Las calles habían sido abandonadas  a la suerte de algunos transeúntes que deambulaban  para abastecerse de alimentos, fármacos y dinero.

  Roberto esperaba en una de las colas que se formaban en la entrada del supermercado, manteniendo la distancia de seguridad y pensando «así sera ahora, luego vendrán las cartillas de racionamiento, el estado de excepción, el toque de queda y más confinamiento.

  Dentro, notó como detrás de la mascarilla de la empleada del «super» se vislumbraba  una mirada inquietante, exasperada por controlar el reguero de gente que entraba dentro,donde el suministro denotaba la escasez de las estanterías.

  Mientras tanto, su mujer Laura, se encontraba pendiente del  telediario de las tres. Esperaba la dosis de virus que tan bien traído le servían. Allá que iba con fuerza el miedo, ese virus que desplegaban contando con él otro …el de la «quiniela»de afectados, las altas médicas, y por supuesto la cifra de muertos.

  El cuñado de Roberto (Mario) tenía un cabreo de cojones…»seguro que mi empresa se va al carajo con el bicho de marras».El cierre le estaba suponiendo pérdidas de muchos trompos ; y la dichosa tele diciendo que habrá ayudas para todo el mundo.»Que me lo creo yo…vamos, seguro que antes pillo la mierda esa».

  El hermano de Mario también estaba  respetando el encierro, aunque no soportaba estar todo el tiempo enclaustrado  en el piso, pues le daban ataques de ansiedad, A veces  subía a la azotea ,pensando»¿ quien había sido el causante de esta barbarie?,¿era esto una especie de purga?…¿es esto el principio del fin?

  Allá arriba, a veces pululaban en sus ojos autobuses vacíos… 

  

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