Nuestras miradas se cruzaban esperando una respuesta a una pregunta que ninguno de los dos se había atrevido a decir, los pensamientos eran confusos y abrumadores. Yo no sabía que decir, apenas daba crédito al giro de los acontecimientos.

Pero tú te veías segura, serena y hasta analítica. Aunque eras extremadamente emocional, se notaba en tu cara que ya habías analizado esto. Porque lo sabias; Siempre lo supiste.

—Pensé que los mensajes habían sido claros.

Aun con la respiración agitada y una mano en mi pecho, conteste rápidamente a tu cuestionamiento tan irrespetuoso— No podemos terminar con un mensaje de texto.

—Ya terminamos hace mucho tiempo en realidad— Te recostaste sobre la puerta de tu departamento—, si buscas explicaciones, en el mensaje esta todo detallado.

—No, Amor no tiene sentido.

—No me digas así.

Las lágrimas volvieron a mis ojos— Si hace unos días dijiste que aún me amabas. ¿Qué cambio? ¿Qué paso?

Suspiraste, tú mirada cambio levemente. No te veías desafiante —Siéntate, tomara un momento.

Cerraste la puerta y te sentaste en el escalón de la entrada, dude un momento, pero me senté a tu lado. Mi corazón estaba nervioso, mi espalda y mis manos sudadas, no sabía si era por el estrés que todo esto me provocaba o el hecho de tener que haber corrido un kilómetro y tanto para poder llegar a tu casa.

El mármol de la entrada estaba frio.

Guardaste en tu abrigo de entre casa las llaves, que ya no tenían el llavero que te regale para tu cumpleaños… apenas fue hace unos quince días cuando te abrace mientras mis suegros reían, parecían esos recuerdos que uno muestra el día de la boda. Todo parecía perfecto. ¿Fue algo que no vi?, no podía dejar de repetirme eso una y otra vez.

—No es fácil que entiendas esto, pero ya no soy feliz a tu lado.

—Debe haber algo que pueda cambiar —Te interrumpí— Cualquier cosa que pueda hacer, puedo arreglarlo.

Me miro molesta, como siempre en realidad— Ese es uno de los puntos que me han cansado de ti, siempre prometes cambiar tus actitudes y solo lo haces tres días. Luego sigues haciendo lo mismo una y otra vez, ni siquiera —Hiciste una pausa—… ni siquiera eres capaz de escucharme durante una oración completa.

—Si lo hago.

—No, no puedes hacerlo porque no te interesa lo que diga.

— ¿Crees que no me interesa lo que digas? Tu opinión es la más importante para mí.

—Nunca me haces caso, solo me ignoras o me escuchas y eliges ignorarme pese a, si es o no, importante para mí.

Guarde silencio, no sabía que decir.

—Estoy cansada de que tu familia me mire mal por decirte las cosas a la cara, eres un vago y nunca vas a cambiar. ¿Tres años y no tienes empleo? Nunca lo buscaste, nunca fuiste a entregar un miserable currículo.

—Entregue algunos por internet.

—Dos, no son algunos. —Estabas comenzando a enojarte— Eres miserable, tus amigos y tu son exactamente igual de desagradables e irrespetuosos. No te interesa cuando hablo de mis amigas, pero debo comerme historias de horas sobre los inmaduros de ellos. ¿Ah? No soy feliz hace meses.

—Ya discutimos esto, no volvamos a hablarlo.

—No vamos a volver, vete.

Me sentí destrozado, pero tal vez tenía algo de razón. Guarde silencio procesando todo, recordando y sintiéndome mal conmigo mismo, en silencio se levantó y camino hacia su departamento. Me dio unas palmadas en la cabeza y simplemente se fue.

Se fue.

Pero yo me quede ahí, en alguno momento de la madrugada me fui. Camine en la oscuridad hasta la estación de tren y me senté a esperar a que llegara el primer servicio de la mañana. Volví a pensar en que había gastado esos años, en los que solo estuve ahí sin hacer nada, pensando que todo era eterno y nada cambiaria.

Esa mañana, no la vi.

El conductor tampoco me vio.

Nadie reconoció mi cuerpo.

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