La noche de verano sofocante esperaba en la calma del campo para el encuentro de los dos amantes, las estrellas en el cielo arriba y abajo las luciérnagas en los arbustos, iluminaban tenuemente el camino de aquellos extraños.
Debían verse alejados del pueblo, nadie podía descubrir a la hermosa hija del alcalde con él, con ese muchacho de malos pasos, de reputación cuestionable y siete dedos en la mano izquierda.
Él ya esperaba en la colina, tarareando alguna melodía tímida, dudando de sí mismo, de que pasaría si los encontraban, de por que razón la virgen más codiciada de aquella vereda le había robado un beso el otro día; se preguntaba que intenciones tenía ella para esa noche despejada, clarísima.
Entonces llegó, unos minutos después de la hora acordada, él sintió un alivio inmenso al verla ahí, sola, esperándolo con una sonrisa suave, con su vestido amarillo de flores, el cabello bien arreglado, maquillada, perfumada.
Su alivio se resumía a una premonición de que esa cita no era una broma pesada hasta entonces, y de que a juzgar por la apariencia de ella, estaban ahí los dos para reproducir un dulce momento, no para ser humillado o rechazado, como lo había sido hasta entonces, por diecisiete tortuosos años.
El cabello de bronce de la joven bailaba con la brisa tenue, toda ella era una invitación para él, sus sentidos escapaban en trance ante la bella aparición, todo lo hipnotizaba, hasta el aroma del jazmín de noche incrementaba para seducir a los amantes.
Él se dirigió a ella y la saludó cortésmente con su perfecta mano derecha, ella respondió al fino gesto con un beso en su mejilla fría, ambos sonrieron, él la invitó a tomar asiento en una banca que daba una amplia perspectiva del pueblo a lo lejos, con sus ventanas amarillas contrastantes a la oscuridad nocturna.
Observando la luna menguante, hablaron de sus miedos, de los problemas del pasado en la escuela y de lo bien que se sentían ambos tomados de la mano. Él le recordó si había traído las tijeras que le había pedido, (en su casa estaban prohibidas por su madre) Ella las sacó de su bolso pero le dijo que no eran necesarias, no lo serían ahora que ella hablaría por él ante su padre.
Él joven arrebato con ansiedad las tijeras de las manos de la chica, y con una fuerza jamás concebida dentro de sus propios límites cortó uno de sus dedos extra.
La joven vio asombrada como el fulgor de una estrella se extinguía ante la angustiosa queja de acompañante mutilado, él prosiguió entonces con el restante apéndice, mientras ante la mirada atenta de ella otra estrella se apagaba.
El dolor era punzante, le cortaba al afligido su respiración, pero a la vez sus ojos estaban llenos de esperanza, por fin tendría una vida normal con sólo diez dedos; agradecido, devolvió las tijeras a su hermosa compañía.
Ella las empuñó un momento antes de guardarlas y le dijo:
-¿Sabes? las estrellas brillan tanto, cada noche desde que recuerdo, que no he podido dormir bien, su luz es simplemente extenuante.
Tomó sonriendo la ensangrentada mano del joven, lo besó inquieta para luego en un acto fugaz, clavar las afiladas tijeras en la garganta del desafortunado adolescente.
Entonces ella observó triunfante como las estrellas morían en el cielo, dejando a la oscuridad gobernar la noche.
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