¡Oh Silveria, Silveria! ¡Qué ha pasado! Mi capullito de plata, amor abnegado, dulce de anís. Mi niña divina, torpe de infancia, terca dulzura, ¿Dónde estás? ¿Qué haces allí en la puerta? ¡Angustias! Ya mi añejo corazón se escuece de zozobra, no puede quebrar más. Mi ave, tus alas no están aun para que vueles, la puerta es un lugar donde aun no debes ir, o yo voy a llorar.
¡Mira! oh Silveria como traes los zapatos. Mira las manchas que traes adheridas, los rayones del cuero, mira, Silveria, tus pobres zapatos. Y no, no, tu vestido ¡Mira! ¿Qué es este alboroto? Blanco y puro fue este vestido, tan inocente como tu lozanía. Y ahora luce abandonado, anémico, gris todo empolvado. Mi niña, ¿no vez? por arrastrarte a la puerta, buscando marchitarme el suspiro de vida que me resta. Has lastimado tu mentón y tus palmas, ves esas líneas, aquellos surcos, ¡saldrá sangré de allí! ¡nos van a dar ganas de gritar!
Silveria ¿Qué pensabas? Tu, que de mis manos brotaste como la lluvia a las nubes. Rayito nacido de mi palma una mañana agradecida. Yo, que de mi vida, construí la tuya. Tu, Silveria, abandonándome me pagas. Y ya no aguanto tanta congoja, me pesa el dolor ¡Silveria! ¡Tráeme mis pastillas! ¡Me duele -Ah- el corazón! No puedo verte así… Herida, quebrada. No quiero ni recogerte del suelo, estas mutilada. Escapaste de mi un instante y en el suelo a pedazos quedas, estas despedazada, se desangra a granitos tu pulida porcelana ¡Silveria! y mi anciano cuerpo, mis gastados pesares no resisten recogerte, Silveria. Te tomo en mis manos, tu rostro se resquebraja. Silveria mi única hija has muerto… Oh, pero, ¿Qué es esto? Silveria, muero, muero, y solo veo las manchas de tus zapatos, si tus zapatos… los mismos de esta mañana, ah…
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