aquí en Satélite ni siquiera hay perros o gatos, mucho menos un caballo. Este lugar está lleno de basura, no de animales. Según dicen, en las Estrellas los Stars más ricos tienen granjas llenas de animales traídos desde el planeta tierra.
¿Por qué somos tan diferentes a los Stars? Ambos provenimos del mismo planeta tierra, ¿Qué nos hace ser diferentes? Somos humanos, tenemos dos brazos y dos piernas, ¿Por qué nos tratan como basuras?
Salí del SkyClock con la mirada baja. Una parte de mi está contenta de poder haber visto a mi abuelo una vez más, la última vez lo vi fue antes que muriera, luego no me dejaron ver el cuerpo y fue cremado hasta volverse cenizas. Pero también, una parte, una parte muy pequeña… está molesta.
Ni siquiera en una grabación de video pudo hablarme de mis padres. Jamás los nombró, no me dijo si me quisieron o amaron, o al menos como eran, él nunca me dijo nada de ellos, crecí creyendo que fui abandonado a mi suerte.
Mi abuelo fue quien me crio, nunca tuve un papá o una mamá, pero lo tuve a él. Pero, aunque suene tonto, siempre intuí que mi abuelo me ocultaba algo, yo era solo un niño inocente en esa época, pero lo intuí, porque cuando él pensaba que no lo veía, su semblante cambiaba un poco, no a uno molesto, sino a uno lleno de melancolía, como si estuviera lamentando algo que hizo.
—Parece que se llevó ese secreto a la tumba —solté una risa seca—. Siempre tan misterioso, abuelo… fuiste así hasta el final.
Luego de dejar la bodega abandonada y cerrar todo correctamente, me topé con Carla a mitad de camino.
—¿Cómo estás? —le pregunté.
—Bien —respondió Carla—. El jefe me dio el día libre.
—Oh —dije con sorpresa—. Eso es bueno, quizás has trabajado muy bien recientemente.
—Yo siempre trabajo bien, doy lo mejor de mí —dijo Carla con voz orgullosa.
—Ya veo —comenté—. Aunque no tienes que decírmelo, eso ya lo sé.
—Gracias… —murmuró Carla.
No puedo tomarme este asunto como un juego, la vida de Carla y la de muchos más depende de mí. Sin importar la razón, el abuelo me dejó esta misión a mí, puso ese enorme peso sobre mis hombros y, como su nieto, debo aceptarlo y avanzar.
Salvaré a Satélite, no importa que tenga que hacer para lograrlo.
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