Gorgona – Escritura Espontánea
Susúrrame, donde se exhuman los densos deseos, las metáforas que cierran cuentos como el nuestro con un broche mortal. Los senderos están petrificados, y la esperanza ya no rehúye, ni espía en el baúl de la ambigüedad. Yo, que deseo encontrarte hasta en el más etéreo entierro, me adentro en ese lugar que ya conoces, en el que los muertos balbucean con las estatuas de sus sepulcros. Ellos, amedrentados, yacen pálidos, sus recuerdos lánguidos, porque, a diferencia de mí, sus reacios corazones no pueden reanimarlos. Están quebrados, como si se hubieran reflejado en la maldición de una Gorgona. Piedra y huesos; serpientes y calaveras.
Nada existe, y nada importa, así que calumnié mi presencia y la vestí con una gala infrangible, pero fétida me hallaba, inerte, sabiendo que debo sepultar tu esperanza. Oh amor, perteneces a un mundo en el que no debo habitar, ni dejarme absorber por tu mito; eres el ente que vaga en las penurias más recónditas de mi alma. Por ello, no debes simplemente revelarme que existe alguna extraña partícula tuya en algún universo adverso. Porque yo, de fallar en el más mínimo detalle de tu más cercano paradero, buscaría tu rastro mitológico, incluso si tuviera que dar vida a los egipcios, escapar del laberinto griego, o abrirme paso entre las aguas creyendo en cada dios que me asegure siquiera escuchar el ritmo de tus latidos.
Pero, una vez más, nada interesa a la vida, y nada existe para la muerte. Sin embargo, soy yo quien aún intenta coordinar su estadía en ambos limbos, con tal de hallar mi último denso deseo, mi más preciada y última esperanza sin sepultar.
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