OJOS POR TODAS PARTES

OJOS POR TODAS PARTES

Jonathan Nuñez

04/10/2022

I.

Tantos años de experiencia… tantos años de vida… ¿de qué sirven ahora? No tengo idea de que hacer… el estrés y el miedo pronto nos consumirá. Al igual que yo, tienen dudas; al mismo tiempo que sentimos unas fuertes ganas de gritar o llorar, pero ninguno de los tres lo hace. Sé que debo voltear y ver fuera del vidrio que nos protege del profundo y helado espacio exterior para vigilar que esa cosa no se acerque ahora que no tenemos energía dentro de la nave.

       Cuando lo vi por primera vez, creía que solo se trataba de una estrella más, pero, conforme nos acercábamos a la Tierra, pensé que sería un meteorito; una basura especial, luego un satélite, pero al momento de estar a una distancia suficientemente cerca como para notar que aquella cosa con forma de ojo me había parpadeado, la energía desapareció. No estaba a más de un kilómetro de distancia, pero desde la nave, era fácil ver aquel iris color azul; sin pestañas, sin otro ojo que lo acompañara, pero con una pupila vertical como la de un gato. Las primeras veinticuatro horas del apagón, el ojo solo rotó para observar a nuestro planeta; lo hizo de manera lenta, vigilando por varias horas para después regresar a su posición acostumbrada para observarnos. Queríamos respuestas, queríamos regresar a casa y pronto íbamos a necesitar comida.

       – Deja eso. No van a contestar. – Dijo Adrián a Daniela, quien estaba sentada en la consola de comunicaciones, esperando a recibir una respuesta.

       – Te prometo que escuché un sonido, como un instrumento. Creo que era una trompeta.

       – Probablemente era una interferencia. Deberías descansar. – sugerí, yo.

       – ¿De qué? ¿De qué exactamente?

       – Tranquila… – Intervino Adrián.

       – No, es verdad. No queda más que esperar, cuidar la comida y rogar que esa cosa no sea peligrosa.

           Nos habíamos ido de la tierra hace más de seis meses. Odiaba los viajes así de largos. Probablemente sea porque me estoy haciendo viejo, pero, en verdad, el espacio es un lugar que exige mucho a la salud mental. A pesar de eso, la paga era más que buena. Podías estar fuera del planeta sabiendo que a tu familia no le faltaría nada y mientras tanto, tus hijos podían presumir que su papá era un astronauta. No éramos de la NASA, representábamos a OALA (Organización Aeronáutica Latino Americana) que llevaba menos de veinte años en servicio; Daniela era de Chile, Adrián de Argentina y yo de México. Nos encargábamos de reparar los fallos dentro y fuera de los satélites. Satélites que no eran nuestros, sino de Estados Unidos. “Limpiamos la mierda de la mierda” había dicho una vez Daniela a su hijo, cuando le preguntó qué era lo que hacía exactamente en el espacio.

           No cenamos. Nos quedamos dormidos.

    II.

    Un frío nos despertó. Adrián estaba temblando al igual que yo. Daniela ya estaba despierta y vestía una sudadera de la compañía.

           – Tenía la esperanza que el frío lo sintiera solamente yo – Dijo Daniela alumbrando la ropa en el suelo. – eso significa que el sistema de calefacción también murió.

           – Maldita sea… – exclamó Adrián. – ¿Otra cosa que agregar?

           – Sí… – Respondió desanimada, Daniela. – Miren afuera.

             Adrián y yo nos habíamos levantado del suelo y nos acercamos al vidrio de dos metros. El ojo se había acercado.

             – No puede ser… – exclamé al ver que la criatura estaba a no más de doscientos metros. Ahora podía ver una piel negra y granosa que aparecía al momento de cerrar la pupila. Se movía muy despacio, tan tranquilo en medio del basto espacio exterior. – Tiene que ser muy rápido para haber avanzado tanto en tan poco tiempo.

             – Solo dormimos cinco horas. – Adrián dijo, mirando su reloj. – ¿Qué vamos a hacer si se acerca más?

        Bip… bip… bip…

               Era la consola de comunicaciones.

        Bip… bip… bip…

               – Tenemos… tenemos un mensaje… – Notificó, Daniela.

               – Ya era hora. – Agradeció, Adrián.

                 No tenía sentido. Seguíamos a oscuras. ¿Cómo era posible que tuviéramos la energía para un mensaje, pero no para tener un maldito foco encendido?

                 – Daniela, no hay luz. – Dije.

                 – Lo sé… la pantalla sigue apagada.

                 – Pero tienes el maldito botón de la consola parpadeando y sonando. – Trataba de entender Adrián.

                 – Lamentablemente, ningún de los dos se equivoca. No creo que sea de la base. – Daniela desconectó los audífonos de la consola y presionó la alta voz. Nada interesante se escuchó además de la ya acostumbrada distorsión que sonaba Igual que una radio sin señal. Antes de volver a conectar los audiófonos, se escucharon el sonido de trompetas. – Maldita sea, ahí están de nuevo.

                 – Era verdad… – Dijo en voz alta, Adrián.

            Bip… bip… bip…

                   El botón seguía parpadeando en color verde. No era un mensaje de voz, era un mensaje escrito. La tecnología en ese entonces de la OALA, era pobre, pero no ha ese rango. Después de que Daniela presionara el botón sin iniciar la alta voz, comenzó a caer una gran cantidad de letras del mismo color de la luz del botón.

                   – No, no, no, no. – Adrián miraba la pantalla siguiendo las letras. – Tampoco es un mensaje enviado. Esto es en vivo. Está corrigiendo y volviendo a escribir.

                     Diferentes letras de idiomas que reconocíamos, pero no hablábamos comenzaron a escribirse en la pantalla hasta llegar a una “ñ”.

                     La pantalla alumbraba nuestros rostros. Sentía que había pasado mucho desde que no los veía sin necesidad de usar una lampara. No pude evitar pensar en sus familias. Llevábamos seis meses de haber dejado nuestros hogares para reparar aquel estúpido satélite. Adrián quería descansar y yo lo convencí de venir. Ahora estamos aquí. Era inevitable sentir culpa, pero ¿Cuáles eran las posibilidades de que esto pasara?

              » No teman «

                     Las letras dejaron de caer. Volteamos a ver a la criatura. Afortunadamente no se había movido de lugar, pero, tenía el parpado cerrado.

              » No les haré daño «

              » Pero lamento informarles que pronto me acercaré más «

              III.

              Era tan surrealista. Estábamos comunicándonos con un ser vivo desde el espacio exterior. A pesar de todos los problemas técnicos y emocionales, conozco a mucha gente de la OALA, que con mucho gusto les encantaría estar en mi lugar. Matarían por ver a un ojo que probablemente mide lo mismo que la luna. ¿Qué más quedaba hacer si lo primero que nos dicen es “No teman”? Probablemente era algo innecesario de decir, pero, por alguna razón lo tomé como un saludo amistoso. Como si en verdad le preocupara nuestra reacción.

                     Daniela decía en voz alta lo que tenía pensado escribir para que la corrigiéramos en algo. Nunca lo hicimos. Se manejaba muy bien en momentos de presión, incluso mejor que Adrián. Aprendí mucho de ella, pero, estoy más que seguro que ella habrá pensado también en romper el vidrio de la nave y escapar.

              » ¿Qué eres? «

              » Hoy, solo quiero ser lo más cercano a un amigo. «

              » ¿Por qué? «

              » Porque lo necesitarán «

                     Daniela estaba sudando.

                     – ¿Alguien quiere agregar algo?

                     – Por favor… continúa. – dijo Adrián sin apartar la mirada de la pantalla.

                » ¿Es una amenaza? «

                » No. Pero lamento que pareciera una «

                » ¿Cuál es tu objetivo aquí? «

                » Esperar «

                » ¿Esperar qué? «

                » El momento adecuado para regresarlos a su planeta «

                       – No le creo.

                       – Adrián, no seas tan optimista. – le respondí.

                       – ¿Disculpa? Tú no tienes el derecho a decirme eso. De hecho, tú no tienes el derecho de pedirme absolutamente nada. Gracias a ti estoy aquí. Así que, si quiero ser un pesimista de mierda, es porque tengo todas las razones para serlo. – No dije nada y me dejé llevar por su desahogo, deslizándome en la culpa. Era lo mínimo que podía hacer por él.

                       – Señoritas… las dos son muy bonitas, pero ¡No dejan concentrarme en la prioridad! – gritó Daniela para después dejar el teclado y voltear hacia nuestra dirección, buscando nuestros rostros en la oscuridad aprovechando la suave luz de la pantalla. – Esperemos que haya tiempo para discutir y echar culpas. Pero ahora no. Solo, cierren la boca si no van a escribir a ese puñetero ojo del puñetero espacio. – Giró la silla y regresó a escribir. – Si se quieren entretener, avísenme si esa cosa se está acercando o, en el mejor de los casos, desaparece.

                  » ¿Por qué no regresarnos ahora? «

                  » Por que aún no es tiempo «

                  » ¿Cuándo lo será? «

                  » No se preocupen por eso. Ese es mi trabajo. Ustedes, solo esperen un poco más «

                  » Si solo tenemos que esperar, ¿por qué tanto interés?

                  » Necesito que estén preparados mentalmente para el regreso. Sé que no han comido ni dormido bien. Eviten eso. Si tienen hambre, coman. Si tienen sueño, duerman «

                         – ¿Qué demonios? – Exclamó Daniela enderezando su espalda.

                    » ¿Hay algo que esté ocurriendo allá abajo? «

                    » Nada que los moleste ahora «

                           – Es un hijo de perra mentiroso. No confío en él. – dijo Adrián. – ¡Hijo de perra! – Adrián se acercó al vidrio, tropezándose en la oscuridad y cayendo al piso mientras seguía gritando y maldiciendo. – ¡¿NOS ESTAMOS MURIENDO DE HAMBRE Y TÚ SOLO DECIDES PLATICAR?!

                             Sentí la mano de Daniela apretando mi brazo.

                             – Déjalo. No interfieras. – me dijo.

                        » Mencionaste que nos queda poca comida, ¿Cómo sabes eso? «

                        » Llevo tiempo viéndolos trabajar «

                        » ¿Ya te encariñaste? «

                        »

                               No contestó. El parpado se abrió mostrando el iris azul una vez más.

                               Adrián había golpeado el vidrio con tanta fuerza que se quebró uno de los dedos. Me levanté de la oscuridad, tomé la linterna de Daniela y fui por el kit de salud. Le di unas pastillas para el dolor para después ajustar el hueso del dedo meñique. No gritó. Solo lloró y se disculpó conmigo.

                               – Solo quiero irme a casa – me había explicado.

                               – Todos. – Le contesté.

                                 Después de darnos un largo abrazo, comimos lo último que había en los suministros. Solo agua y carne en polvo. Lo único real era el agua y gran parte se usó en la preparación de la comida militar. No se ocupaba microondas, pero si una fuerte tolerancia al mal sabor.

                                 No hablamos. Adrián fue a su recamara y yo me acosté a un lado del vidrio para observar al ojo. Con el tiempo dejaba de incomodarme como la primera vez que lo vi. Por el otro lado de la cabina, escuché a Daniela llorando en el baño. No sabía que decirle, no sabía si buscarla. Nunca fui una persona que supiera decir algo en esos momentos de vulnerabilidad. Solo la vi antes de que se fuera a acostar y fingí no haberla escuchado.

                                 – ¿No tienes cama? – me dijo mientras caminaba a su habitación sin que pudiera contestarle.

                                   Solo tenía una cobija y una almohada. Antes de cerrar los ojos observé a la criatura, pero no vi reacción alguna. Seguía flotando sin hacer nada, sin siquiera parpadear.

                            IV.


                            Mi piel se erizó. Los dedos de mi piel se sentían entumidos. Me levanté del suelo sosteniéndome del vidrio que veía como empezaba a congelarse. El ojo estaba enfrente de mí. Enorme. Callado. Estaba reflejándome en el color del iris azul que ahora alumbraba la cabina como si fuera una suave luz. Ahora podía ver un poco mejor dentro de la nave; Tenía una gran cantidad de venas rojas que se movían hasta su pupila. Había muchos granos grises del tamaño de cabezas en su parpado carnoso y negro. Al poco tiempo, el cristal se congeló completamente. Caminé unos pasos atrás con el temor de que pronto se rompiera.

                                   Entré a la habitación donde dormían Daniela y Adrián. Me sorprendí que la luz del ojo no desaparecía incluso en esa habitación tan cerrada. Los veía temblando y ambos tenían los labios morados. Los moví, les grité. Los ojos de Daniela estaban rojos, había llorado antes de dormir. Adrián se despertó asustado, pero ambos estaban relativamente bien.

                                   – ¿La luz regresó? – preguntó Daniela. Le respondí que no.

                                   – Los trajes… – ordenó Adrián en un susurro. – Los trajes…

                                     Regresé a la cabina por los trajes que utilizábamos para reparar en exteriores. Tenía un nivelador de temperatura que funcionaba independientemente de la energía de la nave. El problema era que la batería no estaría completa, dado a que lo habíamos usado en el último trabajo y no se habían recargado debido al apagón.

                                     Cuando entregué el primer traje, Adrián me acompañó por el resto de ellos.

                                     – Daniela tiene hielo en la piel. – Dijo él. – Hay que apurarnos o podría… no… – vio el ojo enfrente de la nave.

                                     – Un problema a la vez. – le contesté mientras cargaba el pesado uniforme de trabajo.

                                       Daniela no se podía mover rápido. Sus uñas estaban moradas. Se levantó de la cama, pero tuvimos que ayudarla a ponerse la primera parte del traje. Después la vestimos la parte del torso y el casco. Lo difícil fueron los guantes. Sus manos no dejaban de temblar. La vestimos y ella encendió la temperatura desde el control que estaba en su brazo izquierdo. Una luz naranja que salía del casco, alumbraba su rostro y lentamente comenzó a relajarse mientras lamía sus labios casi rotos. Adrián se movía lento; me había dicho que sus piernas estaban duras, pero no hubo ninguna necesidad de que alguno de nosotros ayudara al otro a ponerse el traje espacial.

                                       – El ojo. Esa cosa es la que nos está asesinando con el puto frío. – reclamó Adrián a Daniela.

                                       – Entonces… este azul… es…

                                       – Es él, sí. – notifiqué.

                                  Bip… bip… bip…

                                         Esta vez yo me acerqué a la consola. Daniela estaba no solo estaba agotada por el casi congelamiento, estaba asustada. Se sentó en el suelo dando la espalda al vidrio congelado. Mientras Adrián la abrazaba detrás de mí.

                                  » Lo siento. Les dije que tarde o temprano me tendría que acercar «

                                  » ¿Cuál es el motivo? «

                                  » Ya es hora de regresar «

                                         – ¿Qué está diciendo? – Preguntó Adrián.

                                         – Que hoy nos vamos a casa. – contesté. A partir de ese momento, leí en voz alta lo que escribía y lo que me contestaba. – ¿Cómo estás Daniela?

                                         – Tu escribe… solo… ya tengo suficiente con saber de dónde viene esta puta luz azul… – contestó.

                                    » ¿Por qué así? «

                                    » Nada de esto es en vano. Tuve que hacerles pasar esto para que fuera más fácil intervenir en los años que están transcurriendo ahora mismo y no fueran afectados «

                                           Mi corazón se quería salir de mi pecho. No sabía si era rabia o tristeza lo que comencé a sentir, pero, mi piel se estaba erizando a pesar de tener el traje.

                                           – ¿¡Qué?! – Adrián se levantó, soltando los brazos de Daniela quien estaba llorando apenas escuchó el mensaje. – Solo han pasado dos, si acaso tres días. – Me tomó del casco obligándome a verlo. – Dímelo. ¡Dime que no han sido años!

                                           – No lo han sido, Adrián. Es… es imposible que esto sea siquiera cierto. – Pero también era imposible hacer contacto con un ser fuera de la Tierra, pensé.

                                           – Tú eres el responsable de que nos quedáramos sin energía, que estemos pasando frío y ahora nos dices, que están pasando años en la tierra, ¿¡mientras estamos aquí?! – Finalizó escupiendo al vidrio.

                                      » ¿A qué te refieres con “años transcurriendo”?

                                      » Les están comprando tiempo. Era necesario para que no vieran la peor parte «

                                      » ¿“Están”? ¿” Peor parte?” «

                                      » Lo entenderán cuando regresen «

                                      » ¿Quién nos está comprando tiempo? «

                                             Se escuchó una leve interferencia en la alta voz. Como si la luz quisiera funcionar de nuevo.

                                             – Ahí están de nuevo… – Dijo Daniela, aun dando la espalda.

                                             – ¿Qué cosa? – pregunté.

                                             – ¿Enserio no lo escuchas? Son… esas trompetas. – dijo con la voz cortada.

                                             – Yo no escucho nada.

                                             – Yo tampoco. – Afirmó Adrián.

                                             – Ahí están… es… como si celebraran algo, pero… al mismo tiempo, se escucha tan melancólico.

                                               Miré a Adrián y le señalé con mi cabeza que se acercara a ella.

                                               – Me he de oír como una loca, pero… ahí están. Ustedes las escucharon la primera vez, conmigo. – Dijo mientras volvía a llorar en los brazos de Adrián.

                                          » Por favor… es hora de irnos. «

                                                 La nave comenzó a moverse. Adrián casi resbala, Daniela no se movió, pero yo tuve que sostenerme rápidamente de la consola. Fue como una pequeña turbulencia.

                                          » Diles que, hagan lo que hagan, cierren los ojos hasta que escuchen el botón de la consola de nuevo «

                                                 – Nunca pasa nada bueno, cuando alguien te pide eso. – Dijo Daniela, levantándose del suelo. – Hacer lo que pida, con tal de largarnos de aquí. – Daniela caminó y se sentó en el lugar del copiloto manual que estaban enfrente de la consola. Le siguió Adrián a regañadientes.

                                            » ¿Por qué ayudarnos? «

                                            » Porque ya no los volveré a ver «

                                                   No leí esa última parte en voz alta. No sabía si era una amenaza o una despedida común y corriente.

                                                   – Ya no me siento tan seguro de haberle escupido al cristal.

                                                   – Después te disculpas con el ojo– Dije abrochando mi cinturón de seguridad del asiento del piloto. Adrián estaba detrás de mí.

                                                     El vidrio finalmente reventó y el ojo comenzó a acercarse. La turbulencia regresó, sintiéndose más agresivos los movimientos. Bajé rápidamente mi mirada al suelo, observando cómo se empezaba a congelar a la par que entraba el parpado dentro de la nave; como si de alguna manera, estuviéramos penetrando el ojo. Estaba tan cerca que pude identificar un extraño movimiento en uno de sus granos, como si la piel que lo cubría comenzara a moverse, a abrirse. Finalmente lo hizo, mostrando un nuevo ojo de iris roja que giró para mirarme. No pude aguantar más y cerré los míos. Quería que todo acabara. Pero en medio de esa inquietante oscuridad, llegaron los gritos de Adrián.

                                                     Golpeaba mi asiento, agitándose desesperadamente. Sentí sus guantes tocando mi casco, pero no abrí los ojos. Podía escuchar por el micrófono a Daniela llorando con los guturales de Adrián de fondo.

                                                     – ¡Por favor! Toma mi mano, Adrián. ¡Por favor!

                                                     – Desconecta el comunicador, Daniela. – Me hizo caso, tomé su mano. Sentí como seguía llorando, pero ya no la oía. Yo no desconecté el mío. No tengo idea de lo que ocurrió exactamente desde que cerramos los ojos, hasta el momento en que escuchamos el botón de la consola de comunicaciones, pero, en todo ese lapso de tiempo, escuché todos y cada uno de los gritos de Adrián; como vomitaba, como golpeaba su casco y como lloraba. No lo iba a dejar solo. Merecía ser acompañado. Por mí culpa estaba muriendo. Fácil pude haber apagado el micrófono, pero sentiría las patadas y movimientos suyos detrás de mí. Él iba a querer que lo ayudara, lo mínimo que podía hacer era escucharlo. – Lo siento Adrián, perdóname – le decía llorando mientras escuchaba como mordía su lengua. Nunca solté la mano de Daniela hasta que la turbulencia terminó.

                                                Bip… bip… bip…

                                                V.

                                                Seguimos con los ojos cerrados por varios minutos más. Adrián había fallecido detrás de mí. Antes, había perdido la voz, pero se esforzaba aún por gritar. Solo escuchaba aire salir de su boca intentando emitir un sonido fuerte.

                                                       – No quiero abrir los ojos… – Daniela abrió el comunicador. – Adrián… no quiero verlo, lo siento mucho, pero no puedo.

                                                       – Está bien. No tienes que hacerlo. Déjame a ayudarte a salir de aquí. – Lentamente abrí mis parpados. Dolía, sentía como pesaban y la luz me irritó un poco los ojos. Después de varios intentos, pude abrirlos. Habían pasado meses desde que veía la luz natural. El suelo estaba repleto de vidrios y de agua. El hielo se había derretido. Me quité el cinturón de seguridad para después mirar al cuerpo de Adrián.

                                                  Bip… bip… bip…

                                                         La piel estaba completamente quemada. Sangre salía de sus ojos blancos; también de la nariz y su boca estaba completamente abierta. Lamentablemente no me había equivocado y se había mordido repetidas veces la lengua. El vidrio del casco estaba golpeado al igual que vomitado. Los dedos de los guantes estaban rotos, vi varias de sus uñas manchadas de sangre que atravesaban la tela del traje. Me odio al pensar que me dieron ganas de vomitar.

                                                         – Te voy a quitar el cinturón y voy a querer que abras los ojos, solo cuando yo te lo diga.

                                                         – ¿Tan mal está?

                                                         – Te voy a quitar el cinturón… y por favor… abre los ojos, cuando yo te lo diga. – No pudo evitar romperse a llorar – Regresaremos para enterrarlo. Solo te sacaré y volveré por él.

                                                    Bip… bip… bip…

                                                           Apretaba con fuerza mi mano. Sentí que en cualquier momento se desmayaría, así que traté de ser rápido. Para mi fortuna, la otra mitad de la nave ya no estaba, parecía haber sido mordida. No fue complicado salir de ahí. La acosté en el suelo a pocos metros de la nave.

                                                           Regresé a la consola de comunicación y presioné ese maldito botón. No hubo ningún mensaje. Solo un silencio que duró un par de segundos antes de que unas trompetas se escucharan arriba de mí.

                                                           – Dime que ahora sí las escuchaste.

                                                           – Sí… ahora sí. – contesté desde el comunicador.

                                                           – Vino del cielo… apúrate por favor… me voy a quitar el casco.

                                                             Cargué el cuerpo de Adrián. No había otra forma de sacarlo de ahí.

                                                             No veía a Daniela, pero sí sus huellas en el suelo. Todo apuntaba que no había pasado mucho desde la última vez que llovió en ese lugar.

                                                             Estábamos en un bosque. Las huellas solo me llevaron a un pequeño río que estaba en medio de un amplio y limpio terreno. La luz del sol se reflejaba de una manera hermosa en el agua. Daniela estaba a unos metros de mí, dándome la espalda, caminando con el traje retirado completamente. Estaba viendo una pequeña cascada que estaba a lo lejos. Era precioso, a Adrián le hubiera encantado.

                                                             Comencé a acercarme, pero pronto me detuve. No solo por el hecho de no querer matar ese momento de paz que tenía; sino porque algo horrible ya lo estaba asesinando.

                                                             De la cascada comenzaron a caer una cantidad masiva de cuerpos. El sol reflejaba los enjambres de moscas que sobrevolaban los cadáveres. Todos yacían boca abajo y pintaban el agua de un color negro. Solo veía como Daniela daba unos pasos hacia atrás, para después caer de rodillas y romperse a llorar. Verme con el cuerpo empeoraría todo. A mi lado los cuerpos seguían pasando; niños, mujeres, hombres y ancianos, según distinguía por el tamaño de sus cuerpos y sus cabellos. Me arrodillé a una orilla y comencé a sumergir el cuerpo de Adrián, uniéndose a ese tenebroso desfile de probablemente miles de muertos. No iba a poder enterrarlo, algo me decía que esto era mejor que dejarlo pudriéndose cerca de Daniela.

                                                             Me quité los guantes. Me quité las botas, el casco y cuando finalmente cayó la ultima prenda del traje espacial al suelo, comencé a vomitar por varios minutos. Ella se acercó y me abrazó, consolándome mientras descansaba unos segundos para poder tomar aire antes de volver a vomitar. No hubo necesidad de que me preguntara por el cuerpo, pude ver su reacción al reconocer el traje de la OALA en medio del río de cuerpos.

                                                             Nos alejamos del río para sentarnos a unos metros de la nave.

                                                             – ¿Qué mierda está pasando? ¿Qué es toda esta mierda?

                                                             – Tengo las mismas respuestas que tú. – dije.

                                                             – ¿Crees que, ese ojo, tuviera algo que ver?

                                                             – No lo sé… pero, me gusta creer que a esto se refería cuando dijo que nos “estaban comprando tiempo”

                                                             – Recuerdo ese mensaje. Creí que me volvería loca y ahora no sé si ya lo estoy. Están pasando tantas cosas al mismo tiempo, que no puedo o no siento que pueda siquiera pasar de ese río de gente muerta. ¿Cuál fue el mensaje de la consola?

                                                             – Ninguno. Presioné el botón y poco después fueron las trompetas.

                                                             – Una vez leía algo de eso.

                                                             – Yo también, pero me gusta la idea de que solo es una casualidad. No creo haber sido un buen hijo.

                                                             – Solo quiero descansar…

                                                             – No creo que nadie nos lo esté impidiendo ahora mismo.

                                                        VI.

                                                        Esa noche soñé que entregaba el cuerpo de Adrián a su familia en lugar de ese asqueroso río. Su esposa estaba llorando al igual que sus hijos. Sentía los golpes de su mujer en mi pecho para después darme una bofetada. No podía llorar. No le dije nada, solo sentía que era lo que merecía. Ella me odiaba y yo también. Estaba dentro de su casa, el cuerpo estaba en la mesa de la cocina. La cara estaba llena de gusanos, y el cuerpo en general, era más hueso que piel. Aún tenía el traje y el casco seguía golpeado. Los niños se habían subido a la mesa para abrazarlo. La niña de ocho años se llamaba Samantha; su hijo era Gustavo y tenía solo seis. Él me los había presentado en un que ellos aparecieron de sorpresa en las oficinas de OALA el día de su cumpleaños. Siempre quise algo así en mi vida.

                                                               – Y por eso insististe tanto para que te acompañara… – Me había acusado su esposa, Karla desde la cocina.

                                                               – No… te lo prometo, yo no sabía que esto… por favor… perdónenme. – Había volteado a los niños. Estaban repletos de gusanos, mientras continuaban abrazando los restos de su padre.

                                                                 Comencé a escuchar un golpe seco. Su casco se estaba estrellando sin ser tocado. Cuando me quise acercar, vi a Karla tomar un cuchillo de la cocina, comenzándose a cortar el estómago. Fue ahí cuando desperté y vi como Daniela se estaba apuñalando con los vidrios de mi casco espacial.

                                                                 – ¡Daniela! – grité y corrí hacia ella tomándola por la espalda y apretando su mano derecha donde tenía el pedazo de vidrio. Su cuerpo se estaba bañando de sangre. – ¡Basta! ¡Por favor! – Me dio un cabezazo y me cortó la mano antes de que cayera al suelo. Saltó al río lleno de cuerpos y continuó apuñalándose. Cuando entré al río, tomé su mano, sintiendo la navaja abriendo la palma de mi mano. Ya estaba cansada. Solo se me ocurrió abrazarla y llorar.

                                                                 – ¿Por qué?… Daniela, ¿por qué?…

                                                                   Miré a sus ojos agotados y sonriendo me susurró:

                                                                   – Solo quiero descansar…

                                                                     La apreté a mi cuerpo y después de varios minutos, la pude soltar poco a poco. La corriente solo la jalaba específicamente a ella junto a los demás cuerpos. En otro momento me hubiera interesado saber una explicación, pero… ya estaba cansado. Solo la dejé ir, al igual que a Adrián. Otra persona que no pude enterrar, otra persona que iba tener que entregar a su familia cuando cerrara los ojos.

                                                                     Me quedé en medio del río, sintiendo como varios cuerpos chocaban conmigo y como algunas moscas comenzaban a picarme. Solo ayudaba a los muertos moviéndolos mientras seguía en el agua. Vomité un poco más, solo que esta vez no habría nadie quien me ayudara a sentirme mejor. Decidí voltear a la luna y a las estrellas que estaban a la dirección de la cascada. Después de algunos minutos, dejaron de caer cuerpos. Creía que el último, debería ser yo. Pero, antes de dejarme ir por el agua contaminada, sentí un extraño sentimiento de que alguien me estaba observando, el problema y lo que me generó un fuerte escalofrío, es que la mirada no la sentía dentro del bosque, si no del mismo cielo.

                                                                     Las estrellas se acercaban más y más. Al mismo tiempo, pude ver detalladamente como tomaban forma de ojos. Todas y cada una de ellas. Unos estaban rodeados por anillos que comenzaban a girar; otros solo eran como el ojo que habíamos hecho contacto en el espacio y, los que más me incomodaba verlos, eran aquellos ojos que llevaban varias alas y en esas largas plumas, había pequeños ojos de color rojo. Estaba rodeado. El cielo estaba lleno de ojos por todas partes.

                                                                     – Adiós a ustedes también.

                                                                       Algo me decía que yo era el último que faltaba. Caí al agua y otra vez, las trompetas reventaron el sonido del cielo.

                                                                       Más y más ojos salían mientras miraba dentro del agua. Mis pulmones se comenzaron a llenar y pronto sentí un fuerte ardor en mi garganta y mi nariz. Me desesperé, quería salir a tomar aire, pero algo me lo impedía. La corriente estaba más fuerte a pesar de no ser un río hondo. No podía salir. Mis ojos se estaban cerrando poco a poco.

                                                                VII.

                                                                       – Gracias, enserio. En verdad tenía mucha hambre. – Le dije a Karla mientras regresaba del baño. – Extrañaba mucho la comida casera.

                                                                       – Te recuerdo que está casada, tonto. – Dijo Daniela y la casa se llenó del sonido agradable de la risa de todos.

                                                                       – No lo interrumpas, al final él será el que pague los cumpleaños de los niños.

                                                                       – ¡Adrián! – contestó Karla golpeándole el hombro. – Enserio te lo agradezco. Pero Adrián fue el que me dijo que te gustaría acompañarnos un día a cenar y bueno, que mejor que sea en tu cumpleaños.

                                                                       – Es mentira, yo le dije que solo querías strippers. – contestó Adrián llevándose puré de papa a la boca.

                                                                       – ¿Qué son strippers papá? – preguntó Samantha mientras le encendía la televisión a Gustavo.

                                                                       – Personas muy aburridas, corazón. Tan aburridas que jamás debes ser una de ellas, porque morirías de aburrimiento.

                                                                       – Me parece bien. Jamás seré una stripper.

                                                                       – Esa es mi niña.

                                                                  Todos nos reíamos.

                                                                  Hubiera amado vivir eso.

                                                                  Los quería tanto.

                                                                  Los voy a extrañar.

                                                                  URL de esta publicación:

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