Cuando nadie miraba el buzón

Cuando nadie miraba el buzón

Victoria Genchi

26/05/2025

El buzón estaba ahí desde antes de que ella naciera. Pintado de verde oscuro, con una ranura angosta y oxidada que parecía la boca cerrada de alguien que ya no tenía nada para decir.

En los noventa era el corazón del edificio. Ahí se dejaban invitaciones a cumpleaños, tarjetas de Navidad, cartas de amor, de enojo, de despedida. También volantes, listas de supermercado olvidadas, notificaciones del consorcio. Había algo vivo en ese ir y venir de papel.

Pero hacía años que nadie lo usaba. El grupo de WhatsApp del edificio lo había vuelto un objeto decorativo, una reliquia muda al lado del portero eléctrico.

Hasta ese día.

Venía llegando con las llaves en la mano cuando algo cayó. Un sobre amarillento asomaba apenas por la rendija. Pensó que era un folleto viejo. Estaba por dejarlo pasar, pero el nombre, su nombre, escrito a mano, la detuvo.

Lo sacó con cuidado. Era una carta. Reconoció su letra al instante. Una carta de él.

De repente los recuerdos recorrieron su mente como escenas de película. Recordó nítidamente su rostro, recordó las risas, los abrazos, los paseos. Y rápidamente también los llantos y las despedidas. Sintió un dolor fuerte en el pecho. Lentamente, acercó su mano al buzón y tomó el sobre.

El papel estaba un poco húmedo, como si también hubiera llorado el paso del tiempo. No lo abrió ahí. Algo le decía que esa carta merecía un momento a solas, lejos del ruido del ascensor, de los pasos de vecinos que ya no preguntaban por nadie.

Subió las escaleras como si tuviera veinte años menos y una esperanza en el bolsillo. Cerró la puerta de su departamento con suavidad, como si no quisiera interrumpir el silencio.

Se sentó en la cocina, con las manos temblando. Rompió el borde del sobre con cuidado, como si fuera frágil, como si al abrirlo pudiera deshacerse también del pasado.

Querida Clara:
Te he perdido el rastro desde el día que nos despedimos en aquella pizzería de Buenos Aires.

Mientras lee, la película se proyecta en su cabeza. Luciano diciéndole que esa pizza no tiene nada que envidiarle a la de Nápoles. Ella sabía que mentía. Lo hacía porque para ese momento, las cosas ya no estaban funcionando entre los dos. Una mueca que intentaba ser sonrisa apareció en su cara, ese día en la pizzería y ahora. Era una mezcla entre dolor y alegría. Sonaba casi tragicómico que un hombre nacido y criado en una de las ciudades con más idiosincrasia italiana pudiera siquiera decir en voz alta que algo de la gastronomía de otro país era capaz de competir con ellos. Se lo decía para hacerla sonreír.

Desde entonces he cruzado océanos, algunos reales y otros simbólicos. No puedo mentirte: pensé en escribirte muchas veces. Pero no sabía si querías saber de mí, si habías encontrado lo que buscabas, si todavía conservabas algo de lo nuestro en algún rincón de tu vida cotidiana. He vuelto a Argentina por trabajo. Hace un mes recorro las calles y las esquinas donde reímos imitan el sonido de tu voz al pasar. Te escribo esto deseando uno de estos días cruzarme con vos o con tu buzón. Aquel donde una vez te dejé una postal sin remitente, solo para hacerte reír.
Si encontraste esta carta, es porque yo encontré el buzón. Y si la estás leyendo, entonces quizás todavía queda algo del nosotros que fuimos. No para volver, no para retomar nada. Solo para saber que, por un segundo, nos seguimos pensando desde el mismo lugar del mundo.

Ti mando un abbraccio lieve, come quelli che ci davamo quando non sapevamo come salutarci.

L.

La leyó dos veces, como si el papel pudiera revelarle algo más si lo miraba el tiempo suficiente. No había número de teléfono, ni dirección, ni una invitación explícita a buscarlo. Podía encontrarlo fácilmente en redes, claro. Pero entendió que no se trataba de eso. Había algo en esa carta, en ese gesto tan fuera de época, que pedía ser respetado tal como era: un encuentro fugaz y analógico entre dos mundos que casi no se tocan, entre lo que fue y lo que todavía deja una marca.

Clara creía en el destino. En las casualidades con propósito. Tal vez, si tenía que ser, volverían a cruzarse. Como él se cruzó con su buzón. Como ella se cruzó con la carta.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS