«Si quería expresar lo mejor de mi, primero debía fotografiar lo peor «, fotógrafa contemporánea.

«Si quería expresar lo mejor de mi, primero debía fotografiar lo peor «, fotógrafa contemporánea.

Bel Suñé

07/09/2016

Mi nuevo trayecto lo guía la muerte. Y es que un viaje implica siempre matar. En él descubres nuevos horizontes porque eliminas otros y, si has dado cada paso con consciencia y mil dudas, has aniquilado buena parte de ti.

Aún urbanita en Barcelona, me senté al otro lado de la cama de mi tía lánguida. Mis espectativas antes de franquear el pasillo de su casa eran ditintas a las de ahora.

-!Mira! fotos del poble de ton pare, tieta.

Mi tía abrió el álbum y besó con los dedos a sus padres.

-Pregúnta’m tot el que vulguis, reina.

Habló más con ellos que conmigo, incluso golpeó con el revés de la mano alguno de los personajes. Aunque no resolvió ni una duda sobre mis relaciones de parentescos, aquellas imágenes cobraban vida y hacían cambiar el rumbo de mi viaje. De camino a Ávila pasaría por aquel pueblo de aceite y almendras.

-La Cinta? Ui, deu ser ja morta…

Los motivos de un viaje pueden ser difusos, yo salía de mi ciudad con el propósito de traer noticias de Cinta a mi padre y mi tía, sus primos. Pero también para evidenciar a mi madre que me interesaba más la otra rama de mi familia, cuyo apellido suponía para ella un insulto. Así este viaje tenía el aguijón de la infidelidad.

Al llegar a Gandesa, no había contado con la espera del segundo autobús en la estación cerrada, ni con circular por curvas infinitas como única viajante. Abrazé mi temor, real y sano. Aproximarse al objeto hace perder la perspectiva y, por tanto, una de sus realidades. Este desdoblamiento se convierte en un respiro bien oxigenado cuando estás encima de tu miedo, porque es lo que lo va a desintegrar. Y con este espíritu me acercaba a unos ancestros que guerra, dictadura y recelos familiares me generaban, hasta este momento, absoluto rechazo.

Una vez en la tierra firme de mi destino, La Fatarella, me senté en el suelo para dejar poso. Donde estaba no había plaza ni calles. El tiempo había cambiado de medida y ya no lo tendría en cuenta. Poco después, encontré el casal sin cruzarme con nadie, con la intención de comer un plato combinado y devenir ente social. Mi nuevo amigo aparecía oportunamente, pues el primer hombre que me abordó en el local me inquietaba, fumándose con jactancia un puro en la misma mesa en que yo comía. “Venia droga…va pegar una pallissa …”, se zascandileaba. Hasta siete personas curiosas se reunían ya a mi alrededor. Me explicaban historias sobre mi ascendencia, envolviéndome en un afecto aún abstracto.

Josep me llevó, ya al día siguiente, hasta el portal de mi prima segunda y me dejó sola. Carme me invitó a su comedor y tuve la sensación de que me olisqueaba buscando algo en mí, más tarde, me encerró en sus afectos y me enseñó fotos donde no yo conocía a nadie. A ratos, ella olvidaba mi identidad.

En el crepúsculo del segundo día, agotada como en un rapto, buscaba caminos donde estar sola y fotografiar objetos sin vida. Salí del hostal, aún esquivando el calor que veía en los colores del suelo. Andando por el más oscuro, pegada a las paredes, el sol me disparaba igual su luz, aunque se dirigiera hacia el ocaso. Al final de la calle empinada, aparece Cinta, me mira desde su perspectiva oblícua y quiere abrazarme, igual que yo, pero me paralizo y solo muevo la boca sin hablar. Me lamento por mis ansias de soledad. !Qué paradoja, ahora me quedaría en sus brazos!

Pero sigo mi cometido, que es andar entre olivos y perderme. Decido dejar el asfalto para coger una carrerada, camino de piedra que sube hacia montañas ocupadas por núcleos boscosos, dejando el paisaje de cultivos. Pronto se esconderá el sol y la zona está invadida por jabalíes, pero considero que ver este animal en su medio merece un riesgo.

El primer sonido que oigo parecido al suspiro de un gorrino me hace retroceder, perdiendo las almendras y los melocotones que había cogido. Oteo dónde hay un árbol al que pudiera subir en caso de peligro y me tranquilizo. Poco después, una chica pasea con un bebé, es posible que venga observando mis extraños movimientos. Saludo y le doy toda la disposición que puedo para no parecer sospechosa de maldades de cualquier tipo.

Me cree y me lleva hasta el congrés, donde dice que los viejos saben todo. Sentados en la sombra y en círculo, enseguida reconocen el sobrenombre de la familia de mi abuelo.

Empieza una pequeña discusión sobre nomenclaturas y apellidos mientras yo hablo con el bebé.

-Home, la Cinta de ca Farines!

Carme había vuelto a cocinar para mí. Esta vez, Cinta apareció, a pesar del evidente conflicto entre ellas, en mi segundo plato de paella. Se avecinaba otra digestión difícil y frustré mi gula para atender esa reuniòn en la que me había adjudicado una responsabilidad de la que no era consciente, mediar en las emociones de cuatro vidas provectas con ausencias de medio siglo. Les dolió ver la imagen de mi padre senil. Me observaban buscándole, “el Manolo es de pell fina… Però aquest nas…” Al final de ese día, me dejé caer a plomo en la cama del hostal.

Desde la cama, a través de láminas horizontales, se cimbreaba una rama inundada de luz matinal. La Fatarella se desvela bajo el azote eufórico de miles de aves en aparente vuelo caótico. Una golondrina se desmarca de una bandada y rebasa mi ventana. Revolotea sabida fuera de lugar y, después de un garbeo, reposa serena. La miro esperando la evocación del siguiente trayecto de mi trasiego y me dice que no he acabado éste.

Bajo a recepción, pero no hay habitación libre. «Són festes!”. A la calle empinada se acerca el gato y un coche para:

-L’autobús ha marxat sol aquest matí-

-Si- Me acerco a su ventanilla- Em queden camins… On és la fonda?

-Adalt del tot, tocant els camps

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