Se acostó en la cama con las zapatillas todavía puestas. La luz seguía prendida y las sábanas olían a transpiración de varios días. Pensó en cambiarlas, pero los párpados, pesados como bolsas de arena, lo sentenciaron a un sueño profundo antes de que pudiera decidirlo.

La casa era vieja pero elegante. Los zócalos de mármol del pasillo estaban astillados. Los escalones, gastados en el centro por los años, llevaban a habitaciones grandes y deterioradas que ya nadie ocupaba.

La puerta del cuarto se entreabrió y apareció una señora de pelo oscuro, ya canoso. Le avisó que la comida estaba en la mesa. Lucas lo escuchó como desde un sueño lejano y siguió durmiendo. Ella esperó un segundo, apagó la luz y cerró la puerta.

Las bisagras rechinaron, largo y agudo. Ella frunció el ceño, como queriendo callarlas.

Cuando despertó, ya era tarde. En la almohada había quedado un rastro de baba seca y por la ventana vio que era madrugada; el reloj marcaba que en cuatro horas sonaría la primera alarma.

Se sacó las zapatillas y la ropa de trabajo, se puso un short viejo que encontró bajo la cama. Tenía hambre y la boca seca. Bajó a la cocina y, antes de abrir la heladera, vio el plato servido sobre la mesa.

En un costado en el living, la madre dormía en el sillón, con la cabeza caída hacia un costado y la televisión todavía prendida, sin sonido. Lucas destapó la comida y, mientras la calentaba en el microondas, intentó llevarla al cuarto, pero no pudo. Todavía sentía una especie de mareo. La acomodó mejor en el sillón y la tapó con una manta. No prendió la luz y comió despacio, cuidando que los cubiertos no hicieran ruido.

A la mañana siguiente el cuerpo todavía le pesaba. Se bañó y se puso la misma ropa del día anterior. Antes de salir, vio a su mamá dormida en la pieza de al lado. Cuando se asomó, ella entreabrió los ojos y le pidió que la esperara para desayunar juntos.

Estaba apurado, pero la ayudó a ponerse de pie y a bajar las escaleras.

Con la mano de ella en un hombro notaba cómo se le tensaba y lo apretaba un poco más fuerte a cada paso.

Mientras desayunaban, le preguntó cómo se sentía y si estaba tomando las medicaciones. Ella dijo que no le hacían bien, que la atontaban, que dormía todo el día.

A él el café de repente le supo agrio y lo dejó a la mitad. La abrazó antes de irse.

Al salir pateó una piedra y subió al auto. Manejó fuerte.

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