Nunca bebas de una taza desconocida

Nunca bebas de una taza desconocida

Fuera (dentro), dos universos colindantes. Fuera existen momentos,

(dentro fluye discontinuo)

Fuera.

Tomo un sorbo sonriente, sin saber que será el último. Que taza tan bonita para este momento. El Sol, latente, expectante, en la cumbre de su existencia, me insinúa en un dialecto ininteligible “¿Qué esperas linda? Bienvenida a mi terreno”. Le devuelvo la mirada mientras un hombre encorvado, medio desnudo y con suerte con zapatos, se dirige hacia mí. Con los ojos fijos en mis manos me advierte. Mi cara se transforma al ritmo de su discurso. Ya por la mitad, solo alcanzo a comprender “nunca bebas de una taza desconocida”. La taza se desliza entre los dedos y cruje en el suelo. Bienvenida.


(dentro)

(Pánico Él es y aquí está Siento pánico Dejo de escuchar los
sinsentidos y con el último trago aún en los labios empieza a arrasar por todas
las fibras de mi piel Me congela Aquí dentro, solo se oye un largo silbido, que
acompaña el bombeo de mis entrañas erizándose en el hielo Inmóvil)

Fuera.

Lucho con fuerza por salir del ensueño paralizador. Escucho. Gritos mercaderes, traqueteo ferroviario, voces incongruentes. Solo son mentiras y silencios. Pero sigue, esa voz inquietante continua con su advertencia, “nunca bebas…” Busco otra vez con la mirada a la niña que me ofreció la taza. Lejos, aún más lejos, la encuentro junto a sus amigas. Tan dulce e inocente como su edad, me observa entre carcajadas provocadoras que se me clavan en la garganta.

(dentro)

(Escucho ¡Retumbos de ausencia, melodías crujientes, frecuencias que
agonizan, latidos y amenazas! Aquel obsequio que mi condescendencia europea ha
interpretado como inofensivo, aquella sonrisa rogadora que he aceptado desde
una posición condecorosamente solidaria, se tornan absolutamente desafiantes
Solo mis ansias de tolerancia y alago en una sociedad exóticamente distinta me
han llevado a cometer tan aventurada estupidez ¿o me estaré equivocando?
A ellas las siento a carcajadas, mientras el recuerdo no cesa la repetición “nunca…”)

Fuera.

Despierto. El mundo vuelve a girar y a una velocidad desconocida. Una voz metalizada en idiomas que apenas comprendo me recuerda que debemos marcharnos. Rápido. No hay tiempo. Busco a Romina desesperada dejando al hombre con la palabra en la boca y los restos de la taza en el suelo. Gracias por todo, me ha quedado claro. Él aun me persigue exigiéndome una moneda por los consejos. Absurdo, por lo menos.

Encuentro a Romina tirada en el suelo rodeada por cuatro mochilas demasiado grandes, al borde del desmayo, con la piel verdosa y el sudor de la fiebre. La ayudo a levantarse. Despierta cariño, debemos irnos. La sujeto para que se agarre a la barandilla y recuerdo porqué se encuentra en este estado: ayer bebió de una taza desconocida. Empieza a bajar las escaleras mientras el tren se acerca a los andenes. Lanzo las mochilas desde arriba, no me importa lo más mínimo el contenido. Empiezo a marearme. El señor lo dijo, ya queda poco para el desastre. Frente a nosotras se abren las puertas al paraíso. Solo veo luces de colores y me recorre un hormigueo por todo el cuerpo. Estamos dentro (dentro). Esto se ha acabado.

(dentro)

(Ansia, ansia, ansia)

Fuera (dentro)

Observo a la mujer de la litera de enfrente. Apenas hace unos meses que nos empezamos a conocer y en los últimos siete días, desde que comenzó este viaje, he aprendido a percibirla sin mediar palabra y a necesitarla para sobrevivir a mi mente. La bella Romina… Ella se ríe de mi mareo paranoico mientras le cuento la historia de la taza ¿Por qué iba a querer envenenarte una niña a estas horas de la mañana?, me dice. Yo continúo con mis delirios, los de la estación, el hombre y sus advertencias.

Poco a poco, respiramos más lentamente, ella entre fiebres y vómitos, yo con vértigosy arritmias de ansiedad. Llega la noche al tren. Qué cansancio. (Dentro) mi cabeza sonríe, una de cal y una de arena. Querida India, cuanto te había soñado…

Me despierto. Romina continua en su letargo, la noche ha sido dura para ella. No sé cuánto habré dormido pero tampoco tiene mucha importancia, aún seguiremos en este tren por largo tiempo. Bajo de la litera, por la rendija de la persiana una línea de luz me confirma la sospecha de un nuevo día. Sin pensarlo, la curiosidad y la euforia empujan mi mano a la ventanilla. Me atrevo a subirla.

Ella

Entre pensamiento impulsivo y acción solo hay un instante. Y ahí está. El instante, el único instante que motiva toda existencia, la liberación del efecto mariposa. Al abrir, mi cuerpo no responde, no puede creer aquello que ven mis ojos. Ella, empotrada en el cristal de mi ventana, sin mesura, sin miedo, radiante de vida, se extiende hasta donde alcanzan mis sueños. La Selva, mi amada Selva. Un deseo, voraz, salvaje, irrompible, ¡gigante, puro, absoluto, TODO!

Tiembla el hervor de las pasiones, se abre la veda a la imaginación de las entrañas, se escuchan los pájaros a gritos, ¿cuánto tiempo te habré esperado? Te imaginé en todas las formas, desde los cubículos recónditos de mi mente atrapados en el asfalto hasta en la lujuria de un paseo por el barro, allí aparecías siempre. Siempre, tan real y digna, recordándome que debía encontrarte.

Brotan lágrimas de cualquier lugar, los silencios exclaman ¡así eres, utopía! La emoción de mi cuerpo llega al absoluto y, poco a poco, me voy deshaciendo al enamorarme, de ti, de este instante, el único que realmente he vivido, y por el que debo toda existencia. Querida Selva, todo lo demás no tiene importancia, todo es y será un camino hacia ti.

Mientras dejo pasar las horas entre observación y desenfreno mental, un hombre entra al compartimento donde nos encontramos. Sonríe, supongo que será por mi cara extasiada. Decide sentarse frente a mí y extiende la mano, ¿te puedo invitar a una taza de té?

La acepto.

MAMA INDIA

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