Lejos de mí se postraba un sol que nunca salía.
Un sol que temía a alguna presencia más imponente que él.
A nosotros sólo nos tocó observar y bajar nuestra cabeza.
Sentíamos miedo y angustia en cada respiro que salía de nuestro ser.
Vibraban nuestros cuerpos.
El sol no salía.
Pero las estrellas nos iluminaban.
Se acercaba el contacto.
Nosotros fuimos unos hombres hincados.
Con la cabeza baja.
Entonces levantamos la mirada y ahí estaban ellos.
Conectamos mente.
Algunos se marcharon.
Otros tocaron con su dedo, frentes.
Extasiando a todo aquel que tocaban.
El sol siguió sin salir.
Ahora nos respondíamos nuestras suplicas.
Acercándonos cada vez al sol oculto.
A ese sol inexistente.
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