Nacido en un pueblo del cercano occidente hace ya más de medio siglo. Un muchacho como los hay por montones en esas tierras, uno más de muchos hermanos en una familia de clase media baja trabajadora. Creo que eran diez o doce los hijos de esa pareja.
Pancho y Olivia se llamaban sus padres, vivían en un rancho humilde, jugueteando con las gallinas y cerdos que criaban para vivir, eran agricultores en la tierra de sus ancestros por excelencia. El padre en ocasiones emigraba por temporadas a la costa sur del país para trabajar en alguna finca que ofreciera empleo para cubrir lo necesario en casa.
Chico era un niño muy inquieto y algo mandón, aun siendo uno de los menores de la casa tenía voz de mando ante sus hermanas y hermanos. Mario, el hermano menor, era como la sombra de Chico, le seguía por donde fuera y le admiraba mucho, esto no cambiaría durante toda la vida.
Como es de esperarse en una familia con tantas bocas que alimentar las situaciones económicas se tornan difíciles, el mayor de los hermanos, Doroteo, tuvo que empezar a trabajar desde muy temprana edad.
A todos los hermanos se les brindó la educación básica hasta un 6.º. Grado de primaria como era lo acostumbrado en aquel entonces en casi todo el territorio nacional, teniendo muy pocas oportunidades de educación especializada después de los 12 años más o menos. Con algunas excepciones, ante todo para las mujeres, Yolanda y Teresa lograron culminar sus estudios de carrera como maestras, esto gracias al apoyo económico ya brindado por los hermanos mayores…
A una edad de catorce o quince años, Chico emigro del pueblo a la ciudad, buscando mejores oportunidades. Desempeño varios trabajos, inicio como limpiabotas en las calles para poder sobrevivir y enviar algo de ayuda económica a su hogar; pero siempre deseaba más.
Nunca dejó de estudiar, aunque ya no asistió a ninguna escuela después de terminar su sexto grado en el año de 1958 en la 1.ª. Escuela Nacional Castillo Armas de San Martín Jilotepeque, departamento de Chimaltenango. Chico se zambulló en la aventura interminable de tomar conocimientos por sí mismo, a través de libros, deducciones, experimentación propia, o como él decía, sentido común.
Algunas fuentes de su biografía dicen que presto servicio militar y otras no lo comprueban, lo que si es cierto es que fue una persona altamente disciplinada, autoritaria y ordenada en todos los aspectos de su vida.
Obtuvo varios empleos desde esa precaria llegada a la capital, avanzó en el campo de la química, lo que le valió para llegar a ser farmacéutico de una de las boticas más famosas de aquel entonces en la ciudad de Guatemala. En donde formulaba, como todo un egresado de la facultad, los medicamentos recetados por varios doctores, aplicaba inyecciones y remedios a todo aquel que lo buscaba. En todo este tiempo Chico no dejaba de aprender…
A lo largo de esos tiempos, conoció a la que fuera su esposa, una tímida muchacha de mucho trabajo, familia sencilla, pero de buenas costumbres, Catalina es su nombre.
Vivieron sus primeros años de pareja en la gran zona central de la ciudad, en un barrio popular, pero decente, Chico seguía persiguiendo sus sueños, el prosperar en todo sentido y brindarle una mejor vida a sus descendientes de la que él tuvo que enfrentar.
Siendo una persona del carácter que ya hemos descrito, Chico no tenía muchos amigos, pero los que estaban a su lado sabían que era un hombre leal, con el que se podía contar. Su puesto en la farmacia lo llevo a conocer a algunos empresarios de la época y como de costumbre, Chico no desperdiciaría esta oportunidad para dejar de aprender.
Las cosas iban mejorando para él y su familia, ya tenía dos hijos y se mudaban a una casa más grande en un barrio popular cercana a varios puntos de la ciudad, esto debía ser una ventaja por capitalizar para la familia y para Chico. Se abrió un nuevo negocio en casa, una abarrotería para surtir de comestibles al sector y al mismo tiempo conseguir para sí los víveres necesarios más baratos.
Chico continuaba en la farmacia trabajando, pero teniendo ya un plan en mente. Para ese entonces, el resto de la familia paterna se había ya mudado a la capital, vivían en otra zona populosa de la ciudad. En un municipio no muy distante en realidad, en Mixco.
Por sugerencia de la madre de Chico, Olivia, según tengo entendido, se abrió la oportunidad que él estaba esperando. Consiguió un local en el mercado cantonal del sector para abrir lo que en ese entonces era considerado casi un supermercado de alimentos y abarrotes, listo para surtir de productos a más personas. Cualquiera pensaría que estaba loco al dejar la seguridad de un buen empleo y más “elegante” en la farmacia, pero Chico tenía un plan que había puesto en marcha. En la farmacia había conocido a los dueños de varias bodegas importadoras de productos, se había hecho su conocido y persona de confianza. Chico pensaba, si ellos confiaron en él para su salud, cuanto más confiaran para vender varios de los productos que ellos traen a Guatemala…
Así abrió en la populosa colonia de la 1.º. de Julio, en Mixco, el depósito San Fernando, bautizado así, según algunos, por el nombre de uno de sus hijos. Teniendo los primeros meses una crisis tan grande que lo hizo dudar, no se vendían bien los productos y nadie lo conocía. ¿Acaso todo había sido un terrible error?
Luego, ocurrió en el país una crisis espantosa, sin que nadie pudiera haberlo profetizado, un día en la madrugada ocurrió un terrible terremoto. Fue tremendo, en todos lados había escasez y casi todos los comerciantes se aprovecharon de esto para subir sus precios desenfrenadamente.
Chico se aseguró que sus amigos, los que conoció en la farmacia, le dejaran siempre el mismo precio de los artículos que vendía por lo menos por los próximos días, él abrió sus puertas sin subirle un solo centavo a los vecinos afectados por la crisis, esto le valió para ganarse el favor de los vecinos del lugar, su preferencia y amistad. Chico decía a este respecto que él no cortaría el árbol que le puede dar de comer mucho tiempo únicamente para comer una manzana ahora… así explicaba lo que muchos pensaron que era una tontería por no aprovechar la situación.
El negocio creció a partir de esos momentos, Chico empezó a distribuir productos a tiendas cercanas y otras no tan cercanas por la conveniencia de precios, él con su visión empezó a manejar volúmenes importantes para las compañías y esto lo dejaba poder manejar mejores precios y líneas de crédito sanas.
Todo esto también tuvo un costo humano para Chico, se mantenía muy tenso, sus relaciones humanas eran cada vez más distantes con la familia. Sus hijos crecían y le veían más como un ser a quien temer, por su cara larga casi todo el tiempo, sus constantes enseñanzas desafiantes ante la vida y señalando cualquier error que estos pudieran cometer.
Hubo un tiempo en el que parecía haber desaparecido de la escena familiar, Chico se dedicaba al negocio en cuerpo y alma, en su justa proporción creaba su imperio. Quizá ese era el costo de poder generarlo, pero para algunos otros miembros de la familia fue demasiado caro.
Después de 32 años de matrimonio y varias situaciones, Chico y Catalina se separaron a los pocos meses después de que el último hijo se hubiera casado. Algunos psicólogos le dicen a esto el síndrome del nido vacío, pero yo sé que, aunque a lo mejor nunca se acabó el amor de parte de ellos, la comunicación se quebró. Esto llevó sin lugar a dudas a terminar con la vida juntos.
Ocurrieron hechos que no mencionaré en este cuento biográfico por respeto a los protagonistas, errores y acciones que deben quedar en familia, sin que nadie juzgue porque solo cada uno sabe que hizo y porque lo hizo.
Yo visitaba poco a Chico, mi padre, porque a pesar de mi edad aún le temía en muchos aspectos. Sentía que debía seguir ganando su aceptación y eso me aterraba.
En una ocasión me acerqué a él y le pedí perdón. Perdón porque lo había juzgado, porque quizá no había comprendido lo duro que la vida fue con él y los sacrificios que hizo para que yo tuviera más oportunidades. Chico, mi padre, no se inmutó; recuerdo que me dijo serenamente: “No tengas pena, eso está en el pasado.”
Es curiosa una anécdota de mi padre, Chico. Su cumpleaños lo celebrábamos el 28 de marzo, pero en su credencial de identificación decía que él nació el 2 de abril, a lo que él decía que su padre, mi abuelo Pancho, fue a registrarlo a la municipalidad esa fecha y no supo decir cuando nació, pero mi abuela, Olivia, definitivamente ella si se acordaba cuándo fue. Chico también se fue de este mundo supuestamente un 29 de junio, pero su cuerpo fue encontrado hasta un 2 de julio, por lo que en realidad no tenemos certeza de cuando nos dejó.
Poco antes de que nos dejara para siempre, en una de mis ocasionales visitas, le pedí que si podía “bendecir” mi vida. Él en realidad nunca fue religioso, de hecho, tildaba de tontos e ingenuos a los que profesaban cualquier fe. Lo vi llorar, se enterneció y solo me dijo como no te voy a bendecir, si sos mi hijo. Trata de entender que yo fui cortado con hacha, vos sos diferente, tenés que ser diferente, ese es tu reto.
Chico, me enseño algo que espero poder enseñar a mis hijos.
No tenemos que ser perfectos para ser importantes.
Está bien no tener la razón siempre y aceptar que todos somos diferentes.
No debemos repetir lo que han hecho con nosotros, porque no sabemos las batallas internas que tenían las personas que nos hicieron las cosas…
Fin
Chico: Diminutivo coloquial de las personas que tiene como nombre Francisco otorgado en algunas regiones de Guatemala.
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