Prólogo.
Aaron.
Estaba sentado en el tren, mientras notaba cómo nos movíamos a una velocidad vertiginosa, meneaba mi cabeza de lado a lado mientras me aseguraba de no pasarme la parada o algo por el estilo, que sería muy normal por mi parte. La gente de mis alrededores no estaba tan preocupada como yo, aunque no les culpo, seguramente yo sea el único en todo el vagón que nunca se haya montado solo en tren y que haya tenido que preguntar por todo.
Me asomé a la ventana para intentar divisar la ciudad a la que me dirigía, pero no era capaz de reconocerla, hacía años que no estaba aquí y el viaje se había hecho muy pesado para intentar ponerme a distinguir zonas urbanas ahora, aunque seguramente deba hacerlo porque no creo que a mi madre le dé por enseñarme la ciudad, puntos comunes o hacer el esfuerzo más mínimo para que este no sea el peor verano de mi vida.
Mi teléfono vibraba y vibraba debido a los mensajes de mi grupo de amigos, que estarían en una piscina tranquilos o bebiendo por ahí,allí es donde tendría que estar yo, disfrutando mi último verano antes de la mayoría de edad, riéndome, sonriendo y sin tener ninguna preocupación.
***
Llegué a mi destino, tenía varios recuerdos de este lugar, recuerdos tan fuertes que por mucho que pasen los años siempre me dolerá la cabeza al recordarlos, algunos de ellos preferiría poder olvidarlos. Ahora solamente son pequeños traumas de la adolescencia que no voy a volver a vivir, que ya están más que olvidados, que mi familia me prometió ayudarme a superarlos, y aunque no lo hayan hecho de la mejor manera, aprecio que se esforzaran en hacerlo, o por lo menos en intentarlo.
Sonó un aviso que nos informaba a los pasajeros de que habíamos llegado a nuestro destino, si lo hubiera sabido no me hubiese preocupado tanto por perdermelo. Me levanté de mi asiento con mis maletas, a decir verdad, llevaba mucha ropa, pero en mi defensa diré que realmente no sé si tendré planes y qué tipos de planes serán. Miré a los demás pasajeros, no había casi ninguno que se aproximara siquiera unos años a mi edad, todos eran personas mayores que se habían tirado durmiendo todo el viaje, ya que saben de memoria cuanto dura y saben levantarse con unos sonidos determinados.
Paré de visualizar y envidiar a la gente a la cual la preocupación no le carcome por dentro, para disponerme a bajar del vagón con cuidado, intentando buscar a mi madre entre las personas que venían a buscar a otros pasajeros. Sonó mi teléfono, normalmente lo ignoraría y seguiría con mi trayecto, si no fuese porque es el tono especial que le puse a mis padres para saber cuando me llaman. A mi madre no le hace gracia tener el mismo tono que mi padre pero le encanta tener un tono especial, por otra parte a mi padre le da igual, él es consciente de que ya soy mayor y que emancipare dentro de poco tiempo, así que me da la libertad que me corresponde. Descolgué el teléfono.
– Dime, mamá.
– Llego tarde, unos quince minutos. – Me confesó.
– Quince minutos desde ahora porque el tren ha tenido media hora de retraso.
– Ya, pero como no contestabas sabía que seguías en el vagón.
Me quedé callado, sorprende lo bien que te conoce alguien como tu madre en situaciones así. Quería pensar que realmente le importaba conocerme, en vez de imaginarme que tenía un GPS con mi ubicación
– Bueno sí, eso mismo, pero llegas muy tarde.
– Sí, sí, ahora te invito a comer. Te quiero.
– Y yo.
No había terminado la frase cuando mi madre ya había colgado el teléfono, por lo visto tenía prisa o era la impresión que daba. Miré al reloj gigante que creo que todas las estaciones tienen y pude ver que eran casi las 16:00 de la tarde, mi madre no llegaba tarde, llegaba demasiado tarde, no le dije nada porque no tenía ganas de discutir con ella. Notaba el calor de la ciudad costera, ese calor que se te mete en los pulmones cada bocanada de aire que das, toda la gente había abandonado la estación, a decir verdad, era una estación bastante bonita, estaba a pie de playa y sin techo ni paredes prácticamente. Me estiré, estuve por lo menos cuatro horas metido en el tren, aunque más de la mitad del viaje estuve escuchando música, el trayecto se hizo tan largo que estuve descubriendo nuevos géneros y nuevas canciones, e incluso me puse a leer e informarme sobre esos blogs que ninguna persona se leería, pero que en situaciones de aburrimiento extremo siempre son una buena solución.
Tiré la maleta al suelo, pensaba que no habría nadie mirándome, pero parece que a seguridad no le hizo mucha gracia que tirara la maleta como si me fuese la vida en ello ya que me fulminó con la mirada, estaba claro que no iba a decirle nada para desafiarlo.
– Perdón. – Le dije tímidamente con la boca más cerrada que abierta, aunque luego me arrepentí porque siguió mirándome como si no le hubiera gustado un pelo lo que he dicho.
– Perdón, he dicho perdón. – Le repetí esta vez más fuerte con la voz algo temblorosa, mientras pellizcaba mis manos por los nervios.
Verdaderamente soy un poco tímido, aunque depende de la situación, creo que se denominaría más vergüenza que timidez, aún así lo importante es que el seguridad se había marchado y me había dejado solo.
Saqué mis auriculares y puse de nuevo mi playlist, la que escucho en todos los momentos de mi vida. La música me ha hecho despejarme de los problemas muchísimas veces y sin darme cuenta comencé a sonreír tímidamente y de un momento a otro ya estaba dormido con mi maleta agarrada de la mano.
Capítulo 1.
Aaron.
Me desperté gracias a una llamada telefónica de mi madre, con los auriculares puestos me dió más susto que gratitud escucharlo. Di un sobresalto a la par que me despertaba y miré a mi alrededor, gracias a dios no había muchos trenes y nadie me había visto, hasta que miré a mi izquierda y vi a alguien.
– Hay que ser friki para dormirse en la estación.
– Eh, sí. – Le contesté aún con los ojos más cerrados que abiertos.
Vaya bienvenida más bonita me habían dado, aunque pensándolo mejor será la única persona con la que hable en toda la ciudad que no sea dependienta de una tienda o cartero, y lo único que he recibido ha sido un insulto, que encantador.
Me aseguré de que tenía todas mis cosas mientras la llamada de mi madre seguía sonando, no pensaba contestar porque ya sabía que me iba a decir que estaba en la entrada, por lo que me levanté y comencé a irme.
– Adiós, friki. – Le dije mirando atrás mientras sonreía, así me pude fijar un poco más en la persona, y al menos distinguí que era una chica. Espero que las demás sean más simpáticas que ella.
Conocer chicas o ligar no era mi prioridad, aunque me encantaría enamorarme y que saliese bien, como a la mayoría de adolescentes, ya que todos lo escriben en Twitter. Volví a mirar atrás para verla solo para ver que me seguía mirando. Sonreí por lo irónico de la situación, pero seguí caminando fijándome en sus ojos azules, total, ya me había pillado rompiéndose el cuello por verle la cara.
Escuché el pitido de un coche, era mi madre, así que volví a mirar al frente para buscar de dónde venía, acabé localizándola después de mucho buscar. A decir verdad, llevaba mucho sin verla, prácticamente desde el verano, ahora tiene el pelo teñido de rubio y lleva un estilo más juvenil, o por lo menos lo intenta.
– Podría haber cogido un autobús. – Le repliqué.
– Ni siquiera eres de aquí, como vas a saber cogerlo.
– Joder mamá, ahora existen las aplicaciones con rutas, ni siquiera me hacía falta saber el nombre, con la ubicación era suficiente.
A veces no entendía a mi madre, es muy rara, porque depende del día me deja hacer determinadas cosas y luego otros días no le apetece que las haga, por otra parte, mi padre no cambia nada, siempre es igual de pasota conmigo pero habría llegado a tiempo, eso está claro.
– ¿Qué tal el viaje? – Me pregunta intentando sacarme tema de conversación como siempre.
– Pues, bien, aburrido. – Siempre le cortaba la conversación porque no me gusta mucho hablar con ella, y menos cuando estoy recién levantado. – Me quedé dormido y me he despertado al lado de una chica.
– ¿En el tren? Eso le pasa a todo el mundo.
– No, bueno, en el tren también, pero decía en la estación.
Fuimos avanzando y vi una rotonda con el nombre de la ciudad, Costa, en grande. Este nombre representa muy bien a la ciudad, ya que la mayoría de turistas se centran en esto, en que es una ciudad costera, y de hecho, la mayoría de su economía depende de la costa. Mi madre encontró trabajo aquí después de divorciarse de mi padre, cuando hablo con ella o la llamo se le ve mucho más feliz, el amor a veces tiene fecha de caducidad, lo importante es disfrutar los momentos antes de que este llega, y quedarte con el tiempo que has sido feliz, o esa es mi opinión al menos.
***
Después de esperar un rato, llegamos a casa de mi madre, lo único que esperaba era que tuviera un cuarto propio. La casa era un adosado, el conjunto de todos hacía una bonita armonía de colores, unos colores azules y blancos que junto al calor y a la brisa parecían un escenario idílico para cualquier persona. Podría quejarme de la soledad que voy a pasar este verano, del aburrimiento y de las pocas cosas que voy a poder hacer sin amigos y sin conocer a alguien, pero de lo que no puedo quejarme es del ambiente del que estaba cargado esta ciudad, daban ganas de quedarse aquí toda la vida, sin hacer nada.
Mi madre sacó las llaves y abrió la puerta, entramos los dos y lo primero que vi a la entrada eran dos maletas, no entendí lo que pasaba pero mi madre me ahorró las dudas dirigiéndome la palabra.
– Oye, Aaron, tengo que decirte una cosa. – Me confesó.
– Joder, empezamos bien.
Me senté en la mesa de la entrada y esperé a que mi madre se pronunciase, aunque con las maletas en la entrada me imaginaba lo peor, y lo peor era que se fuese de vacaciones con su amante.
– Pues, tengo que pedirte un favor, me ha salido un trabajo en un crucero, creo que no vamos a poder estar juntos en verano porque me tengo que ir los tres meses.
La miré de arriba a abajo, no me podía creer que me hiciera venir a otra ciudad en un lado del país perdida en la nada.
– ¿Y para qué coño me haces venir aquí? ¿Para estar solo?
– Aquí es donde viene el favor. Tu padre y yo ya habíamos acordado que yo iba a estar contigo en verano, y el favor es que no le digas nada.
– Es que te lo juro que ahora mismo voy a llamar a papá para que me recoja y me lleve con mis amigos. – Cogí el móvil mientras perdía los nervios.
– Joder Aaron no sé que te cuesta, tu padre también quiere tener su tiempo libre, lo hemos hablado, sabes perfectamente que nos llevamos bien, a el le apetecía más que a nadie que tu estuvieras fuera en verano, y yo ya lo había acordado con él, pero si no cojo el trabajo no sé de qué cojones quieres comer.
– ¿Y tu trabajo?
– El crucero ha contratado a mi club para ser los camareros del viaje, aparte, sé perfectamente que vas a hacer amigos. – Me agarró la mano con la que no sostenía el móvil.
Me callé, no sabía qué decir, por una parte me habían arruinado el verano, pero por otra no quería arruinárselo a ninguno de los dos, y mi padre no me iba a dejar solo en casa para irse de vacaciones porque sé cómo es.
Solté el móvil en la mesa de nuevo y me levanté de ella, miré las maletas de mi madre y procedí a ayudarla a cargarlas. Tras un rato cargando conseguimos meterlas en el coche.
– Por cierto, hoy tienes que ir a cuidar al hijo de los vecinos, es tu trabajo de verano, no vas a vivir solo de lo que te vaya pasando yo.
– Joder, vale.
– A las 21:00, hasta las 1:00 que llega su hermana.
– Que sí, que vale.
No me gustaba el hecho de tener que despedirme de mi madre por mucho que fuera algo inevitable o realmente hubiera momentos en los que la odiara. Solamente le doy gracias por no haberme recordado nada del pasado en esta ciudad, porque sabe que no me gusta recordarlo.
Me acerqué a mi madre y la abracé, la escuché sollozar y llorar levemente, mientras seguía abrazándome para que no pudiera separarme y ver su cara destrozada. Después de un largo abrazo, se metió en el coche y se fue. Me quedé mirando el coche mientras se alejaba y se iba de mi rango de visión.
Luego de un rato, llegó un momento en el que procesé lo duro de la situación; casi sin dinero, sin amigos, perdido en una ciudad que no conozco, como mucho tengo el Internet de mi casa, no mucho más porque mi madre nunca ha sido de decorar las casas, así que como mucho habrá dos mesas, cuatro sillas y un espejo. Entré a la casa y procedí a instalarme en el cuarto que más me gustaba, quiero decir, estoy solo y puedo elegir el que quiera y nadie puede reprocharme nada. Todo esto parecía una emancipación precoz.
***
Llegó la hora y tenía que ir a la casa de los vecinos. Cuidar niños no es una actividad muy emocionante, por eso mismo estaba hecha para mí, un niño de aproximadamente diez años no debe ser una tarea muy difícil, solo espero que esté bien criado y no sea un maleducado.
Busqué un espejo por toda la casa, era pequeña, pero el espejo era imposible de encontrar ya que estaba dentro del armario de la habitación de mi madre, ya desocupada, ahí miré mi ropa. Verdaderamente no iba genial vestido, pero solamente iba a cuidar a un niño, tampoco era una tarea muy difícil.
Salí de mi casa, claramente la casa de mis vecinos estaba a dos minutos andando, pero algo me distrajo. Escuché el viento soplar y mover las ramas de los árboles de mis alrededores, que me rodeaban como si fuese la víctima de un ritual satánico, aún era de día, pero el sol poco a poco se iba escondiendo hasta dejar un tono rojizo en el cielo de la ciudad azul, un tono rojizo que solo se escapaba entre varias de aquellas ramas.
Di una vuelta sobre mí mismo, estaba solo, seguía solo, exactamente igual que aquel día, cuando el sol también se colaba entre las copas de los árboles. Volví a mirar hacia atrás, a veces me parecía que podía sentir su sonrisa, oírle hablar u oler su colonia. Todo esto eran solamente alucinaciones mías, sabía exactamente que no estaba ahí, aunque siempre seguía girándome, una y otra vez, pensando que en alguna de ellas, él correría y saltaría encima mía, dándome un abrazo, entre lágrimas.
Todo eran pensamientos.
Los pensamientos de alguien que no ha superado una pérdida.
Vi una hoja caer, lenta y progresivamente, cuando gracias a ella recobré el conocimiento, volviendo al mundo real y dejando a un lado el de mis emociones, que demasiado tiempo pasaba en él ya, intentando evadir una realidad que no me gustaba, que aunque podía apreciar su viveza, me faltaba él a mi lado para apreciarla plenamente.
Saqué mi teléfono móvil para ver la hora, faltaba un minuto para las nueve en punto, por primera vez había llegado a tiempo a algún lugar, solo tuve que dar algunos pasos más para llegar a la casa de al lado.
Toqué al timbre y me abrieron los padres del chico, con el chico detrás suya con un cierto grado de timidez, no soy psicólogo ni nada, pero el miedo en la cara del chico era persistente.
– Hola, soy Aaron. – Les sonreí, obviamente ya sabían quién era.
– Sí, tu madre nos ha hablado muy bien de ti. – Dijo el hombre mientras me devolvía la sonrisa y tocaba el hombro de la mujer, aparentemente parecían una familia unida.
– Bueno, ¿y el pequeño dónde está? – Me hice el tonto, como si verdaderamente no supiese donde estaba, el chico salío de entre las piernas de los mayores por voluntad propia, yo le choqué la mano.
– Gabriel, este es Aaron, se va a quedar contigo esta noche. – Pronunció por primera vez la mujer que estaba a mi izquierda.
El niño no se atrevía a separarse de los adultos aún, mientras se agarraba a sus piernas en una muestra de timidez. Decidí dar el primer paso y me agaché un poco para estar más cerca de su altura, estiré el brazo con el puño cerrado esperando que me correspondiera el choque. Me miró el puño para luego observar su mano e ir cerrándola poco a poco, hasta finalmente convertirla en otro puño, que acabó chocando con el mío, sonriendo el pequeño con los ojos achinados.
– Parece que no voy a tener muchos problemas. – Dije, verdaderamente, los niños pequeños nunca me han supuesto un problema, son fáciles de controlar, aunque este chico parecía algo inocente para como eran ahora los niños de su edad. Siendo sinceros, prefería esto a que fuera un maleducado, así que no me podía quejar.
– Bueno, en la cocina tienes nuestros números y el de su hermana Olivia, por si pasa lo que sea, aunque esperemos que no. – Me explicó el hombre, me di cuenta que no parecía el padre de la chica por la manera en que se expresó. – Ah, y ella es la que vendrá luego y se encargará de estar con Gabriel el resto de la noche.
Mientras decía esto, la mujer estaba sacando el dinero que debía de darme, para el momento en el que dejé de mirar a los ojos masculinos, ya estaban ofreciéndomelo, simplemente lo cogí ya que entendí que tenían prisa. Les dediqué otra sonrisa tímida mientras giraba la cabeza mínimamente, siguieron caminando hacia adelante hasta que finalmente abandonaron el terreno de la casa. No fue hasta que entré que me di cuenta que, por muy vecinos que fuésemos, su casa y la de mi madre eran muy distintas, siendo la primera mucho más grande y lujosa, y la de mi madre prácticamente un piso de estudiante hecho casa, seguramente su objetivo inicialmente era hospedar turistas de distintos lugares, pero acabó hospedandonos a nosotros.
Entré a la cocina y el pequeño Gabriel me siguió corriendo, era un chico tímido pero hiperactivo, mientras corría su melena rubia volaba y caía sobre su cabeza repetidas veces, y su sonrisa no se despegaba de su cara. Me agaché para ponerme a su altura de nuevo y lo paré con una mano de la manera menos violenta que pude, él simplemente se lo tomó como un juego.
– ¿Dónde está la cocina? – Le pregunté.
Me miró fijamente a los ojos, tenía unos ojos azules dignos de envidiar, que se clavaron en los míos color azabache como si me estuviera retando a un concurso de miradas, sacó la lengua de manera burlona, acto que imité inmediatamente mientras seguía agarrándole el brazo. Con su brazo operativo señaló a una puerta, indicándome que esa era la cocina. Le solté el brazo.
– Gracias, Gabri.
Tenía una manía con ponerle motes a las personas, o simplemente acortar sus nombres, parece una forma más familiar y cercana de conectar con ellos. Considerando que quizás tengo que ver a este chico más veces de las que me gustaría, pensé que sería buena idea llamarlo por un apelativo. Llegué a la cocina.
***
Casi eran las 1:00, Gabri llevaba un buen rato acostado, por mi propia voluntad y por la suya, ser un chico tan hiperactivo pasa factura al final del día. No había sido una tarea dura cuidar de él, fue peor tener que lavar el plato, el vaso y los utensilios que había usado.
Me senté en un sofá de la planta de arriba, para estar cerca del dormitorio del pequeño, entonces me di cuenta que estaba justo enfrente de un ventanal gigante, que ocupaba casi tanto como una pared, me tomé la libertad de levantar las persianas, quería ver las vistas de la noche estrellada en Costa.
Miré al cielo, aún sin sentarme en el sofá. Todo estaba totalmente encapotado, parecía que el cielo quería aterrizar en la tierra y había elegido esta ciudad costera como punto de aterrizaje. Las luces de los barrios del centro se veían desde aquí, luces amarillas, blancas, azules, que decoraban un ambiente nocturno, y armónico como de costumbre. No sé si estaba más cerca el cielo del suelo o el suelo del cielo, o cual se acercaba más al otro.
Una gota cayó en el ventanal, realmente estaba empezando a llover, sin frío, sin viento, solamente un chapoteo veraniego que para la gente que se encontraba fuera era más una bendición que un problema. Resoplé. No me gustaba mucho encontrarme con mis pensamientos, en un enfrentamiento cara a cara me ganarían en el primer asalto por K.O. técnico.
Toqué el cristal del ventanal. Escuché la puerta abrirse, y poco después las campanadas de la Iglesia, eran las 1:00. Me tenía que ir. Ahora. No me hubiera importado quedarme a escuchar las gotas de las lluvias tratar de quebrantar el cristal.
– ¿Hola? – Escuché desde la planta de abajo.
Capítulo 2.
Aaron.
Bajé las escaleras poco a poco con el fin de evitar despertar a Gabri para progresivamente bajarlas más rápido.
– Hey. – Bajé las escaleras y vi a una chica de la misma paleta de colores que el pequeño. Me pareció haberla visto antes, así que cuando llegué a la planta de abajo me detuve unos segundos delante suya, esperando a ver si ella también me conocía de algo.
Parecía que sí, que también me conocía, porque se quedó unos segundos quieta, analizándome de arriba a abajo, fijándose en cada pequeño detalle mientras entrecerraba sus ojos azules.
– ¿Tú no eres el friki que se me quedó mirando en la estación?
No me lo podía creer.
Por un momento quise pensar que eso no podía ser verdad, que se estaría confundiendo de persona. Esta vez la miré yo de arriba a abajo fijándome en lo que me fijé en aquel momento, sus ojos, sumergiéndome en ellos de nuevo. Para mi mala suerte, era ella, estaba claro.
– Ah, tú eres la chica que me llamó friki. – Dije, haciéndome el duro, intentando evitar el tema de cuando la miré como si me fuese la vida en ello.
– Sí, y la hermana del chico que estás cuidando.
– No exageres, seguro que le caigo mejor yo que tú, Olivia.
Volví a fijarme en lo que le rodeaba, todo le quedaba bien, hasta la propia casa, como si todo hubiese sido diseñado para alguien como ella, o mejor dicho, para ella en general. Podría haber vuelto a mi casa hace ya unos minutos, pero quizá llevarme bien con la vecina no sería mala idea.
– Pues seguro, ¿dónde está?
– Durmiendo. – Le contesté.
– ¿Cómo?
– Durmiendo. – Repetí.
– ¿Y cómo lo has conseguido? – Me preguntó con asombro.
– Pues no sé, soy bueno en lo mío. – Sonreí un poco, ni siquiera yo me creía lo que estaba diciendo. – Me llamo Aaron, por cierto.
– Genial Aaron, pues ya puedes irte.
No le dio tiempo a acabar la frase cuando una melena rubia bajó las escaleras corriendo, como si le persiguiera un monstruo. Se detuvo abajo al ver a Olivia. La chica le sonrió, pero el pequeño Gabri le sacó la lengua en señal de descontento. Lo cogí y lo elevé a mi altura, mirándole con mala cara.
– Es que has hecho ruido. – Le reproché de manera borde, devolviéndole el comentario de antes.
– Eres muy gracioso, ¿lo sabías? – Dijo irónicamente.
Devolví al pequeño al suelo, y de nuevo volvió a correr por todos los lugares de la casa de una manera agotadora para quien lo viese.
– Entonces, ¿me voy o hace falta que me quede un rato más ayudándote con él? – Sonreí mientras me acercaba a ella, esperando a que acabase cediendo. – No te las voy a cobrar, tranquila.
– Como si eso fuese un problema. – Suspiró. – Sí, quédate.
Caminé a la cocina acompañado de Gabri, que ya había dado unas cuantas vueltas a todas las habitaciones de la planta inferior. Miré atrás y vi a Olivia quieta. Le hice un gesto indicándole que me acompañase, primero me ignoró, pero a la segunda vez me respondió con una sonrisa y vino. No entiendo porqué no sonreía más, le quedaba mucho mejor que esa cara tan larga, parecía hasta guapa.
– ¿Has cenado? – Le pregunté.
– No, pero da igual.
– Bueno, me dijeron que usara lo que quisiera de la cocina y eso voy a hacer.
***
Le serví el plato en la mesa, solamente era un poco de arroz con pollo. Miró al plato, una vez, dos veces, pero no se disponía a probarlo. Suspiró. Esta vez no era un suspiro porque yo fuese agotador o porque quisiera quedar por encima mía, este lo sentí más real.
Iba a preguntarle si pasaba algo, aunque quizás no era buen momento. Agarré mi móvil de la mesa y comencé a usarlo, a hacer como que hacía cosas: mandaba mensajes, jugaba juegos… mientras miraba de reojo a Olivia. No comió nada, simplemente removía la comida de un lado a otro con el tenedor, como si la comida le aburriera.
– Si no quieres no pasa nada. – Le dije, sin despegar mis ojos del móvil.
– No, tranquilo, me lo como. – Sonrió de nuevo.
Empezó a comer, pero casi no cogía comida, parecía que quería más contentarme a mí más que otra cosa. Eventualmente, volvió a mover el arroz de un lado a otro entre cucharadas.
Quería suponer que simplemente no tenía hambre, pero mi mente no me deja pensar que las cosas que suceden son leves. Siempre acabo imaginándome la peor situación posible, sea el problema que sea, con las consecuencias que eso conlleva.
Mientras que toda esta escena sucedía, Gabri bostezaba repetidas veces, estaba sentado en la silla del lateral de la mesa, silla a la cual le había costado varios intentos subir, hasta que finalmente lo consiguió.
– Deberíamos acostar a Gabriel. – Me replicó.
– Vale, ven conmigo, Liv. – Respondí.
Me miró con los ojos abiertos como platos, mientras sostenía la cuchara cerca de su cara, juraría que no se esperaba que le fuese a poner un mote o que llegase a tener confianza con ella, pero si voy a venir a esta casa muchas más veces tengo que familiarizarme con ella y sus habitantes.
– ¿Liv? – Me preguntó con duda.
– Sí, es más bonito que Olivia.
– ¿Cómo estás seguro de eso?
– Porque ese mote te lo he puesto yo.
Agarré al pequeño en brazos, mientras que Liv se limitaba a seguirme mientras subía las escaleras. Estas escenas me recuerdan a cuando me hacía el dormido en el sofá y mis padres tenían que llevarme a mi cama en brazos. Son momentos que no te das cuenta de lo especiales que son hasta que los pierdes.
Llegamos al cuarto de Gabri y lo acosté lentamente, sentía como ella me miraba y clavaba sus ojos en mí. Cuando me di la vuelta no estaba mirándome, no estaba mirando a nada de hecho. Mentir o disimular no era su faceta fuerte.
Olivia.
Me quedé mirando un rato a Aaron mientras acostaba a Gabriel. Cuando me devolvió la mirada, miré hacia otro lado lo más rápido que pude, no quería que pensase que estaba acosándole o simplemente observándole.
No entiendo muy bien porqué quiere quedarse aquí, pero llevo tanto tiempo sin venir a Costa que he perdido el contacto con todos mis «amigos» de la zona, y un poco de compañía nunca viene mal.
Cuando vi a Aaron por primera vez, simplemente le dije que era un friki porque confiaba en no volver a verlo otra vez, quizás por ello él se quedó mirándome y analizándome. Los dos pensábamos que no íbamos a volver a vernos, pero aquí estamos.
No entendía muy bien qué pretendía hacer. En general, no entendía su personalidad, se acercó a mí y hasta me hizo de cenar, se podría ir a su casa y está aquí, ayudándome con Gabriel. Por todo lo que hacía era un friki, eso estaba claro, pero no me caía nada mal.
Quizás hacerme amiga del vecino no estaba tan mal.
Pero sólo quizás.
Mientras pensaba todo esto, Aaron ya había pasado por delante mía. Se dirigió al ventanal gigante. Todo el mundo se fija en ese lugar, es el sitio más espectacular de la casa. Mi madre mandó a construirlo cuando yo era pequeña, poco después de la muerte de mi padre. Ni ella ni mi hermana fueron capaces de decirme que había fallecido en aquel entonces. Mi hermana me mandaba a mirar a las estrellas en la ventana de mi cuarto, diciéndome que papá estaba allí arriba, y que brillaba más que todas ellas.
Mi madre vió que nos gustaba mirar al cielo de las noches estrelladas, sin entender el motivo, hizo aquel ventanal para que las pudiéramos ver las tres juntas, para mantenernos unidas como familia y para evitar que nos fuésemos, aunque le sirvió de poco. Julia y yo nos mudamos juntas poco tiempo después.
– ¿Vienes? El cielo está muy bonito para verlo solo. – Escuché desde la habitación del ventanal.
– Ah, sí.
Caminé hacia el sofá donde estaba Aaron y me senté al lado suya, manteniendo la vista fija en el cielo. Aaron cogía confianza muy rápido, es lo poco que había llegado a concluir sobre él. Eso y que me sentía segura cuando estaba cerca. No sé muy bien porqué, no lo conocía de nada, podría intentar matarme o violarme, pero simplemente me sentía segura; sentía que era alguien en quien confiar.
Giré mi cabeza hacia él, para mirarle la cara, mientras él usaba su móvil para ver memes. Hacía gestos igual de raros que graciosos; miraba hacia otro lado si algo no le gustaba, sonreía hacia sus adentros si le había hecho gracia.
Apoyé mi cabeza levemente en su hombro como un acto reflejo, siempre solía hacerlo con mi hermana, y simplemente me salió solo. Ella también estaba con el móvil cuando estábamos aquí y disfrutábamos de los momentos felices en esta habitación. Enseguida quité mi cabeza de su hombro, este acto duró exactamente dos segundos, que fue el tiempo que necesité para darme cuenta de que no estaba con Julia si no con un chico que acababa de conocer y que mi única relación con él había sido un encontronazo en la estación.
Me costaba sostener la cabeza, tenía sueño y estaba cansada del viaje en tren que cogí justo después de que se fuese Aaron. Llevaba todo el día fuera y eso también afectaba. Acabé bostezando, y fue entonces cuando sentí su mano en mi cabeza. Lo miré de nuevo y miraba a su teléfono, pero sabía perfectamente lo que hacía. Movió mi cabeza de vuelta a su hombro, para acabar quitando la mano de mi cabeza, en señal de que podía quedarme en esa posición si quería.
No me quejé. Estaba cómoda, y así no me pesaba tanto la cabeza. Los cristales estaban llenos de gotas de la lluvia que había caído cuando yo estaba llegando a casa. Ese tipo de lluvias eran comunes en Costa, el cielo se ponía de acuerdo para humedecer un poco las cálidas playas del lugar, poco después, las nubes y la lluvia desaparecían. Estábamos en ese proceso de desaparición, y se veían las estrellas entre varias nubes que ya habían terminado de encapotar el cielo.
Las estrellas me recordaban a mi padre, pero más me recordaban a mi hermana junto a mi infancia en general. Llevaba tanto tiempo sin ver las estrellas con alguien; ella nunca tenía tiempo para hacerlo y a mis amigos les parecía una pérdida de tiempo hacerlo, aún sabiendo lo mucho que me ilusionaba.
– Las estrellas desde aquí son preciosas. – Escuché mientras retumbaba mi oreja izquierda a causa de su voz.
– Lo son. – Me moví levemente y recoloqué mi cabeza mientras sonreía levemente por culpa de los recuerdos.
Pasó un rato de silencio, Aaron hasta dejó de usar el móvil, después de ver varios memes y de jugar algunas partidas a algún juego del móvil.
– Yo debería irme, ¿no? Parece que tienes sueño. – Me preguntó.
– No. – Dije. – Quiero decir, no tengo sueño, si quieres irte vete. – Intenté arreglarlo todo lo que pude, por dentro estaba deseando que me dijese que se quería quedar, solo para seguir fantaseando un poco más.
– ¿A qué hora llegan tus padres?
– Mi madre no llega ya hasta mañana por la tarde. – Recalqué la palabra madre, hasta tal punto que se dió cuenta de que aquel hombre no era mi padre, sino el de Gabriel, y novio de mi madre.
– Entonces no creo que pase nada si me quedo un rato más. – Cambió de postura y me miró de frente. – Pero a cambio, tendremos que hablar un poco. – Rió levemente.
Su risa era aquel tipo de risa que contagia al resto, haciendo que te abras más, haciéndote sentir cómoda. Subí mi mirada hasta verle de frente y fijarme en sus ojos color café, que junto a su piel morena y pelo castaño hacían una armonía perfecta.
– ¿Por qué te gusta mirar a las estrellas? – Preguntó con intención de sacar un buen tema de conversación.
Suspiré antes de contestar. Quise tratar de entender cómo comprendió que el mirar las estrellas era algo más que solamente observar el cielo para mí cuando, por otra parte, mis amigos nunca hicieron el mínimo esfuerzo por entenderlo.
Bajé mi mirada mientras las secuencias del pasado se presentaban en mi cabeza, una y otra vez, como cuando pasas las fotos de tu galería a una alta velocidad.
Las lágrimas querían salir de mis ojos, pero logré impedirlo.
Volví a mirarlo. No había despegado su mirada de mí ni un segundo. Sabía que probablemente la pregunta me iba a desmoronar, pero no por ello dejó de hacerla.
Cerré mis ojos unos segundos para seguir reteniendo las lágrimas, cuando sentí su mano en mi mejilla. Su dedo pulgar acariciaba mi cara mientras que secaba las pocas lágrimas que había derramado.
– Si no quieres contármelo está bien. – Sonrió, aportándome seguridad.
Quizás fuera algo difícil de explicar a alguien que acabas de conocer pero, después de ver esa sonrisa no era capaz de decir que no.
– Me recuerdan a mi padre. Él falleció cuando yo era pequeña. Mi madre siempre nos decía a mí y a mi hermana que él estaba ahí arriba, vigilando que no hiciéramos nada malo, pero sobre todo, cuidándonos. – Las lágrimas ya salían solas de mis ojos, aunque no llegaban a ningún lado porque él se ocupaba de acabar con ellas antes.
– Supongo que lo echas de menos. – Suspiró. – Yo también echo de menos a alguien. – Murmuró la última frase, mientras sus labios temblaban presos de un miedo irracional.
– No es solo eso. Estar aquí, contigo, me recuerda a cuando venía con mi hermana. Muchas gracias por haberte quedado.
Iba a abrazarlo, pero se me adelantó. Ya estaba envuelta en sus brazos, y me volví a apoyar en su hombro, y volví a mirar a las estrellas, esta vez, segura entre sus brazos.
– ¿A quién echas de menos? – Le miré a los ojos mientras apretaba aún más el abrazo.
Hubo un silencio por unos segundos. A Aaron le costó responder esta pregunta, como cuando te haces una herida que no cicatriza bien y siempre está ahí, molestando e incordiando.
– A un amigo. – Suspiró. – Solía venir con él aquí a Costa hace unos años.
– ¿Y qué pasó?
– Murió. – Respondió rotundamente.
Camuflaba su tristeza bajo una falsa dureza, detrás de una barrera que tardaría poco en romperse. Escuchaba su respiración agitada. El silencio se volvió a adueñar de la sala y sentí que hasta podía escuchar los latidos de su corazón. Me apretó aún más a él. Intenté girarme para verlo más de frente, pero se revolvió en señal de negación.
No sabía que podía hacer por él en este momento. Quería ayudarlo, por eso me quedé junto a él, abrazados. No sabía qué decir, o pensar, pero tenía claro que sus memorias y sus pensamientos estaban comiéndole por dentro y que aquella muerte había significado mucho para él.
– No estás solo, estoy aquí contigo. – Traté de calmarlo. Subí una de mis manos hasta el lateral de su cara. Seguí paseando mi mano tranquilamente mientras notaba que su respiración aflojaba levemente.
No sabía cómo, pero parecía que lo había conseguido. Traté de separarme para mirarlo directamente a la cara, y lo conseguí. Sus ojos estaban llorosos y sus pestañas húmedas. Como él hizo antes conmigo, le sequé las lágrimas y le sonreí.
– Tú no me has dejado sola a mí, yo tampoco te voy a dejar solo a ti. – Sonreí, tratando de recrear la escena de antes, aunque esta vez con los roles cambiados.
Fue entonces cuando empecé a procesar que todo esto había sucedido con un completo extraño, que en un principio únicamente venía a cuidar a Gabriel. Podría arrepentirme de haberme sincerado, pero no soy capaz. Con él me había sentido más cómoda que nunca. Como si llevase toda mi vida en otro lugar y él me hubiera traído al que me corresponde, de golpe y sin pedir permiso
Realmente me pregunto qué estaría pensando él sobre todo esto.
Aaron.
Lo último que había sentido era a Liv secándome las lágrimas. No entendía qué había pasado, bueno, en cierta parte sí, pero no entendía por qué en ese momento.
No me gustaba la imagen que había dado de mí, por muy bien que me sintiese con ella, la acababa de conocer y estoy seguro de que en ese momento pensaría que soy un bicho raro. Es cierto que ella también se había sincerado y había llorado, pero no tenía comparación con la manera en la que yo me había desmoronado delante suya.
Miré a Olivia, estaba callada, con la mirada fija en mí pero sin observarme, metida profundamente en sus pensamientos. Quise romper el hielo.
– Perdón, no quería que me vieras así. – Solté en un suspiro.
– No pasa nada, yo solo quería ayudarte.
– Ya, sí, eso es lo que decís todos cuando me tenéis que ayudar para que no me sienta culpable. – Interrumpí su frase.
– Aaron, no seas idiota, tú me has ayudado y yo te he ayudado a ti. Estamos en paz, ¿no?
Me callé unos segundos, por un momento sentí que sus palabras eran verdaderas. Este pensamiento duró poco, porque los recuerdos en los que me traicionaban rondaban mi cabeza.
– No entiendo porqué cojones te he contado eso sin conocerte, joder. – La impotencia recorría mi cuerpo mientras apretaba mis puños.
– ¿Te arrepientes? – Miró hacia abajo.
– Eso creo, no sé Liv…
– Yo no me arrepiento. Quizás en un futuro lo haga, pero en el presente, en el aquí y ahora, no me arrepiento. Me he abierto a ti y has respondido como llevaba esperando toda mi vida que respondiesen. – Levantó la mirada de nuevo. Sus ojos azules desafiaban a los míos mientras esperaban una respuesta.
Una respuesta que no fui capaz de formular. Abrí mi boca varias veces, pero no lo conseguí. Tenía un nudo en mi garganta que paraba cualquier tipo de emoción o sonido que quisiera salir de mí. Miré a Liv unos segundos mientras mis labios temblaban.
– Quizás lo mejor es que te vayas a dormir y ya mañana hablamos, seguro que te sienta bien. – Trató de crear una falsa simpatía, que sirviera como una cortina de humo para la mezcla entre decepción y enfado que realmente tenía.
– Yo… – Realmente pensaba otra cosa, totalmente diferente a lo que ella, pese a esto, no tenía fuerzas suficientes para rebatirla, por lo que lo haría mañana. – Tienes razón. Aún así, mañana quiero verte.
Gasté la poca energía que me quedaba para decirle algo que sentía de verdad; que quería verla, y seguir conociéndola.
– Claro. – Volvió a sonreír, aunque esta vez en su rostro solo se dibujó una media sonrisa.
Liv me acompañó hasta la puerta. Me dió el papel con su número que estaba en la cocina, no sin antes apoyarse en mi espalda para escribir algo más. Pretendía verlo antes de salir por la puerta, pero ella metió el papel en mi bolsillo antes de que pudiera verlo.
No nos despedimos con palabras, simplemente nos quedamos mirándonos fijamente el uno al otro, hasta que decidí darle un abrazo en forma de despedida. Salí por la puerta.
– Llámame mañana. – Escuché antes de que la puerta terminara por cerrarse del todo.
Saqué el papel en el trayecto entre su casa y la mía, detrás de su número y su nombre ponía un «Todo va a estar bien» junto a una carita sonriente. La misma cara que acabó por dibujarse en mí.
Capítulo 3.
Aaron.
Me desperté por segunda vez. La primera vez eran las 12:00, por lo que mi cuerpo había determinado que aún no era hora de levantarse y que debería dormir un poco más. Miré mi teléfono y era algo más tarde de las 13:00. Fui incorporándome poco a poco hasta estar sentado, la luz escasa que entraba por la ventana hacía que pareciese un lugar agradable para dormir, aunque lo cierto es que en absoluto, el colchón no era cómodo o al menos no para mí gusto.
Empecé a buscar mi camiseta, estaba tirada en una esquina del cuarto, era mucho más fácil hacer esto que colgarla en el armario. Cuando fui a por ella, un ruido que venía de afuera me llamó la atención, por lo que me asomé desde la ventana de mi pequeño balcón.
Pude ver a un grupo de adolescentes rodeando a otro de una manera intimidante, cualquiera en su situación estaría vendido. Uno de los componentes de aquel círculo se abalanzó sobre la víctima y comenzó a golpearle, o al menos a intentarlo, el chico del medio se defendía como podía y, realmente, no lo hacía mal. Otros componentes del círculo empezaron a intervenir en la pelea, facilitando sus posibilidades.
Otros recuerdos venían a mi mente, cuando era pequeño solía hacer pequeñas bromas con mis amigos de Costa. Es una ciudad relativamente pequeña y la policía está muy ocupada ayudando a los turistas que vienen aquí a pasar el rato más que a velar por la seguridad de los ciudadanos. Desde aquel incidente, que hizo que yo no quisiese volver a la ciudad en mucho tiempo, se trató de incrementar la seguridad, pero acabo de comprobar que no ha servido de mucho, ya que estos escenarios se siguen dando.
Continué viendo la paliza, el chico ya estaba tirado en el suelo y solamente recibía patadas y pisotones, que manchaban su ropa y hacían heridas en su piel. Por un momento pensé en intentar detenerlo, pero eso solo cambiaría el número de víctimas y añadiría uno más.
Finalmente, la piña se desvaneció y caminó, como si nada hubiese pasado. Me puse la camiseta y decidí bajar a ayudar al chico, que seguía tumbado en el suelo tapando su cara como podía.
– Joder, te han molido. – Me senté en el suelo.
Se dio la vuelta poco a poco, como pudo, hasta estar bocarriba. Al ver su melena castaña clara abrir su pelo pensé que esa figura me era familiar. A pesar de las heridas que se le habían formado en el rostro, pude reconocerlo.
– ¿David? – Solté mientras ponía mi cara entre sus ojos y el cielo, para que me pudiese ver.
Pasó un momento entre mi pregunta y su respuesta, no sé si es que no era capaz de reconocerme o si no tenía fuerzas para contestarme.
– Aaron, ¿qué haces aquí? Llevas por lo menos tres años sin venir. – Sonrió un poco, como pudo.
– Mi madre, que se ha empeñado en que viniese para acabar dejándome solo.
Extendí mi mano y le ayudé a levantarse. David y yo habíamos tenido muchos problemas en el pasado, en general, desde aquel día todas las personas que yo conocía en Costa empezaron a tratarme diferente y a tratarse diferente entre ellos.
– Desde la muerte de Enzo no pisas Costa. – Soltó.
– Ya, sabes perfectamente lo duro que fue para mí.
– Y para todos. La ciudad no es igual desde entonces.
– Anda, ven a mi casa, a ver si te puedo desinfectar las heridas aunque sea, y me cuentas lo que ha pasado en estos tres años.
Nos dirigimos a mi casa, bueno, la casa de mi madre que temporalmente es solamente mía.
Invité a David a sentarse, no quería que estuviera de pie con todas esas heridas. Busqué un botiquín en el baño, aunque solamente encontré alcohol, algodón y algunas tiritas. Me senté a su lado y empecé a limpiarle las heridas de la cara y de los brazos.
– Siempre tan servicial, eso nunca cambia. – Sonrió.
Lo cierto es que esta escena ya se había repetido con Enzo muchas veces, y todos lo veían, solíamos reunirnos en su casa y mientras la mayoría hablaban sobre cosas que en aquel momento nos parecían importantes, yo me dedicaba a curarle las heridas a Enzo. Siempre estaba peleándose por nosotros, por defendernos, pero nosotros nunca le seguíamos el juego.
– ¿Por qué te han hecho esto? Creía que el problemático del grupo era él. – Pregunté mientras le desinfectaba el brazo.
– Lo era, pero hay algunas cosas que sí cambian. – Su rostro cambió. – Lo cierto es que desde su muerte todo ha cambiado, a peor. Algunos del grupo hemos intentado cambiar nuestra forma de ser, para que nunca más volvamos a perder a alguno de nosotros.
Instintivamente apreté la muñeca de David al escuchar esas palabras, no me gustaba que siguieran metidos en los líos que él se metía, y menos aún cuando nosotros le habíamos advertido muchas veces de lo que pasaría si no salía de ahí.
– ¿Por qué hacéis eso? ¿No podéis ser un grupo de personas normal? Dejad de jugar a ser criminales, porque solamente acabáis perjudicados vosotros mismos.
– Aaron, no es solo eso, Enzo hacía lo que hacía con un propósito.
– ¿Si? ¿¡Y adónde le ha llevado ese propósito?! ¡A la tumba! – Solté el brazo de David. – ¿Ahora queréis vengar su muerte? Sabéis perfectamente que tanto la suya como la de su hermano fueron archivadas. No muráis en el intento de atar cabos que jamás van a poder ser atados. – Golpeé la pared debido a la rabia que tenía. – Iván lo era todo para Enzo, y lo perdió.
– Y Enzo lo era todo para ti, y lo perdiste.
– Por eso, aunque llevemos años sin hablar, no quiero que juguéis a lo que él jugaba. Moriremos sin descubrir qué pasaba alrededor de esa familia; dónde estaban sus padres, por qué murieron los dos… ambos vivieron con dudas toda su vida.
– Es el momento de solucionarlas.
Cogí aire, agarré un algodón nuevo ya que el anterior había salido volando por los aires en consecuencia de mi enfado y comencé a limpiar sus heridas otra vez.
– Aaron, Enzo no es el único que ha muerto. La policía pasa literalmente de todo lo relacionado con Enzo. Nadie nos quiere ayudar. Emma, su antigua novia, murió hace un año aproximadamente, sin motivo aparente.
Un pequeño escalofrío empezó a recorrer mi piel, estaba reviviendo traumas del pasado que no me gustaban y desearía no haberlos vivido jamás.
– No sé qué está pasando, pero no puede ser coincidencia que mueran tantas personas en un mismo círculo común.
– ¿Y qué quieres decir con esto?
– Que si realmente saben algo sobre Enzo y de verdad hay una cadena en todo esto, uno de los próximos en morir deberías ser tú.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, era como si no me lo quisiese creer, pero el aire que recorría a David, su cara magullada por las heridas y el escenario que rodeaba a Enzo en aquel entonces dirigían a que todo podría ser verdad.
– Cuando te llamaba siempre me saltaba el contestador. – Me replicó, intentando justificar porqué no me había avisado antes.
– Cambié de número, no quería tener nada que ver con vosotros.
– Pero el destino te ha traído aquí, podemos descubrir qué pasó, y dar con la verdadera razón del incidente.
Cualquier persona en su sano juicio juraría que David estaba mal de la cabeza, pero todo se sentía muy real. No es que quisiera meterme en estos líos, solamente quería saber la razón de su partida, encontrarla para ver si así podría dormir por las noches y dejar de ver su sombra en distintos lugares.
– Quizá deberías darle una vuelta antes, pero piénsatelo bien. Ya sabes donde vivo.
Aún seguía en shock y no podía procesar todo esto. David se levantó del sofá y se dispuso a irse de mi casa.
– Sí, cuenta conmigo, luego voy a verte. – Respondí.
– Claro. – Sonrió. – Siempre es genial tenerte de vuelta, Aaron.
David salió de la puerta de mi casa y mientras él salía, otra persona entraba. Era Olivia. La mirada de Liv y de David se cruzaron por unos segundos, y el castaño me dedicó una mirada de duda que terminé por ignorar.
– ¿No ibas a llamarme? – Dijo la rubia mientras David salía de la casa.
– Se me complicó el día, pero bueno, estás aquí.
– Se te complicó con gentuza como David, ¿no?
Por un momento me sorprendió que se conocieran, aunque siendo Costa no me extrañaba de nada, aquí la gente se conoce perfectamente.
– ¿Gentuza? – Le pregunté con duda.
– Sí, ¿no has visto cómo estaba? Siempre con heridas, metiéndose en peleas. Él y sus amigos se creen los reyes del mundo, pero les queda algo grande.
– Te recuerdo que es mi amigo, por si quieres parar. – Traté de conseguir que dejase de decir gilipolleces.
– Realmente no me importa.
– Ya. Oye, una pregunta, ¿tú conoces a Enzo?
– ¿Enzo?
– Sí, es mi amigo, el que murió hace unos años. – Traté de refrescarle la memoria.
– ¿Cómo se supone que lo voy a conocer?
– Conoces a David.
Me di cuenta de que estaba siendo muy agresivo con ella, pero el hecho de que conociese a varios de mis amigos me hizo pensar que podría saber algo. Más aún cuando los trató de inferiores.
– Pues no, no lo conozco, aunque seguro que los dos erais la excepción de ese grupo, o eso espero.
Hablar de él en presente es algo que siempre había hecho, no sé si era por respeto a su fallecimiento o por respeto a él en general, pero era algo que me salía solo.
Dudé de si contarle lo que me acababa de decir David a Liv, aunque creo que no quería meterla en estos tipos de temas y quizás era mejor mantenerla alejada de todo esto. Con suerte, viviré todo el verano, y cuando me vaya ella no descubrirá mi muerte.
– Bueno, a lo que iba, ¿te apetece venir a una fiesta esta noche?
Una fiesta no sonaba al tipo de plan que necesitaba después de las buenas noticias que había recibido, tampoco era mi escenario favorito en otros momentos, simplemente no me gustaban, y seguramente sería con los amigos estirados y pijos de Liv.
– Acoplarme en una fiesta tuya no suena como algo que haría yo.
– Pero la idea ha sido mía. Seguro que te lo pasas bien.
– Un rato solo. – Tenía dudas, pero quería ir.
¡Genial! Ponte lo menos horrible que puedas.
Sentí que Liv estaba por irse, luego pensé que estaría poco tiempo con ella si realmente íbamos a la fiesta. Seguramente ella acabaría estando con algunos chicos o con sus amigas, y yo con alguna persona que conoceré. O espero conocer.
– Quédate a comer. – Solté aquella frase sin pensarlo.
Pensándolo bien, si algo puede acabar con mi vida, me encantará disfrutar el tiempo que pueda con Liv. No tenía miedo, no tenía presión, ni siquiera sabía adónde podía llegar ésto, pero si moría, me encantaría hacerlo sabiendo qué le había pasado a Enzo.
– ¿Has visto cómo voy? – Me respondió en señal de negación.
La miré de arriba a abajo, llevaba unos vaqueros cortos y una camiseta larga, que hacía que estos casi no se viesen.
– Igual de horrible que siempre. – Bromeé mientras le tiraba un cojín.
– Ya, y lo dice el que tiene unos pantalones de cuando tenía ocho años y la peor camiseta de tirantes. – Me devolvió el cojín, que acabé dejando en su sitio.
– Aham. ¿Qué quieres comer?
***
Liv y yo terminamos de comer. Ella era de las pocas personas que no podía predecir lo que iba a hacer o decir, y quizás por ello me interesé por ella. Esta vez, sí comió, mucho menos que yo, pero tuvo un gran avance. Quiero pensar que ahora tenía más hambre que anoche.
Un rato después acabamos sentados en mi cama, escuchando música de un mismo auricular. Yo insistí en usar un altavoz, pero ella prefirió usar sus auriculares. Para mi sorpresa, teníamos un gusto musical parecido y varias de las canciones de su playlist también estaban en la mía.
– Oye. – Le toqué el brazo. Ella se giró y me miró con duda. No sé qué quería decirle. Se me había olvidado. – ¿Nos tumbamos? – Acabé improvisando una frase, aunque no sé si era la más correcta.
– Claro, pero solamente porque tengo sueño.
Siempre rellenaba sus frases de muletillas para recalcar su orgullo, aun sabiendo que eso no quitaría que acabara tumbada al lado mío, me gustaba escucharlo. Sin esas muletillas no sería Liv. Sin ellas no sería ella. Quizás sin ellas, no estaría a mi vera ahora.
Escuchábamos canciones relajantes, probablemente de una playlist que solamente alberga canciones así; con un ritmillo simple y una base de guitarra de fondo.
Liv fue escalando poco a poco, hasta tumbarse en mi pecho, creo que le daba vergüenza hacerlo directamente, aunque esto era peor aún. Sus ojos estaban cerrados, aun sin estar dormida, se le veía tan en paz con todo.
Luego de unos quince minutos, escuché un coche pitar fuera, aunque no le hice mucho caso. Luego de una canción más o menos, sonó su móvil.
Miré quien la estaba llamando, pero en el nombre solo ponía «Aa», supongo que en el intento de que este contacto salga el primero.
Terminé por hartarme de esperar a que ella se despertara, y la desperté yo.
– Te están llamando. Pone «Aa».
Al escuchar esto, se levantó de golpe. Sin contestar la llamada, se levantó de la cama y se puso los zapatos.
– Luego te hablo para ir a la fiesta. – Dijo mientras salía corriendo, sin despedirse.
Me extrañó por unos segundos, pero no le di mucha importancia. Le mandé un mensaje a David. Me sabía su número de memoria. Por un momento dudé, pero la foto de perfil era suya. Le escribí «Soy Aaron. Mañana nos vemos».
Luego de unos minutos me llegó un mensaje suyo. «Okey :)».
Tuve un momento para encerrarme con mis pensamientos. Al contrario de a menudo, no me agobié. Sentí paz y alivio. Puse música en mi móvil y comencé a imaginar escenarios imaginarios. Muchos de ellos tenían que ver con Liv.
David.
Cuando llegué a mi casa aún estaba sorprendido por el hecho de haber visto a Aaron. A lo largo de la tarde me llegó un mensaje suyo diciendo que vendría mañana. Acepté, la verdad es que estaba un poco cansado para recibir a gente en mi casa. La puerta de mi cuarto se abrió.
– ¿Cómo te has hecho eso?
– No te importa, Sara. – Le respondí a mi hermana, que aunque era mayor, la verdad que no tenía un mínimo de autoridad en mí.
– Como se entere mamá verás.
– Ya me ha visto mucho peor.
Mi hermana se sentó a mi lado. Nuestra relación era de amor-odio, aunque algunas veces teníamos situaciones bonitas fraternalmente. Giró la foto de mi madre de mi mesilla de noche.
– No quiero que te vea así. Ya verás como así no te ve. – Sonrió y me revolvió el pelo.
– No le hagas eso a mamá. Ella quiere vernos. – Me estiré para colocar el marco, pero cuando lo coloqué, Sara me tiró hacia ella y me dió un abrazo.
– Sabes que no soportaría perderte, ¿no?
– Ya.
Me costaba mucho expresar mis sentimientos, pero yo tampoco quería perderla a ella. Estaba cansado de perder a gente, de saber que mueren y yo no puedo hacer nada, por eso convencí al grupo de descubrirlo, para no tener que verlos morir.
– Te quiero. – Sonreí.
– Has tardado mucho en responder, ahora yo no.
Con los dos reincorporados y sentados en la cama, me apoyé en el hombro de mi hermana.
– ¿Sabes que el amor de tu vida está en Costa?
– Sorpréndeme. – Me respondió.
– Es Aaron.
Al final acabó sorprendiéndose. Le hice esa broma porque ella siempre me decía que era muy guapo para tener un año menos que ella y que sería el amor de su vida, o al menos si a Aaron le hubiera importado lo mínimo las chicas en aquel momento.
– Que tonto eres. – Disimuló su sorpresa insultándome.
– Sigues sin negar que sea el amor de tu vida.
– A ver cuando aparece el tuyo.
Olivia.
Ya eran las 22:00 de la noche, había llamado a Aaron unos minutos antes para que se fuese preparando, pensé que tardaría poco, pero me ha tenido esperando más de 10 minutos. Finalmente, escuché la puerta de su casa abrirse y a él salir.
– ¿Por qué has tardado tanto?
– Liv, me has avisado cuando has salido de tu casa, ¿cómo pretendías que me diese tiempo?
– No sé, eso es cosa tuya. Aún así, vas bien, no creo que desentones tanto como pensaba que ibas a desentonar.
– Un gran halago.
Aaron pasó por delante mía con paso decidido, como si verdaderamente supiera dónde vamos. Me encantaba el olor del perfume que usaba, y también su manera de conjuntar la ropa, aunque no podría decírselo porque le subiría mucho el ego.
– Es para el otro lado, Aaron.
– Ah, sí. – Dió media vuelta y siguió caminando. De repente se frenó. – ¿Vienes o te quedas? – Dijo entre risas.
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