Nada.
Hubiera querido verse envuelto en una nube de humo y oír el traqueteo del tren al alejarse. Correr junto a la ventanilla y alcanzar su mano. Su mano. Recordó la última caricia, el mismo beso, la misma música, la insoportable sensación monótona del amor a disgustos y sonrió. El tren eléctrico estaba ya muy lejos.