Espeluznante -cuarto acto-

Espeluznante -cuarto acto-

J. A. Gómez

24/07/2020

El hotel Ensenada es bien conocido por sus precios populares. Lugar obligatorio para cualquiera que llegue a esta bulliciosa ciudad a pasar la noche sin desembolsar una pequeña fortuna. Pero también es populoso por otra cuestión que nada tiene que ver con la calidad de sus servicios o los ya mencionados precios para todos. Al hotel le persiguen (no sin razón) historias macabras sobre desapariciones y perturbadores encuentros con el más allá. De hecho hay foros abiertos sobre ello en Internet. Legiones de frikis y autoproclamados visionarios de la verdad echan gasolina al fuego, agrandando o exagerando la sonada fama del lugar. Pero también ha habido estudios de campo serios, bueno, todo lo serios que pueden ser este tipo de investigaciones. Ahora bien, no han arrojado demasiada luz al respecto ni tampoco alcanzado conclusiones que inclinasen la balanza hacia un lado u otro.

 El matrimonio compuesto por Marcial y Penélope no pasaba por su mejor momento. Mediana edad y sin hijos habían asistido a terapia de pareja sin demasiado éxito. Como última oportunidad decidieran arreglar sus problemas maritales viajando. Podía ser una buena idea o una muy mala idea; podría funcionar o terminar en eventual desastre no obstante siempre hay riesgos cuando uno toma el último tren…

 Llegaron al hotel Ensenada un viernes cualquiera del mes de Abril. Desconocían la fama que precedía al lugar y aún en el caso de conocerla no darían más importancia de la que realmente tendría. Y es que la gente habla por hablar, recargándolo todo y muchas veces ni siquiera saben de lo que están platicando.

 Pronto se hicieron querer por la recepcionista, una peculiar chica gótica de piel súper pálida y tatuajes en latín. Cogieron una habitación para pasar la noche en aquel nido perturbador repleto de historias nada halagüeñas y experiencias al límite. El botones subió las maletas, acompañándolos al cuarto. Era joven, de mirada acelerada, pelirrojo y poco dado a conversar. Parecía tener el miedo pegado al cuerpo, sobresaltándose con excesiva facilidad claro que trabajando allí motivos no le faltarían. A todas luces estaba condenado a ser carne de infarto…

 La puerta del ascensor se abrió. En primer término el largo y estrecho pasillo dotado con tenue iluminación, afianzando su marcada atmósfera opresiva. A esas horas los elevadores no andaban solicitados y la puerta de emergencia, ubicada al comienzo del corredor y que daba a las escaleras, aún menos. Pero quizás de eso se trataba; crear una atmósfera tétrica para atraer a gente ávida de emociones fuertes. Evidentemente para el hotel ese tipo de personas singulares constituían una buena fuente de ingresos. Turismo de lo macabro, nada menos. El resto de mortales no solían ni acercase a la puerta giratoria, salvo despistados como Marcial y Penélope.

 La habitación no era excesivamente grande pero tampoco una caja de cerillas. El botones dejó las maletas lo más cerca posible de la puerta, alargó la mano para coger la propina y se largó a marcha de legionario. El tiempo parecía haberse detenido allí dentro, susurrando mil batallas entre aquella obsoleta decoración del siglo pasado y el recio mobiliario decapado, igualmente de otra época. Eso sí, la estancia lucía limpia, bañada por una agradable mezcla de azahar y lavanda. Las dos ventanas de la calle tenían corridas las cortinas color azul celeste. Ambas tocaban el suelo en perfecto alineamiento.

 Tras pasar revista, cada cual priorizando gustos o formas de entender la decoración o disposición de los diferentes objetos, se percataron de algo que llamó poderosamente su atención. Sobre la mesita baja flanqueada por dos sofás de color crema había un martillo y una linterna. Quizás algún operario despistado habíalos dejado allí tras alguna chapuza de última hora. No le prestaron más atención y cansados se retiraron. Ya desharían las maletas a la mañana siguiente…

 El dormitorio cumplía con lo necesario para pasar el control del algodón, sin apología a la opulencia. Cama de matrimonio con colchón mullido; un armario apolillado, una alfombra redonda y suave, la pequeña lámpara de techo, un puñado de cuadros abstractos y un par de mesitas de noche, una a cada lado de la cama. Sobre ellas dos lámparas con peces impresos en las tulipas. Por último la puerta lateral, entornada, dejando ver parte del vetusto baño.

 Los esposos no tardaron en acceder a los dominios de Morfeo. El día claramente fuera largo y las horas al volante incontables. Cuando uno penetra en los mundos de los sueños los deseos se representan de formas pintorescas. Para ellos quizás no habría mayor dicha que arreglar un matrimonio que hacía aguas. Sin embargo las primeras ensoñaciones acudían convulsas y confusas. Curiosamente ambas cabezas trabajaban al mismo ritmo, soñando lo mismo o muy parecido. Y fue así hasta verse sentados en la cama… ¿Cuánto llevaban desvelados? Todo por culpa de algún desgraciado que golpeaba al otro lado de la pared. Primero se levantó ella y después él. Prendieron la luz y afinaron oído, guardando silencio sepulcral. Efectivamente los golpes procedían de la habitación contigua.

 Otro impacto los sobresaltó especialmente. Se buscaron y buscaron dentro de sus miradas. A lo mejor esperaban hallar respuestas en las pupilas del otro empero no fue así. Marcial se recompuso y decidió llamar a recepción. No contestó nadie, ni siquiera el más leve tono. Poco después una respiración anormal y entrecortada lo intimidó de tal modo que colgó el aparato. Las dos ventanas que daban a la calle estaban tapiadas con ladrillos. Tampoco pudo abrir la puerta de la estancia ya que aparentemente estaba atrancada desde el exterior. Consecuentemente no podía salir al pasillo para bajar en persona a recepción a exigir cuentas. Aquella angustiosa situación atenazaba la razón tan fuerte que podían escuchar el latido de sus corazones en la boca ¿qué diantre estaba acaeciendo? El matrimonio lo desconocía empero los engranajes del hotel Ensenada habían comenzado a girar como manecillas de reloj…

 Penélope, alterada y muy asustada, parecía estar al borde de un ataque de nervios y claro, necesitaba buscar un culpable para sentirse mejor. Por más que Marcial procurase tranquilizarla lo único que conseguía era sacar a palestra sus penurias conyugales. Ofuscados pronto estalló otra discusión; nada nuevo y más de lo mismo. ¡Qué facilidad para sacar miserias a flote! Terapia de pareja, vidas vacías, rutina, viajar en coche y no en avión, elegir aquel hotel barato, pedirle matrimonio e incluso haber nacido… todo culpa de Marcial y a ojos de Penélope así era.

 Se acaloraba el desencuentro por momentos, como si repentinamente estuviesen en casa, escupiéndose medias verdades a la cara para buscar alguna razón de peso que los hubiese llevado a darse el “sí quiero”. Cualquier momento era bueno para comprobar quien de los dos levantaba más la voz. Y cuanto más subía el tono de la bronca más fuerte aporreaban la pared desde el otro lado. Con el lastre del reloj, el desvelo y el cansancio acordaron una tregua. Optarían por ignorarse, haciendo como si nada hubiese pasado, al menos hasta la siguiente trifulca.

 Entonces Marcial tuvo una idea. Fue repentino, sin calcular, un pequeño triunfo tras el acaloramiento verbal. Vino como vienen ideas y pensamientos antes de darles forma. En principio parecía descabellada pero pensándolo bien no sería más temerario que quedarse encerrados allí dentro. Su mujer quedó a la expectativa, rumiando el disgusto. Marcial fue en busca del martillo y ante la sorpresa de Penélope comenzó a aporrear en el mismo punto donde golpeaban desde la otra habitación. Su mujer, sorprendida, puso el grito en el cielo porque ya era lo que les faltaba tener que pagar los desperfectos. Ni caso, su marido atizaba con ganas, seguramente encendido por la discusión pero también por la necesidad de hacer algo bien por sí mismo. Al poco tiempo había abierto un boquete por el cual cabía su cabeza y con algo más de esfuerzo el tronco superior.

 -Vaya mierda de primeras calidades. Si es que ya no se construye como antaño. No había terminado de mascullarlo en voz alta, dejando la herramienta en el suelo, cuando la luz se apagó como antorchas sumergidas en barricas de agua. Se hacía todavía más complicado otear más allá del boquete, por más que metiera la cabeza y abriese los ojos como una lechuza. Mandó a Penélope a por la interna mientras él aprovechaba para quitar a tientas los cascotes del suelo.

 Su mujer regresó con golpes en las canillas y palabras malsonantes en la boca empero también con la linterna. Él la agarró torpemente, tanto que cayó al suelo, ocasión que no desperdició Penélope para incidir en su condición de patán y torpe, en definitiva hombre y por ende incapaz de realizar más de una tarea a la vez. Tras recogerla, palpando el suelo, tomó la sabia salida de no hacer comentarios. Tuvo que propinarle algún que otro golpe hasta hacerla funcionar. Después apuntó al socavón de la pared y ambos, marido y mujer, quedaron fríos como témpanos de hielo…

 Al otro lado una pareja exactamente igual a ellos. De hecho eran ellos mismos. ¿Qué clase de broma era aquella? El otro Marcial alumbraba con su linterna y la otra Penélope observaba angustiada. Las miradas se encontraron y se reconocieron en la imposibilidad de un hecho indiscutible. Las dos mujeres gritaron, las linternas palidecieron, se apagaron y ya no volverían a prender…

 No se puede medir el tiempo transcurrido desde ese rocambolesco instante hasta que Marcial y Penélope despertaron. Sí, pero al otro lado de la brecha y tirados sobre la cama de una habitación que no era la suya. Allí todo era diferente, muy diferente. En el aire perduraba una especie de cortina de humo rojizo, tenue, apenas perceptible. El mobiliario dejaba entrever formas inverosímiles, techo y suelo carecían de ángulos rectos mientras que las paredes carecían de plomada. Claro y meridiano el cambio de roles pues cada matrimonio había saltado como por arte de magia al otro lado de la pared, sin posibilidad de regresar porque ya no había agujero, ni física que permitiese martillar, ni martillo ni linterna…

 Buscaron incorporarse a pesar del mareo. El oxígeno comenzaba a escasear y de hecho mostraban dificultades evidentes para respirar. ¿Adónde habían ido a parar? Aquel chocante e ilógico mundo, terrorífico desde su misma concepción, los aplastaba lentamente, quitándoles el aire de sus pulmones. Marcial y Penélope caminaban casi arrastras, inclinados hacia un costado y sin poder erguirse. Tomándose de las manos abandonaron la habitación para enfilar el pasillo. Éste era igual al otro, al menos en dimensiones y decoración mas diferente en lo demás. Como todo allí caía a un costado, tomando tantos grados de inclinación que costaba moverse por el susodicho. El ascensor tenía la puerta abierta sin embargo no funcionaba, probablemente nada funcionase en aquel emplazamiento ubicado al otro lado. Sin soltarse de las manos se arrastraron por el corredor hasta abordar las escaleras. Desde allí sólo restaba ir al hall, no había más opciones así que agotados y sin aliento comenzaron a bajar.

 Abajo los desniveles se marcaban mucho más que en los pisos superiores. No había un alma, no había nada de nada, exceptuando caos y destrucción. La recepción era un mar de escombros, enterrada bajo parte del techo derruido sobre ella. El propio hall entraría directo en la categoría de zona catastrófica, salpicado con todo tipo de cascajos de tamaños y pesos muy diferentes. Incluso la admirada puerta giratoria del hotel estaba destrozada bajo toneladas de hierros retorcidos, cascotes y enormes placas sueltas de la fachada. Entrar o salir del lugar quedaba descartado.

 “El despropósito de lo imposible” sería el titular más acertado para lo que estaban viviendo en primerísima persona. ¿Por qué a ellos? ¿Podrían salir indemnes? ¿La otra pareja habría saltado a su mundo, robando dos vidas que no les pertenecían? El hotel Ensenada, en su versión más sombría, volvió a poner en marcha sus engranajes. Los susodichos se retroalimentan tanto de la energía de los vivos como de sus pesadillas, estando al mando fuerzas siniestras y oscuras que no pertenecen a este plano existencial.

 Pero aquella pesadilla empeoró y lo hizo de la forma más cruel. Bajando las escaleras desprendidas, atravesando las paredes destrozadas y colándose por las ventanas comenzaron a emerger muchos Marciales y muchas Penélopes. Sus bocas desproporcionadas se abrían hasta casi tocar el empeine. Vestían exactamente igual a ellos, tenían la misma edad y a lo mejor hasta los mismos problemas. Se les unieron muchos más, levantándose de los escombros de la calle y de los edificios derruidos por toda la ciudad. Otras copias se arrastraban por el piso debido a que sus piernas y brazos habían sido aplastados bajo el yugo de los desplomes. La fina cortina de humo rojizo se intensificó hasta teñir todo aquel paraje intramuros.

 A seguir centenares de ellos, tal vez miles. De adentro y de afuera, murmullando, mascullando incoherencias. Sin mediar palabra se abalanzaron sobre el matrimonio. Marcial y Penélope no tenían fuerzas ni para gritar pero sí para morir sin soltarse de las manos. Aquellas replicas se les echaron encima devorando carne y piel con ansiedad y saciaron la sed bebiendo su sangre. No dejaron más que dos pequeñas pilas de huesos roídos…

 -Bienvenido al hotel Ensenada -dijo la recepcionista de piel súper pálida, alargando una sonrisa forzada. El huésped puso una mueca por respuesta y sin prestarle mayor atención recogió la llave. Uno de los botones lo acompañó a su habitación. Sobre la mesita un martillo y una linterna, aparentemente algún operario despistado se los había dejado olvidados. El pintoresco cliente traía con él un par de maletas cargadas con extraños aparatos. En ningún momento dejó que las tocaran otras manos que no fuesen las suyas, ni siquiera el asustadizo botones. Quizás fuese uno de tantos cazafantasmas con ansias de gloria.

 En algún momento de la noche comenzaron los golpeteos en la pared. Los mismos se repetían con más o menos regularidad. Previsor como el solo ya había colocado varios aparatos electrónicos en puntos estratégicos. Casualmente recogían sinfín de datos, como si una influencia invisible los hubiese activado a la vez. Repentinamente la lucería trémula tomó tal luminosidad que no tardaron en estallar las bombillas. A duras penas veía tres en un burro mas nada parecía inmutar los arrojos del osado huésped. Creía tenerlo todo controlado y creía saber dónde se metía empero desconocía la verdadera esencia de los mundos interconectados a través de un catalizador. Por enésima vez el hotel volvió a poner en marcha sus engranajes…

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