¡Ve!
Ojos que ven, corazón endemoniado. Aulló la esencia del vagabundo de tinieblas. Vehementes de curiosidad, los éteres convergieron ante el anónimo que no hacía más que admirar su valetudinario y epatante semblante, desorbitado pero no por ofuscado sino todo lo contrario: amo y señor de la noche. Así iba a ser, y en efecto así fue...