Yo, que deseo encontrarte hasta en el más etéreo entierro, me adentro en ese lugar que ya conoces, en el que los muertos balbucean con las estatuas de sus sepulcros. Ellos, amedrentados, yacen pálidos, sus recuerdos lánguidos, porque, a diferencia de mí, sus reacios corazones no pueden reanimarlos.
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