En la historia de la humanidad han sido recurrentes las historias fantásticas para explicar lo inexplicable. Se ha recurrido a la magia, a religiones, dioses, ángeles y demonios.

Desde que el humano razona, y entiende que no puede comprender ni explicarlo todo, recurrió a todos estos artilugios de la mente para no someter su existencia a la impotencia, la incertidumbre y el desconocimiento

En cualquier cultura de este mundo se pueden encontrar, aun de forma rudimentaria, maneras, a veces, en nuestro entender contemporáneo, ilógicas o muy traídas de los pelos, para dar origen a fenómenos naturales, mentales y espirituales.

Por dar algunos ejemplos, puedo citar a Nammu, deidad primordial sumeria que representa el «abismo de las fosas marinas» en el océano primigenio, esta, siendo a su vez, la diosa del nacimiento.

Ishtar, diosa mesopotámica, también primordial, asociada principalmente con el amor, la guerra y la sexualidad. Teniendo su contraparte sumeria llamada Inanna.

Y así, puedo seguir a lo largo de párrafos y párrafos, enumerando diosas y dioses de culturas a lo largo y ancho del globo.

Pero toda esta pomposa introducción puede buscarse en apenas una oración en hoy, nuestro querido y necesario dios del conocimiento y la sabiduría, Google. Nada de esto es una novedad. Es el preludio para plantear algo, quizás un poco más interesante que el accionar esperable de una raza que empieza a experimentar un esbozo de la razón. Sí, digo esbozo, dado que a lo largo de mi vida pude entender que lo que hoy llamamos humano, sigue siendo tan rudimentario en su conciencia y accionar como los primeros Homo sapiens sapiens que fuimos expulsados de nuestra manada por no tener las mismas aptitudes físicas que nuestros hermanos.

Fuimos desterrados, golpeados, abandonados a nuestra suerte, insultados, menospreciados. El miedo, el dolor, la ira, la impotencia, la incertidumbre.

¿Qué hacíamos ahí? ¿Por qué de repente teníamos la necesidad de formar conjuntos de sonidos guturales para darle nombre a nuestro alimento? ¿Por qué habíamos cambiado? ¿Por qué ya no nos querían?

En ese momento me sentí aturdido.

Habían pasado ya muchos soles desde que nos separamos de nuestro antiguo grupo, ya éramos una manada formada y fuerte.

Pero estas cosas en mi cabeza me seguían molestando. Se sentía como hablar conmigo, escucharme dentro de mi cabeza… Años más tarde le dieron el nombre de pensamientos. Empecé a pensar, a preguntarme.

¿Alguna vez se pusieron a, y espero valga la redundancia, pensar en lo importante que es la capacidad de preguntar?

Sinceramente, pienso que es lo que nos hace humanos: la duda, la conciencia, la razón, la filosofía, las matemáticas, la toma de decisiones diaria; nada de esto sería posible si no existiera esa capacidad innata en nuestra mente que a muchos hasta los vuelve locos.

Viví muchos años y morí muchas veces, experimenté la vida de diversas maneras, el aquí y ahora son instantes, la sexualidad y el género ya no me significan nada; he sido niño, niña, hombre, mujer, anciano y anciana; estuve en mares, cielos y tierras, más distantes y más cercanos.

Comprendo perfectamente la naturaleza humana, pero sigo experimentando la vida con la sorpresa de un niño y la experiencia de un anciano que lo ha visto todo.

Amé, sufrí, lloré, dejé, maté y me mataron; fui padre, madre, hijo e hija.

Y a partir de acá volvemos al inicio. Puedo entender la raza humana mejor que nadie, pero me sigo haciendo las mismas preguntas desde que empecé a pensar.

¿Qué? Y ¿por qué?

¿Qué hago acá? ¿Por qué estoy acá? Y ¿por qué mi existencia la vivo así?

A lo largo de milenios viviendo y muriendo, jamás escuché de un caso real de alguien con mi condición. Sí, ha habido farsantes, pero cuando se les hace alguna pregunta específica, sus mentiras caen con facilidad. Ha habido eventos cataclísmicos, sociales, culturales y geográficos que no escapan al conocimiento de alguien con mi mismo… ¿Padecimiento? ¿Bendición? Ya no sabría cómo describirlo.

Pero en un momento se empezó a escuchar algo interesante… Reencarnación.

Cuando escuché este concepto que venía desde el medio oriente, comprendí que quizás alguien de los míos estuviese ahí, contando mi verdad, quizás esparciéndola para que más de nosotros nos reunamos.

En ese momento la soledad me consumía, no soportaba más rearmarme y perder de nuevo, gozar y sufrir, una y otra vez.

Cuando llegué a los templos donde este concepto existía, me encontré con la sorpresa de que allí no existía nadie que pudiera responder ni una de mis preguntas.

Me desanimé, pero no perdí las esperanzas. Después de todo, si hay algo que me sobraba, era tiempo. Viví y morí, nuevamente, en ese monasterio.

En mi siguiente vida, había nacido como un niño rico en cuna de oro, así que no fue difícil volver al lugar luego de convencer a mis nuevos progenitores de que había tenido un llamado espiritual. Fui muy consentido en esa vida…

Al llegar me presenté al más viejo de los monjes allí presentes, estaba muy arrugado y un poco sordo de un oído.

Cuando me escuchó se sorprendió de lo bien que hablaba el idioma. Pero aún más se sorprendió en el momento que me presenté como aquel joven que había llegado con una historia rara que el Anciano de esa época había escuchado extrañado pero curioso.

Tuvimos que llamar a más monjes… El actual Anciano cayó de repente y, claramente, no fue por haber alcanzado un nuevo estadio espiritual.

Tiempo más tarde, este Anciano me volvió a recibir y me mostró los papiros que habían quedado de una vieja biblioteca que se prendió fuego.

Este decía que se contaba la historia de un ser que viene y va. Es una conciencia que posee la mente de un recién nacido cuando alguien muere en este mundo. No existe forma posible de encontrarlo, porque nunca se sabe dónde va a aparecer.

Ya pasaron un par de cientos de años desde ese hallazgo, hoy me encuentro en el siglo 21. Hay smartphones, computadoras y acceso ilimitado a una cantidad inmensa de información y pornografía. Pero no volvió a aparecer nada de esa conciencia.

Mantuve lo mejor que pude este secreto, a lo largo de mi experiencia, cuando he dicho lo que soy, me han golpeado, quemado y enterrado vivo, crucificado, disparado, perseguido, idolatrado, amado, asfixiado, ahogado, comido por peces y una vez me sometieron a la tortura de la gota en la frente y se olvidaron de mí; para cuando volvieron, meses después, el agua ya había perforado lentamente mi cráneo.

Así que la idea de comentar quién, qué o lo que sea que soy no me apasiona, podré ser metafísicamente inmortal, pero aún siento en mi frente el lento goteo.

Dicho ya todo este largo monólogo, aún no tengo seguro qué se supone que hago acá, porque recuerdo todas mis vidas pasadas, o para qué recibí este don. Solo sé que han existido humanos, que nada tienen que ver conmigo, que pudieron llegar a conclusiones e historias que me hacen pensar que ellos también tuvieron la capacidad de ir más atrás en sus recuerdos, pero que, como yo, decidieron no comentarlo, y, aun así dieron gala de sus conocimientos e inteligencia, con algunos conceptos fascinantes: filósofos que vieron el abismo desde sus mentes, matemáticos que vieron más allá de las estrellas a través de sus hojas de cálculo.

Quizás estén ahí, a lo mejor uno de ustedes sabe de dónde venimos, me gustaría que nos viéramos.

Quizás es la única manera que encontré de contactarlos; después de todo, al parecer, soy el más díscolo de nosotros.

Quizás esto no sea solo ficción.

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