Era viernes, un día de invierno muy, muy frío. Había salido de la psicóloga y decidí sentarme en un café a tomar algo calentito, y mirar por la avenida cómo pasaban los autos como flechas por toda Avenida Callao. Solamente yo voy a la psicóloga desde Zona Oeste hasta Belgrano un sábado por la mañana, lo cierto es que cada vez que venía al centro de Buenos Aires me sentía un tanto turista de mi propio lugar. Es algo que no puedo evitar, me encanta sorprenderme siempre que vengo para estos lugares como si fuese la primera vez que veo tanta maravilla.
Elegí un asiento en la barra pegada al vidrio y con vista a la avenida, admito que me da un poco de curiosidad qué se le cruza por la mente a las personas para elegir el lugar estratégico donde ubicarse. Las banquetas eran todo lo contrario a lo que la gente de mi edad -incluyéndome- se queja, éstas eran cómodas y con respaldos altos asique lo primero que hice luego de emitir un sonido de alivio por mi espalda, fue colgar el tapado detrás mío, hacerle «cuevita» con mis manos a mi vaso descartable de latte y observar por la ventana. Era muy temprano, el puesto de diarios y flores que estaba cruzando la calle recién comenzaba a abrir. Me gusta mirar a los apasionados de su negocio empezar el día con la actitud esperanzadora de «hoy va a ser un buen día». A medida que ese señor mayor acomodaba las flores de su puesto, me perdí de a poco en mis propios pensamientos. Las sesiones de terapia me dejan agotada pero aún así mi cabeza no para un minuto.
Pensaba en Pedro y en la hermosa amistad que tenemos, aunque algo extraña. Pedro me gusta, siempre me gustó desde que íbamos al colegio y éramos adolescentes. Es curioso cómo el gusto va cambiando con algunas personas y con otras no. Hoy veo fotos de algún noviecito de esa época y por la cabeza pasa un desfile de interrogantes, como por ejemplo el famoso «¿Qué le ví?». Con Pedro sigue existiendo esa misma sensación de la primera vez que lo vi entrar al aula mientras la maestra lo presentaba como «el nuevo de la clase». Tenía una melena importante, ojos tristes pero una sonrisa preciosa de dientes perfectos. Al día de hoy lo recuerdo sonriendo mientras achinaba los ojos porque le daba vergüenza su presentación delante de todos nosotros; siempre fue muy tímido.
Pienso en él y la sensación que me recorre es completamente indescriptible. Si mirara una foto suya de aquel entonces seguiría produciéndome lo mismo que cuando lo conocí, entonces mi cabeza piensa: «Sofía, tenés treinta y nueve años y, si no lo conocieras, te gustaría un chico de quince». Parece razonable el pensamiento y a la vez no, entonces acá es donde mi cabeza hace foco en lo que mencionaba sobre «gustos atemporales». ¿A qué se debe? Tendría que preguntárselo a Raquel, mi psicóloga. Pedro, definitivamente, me resulta atemporal… Siempre, en cada momento de mi vida, me gusta.
La otra vez nos vimos en una reunión de ex alumnos, vestía muy sencillo como suele hacer desde que tengo uso de razón: Jeans, sweater negro, zapatillas y ahí termina su glamour. Ese look es más que suficiente para que me lo quede mirando mientras interactuaba con otros amigos que tenemos en común. Pasan los años y esos ojos tristes y caídos siguen igual, aunque con algunas patas de gallo que antes no tenía. Su sonrisa, espléndida. Hay que poder llegar con la dentadura impoluta, aunque pensándolo bien solo tenemos, casi, cuarenta años.
Siempre que comparto salidas con Pedro me siento de veinte, o menos. Él me rejuvenece, ya de por sí es una persona muy agradable y jovial que contagia esa actitud a quien lo rodee y yo, al ser su amiga mas antigua, lo puedo notar muy bien.
Esa noche estábamos sentados juntos mirando cómo hacían karaoke nuestros compañeros y sus copas de más. Habíamos decidido alquilar una quinta por un fin de semana antes de que comience el calor y el caos de las vacaciones o los últimos meses de clases de los hijos. La vida de adulto ya nos tiene demasiado ocupados, nosotros dos habíamos pasado por distintos amores que no prosperaron y continuábamos solos. Todos siempre decían que hacíamos linda pareja, pero en nuestro caso decidimos seguir haciendo oídos sordos a semejante estupidez. Habíamos jurado que seríamos los padrinos de nuestros hijos el día que eso ocurriera, pero nunca los padres de una criatura.
No era siquiera la una de la madrugada y varios tenían unas buenas copas de más. Decidieron ponerle aún más onda a la noche: Apagaron las luces del quincho, encendieron las bombitas de colores que se movían con la música y pusieron algo de cumbia vieja para entrar en calor y recordar viejas épocas. Nosotros éramos los únicos sentados viendo el panorama mientras tomábamos algo. Debo decir que íbamos por unos cuantos vasos y ya estaba empezando a perder la cordura. Me extralimité. Pedro era mi amigo, no podía dejar que una noche alocada tirara por la borda tantos años de amistad.
–Che Sofi, ¿Te acordás de esa vez que tranzamos en tu casa para un cumpleaños tuyo?– Dijo riéndose como si estuviera contando un chiste.
–Sí, me acuerdo que en un momento miré a la puerta y estaban todos estos mirándonos asomados, ¡qué vergüenza!
–Estuvo bien me acuerdo.– Soltó algo nervioso mirando bailar al resto y moviendo su trago en forma de círculos.
De golpe se le fue la sonrisa, me di cuenta que ya no era un momento de chiste, o algo había irrumpido inmediatamente en su cabeza. Miró para abajo como señal de arrepentimiento a lo que había dicho, intuí que algo más quería decirme pero no sabía qué.
–Pedro, yo…– Atiné a decir sólo eso porque de golpe llegó Clara para sacarlo a bailar. Ella estaba enamorada de Pedro en la época del colegio, de hecho intentaron mantener una relación pero no prosperó. A él no le gustaba del todo Clara, pero sí su forma de ser, aunque a decir verdad, nadie se enamora solo de la personalidad. En un momento, cuando éramos un poco más grandes, llegué a pensar que a Pedro le gustaban los hombres porque jamás se lo vió más de una semana con una chica. El hecho de que en algún momento de nuestra adolescencia nos hayamos besado, no significaba que le gustaran las chicas. En esa etapa los chicos eran muy crueles como para, encima, estar confirmando que alguien de su entorno era diferente a ellos en cuanto a gustos personales.
Continué sentada con mi gin tonic aguado mientras miraba toda la escena. Si tan solo Clara -una de mis mejores amigas- y Pedro hubieran podido seguir su relación o volverse a encontrar más maduros en la vida, hoy podría estar cumpliendo con la idea de ser madrina de sus hijos. Qué absurdo, si Pedro me gusta; eso hubiese sido una estaca clavada en el medio del pecho. No creo que lo hubiese podido soportar.
Pedro se sentó al lado mío respirando como si hubiese corrido una maratón y yo, sin poder evitarlo, largué una carcajada.
–Se ve que lo años no vienen solos, amigo. Qué pasó con ese chico que cautivaba a las mujeres del curso en los bailes de sexto?– Pregunté intentando gastarlo.
–Ahí quedaron, amiga, ahora solo viven en mi memoria… Y veo que en la tuya también. Al menos una de esas chicas se acuerda de mis habilidades como bailarín, las otras estaban pendientes de los boludos que se creían populares. ¡Qué grupo desagradable!
–Yo me acuerdo porque me gustabas, Pedro, sino no hubiésemos chapado. Pero ya pasó, hoy es una anécdota graciosa.
De golpe se me había borrado levemente la sonrisa de recordar el rechazo por parte suya en algún momento de la secundaria. Supongo que de ahí viene mi deseo en pausa, porque cada vez que hablamos de nosotros, de esa época, me revuelve todo y es como si alguien apretara el botón de play a mis sentimientos, y el de pausa cuando no hablamos por semanas.
–Sofía, vos también me gustabas, eh! Pero cómo alguien como vos, del grupo de las nerds, de las inteligentes y estudiosas me iba a dar bola a mi que había llegado de un colegio estatal a armar un poco de quilombo en un colegio privado lleno de conchetos? Siempre dije que si chapamos en su momento fue por haber sido la novedad del momento, por ser el “chico reo” y nuevo.– Se le notaba un poco de exasperación en las palabras.
–No, Pedro, vos te pensás que una boluda estudiosa, como decís, no puede enamorarse de un… ni sé cómo catalogar lo que eras en ese momento. Pero no era así, quizás si tan sólo hubieses hecho el intento de decirme lo que te pasaba…- Me vi en la obligación de hacer silencio porque los tragos ya estaban haciendo que hablara de más.
-¿Qué…?
–No, nada, la cosa quizás hubiese sido diferente. Pero no, nosotros solo servíamos para ser amigos, mira lo bien que nos llevamos todos estos años sin confusiones, ni nada que se le parezca.– ¿Pero qué estaba diciendo? No me creía ni yo lo que estaba saliendo de mi boca. Pedro no decía nada, se quedaba pensando. Yo, mientras tanto, pensaba en que quizás era hora de medirme con las palabras y con el alcohol.
Ese día, hace exactamente dos semanas, la noche terminó un tanto extraña. Después de la charla que tuvimos, producto del alcohol o de las ganas, nos besamos. Casi cuarenta años y sigo teniendo la sensación de ser extremadamente jóven cada vez que estoy con él.
Dos semanas que no me manda un mensaje y pareciera que hace más de un mes. ¿Habré hecho algo mal? ¿Nuestra amistad habría corrido peligro después de ese beso? Sinceramente creo que el pequeño paso que dimos, me confirmó lo enamorada que siempre estuve de Pedro y que quise ocultarlo por algún extraño miedo. Mi deseo en pausa de querer estar con él debería ser eliminado por completo y darle play al amor -y no solo de amigos- que siento por él desde ese primer día que entró al colegio. Amor a primera vista dicen. Yo creo haberle sacado la ficha al instante, creo haber sabido de antemano la hermosa persona que era, aún camuflado de Niño malo y desinteresado.
Sigo sumergida en mis pensamientos, perdí la noción del tiempo, la taza de café con leche ya no tenía nada en su interior. De golpe, alguien me deja una galleta de la suerte, debo admitir que me daba un poco de miedo abrirla porque, aunque me tilden de ingenua, quiero creer un poco en esas cosas . Le doy las gracias al nene que pasaba repartiendo galletas mesa por mesa producto de estar próximos a alguna celebración china en el Barrio que estaba a unas cuadras de la cafetería, y después de unos minutos decidí romperla.
~ Deberás ir detrás de lo que realmente amas ~
Lo repetí mentalmente un par de veces y no lo dudé. Dejé propina en la mesa, agarré mi tapado, mi cartera y como si el frío de afuera no importara, me quedé esperando un taxi hasta que subí y le indiqué la dirección a donde ir.
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