¡Hola! me alegro de que hayan entrado a esta historia, puede parecerles algo larga pero la idea era un libro corto. Ya que se pasaron por acá, les agradecería mucho que pudiesen leerla y comentarme qué les pareció; aún si no pudieron terminarla por cuestiones de gusto me agradaría saber por qué, acepto cualquier tipo de crítica u observación. Ojalá les guste y muchísimas gracias por pasarse por acá hoy :)
Yosef Starkov
Era como estar dormido, por eso le llamaban “estado de ensueño”, tenía ese no sé qué de lo onírico. Esa mágica sensación de ver cómo las cosas te atraviesan sin realmente ser parte de ellas. La pastilla era amarilla, tenía ese característico símbolo del nudo desatado. Era un símbolo universal, uno que todos reconocían. Algunos lo anhelaban, brillaba en sus psiquis obstruidas; otros lo consideraban demoníaco, traído desde el mismo infierno como una diabólica herramienta para controlarnos a todos y llevarnos a la perdición. Muy pocos le eran indiferente. En ese mundo, nadie podría haberle sido indiferente.
Yosef era uno de aquellos pocos. Un joven, apenas un niño. Estaba comenzando etapas en su vida; etapas nuevas y excitantes, dolorosas y aterradoras. Sus estudios básicos habían terminado y la universidad estaba a la vuelta de la esquina, una importantísima elección tenía que hacerse. Pero él no tenía la cabeza para ello, no aún. Era un niño.
Donde él vivía, los estudios básicos eran menos que eso, la preparación para lo que venía era peor que escasa y lo sabía. No solo no se sentía preparado, no lo estaba. El verde de la juventud se veía en su rostro, en su lisa piel y el brillo de su cabello. Pero se estaba transformando, poco a poco su semblante había perdido jovialidad y con ella, cierta inocencia infantil. Empezaban sus metamorfosis. Su andar despreocupado se había suplantado por hombros tensos y cuello encorvado. Esa blanca sonrisa llena de sueños a veces se olvidaba cuando plantaba su cansancio y consternación.
No hay que culparlo, además de todo lo que venía en su camino, Yosef acababa de perder a su padre.
Ese día en particular, el chico había olvidado ese gran detalle. Tenía una cita y era lo único que había rumiado durante las cuarenta y ocho horas previas. Estaba contento, recuperando su lozanía. Tenía miedo, muchísimo miedo, pero era un miedo sano y agotador; de esos que necesitas vivir para saber lo que es vivir. La muchacha había parecido ser como cualquier otra, al menos físicamente, no había logrado captar su atención. Ella resaltó por haber tomado la iniciativa: -¿Crees que es cierto lo que dicen y que al terminar habrías leído, al menos, un cuarto de este mazacote? -la joven de cabello rubio acomodado a un lado de su cuello, habló bajo para no interrumpir el discurso del guía. Estaban en la biblioteca de la universidad de OMA. Ya era la cuarta ambientación a la que asistía Yosef, todavía no tenía ningún camino claro.
-Por su cara… -comenzó Yosef refiriéndose al guía. Era un chico que acababa de pisar el segundo año, así comenzó su presentación. El muchacho tenía unas ojeras profundas y la cara brotada de acné, se veía en su sombra como lo acechaban las pupilas del estrés y la ansiedad. ¿Por qué no usa surgit?, pensó Yosef al verlo, pero un sabor ácido empapó su paladar- …un par de docenas más.
-¿Te parece tomar un café conmigo antes de que esta bestia de encuadernados nos consuma la existencia? -había sido creativa, creativa y valiente. Fue cuando Yosef la miró por primera vez, ojos pequeños y claros con pómulos altos, colores pastel y brisa fresca. No recuerda cómo aceptó la cita o qué dijo después, el impacto había sido suficiente para borrar eso de su mente. Recordaba su nombre. Adelina, lo importante era eso y que se sobreentendía el evento porvenir.
Su mente se sentía fresca y liviana, acelerando sus pensamientos a mil por hora, muy distinta a cómo había estado los últimos meses tras el incidente. Por una tarde, por no decir casi un día, Yosef pudo concentrarse en algo más, en alguien más. Adelina era como beber jugo de naranja frío y pulposo cuando el árido sol te sabotea una tarde de verano. Era un chapuzón con aroma dulce. Recordaba el sonido de su risa y sus juegos pícaros. Resultó ser divertida, con aficiones parecidas a las de Yosef e igual de perdida que él. Ya no se sentía tan solo en ese asunto, no habló de sus padres ni de nada que ennegreciera la luz que ella le había dado ese día. Se sentía libre.
Abrió el pórtico de su casa y la peste a lavandina con un poco de vinagre lo golpeó en el rostro. Había vuelto a su jaula. Se le rompió la ilusión y volvió a saborear el ácido en su boca.
-¿Mamá? -inquirió en un grito suave.
-¿Qué? -saludó ella saliendo del baño, estaba bajo la escalera frente a la puerta principal. Tenía, con el cabello diligentemente recogido, guantes y delantal. En su mano colgaban un trapo y el espray limpiavidrios. Lo miró con los ojos enfocados y rectos, no tenían expresión. Era un rostro que ya se había acostumbrado a ver, los párpados no descendían o ascendían, sus cejas no tenían movilidad y sus labios solo se movían para hablar. Era una cara funcional. Nada más que funcional.
-Nada -ella no contestó, se dio la vuelta y volvió a limpiar el baño.
Había empezado esa predecible rutina de limpieza una semana después de tomar surgit por primera vez. Yosef pensó que cierta conducta era normal, pero el olor al aromatizante y la inexistencia de su madre dentro de aquel cuerpo lo estaban agobiando.
El nombre de su madre era Lily, hacía no más de 8 meses había sido una mujer elegante, hermosa, risueña y relajante. De hecho, se parecía mucho a Adelina pero con los vestidos de la adultez, de colores más sabios, profundos y decorosos. Su esposo, Ronnie, había sido un hombre ejemplar: Un padre cariñoso, sabio y divertido. Un esposo seductor, atento y compañero. Quizá la vida de Yosef y Lily habría sido perfecta de no haber perdido a Ronnie. Pero, además de vivir en un mundo de encuentros fortuitos y citas emocionantes, vivían también, en un mundo de catástrofes inesperadas.
Lily no soportó. La cama le representaba un abrigo ante la vida y ninguna alarma o responsabilidad era lo suficientemente fuerte para obligarla a levantarse. La idea de usar surgit había sido de Yosef, apenas había perdido a su padre y ya sentía que perdía a su madre. No estaba listo para ese golpe de realidad, necesitaba conservarla, y así fue como la píldora amarilla había aparecido en su vida. Al comprarla recordó una vez que le habían dicho que el amarillo era el color de la felicidad.
Al principio intentó comentárselo a Lily sutilmente: “¿Has leído las noticias de Prescription?, parece que funcionan de verdad.”, “Acaban de poner un puesto de rehabilitación de surgit cerca de casa ¿Lo viste?” Poco a poco su madre se acercaba más y más a la tentación de usar la medicación.
Usarla era jugar con fuego, todos lo sabían. Pero nadie nunca la rechazaba abiertamente, constituía un pilar social tan fuerte que habría sido simplemente imposible. La pastilla surgit, de la empresa Prescription, era un fármaco psicáltico; formulado por la organización de psicaltistas mejor calificados del mundo. Era una especie de inhibidor, tenía la capacidad de dormir todas aquellas emociones tan punzantes que preferías que se fueran sin más. Solo tenía un conflicto, el efecto terminaba, y con él, todas las emociones que alguna vez pudieron desaparecer le llegaban de súbito al sujeto. Convertía semanas, meses y años de dolor en tan solo unas horas de pesadilla. Los centros de rehabilitación de surgit estaban equipados para ayudar a la persona a transcurrir estos episodios, a superarlos y lograr vivir su vida otra vez libre del dolor y de aquella mágica medicación. Un psicaltista tenía que verte en una consulta, estimar un tiempo y medicarte hasta entonces. Luego, él mismo te llevaba hasta un centro de rehabilitación. Era un procedimiento rápido, eficiente y controlado. Una vez bajo los efectos de surgit, era imposible negarse a algo tan lógico como eso.
Yosef nunca pensó que sería así. Pensó que Lily se recompondría despacio y lentamente hasta que volviese a sonreír y su psicaltista la llamaría para decirle que era tiempo de la rehabilitación. Pero no, Lily se levantó inmediatamente después de tomar la pastilla, ordenó su cuarto, la casa, limpió, trabajó y se creó una rutina tan rigurosa y que cumplía con tanto rendimiento que Yosef era incapaz de distinguirla de una máquina. Eso era, una máquina, se había convertido en un cúmulo de engranajes y tuercas que giraban en torno a lo conveniente. Su madre no tenía expresión. Sí, había perdido su dolor, pero con él su sonrisa. Yosef, quien había buscado una alternativa para no perder a su madre, jugó tanto a esquivar su destino que logró adelantar el reloj y perderla aún antes de lo que habría podido.
Estaba en duelo, no solo por perder a su padre, también sentía que había matado a su madre.
Guardó los recuerdos de aquella tarde con Adelina en alguna caja fuerte en su cabeza, y se plantó frente a la robótica expresión de Lily, ella fregaba el lavamanos con una impecabilidad indigna de un humano.
-¿Sabes? -comenzó él. Lily pausó su accionar y lo miró con esa frialdad metálica y distante-Acabo de entender, lo que papá quiso decir en el auto antes de morir -Ronnie, ahogado en su propia sangre por un vidrio del parabrisas clavado en su garganta, había mirado al asiento del copiloto, donde Yosef estaba intentando desesperadamente desabrochar su atascado cinturón para buscar ayuda.
“Uhidah a Lijhy”
-Creo que me pidió que te cuidase -dijo Yosef. Nada. Su madre no mostró nada. Él se dio vuelta y salió del baño, pero en el pasillo dio media vuelta con los ojos enrojecidos y su labio inferior tiritando en ira-. Te extraño, mamá.
-No entiendo, Yosef. Aquí estoy.
-No -rio él con ironía dejando caer las lágrimas-. Fui un egoísta al pensar que debías estar bien para ayudarme a estarlo -miró al piso y continuó hablando bajo mientras lloraba silencioso, como si su discurso solo fuese para él-. Debimos sufrir juntos y aprender a superar esto juntos… Estar juntos.
-Pero, Yosef. Ahora, estamos juntos.
-¡Que no! -por un momento, él creyó ver algún atisbo de susto en su madre, pero no fue más que una conveniente fantasía. A ella ya no le interesa, pensó- Lo siento, papá-suspiró-. Fracasé.
Yosef se fue, dejo sola a Lily, ella continuó limpiando el lavamanos diligentemente, pero en su impoluta perfección se encontró un factor humano. Fue ínfimo, un desliz, un error. No hacía mucho tiempo desde que había comenzado con su medicación, no el suficiente como para que no existiese ninguna fibra sensible dentro de ella. Yosef logró dar con una, todo con unas palabras propulsadas desde el dolor, la ira y la frustración. Lily comenzó a lagrimear. Inexpresiva como estaba, sentía el húmedo cántaro escurriendo desde sus ojos. Se recargó en el lavamanos a medio limpiar.
Ronnie había sido el amor de su vida. Después de su partida los días no existían, todo parecía estar inmerso dentro de la misma pesadilla, una que no terminaba ni parecía que fuera a hacerlo. Ella siempre se había sentido débil, con él, era fuerte. Él era su fuerza. La sonrisa dulce y esa mano cálida y grande cubriendo su hombro desnudo era lo que la ayudaba a caminar. Yosef era su imagen, una imagen que nunca sería Ronnie. Nunca lo dijo, lo mucho que se parecían, sería como decirle lo mucho que le dolía el verlo sin poder tenerlo.
Ronnie se sentiría muy decepcionado de ella. Lily se sentía avergonzada y sucia ¿Qué estoy haciendo?, pensó. Fue entonces cuando la golpeó. Como un garrote en la nuca, Lily sintió como volvía a habitar en su cuerpo. El vómito fue lo primero, el lavamanos antes medianamente limpio, se había ensuciado por completo. Lily cerró el baño de un portazo y le puso llave, Yosef no podía verla así. Comenzó a llorar desconsoladamente, gritando y sollozando, se arrodilló ante el lavabo sosteniéndose con sus manos aún llenas de vómito. Comenzó despacio, como un accidente… golpeó su cabeza contra el mármol blanco; luego cambió a una conducta ansiosa, desesperada por encontrar en el dolor algo que calmara el griterío en su cabeza. Era un torbellino destruyendo todas las estructuras en su mente, y redirigir su atención a algo tan primal como el dolor parecía la mejor idea al principio. Se golpeó una, y otra, y otra y otra vez. El blanco del lavabo se manchó con sangre de su frente, escurrió en sus ojos haciendo que ardiesen sus párpados.
-¡Mamá! -Yosef estaba al otro lado de la habitación, había notado los gritos. Lily veía y escuchaba como el picaporte temblaba y la puerta retumbaba bajo el puño de su hijo.
-¡Ronnie!, ¡Yosef! -gritaba ella. El pecho le dolía, su corazón saltaba esquivando los puñales que su psiquis no dejaba de lanzarle. Lily se agarró el pecho bajo su camisa y se sentó en el piso, arrinconando su espalda contra la pared. De pronto vio el baño muy limpio, muy blanco y doloroso. La sangre había colocado manchones en su visión, pero aun así el blanco de fondo la lastimaba.
Pegó sus rodillas al pecho. Grito. Tembló. Apretó sus ojos irritados que le dolían incluso más que su frente en carne viva. Enterró las uñas en sus palmas mientras lloraba sangre y su corazón dolía. Estaba viva… y así como con la muerte de Ronnie, Lily no soportó.
Las hojas de afeitar de Yosef estaban en el buró detrás del espejo. Temblorosamente, logró pararse apoyando todo su peso en el bendito fregadero, resbaló con el vómito y cayó golpeándose la cabeza contra el mármol, esta vez mucho más fuerte que antes. Sollozó un poco más en el piso, pero confirmó que no podía vivir así.
Costosamente, logró tomar las cuchillas y hacer una incisión. No dolió, no como le dolía la pena, la falta… ese momento. Se vio en el espejo, completamente sucia, llena de vómito, sangre, con el rostro pálido. Sonrió sin mostrar los dientes, luego los descubrió, estaban manchados de sangre. Fue consciente del dolor punzante en su lengua ¿Cuándo se la había mordido? Escupió sangre y volvió a sonreír. Su visión se tornó borrosa y poco nítida, miró al piso y se encontró sobre el charco de su propia sangre que brotaba de su antebrazo. Yosef tendrá que limpiar esto… pensó.
Cayó, y al hacerlo se preguntó ¿Qué le había pasado? Llegó a su cabeza la pastilla. Muchos otros colocaban alarmas para recordarse a sí mismos tomarla a horario antes de que el efecto acabara. La madre de Yosef siempre había sido una mujer responsable, mucho más aún con surgit en su sistema, nunca necesito nada de eso. Había estado todos estos meses tomando su medicación sin que nadie le dijera nada… la conversación con Yosef la había descolocado, no la había tomado, tenía que hacerlo en ese momento. Lily, en el piso de su baño, cubierta de sangre y sin sentir ninguna extremidad, sonrió con ironía pensando que estaban en su bolsillo.
-Parece que Yosef tendrá que arreglárselas…
Yosef rompió la puerta. Con la pata de una silla de la cocina logró explotar el picaporte, pero tardó demasiado. Lily ya se había ido. Y él, ahora sin ninguna justificación además de su ignorancia, podía decir que había matado a su madre.
Las noticias corrieron, ya todos sabían lo que a Lily le había sucedido. Cuando digo todos, me refiero explícitamente a todos. Yosef aprobó que se publicara en el diario del mediodía, como vivían en un pueblo pequeño, no esperó que la noticia saliera de allí. Comenzó con los vecinos del barrio, inventaron histéricas historias desde que vieron las luces de la policía afuera de la casa, eso empeoró cuando vieron salir la bolsa negra con el cadáver de Lily dentro.
Yosef no solo estaba triste, estaba enojado… consigo mismo por su actuar, merecía la publicidad, el reconocimiento global de su error, esa era su condena. Estaba enojado con el mundo por su injusticia y todo lo que pudiese decir, pero sobre todo, estaba enojado con surgit. Esa maldita cura ¿Qué curaba? ¿La pena requería un antídoto? Se sentía asqueado de tan solo pensar en el color amarillo. Estar enojado con Prescription, su creación era lo peor que te podía pasar en aquella sociedad. Surgit estaba en todos lados. En las postales, la tele, las redes y los voladores automáticos. No podías escaparte, no podías pelear, no podías enojarte.
La publicidad era su condena, pero también era un acto de odio a surgit, una gota de rebeldía de parte de la editorial imprimiendo un postulado donde se acusaba a la empresa Prescription del suicidio de Lily. Habría repercusiones legales por seguro, pero los pueblos pequeños lejos de las grandes ciudades aún se tomaban esas libertades. Yosef no podía llegar a mayores, como ya dije: Yosef era un joven, apenas un niño, siquiera sabía qué debía hacer a continuación ¿Cómo luchar con la multinacional más grande del mundo?
Yosef pensaba todo el día en ello, estaba harto de hacerlo, pero los colores le punzaban los recuerdos. El amarillo demoníaco, el rojo brillante en el piso blanco impoluto. Recordó haber condenado los inexpresivos ojos de su madre, incluso a esos ahora los extrañaba. No había nada más inexpresivo que la muerte. Deseaba tomar surgit, y eso solo lo enervaba un poco más.
No habría sido algo difícil, Yosef estaba en el cuarto de estar de su casa, rodeado de los libros de sus padres. Todos los jueves era día de lectura, ambos se sentaban allí y simplemente leían. Era una especie de ritual matrimonial, una de sus “citas” donde ambos estaban en sitios diferentes. Visitaban otros mundos y naciones, conocían distintos personajes, pero estaban juntos, apoyados uno sobre el otro sintiendo su piel y su calor. Yosef ya no podía sentir su calor y las pastillas que le habían sobrado a Lily estaban en un frasco en la cocina, en el cuarto de al lado. Nadie habría dudado de que Yosef se habría levantado y habría tomado surgit por primera vez, pero alguien tocó la puerta.
-¿Yosef Starkov? -la voz era de un hombre. Si Yosef no contestaba se iría, seguro era otro piadoso vecino. La persona volvió a tocar, la sombra tras el vidrio difuso se removió incómoda- Sé lo que pasó con tu madre…
-¡Vete! -¿Por qué había contestado? el extraño ahora sabría que Yosef estaba allí. La sombra se recargó en la puerta.
-Soy amigo de Tobías Marcel -Yosef abrió la puerta. Un joven desenvuelto, no muchos años mayor que Yosef, de rizos castaños despeinados y camisa suelta. Sonrió ampliamente cuando Yosef le abrió, mostrando todos sus dientes y unos dulces hoyuelos en las mejillas-. Soy Kaiden Lenhart -se presentó extendiendo su mano con un amistoso apretón-¿Puedo hacerte unas preguntas?
Seong-Min Na
Kaiden Lenhart se había convertido en un chico alto y risueño, muy distinto a Tobías Marcel. Últimamente se estaban escuchando mucho aquellos nombres, chicos revolucionarios, seductores y molestos. Eran chicos jóvenes y conscientes, pero solo son aquellos los que poseen la voluntad de hacer los cambios.
Eran cercanos, muy queridos entre sí, muy iguales y muy distintos. Ambos creían tener la razón, saberlo todo, como cualquier persona con la juventud latiéndole en el pecho. Ambos creían que su lado era el correcto y los dos sabían que su lado debía de ser el vencedor. Necesitaban detener a surgit. Tobías tenía sus modos, más distópicos y anarquistas, organizados a su manera fuera de la ley e impulsado por las masas, creía conocer el corazón del pueblo y su poder. El plan de Kaiden era muy distinto, había actuado en solitario, haciéndose un renombre y una voz lo suficientemente fuerte como para llegar a la altura de la lucha. Ganarles a los reyes en su juego, creía conocer el corazón de los líderes y su poder. La dicotomía de sus estrategias había distanciado a esos grandes amigos, a pesar de luchar por un mismo fin.
Kaiden estaba llegando a la residencia de Seong-Min Na en las montañas, una persona muy valiosa para el mundo en aquel momento, una persona que la gente había olvidado y decidido rechazar por su comodidad, una persona que también era valiosa para él.
Las familiares curvas forestales del camino a ese lugar le resultaba distanciador al muchacho, un escape de la realidad. Manejaba su auto de forma contemplativa, abstraído en un mundo distinto y muy lejano. Uno donde Tobías sonreía con él en los bosques en otoño, con el olor de la resina del pino picándoles la nariz mientras buscaban a Aurie que los esperaba sobre un árbol con su morral lleno de piñas para descargarles en la cabeza.
El hogar de Seong-Min Na era un hermoso lugar apartado de la sociedad. La anciana tenía su propia huerta y fabricaba dulces y quesos que vendía al por mayor. Todos los meses un camión venía, se llevaba sus productos y traía mercadería para Seong y sus trabajadores. No es extraño que Tobías y Kaiden terminaran con ideales tan extraños a los del resto de los niños creciendo allí, lejos de todo pero a la vez tan familiarizados.
La pesada y alta puerta de madera se abrió y la pequeña Seong salió entrecruzando su cejo, nunca nadie llegaba sin avisar. Era demasiado lejos para hacerle visitas sorpresa. Su cabello estaba atado en un moño bajo, seguía siendo tan duro y grueso como recordaba, aunque ahora el acre negro estaba siendo invadido por una lluvia de canas blancas. Su rostro se iluminó al ver a Kaiden del otro lado del umbral.
-Nunu… -esa había sido la forma en la que Kaiden y Tobías le decían desde hacía años ya, cuando tan solo eran un par de huérfanos ante una loable persona, aquella quien los criaría hasta que se volviesen hombres de provecho.
-Hijo mío -contestó ella mientras lo abrazaba, Seong se veía muy pequeña desde la altura que Kaiden había acumulado con los años. Se abrazaron, ella hundió su arrugado rostro contra el pecho de su hijo adoptivo y el sonriendo, le correspondió con toda dulzura con una mano y colocando la otra en su cabeza.
-Lamento que esta no sea una visita de placer -dijo él.
-Siempre que viene alguno de los dos es un placer para mi, Kai -la mujer se separó del abrazo y fue con su simpático trotecito adentro de la casa alegre cual niña en navidad-. Llegas justo para el té -se volvió pausando su carrera y le guiñó un ojo embolsado-. Es de cardamomo.
-Perfecto -sonrió él cómplice.
Juntos se sentaron en la gran sala principal de la casa. Todo tenía una atmósfera oriental, muebles bajos y almohadones de piso. Las paredes eran puertas corredizas que abrían a los jardines llenos de estanques con lirios, la esquina de una casa estaba sobre uno de estos. Kaiden recordaba estar con su hermano de vida charlando en la galería externa con los pantalones arremangados y los pies rozando el agua fría, recostados sintiendo la brisa dulce de la primavera. Para ellos eran días felices y llenos de vida, momentos que atesorar, porque eran realmente felices sin saberlo, sin entenderlo.
Los leños se rompieron en la alta salamandra del salón puesta a un lado despertando a Kaiden. Seong la prendía todos los inviernos sin falta, aun no llegaban a las fechas estipuladas pero una señora mayor con un termostato desregulado sin quejumbrosos pillastres ante los que sucumbir no necesitaba que fuese invierno para encender su salamandra.
La consciencia es el dolor de la razón que se enfrenta a la verdad de la existencia humana, recapituló en su cabeza, Kierkegaard.
Los ojos de una madre son afilados y perceptivos, tanto que, para sus hijos, son insondables como piquetes constantes en la espalda. Seong pudo nunca haber parido a nadie en su vida, pero era una madre y nadie podría quitarle o negarle eso jamás. Y con ojos de madre predijo con pena todo lo que ya andaba aconteciendo. Kaiden y Tobías no dejaban de recordar los viejos tiempos con nostalgia y tristeza dulce, pero solo Seong recuerda lo difíciles que eran. Ese par siempre fue como el agua y el aceite cuyo común denominador era Aurie y su magia femenina, fue la única capaz de mantenerlos unidos aún en sus discusiones acerca de Marx y Hayek, cosas que la dulce niña siquiera asomaba a comprender, pero no lo necesitaba, ella tenía su magia.
Seong llegó con su tetera favorita de porcelana pintada con flores rojas y ramas grises. Se sentaron frente a frente, sirvieron su té y comenzaron a tomarlo en silencio en forma de ritual. La brisa traía consigo la esencia de los jazmines del jardín y algunos pétalos que se veían colarse por la galería exterior. Kaiden ya se sentía como en casa.
-Sabes a qué vine ¿Verdad, Nunu?-la anciana tenía los ojos cerrados, estaba concentrándose en el vapor de su té acariciándole el rostro. Abrió sus ojos oscuros y rasgados y asintió. Kaiden le sonrió con tristeza, colocó su grabadora sobre la mesa y la puso a andar.
Seong-Min Na era una pieza fundamental para el debate que se había armado alrededor de Kaiden, ubicándolo a él como actor principal de la situación. La última psicóloga, más que importante para el lado que Kaiden decidió tomar en esta guerra mundial bajo la mesa.
Lenhart era un gran sociólogo, uno que tomó su lugar como activista político dentro del gobierno de su país. Kaiden se había tomado su papel muy en serio, Prescription no hacía más que contaminar a la humanidad y si potencias como esa comenzaban a utilizar a surgit como herramienta primaria no tardaría en esparcirse por el mundo como había hecho en su hogar y en muchos otros países lejanos ya.
Tobías no estaba del otro lado del muro, pero sí estaba lejos de Kaiden. Por más de que hubiesen sido criados por la misma dulce mujer, ambos tenían sus propias formas de luchar hacia la paz. Al menos luchaban por la misma paz… Tobías llevaba a cabo su revolución con métodos más corrosivos que Kaiden. Creía que Lenhart solo estaba siendo ingenuo al creer que los altos políticos lo escucharían, decía que no solo era imposible, sino que también sus métodos no harían tanto ruido como para que la gente quisiera su cambio. Kaiden no era tan estúpido, no creía que lo escucharían, por eso llevaba meses recopilando sus testimonios acerca de surgit, y no precisamente de sus beneficios, sino lo que acechaba tras ellos. Planeaba vencer a los políticos en su juego, acorralándolos contra la espada y la pared para así generar un cambio que no corrompa a la sociedad en su proceso.
-Esta tarde me encuentro aquí sentado con Seong-Min Na, la última psicóloga. Apedreada por sus pares y sus hijos psicaltistas por su “anticuado” y “tedioso” método de colaborar a favor de la salud mental. Un método integral y orgánico. Buenas tardes, Seong, ¿Qué puede decirme acerca de la forma que tiene la sociedad para describir su ciencia? -la entrevista había comenzado, Kaiden trataría a Nunu como una figura con la que trabajar, dejaría de lado sus conocimientos acerca de la delicadez de algunos temas para la psicóloga, quería ser profesional, debía serlo. Ese tipo de insensibilidad no era nada comparada con la de las personas contra las que iba a la guerra.
-Buenas tardes, Kaiden. Primero, no considero a la psicología “Mi ciencia” –Bien… Kaiden sonrió para sus adentros algo aliviado, no esperaba menos de Seong, lo entiende-. Es una herramienta, aprendida y estudiada a nivel mundial para la misma humanidad, para su crecimiento y prosperidad. Es como casi todas nuestras virtudes, yo creo que son cosas aprendidas. No creamos la tecnología, aprendimos a utilizarla a nuestro favor; así como a la psicología y la psicaltía.
-Entonces ¿Dice que la psicaltía es una herramienta necesaria para el crecimiento de la humanidad?
-Claro, como lo son todas. Pero, como toda herramienta, si no sabe utilizarse, también tiene el poder de lastimar.
-¿Cree que Prescription a lastimado a la sociedad con su droga psicáltica*, surgit*?
-Si no es así, Kaiden, tan solo observa la dependencia que tenemos hacia ella. El ser humano es una máquina natural exquisita, evolucionada y llena de capacidades, eso también le arrastra la responsabilidad del cuidado al menos apto… pero logramos rebajarnos a la dependencia de algo, al lugar del más débil que necesita el cuidado de algo superior que siquiera tiene la esencia de lo divino como lo sería un Dios. Nos hemos forjado una cadena y nos las hemos puesto con gusto alrededor del cuello como bestias.
-¿Por qué dirías que surgit es tan necesitado? ¿Cómo explicarías nuestra voracidad hacia él?
-Freud escribió una muy artística obra -Seong sonrió mientras miraba los jirones de humo de su té-. ”El Creador Literario y el Fantaseo”-dijo-. No soy especial admiradora de todas las ideas del psicoanálisis, seguimos hablando de una corriente psicológica con siglos de antigüedad, pero creo que para nuestra ciencia, fue un comienzo… exprimible. En fin, en esta obra, Freud hace una comparación entre el juego del niño y la escritura de un poeta, estos dos personajes con la preciosa capacidad de crear mundos alternos al suyo. Nos habla acerca de la necesidad inherente al hombre de trastocar la realidad, ponerle color a través de la fantasía, todo con el fin de poder sobrevivirla. Tal vez la responsabilidad del hombre por ser hombre es demasiada -la anciana, al juzgar del mundo incluyendo a sus hijos, parecía muy joven, mucho más de lo que en realidad era. Kaiden, en ese momento notó las arrugas de las comisuras de sus gestos tan profundas como el oscuro de sus ojos.
« Me resulta impresionante como los seres humanos nos conocemos desde siempre y tan solo nos repetimos lo mismo, siglo tras siglo, con distintos vocabularios. El humano nunca fue capaz de acoplarse a su realidad sin ser presa del suplicio. El dolor es natural, es real, así también como nuestra necesidad de evadirlo e irónicamente lo hacemos con cosas que nos envenenan el cuerpo y el alma: Programas multimedia, embote material, halagos de los demás, alimentos “químicamente felices” -Seong rio y sus hombros bailaron a su son, pero era una risa irónica y triste-… medicamentos -Kaiden asintió paciente, escuchando-. Surgit no es más que otro de estos “catalizadores” de irrealidad. El problema está, en que es el más poderoso de todos, por lo tanto el más atractivo e inherentemente, el más peligroso -Seong suspiró-. Vivimos en un mundo dual, donde todo tiene su contraparte, su luz y su sombra, su pérdida y su ganancia. Si existe algo tan poderoso y benéfico como surgit ¿Dónde está la contraparte que se nos está ocultando?- Kaiden sonrió. Había visto muchas de las entrevistas y debates de Nunu por la red, esta era la mujer a la que admiraba, aquella quien lo había criado y a la que estaba orgulloso de estar entrevistando.
-¿Crees que el humano pueda vivir sin ese fantaseo? -continuó él.
-La verdad, y tristemente, creo que no, señor Lenhart. Todos necesitamos algún tipo de contraste ante el sufrimiento de la vida, la violencia y desdicha que nos genera. Si me lo preguntas, es una hermosa capacidad si se enfoca sanamente.
-Pero no cree que esta… sea la respuesta… ¿O si?
-Claramente no.
-Es una postura bastante polar, señorita Seong ¿Querría decirnos por qué? -ella rio.
-Lo he hecho tantas veces en conferencias, debates y sobre podios estatales. Mi discurso… lo he repetido tanto, que ya pesa menos que una pluma. Lo resumiré tan solo diciendo que empujan a las personas a otro tipo de adicción, una que las destruirá por dentro y que las obligará a degenerarse como seres humanos -Nunu negó con la cabeza con verdadero pesar-. La gente ha terminado por concentrarse tanto en el cómo que ha dejado de vivir.
-¿Cómo ayudarías a la sociedad desintoxicarla de esta droga?
-He escrito libros con todos los grosores, con palabras y consejos que llevan el peso de todo lo que aprendí sobre cómo vivir la vida, sobre cómo ser feliz conviviendo con la pena y cómo desintoxicar el cuerpo y el alma. Todos estos libros, fueron silenciados, borrados de la historia -la anciana rio con ironía. Kaiden sentía que le enterraba más profundo su puñal, esa risa estúpida que Nunu lanzaba con indignación vendría acompañada de lágrimas si continuaba-. Pues claro, su existencia no le era conveniente a aquellos con las riendas. Mis textos eran simplificaciones de información que está inscripta en el mundo desde hace miles de años y que he logrado recolectar, una herramienta para el hombre común, aquél con los párpados pegados. Tienes suerte que los tuyos sigan dando vueltas por las librerías, chico -Seong suspiró y miró a Kaiden a los ojos, el chico risueño y resuelto le correspondió el dolor-. Ya estoy vieja para esto. Estoy cansada de esta lucha interminable contra las fuerzas de poder y lo poco que colabora el mismo bando para el que peleamos… no creo que pueda resumir una filosofía de vida tan grande y profunda con unas cortas y sencillas palabras aunque me obligues a intentarlo. Lo único que puedo decir es: Que vivan sus vidas… con todo lo que implican. Que, les aseguro que encontrarán más dicha en el dolor, que en la inexistencia del sentir.
Ambos se quedaron en silencio por un largo rato, Kaiden pausó su grabadora, no podría editar el audio. El archivo que debía presentar tenía que estar libre de rastros de alteración. Sabía que debía dejar a Nunu su tiempo para pensar y que así, soltara la tormenta que le tronaba en la cabeza. Kaiden reanudó la grabación.
-El hombre ya lo sabe todo de sí mismo, pero tiene un problema y es que está vacío, continuará buscando hasta que el vacío choque con la oscuridad que lo hace humano y se autodesintegre a sí mismo. Nos autodestruimos, constantemente, destruyendo nuestro progreso real en pos de la idea del progreso -Seong se abstrajo en sí misma, perdida en sus largos y entretejidos pensamientos. Otra vez, a ojos de Kiaden, perdió toda la jovialidad que la caracterizaba, sus ojeras y bolsas se mostraron y su boca cayó con la gravedad de las arrugas-. Logramos destruirnos, pero no completamente, solo hasta el punto en el que nos obligamos a volver a empezar, nos obligamos a aprender nuevamente lo que alguna vez solíamos saber -salió de su mente y sonrió exasperada mientras se limpiaba las lágrimas que comenzaban a escapar-. Nietzsche ya lo dijo con su “Eterno Retorno”… Esto ya ha pasado miles de veces, y volverá a pasar otras miles hasta que no exista humanidad en el universo. La pregunta es ¿Qué parte de la historia decidirá nuestra sociedad actual?
Kaiden apagó la grabadora, sabía que no debía ir más allá, Nunu no podría con el dolor y él ya tenía lo que necesitaba. El silencio fue abrazador, los acunó a ambos. Estaban presentes en su ausencia, interpelando las palabras de la última psicóloga.
-Te extraño, Nunu -dijo Kaiden con verdad en sus palabras. Ella volvió a sollozar secándose las lágrimas con el dorso de su blusa.
-Y yo a ustedes, mi niño -Kaiden se levantó y caminó silenciosamente hasta ella, se arrodilló y la abrazó apoyando su barbilla en la cabeza de ella- ¿Cómo está Tobías? -había dejado de llorar para preguntar.
-No lo sé -confesó él- No lo veo hace unos meses…
-Pídele que se cuide, por favor -rogó-. No me gusta lo que está haciendo… y eres el único al que escucha- él bufó.
-Si, claro.
-Yo sé por qué hacen todo esto, y estoy orgullosa, pero temo por ustedes dos -dijo, ambos continuaron en silencio, aún abrazados -Debo admitir, que a ella le gustaría…. pero no, no así. Ella querría que lucharan juntos.
Aurie, la tercera adoptada. Fallecida hace ya dos años tras los efectos secundarios de la desintoxicación de surgit. Seong-Min Na se culpa aún hasta el día de hoy, razón por la que dejó de trabajar buscando el perdón de su hija en su corazón. En el interior.
Kaiden dejó de abrazar a Seong.
-No te preocupes, mamá. Tobías y yo sabemos lo que hacemos -dijo Kaiden separándose del abrazo con su madre. Fingió su mejor sonrisa relajada achinando sus ojos y la miró con la astucia de un elocuente zorro-¿Sí? -Nunu lo conocía, había sido su hijo después de todo. Se mordió el interior de la mejilla. No quería poner a sus hijos en peligro, pero ya eran grandes, tomarían sus decisiones y ella debía respetarlo. Ellos sabían de su preocupación y, además de todo; Seong también buscaba cierta revancha contra el color amarillo.
-Sí…
Alexander Tromphood
Alexander Tromphood, era él un pilar, un gran pilar dentro de Prescription, uno que si caía, sería capaz de desestabilizar el mismísimo corazón de todo el chiste.
Obviamente, su puesto no era algo que hubiera conseguido solo, tenía una familia, una hermosa familia que estaba allí para apoyarlo día y noche. También tenía surgit, millones y millones de cajas consumidas a diario para ayudarlo a lograr la mayor eficacia en su trabajo, solventar problemas con la mente fría y traer dinero a casa para el estudio de sus gemelas.
Su esposa Evenine también trabajaba en Prescription como científica en el departamento de investigación del doctor Dussenberg; era bioquímica. Juntos, eran una pareja de éxito, llevaban a sus hijas a la mejor escuela de la ciudad y ya tenían una cuenta bancaria donde colocaban el dinero para el resto de su colegiatura. El puesto del señor Tromphood demandaba mucho, pero no era nada que con una pastilla amarilla cada tanto no se solucionara.
Alexander no era uno entre los demás, era mejor, era astuto e ingenioso. Con su esposa Evenine tenían esta rutina, donde él podía consumir Surgit por una semana cada dos. Evenine no, ella se encargaba de las niñas, no quería que la viesen en un estado tan lejos de sí. Esto ayudaba a Alexander a ser más productivo en el trabajo, no existía el cansancio, era un estado de limpieza que lo extasiaba dándole todo lo que la realidad por sí misma no podía. Lo disfrutaba más de lo que le habría gustado admitir.
El señor Tromphood llegaba al cuarto que le habían apartado en la enorme casa de los suburbios, necesitaba ese lugar para trabajar lejos de las niñas, un lugar ambientado como despacho; él podría recibir visitas y trabajar hasta las alargadas y durmientes horas de la noche; donde, a su modo, podría descansar. Sus gemelas la llamaban la “semana del dinero”, ya que sus padres le habían dicho que era la semana que hacía que pudiesen tener todo lo que tenían. Lo entendían, lo mejor que podían a su edad. De por sí su padre nunca fue el más presente de los padres… aquella semana no representaba demasiado peso. Sin su presencia, su ausencia no era distintiva.
Dejó pulcramente su saco detrás del asiento, uniforme y limpiamente. Se sentó en el escritorio y abrió su maletín frente a él, la máquina se encendió con una blanquecina luz iluminando su rostro pétreo y duro. Los hologramas se elevaron y él, con movimientos certeros y precisos fue dirigiendo los archivos ordenándolos en tres grupos frente a sí. Alexander era el director de economía de Prescription, asique los documentos estaban repletos de números complejos y planillas con notas al pie de página. Por demás de ser una compleja máquina, el maletín estaba vacío a excepción de un cuaderno secreto y su birome negra. Alexander no era uno entre los demás; confiaba en las máquinas, pero no en las personas. Los únicos respaldos que no se podían adulterar, los que nadie podía ver o hackear, estaban en su cuaderno rojo.
Toc Toc
La puerta se abrió despacio con un chirrido suave. Evenine estaba del otro lado del umbral apoyada en su marco, de brazos cruzados y ojos cansados y severos. Alexander le dedicó una mirada pero volvió la vista a los documentos. No podía perder ni un segundo mientras esperaba lo que su esposa le quería decir.
Ella era hermosa, se había esforzado por no dejarse estar tras haber tenido a las niñas y había tenido mucho éxito, era una mujer con voluntad y las herramientas después de todo; aunque, últimamente, podía notarse una sombra tras de sí. Algo la acongojaba, y no era para menos. Sus pupilas habían perdido fuego y color al igual que sus labios, ya no se maquillaba ni le importaba quitarse una camisa manchada, su cabello había encanecido olvidando su cita mensual a la peluquería. Estaba dejada, dejada por algo más, por alguien más. Pero no era algo que su esposo fuera a notar, estaba en la “semana del dinero”.
-Fui al médico con Liza hoy -él oía, él contestaba. Podía mantener una conversación aunque ya no estuviese allí. Aunque estuviese en su estado de ensueño.
-¿Y? -contestó distraído.
-Tiene cáncer, Alex -él la miró a través de los documentos con aquellos ojos inexpresivos y redondos ladeando su cabeza, pero su expresión no cambiaba, ya no lo hacía. El hombre que Evenine amaba, al que amó, estaba perdido en alguna parte de aquella carcasa rubia y bien peinada. Habían habido casos extraños, donde surgit había flaqueado, aquellos que solían tener el peor de sus finales. Ella lo sabía mejor que nadie, los estudiaba diariamente. Internamente, aunque la decisión de qué hacer ya había sido tomada hace tiempo, deseaba que eso pasara con Alexander y despertara con un chasquido. Sabía que las probabilidades eran nulas pero se comportaba como si eso esperase, no era algo fácil de controlar para ella, extrañaba a su marido.
-Eso ya lo sé -dijo aún con la cabeza echada a un lado.
-No, lo racionalizas… pero no lo entiendes, no lo sientes -Alex dejó de ladear su cabeza pero la miraba aún, como distraído, perdido. No entendía por completo a qué se refería su mujer, tan solo seguía oyendo para no perderse algo de potencial importancia… aunque poco esperaba de Evenine-. No hemos hablado de Liza, no aún… -Evenine rio con ironía- Ahora tampoco estamos haciéndolo.
-¿Qué incoherencias dices? Claro que lo estamos hablando.
-No -ella negó con su cabeza repetidas veces hacia el suelo, con sus brazos más apretados frente a ella, no quería comenzar a llorar. Ella estudiaba a surgit, era su ciencia, su trabajo y algo que en algún momento fue su pasión; una pasión que la sacaba de su rol de madre y la ponía en una posición de prestigio y altivez. Conocía a surgit, conocía su naturaleza, algo que había visto de forma positiva, como una hermana o una amiga. Ahora era negativa, le había robado su marido y su vida de una forma silenciosa y tenaz. Entendía bien la droga, sus efectos, cómo la persona llegaba a sus mayores ejemplares de virtud sin la imposición de la emoción, cómo sus prioridades reales afloraban con éxito de su interior- Nosotras, no somos tu prioridad, Alex. No te importamos Liza o Dalia o yo.
-¿Por qué dices eso, Evenine? -ella lo miró violentamente.
-Hace dos semanas te pedí que me acompañaras con Liza al médico. No lo recuerdas ¿Verdad? -Alexander intentó recordar, rebuscó en su esclarecida mente pero nada de eso había allí- Eres adicto, Alex. Un adicto al trabajo, un adicto a esto -Evenine sacó de su bolsillo un blíster de pastillas amarillas. Aquellas con el nudo desatado.
-Esto es absurdo, Evenine ¿Segura que te sientes bien? ¿Necesitas ir al médico? -su esposa no respondió, lo miraba con el cejo entrecruzado preguntándose si realmente podría haber sido capaz de olvidarse de Liza. Buscó a su marido en aquellos fríos ojos pero no encontró nada, solo vacío. Alexander no obtuvo respuesta de Evenine, buscó otro camino- No temas a algo como eso, Evenine, seguimos un riguroso plan ¿No es así? Todo funciona… seguro que estás cansada.
-¿Un riguroso plan? -preguntó irónicamente. Ella dejó caer exasperada su brazos a los lados de su cuerpo, tenía la piel pálida allí donde sus dedos habían apretado, no se dio cuenta de la fuerza que estuvo haciendo-. Dime, ¿Sigues sin llevarlo con un psicaltista? ¿Sacas las pastillas de la empresa y nada más?
-Naturalmente -contestó él. Eso había sido idea de los dos, con una bioquímica especialista en la casa que le ayudar a llevar la medicación ¿Quién necesitaba a un psicaltista?
-Alex ya no sigues el plan.
Alexander se planteó esa situación. Llevaba su disfrute de limpieza más de lo que normalmente lo había hecho, se sentía así en verdad, pero… ¿Fue así? Imposible, era riguroso y responsable, él era riguroso y responsable, sobre todo con surgit ¿Cómo iba a olvidarse? Pero era cierto que algo no le cuadraba en su cabeza, los números estaban mal, pero los números nunca estaban mal. Así no era como funcionaban. Él sabía de eso.
-¿Cuanto ha pasado? -preguntó Alexander. Evenine suspiró.
-Al principio, seguías en una semana, después fue una y media, después dos…
-¿Llevo dos semanas completas? -su mujer volvió a cruzar los brazos y lo miró con puro agotamiento.
-Esta es la tercera semana, Alex -Tromphood siguió en su lugar, ahora, parado frente al escritorio perdido en sus cuentas y pensamientos ¿Tres semanas? Se quedaron así, un rato, después otro y pasaron casi cinco minutos completos en un denso silencio hasta que Evenine lo rajó -Liza tiene cáncer, Alex. No puede estar sin su padre… aunque, ya es un poco tarde para eso -lo miraba a los ojos, seguía esperando algo, una señal, un despertar, aunque fuese pequeño y silencioso, una esperanza-. Nos iremos de la casa, las tres, Alex. No nos volverás a ver a no ser que te importe lo suficiente, si nos necesitas llama a mi madre, pero si vuelves, esto se va -lanzó las pastillas al suelo y salió de la habitación cerrando la puerta tras ella. Evenine sintió ver algo, fue minúsculo, intuitivo, pero era su esperanza, por más peligrosa que fuera, se daría su tiempo para tenerla, la necesitaba. Liza estaba en sus peores momentos y si ella no tenía esa esperanza, no se sentiría capaz de acompañar a su hija.
¿Tres semanas? Tromphood se sentía molesto, algo aturdido, ajeno a surgit ¿Cómo pudo haber estado mal la cuenta? Tenía que hacer algo, revertirla, recuperarla, borrarla. Tenía que ir detrás de Evenine y pedirle disculpas por… ¿Ir detrás? ¿Para qué? No era producente… ¿Y qué si tuvo un error la cuenta? A las teorías científicas se les permite un 1% de margen de error en sus coeficientes ¿Verdad? Era esperable… era posible.
Algo tiraba de él hacia Evenine y las gemelas, algo mientras escuchaba sus pasos bajando las escaleras y cerrando la puerta de salida. Pero con el silencio, ese algo se acalló también, dejó de tirar de él hacia lo insensato ¿Qué caso tenía ir tras Evenine, Liza y Dalia? La familia es importante ¿Para qué? ¿Descendencia? Ya la tuviste… ¿Es por tu imagen? ¿Qué tan lógico podría ser tener una esposa como Evenine, tan incongruente y volátil? Era incontrolable…
Sus ojos se posaron en los archivos, podría trabajar…
Como una máquina encendida para hacer sus mecánicas básicas tomó los apoyabrazos de las sillas y se acomodó, tomó el cuaderno rojo y lo colocó junto al maletín, simétrica y cómodamente, para que él pudiera traspasar los números sin interrumpirse. No estaba tan inexpresivo como antes, una ligera sonrisa se le plasmaba internamente. Podría trabajar, nadie gritaría la cuenta regresiva de las escondidas abajo, nadie tocaría a la puerta para decirle que estaba lista la comida, se habían terminado las insufribles prácticas de violín. Se terminaron las salidas obligatorias para el saludo de buenas noches o para abrir la puerta cuando Evenine tenía las manos ocupadas. Podría trabajar y podría hacerlo en paz, podría tener paz. Podría tomar surgit y nadie le diría que la semana del dinero había terminado; podría tomarlo todo el tiempo, todos los días por los próximos…. insuficientes días.
Cristina Gonzales Prada
El doctor Dussenberg era exigente, extrañamente exigente… para sus alumnos era un tormento, para sus superiores era un personaje excéntrico, un genio insubordinado pero necesario, efectivo. Cristina era su alumna estrella, tenía que serlo, tenía que serle útil. Se colocó su vincha roja para mantener sus rizos negros a raya antes de empezar sus rondas con el doctor, se puso a ordenar sus expedientes en su brazalete disparando hacia los lados con el dedo los hologramas, todo aquello que fuese irrelevante tenía que desaparecer de su vista. Hoy no era un día particularmente difícil, pero tendría que trabajar con residentes, eso ponía al doctor de mal humor. Para ella solía ser una oportunidad para aliviarlo y demostrar su necesaria posición, pero hoy no tenía lo necesario para ser la interna estrella de Prescription, la secuaz del doctor Dussenberg. Estaba cansada, simplemente cansada. Era un día donde se había cansado de ser Cristina la psicaltista y le bastaba con ser una ermitaña chica de 26 con órganos funcionales. Suspiró y despejó su cabeza lo mejor que pudo, ya vendrían los días de descanso, necesitaba ser útil, se lo debía a Marcel.
Tobías había sido un intimo amigo suyo en los años de exámenes y bocanadas de libros. Había llegado a ser muy intimo amigo de ella aunque ella no de él, su sentido de vocación era vasto y demasiado fuerte para competir contra el, eso no la detuvo, había luz ¿Cómo funcionaba de forma tan irracional el ser humano? Buscando esperanzas aun cuando sabía que una causa era perdida. Cristina luchaba por la causa, no era algo que se pudiese negar, pero que bajo la alfombra había una doble intención hacia Tobías Marcel era algo que también era difícil de pasar por alto; se preguntaba qué sería de los dos cuando todo terminase, si es que algo terminase.
Abrieron la puerta. Jazmín tomaba el picaporte tímidamente tras sus pesados lentes de pasta. Era secretaria de los internos, por ende, era secretaria del departamento entero. Cristina la compadecía, era de las pocas que llegaba a ser respetuosa con ella.
-El doctor te esperará en la primera sala, Cris.
-Enseguida voy -el doctor no esperaba a nadie, Jazmín la llamaba para que se moviese mucho antes de que Dussenberg llegara.
Cristina salió del cuarto y fue por los pasillos colocándose la bata en el camino. Entro en la primera sala y el grupo de jóvenes y nerviosos residentes la esperaba ya allí. Realmente Cristina no se sentía con ánimos para esto y los miró recelosamente. El ambiente estaba viciado y denso.
-Abran una puerta o algo -dijo acomodándose bien el cuello de la bata-. Se les huele el miedo -los residentes se miraron algo incomodos y tímidos, ninguno parecía muy cercano a otro, los médicos eran así, sobre todo los psicaltistas. La psicaltía era una meta difícil, muy tortuosa y larga, con mucho contenido y exigencia, las obsesiones de los psicaltistas se basaban en el éxito y el prestigio; a veces incluso en el dinero, pero esos no solían durar mucho. Hacer amigos no era una prioridad- ¿Y bien? -una chica pelirroja del fondo abrió la puerta de la parte norte de la habitación y hasta entro un poco de luz al lugar. Cristina suspiró pesadamente-. Buenas tardes, soy Cristina Gonzales Prada y voy a acompañar al doctor Dussenberg en sus primeras rondas para que conozcan los casos del piso, luego les asignaremos uno a cada uno y sus respectivas tareas para con ellos.
-¿Eres su asistente? -la pregunta insolente la hizo un chiquillo caucásico, pequeño y flacucho con ojos profundos y ojeras negras. Cristina alzo una ceja, y todos se quedaron en un silencio incomodo y largo.
-Soy la primera interna, numero tres-el chico hizo un gesto de sorpresa indignada como si se hubiese chocado con un vidrio.
-Me llamo Jericoh Restro -Cristina se acerco amenazante, con sus ojos negros aburridos y severos. Siempre había un engreído en los residentes, era parte de la naturaleza de un psicaltista, pero aun así a Cristina le resultaban irritantes y no era el día para encontrarse con uno nuevo.
-Serás el residente numero tres porque odio el numero tres y si vuelves a abrir la boca te dejaré estancado en laboratorio de patologías con la doctora Tromphood hasta que termine tu residencia.
Los pasitos apurados con los pies arrastrados tan característicos de doctor Dussenberg se escuchaban llegando por el pasillo norte. Hermann Dussenberg apareció en la habitación, pequeño y con la frente arrugada como un duende fantástico, con su cuaderno y letra asquerosamente dificultosa y enredada, se rehusaba a usar tabletas electrónicas. “Con la expresión de la muñeca la mente recuerda», había comentado una vez. Tenía su cabello gris y despeinado salpicado en su cabeza con pelones extraños y desparramados. Tenía sus anteojos redondos y pequeños cayéndole en el puente de la nariz. No le dirigió una mirada a ninguno en la sala pero se paro junto a Cristina como por inercia, de cara a los residentes con la vista pegada en su cuaderno.
-Bienvenidos, ella es Cristina Gonzales y va a dirigir todo lo que respecta a ustedes. Para llegar a mi, primero tienen que pasar por ella, es un filtro confiable y una maestra capaz, óiganla con atención- Cristina miraba a Jericoh con altivez indiferente, aunque le dio una pequeña satisfacción que se confirmara su situación de poder frente a los residentes, no necesitaba que el ego de la juventud se colara bajo su autoridad-. Empecemos.
Dussenberg era del grupo de las primeras generaciones de psicaltistas, uno de los grandes, no había aspirante a psicaltista que no quisiese trabajar con él; o siquiera cruzárselo en algún momento de su carrera profesional. La psicaltía exigía disciplina, era psicología, pero a su vez psiquiatría y medicina, era una ciencia empírica para la que se necesitaba la más aguda observación, una que requería devoción y entrega, un arte. No era fácil llegar a lo que estos residentes habían llegado, pero para ir más allá, todavía necesitarían dar más de sí.
No era coincidencia que Tobías eligiera a Cristina para infiltrarse, no solo era una persona con la que compartía sus ideales, era alguien apasionada e inteligente, observadora y con un gusto extraño por beber de cada fuente de saber que tenía por delante.
El doctor comenzó a caminar y Cristina les hizo un ademán a los residentes para que los siguieran, todos apresuraron el paso detrás de ambos médicos a través del pasillo del piso, las habitaciones de los pacientes estaban al final y debían entrar una por una para ver el informe de los pacientes y que todos los conocieran. A pesar de que hubiese un par de residentes por paciente, los accidentes ocurrían, los estudios eran innovadores y, a veces, más de un residente quedaba involucrado. Tenían que conocer todos los casos del piso.
Johan se unió a la carrera, era el administrador del departamento y un dolor en el trasero para Dussenberg.
-¿Se puede saber por que no he visto a la señorita Tromphood merodeando en su oficina hace ya mas de tres días?
-Estoy haciendo rondas -fue lo único que respondió el doctor. Cristina tampoco había visto a Evenine hacia días, había pensado en preguntarle al doctor pero debía ser cuidadosa. Evenine era una de sus compañeras de investigación, una amiga, y se había enterado de que una de sus hijas tenia cáncer. Cristina no había llegado a ser pupila de Hermann por hacer demasiadas preguntas innecesarias, sino por ser dedicada, sutil y capaz de leerle la mente a Dussenberg de una forma que nadie comprendía. No podía correr demasiados riesgos, su posición era importante para Marcel… era ventajosa, pero delicada, debía ser cuidadosa.
-No te pregunte eso, Hermann -sentenció él-. Entiendo que su hija esta enferma pero ¿Un aviso? ¿Una licencia? Yo tengo que responder por el departamento -el doctor suspiró, dejó su cuaderno bajo su brazo y miró a Johan.
-Lo último que supe es que dejó su casa, han visto a Alexander con los ojos desorbitados por el edificio.
-¿Mas de lo normal?-Dussenberg solo asintió. Johan asintió con él repetidas veces mientras se alejaba señalándolo como si entendiese todo y se fue sin una palabra más. Continuaron el recorrido, las pesadas puertas de metal y ventanas pequeñas enrejadas se acercaron y entraron a la primera. Una cámara Gesell con vista al cuarto del sujeto de pruebas estaba ahí con solo un chip de escáner con su expediente. Cristina lo escaneó en su brazalete.
-Nicolai Grece, 43 años… obsesivo con T.L.P. le ha sido administrado la droga por 5 meses consecutivos con varias intervenciones rudimentarias hasta que el sujeto sugiriera volver a la idea de utilizar la droga. Cuando la usa se le da una serie de tareas especificas que debe realizar a lo largo del día monitoreadas, de igual manera, se genera el mismo ejercicio sin el psicofármaco -leyó. En la habitación había un sujeto vestido de blanco, el cuarto era blanco y bien pulido, estaba con una persona que anotaba sus signos vitales y estado genérico.
-¿Cuándo volverán a administrarla? -preguntó el paciente tranquilamente, aunque en su rostro se veía leve tic en la ceja izquierda y ojos suplicantes.
-¿Hace cuanto esta así? -preguntó el doctor.
-Desde ayer -contestó Cristina.
-¿Y el tic?
-Desde que le sacamos la medicación. Durante la sesión de rehabilitación su ceja izquierda se fijó alzada -el médico la miró buscando cierta confirmación-. Yo lo monitoreé.
-Respondió antes que la vez anterior… -pensó en voz alta anotando curiosidades en su cuaderno-. Tenemos que pensar en la imposibilidad de los tratamientos a largo plazo, la abstinencia está demostrando ser demasiada… habla con los otros centros con sujetos con el mismo procedimiento, averigua sus resultados -Cristina anotó diligentemente. No se le dejaba de confirmar su hipótesis. Dussenberg no era una mala persona, no todos en Prescription lo eran. Hermann realmente parecía buscar en la píldora su naturaleza, comprender sus límites y circunstancias en sujetos voluntarios.
Oppenheimer también estudiaba solo por conocimiento, pensó.
Pasaron a la siguiente habitación.
Cuando la puerta se abrió, el residente numero tres fue el primero en reaccionar, vomitó en el suelo frente al espejo, el doctor miró al joven con asco por un segundo para volver su vista al paciente con un suspiro.
-Lara Ricardí, mujer de 19 años con estado de psicosis severa… está en su segundo proceso de rehabilitación… -del otro lado, el cuarto blanco estaba teñido con manchas y charcos rojos, salpicaduras carmesí que bañaban el cuarto hasta el techo del cual goteaba la sangre extrañamente espesa. Una muchacha, no muy grande, en el centro del cuarto, despeinada y con los ojos perdidos masticaba. Tenía una maraña de pelo y huesos entre sus manos y estaba engullendo órganos de quién sabe qué animal descuartizado. El doctor chasqueo la lengua.
-Le gustaban los animales… -Dussenberg se volteó hacia su primera interna- ¿Alguien está monitoreando esto?
-Si, doctor -la voz vino del fondo del cuarto, escondido en la oscuridad de la cámara, sólo visible por el reflejo de la tableta en su rostro se encontraba Sebastián. El segundo interno.
-Bien -se limitó a decir él.
Al salir del cuarto, Cristina pidió a la chica pelirroja que llevara al número tres a la enfermería, que luego ella les daría el resto del recorrido a ellos solos.
La pelirroja asintió de mala gana y acompaño al flacucho chico que no dejaba de vomitar ni siquiera a lo largo del camino. Esa chica respondía bien, sería la residente número uno por ahora.
–
Cristina estaba cansada, se retiró a su pequeña oficina, premio por ser la primera interna. Ningún interno tenía un derecho de cuarto en el piso excepto ella. Se dejó caer en la pequeña e incómoda silla giratoria y rebuscó en el primer cajón, aquel con llave, sus cigarrillos, el cenicero y un mechero. No hizo más que encender el cigarro cuando alguien tocó a la puerta y después de soplar el humo rápidamente y esparcirlo con su mano gritó “pase” mientras colocaba el cigarrillo y el cenicero bajo el escritorio en sus manos. La puerta se abrió con timidez.
-Oh, Jazmín. Eres tú -suspiró aliviada la morena mientras volvía a dejar el cenicero sobre la mesa y reencendía su cigarro. Se sentía una colegiala, escondiéndose en su propio espacio para fumar, bufó con una sonrisa- ¿Qué sucede?
-Te buscan -dijo-. Un tal… K.L. dice ser amigo de T.M. -Jazmín dijo todo con dudas e inhibición esperando que su compañera comprendiera, pues ella no lo había hecho cuando el lindo muchacho moreno y seguro había llegado a su escritorio. Cristina miró el cigarrillo mientras este se quemaba sobre sí mismo, se encerró meditabunda por unos segundos en los que Jazmín no sabía qué hacer o decir.
-Que pase -afirmó al fin para alivio de la secretaria.
El chico de piel trigueña, rizado y risueño entró en la pequeña oficina. Siempre parecía que iba de vacaciones con sus manos en los bolsillos de sus pantalones sueltos y camisas blancas desabotonadas en el cuello.
-¿Tienes un lugar propio? -rio una vez cerrada la puerta.
-Espero que no vengas a arruinarme los planes, Kai -Cristina estaba sonriendo con sus dientes blancos contrastando con su negra piel. Ambos se abrazaron con una sonrisa en el rostro. Por un segundo, la chica sintió que el peso de los años se había evaporado de sus hombros. Cuando se separaron, Kaiden arrugó su nariz.
-¿Te dejan fumar aquí?
-¿Fumar? No sé de qué hablas -contestó ella prendiendo su segundo cigarro. Él rio y se acomodó frente al escritorio con ella. Ambos quedaron en silencio, viajando por el pasado como humildes seres humanos que eran, sabían que Kaiden no había ido a desenterrar recuerdos, pero los dos querían dormir en esas tumbas por unos segundos más.
-Cuando Tobías me dijo que tenía a un interno en el departamento de investigación no pensé toparme con tu nombre, mucho menos tan arriba en la lista.
-¿Te sorprende que tenga éxito? -dijo ella inhalando su humo.
-Eso no es lo que me sorprende -el silencio había vuelto, pero este no era uno feliz, sino solemne- ¿Sabes qué hago aquí? -la morena negó con la cabeza.
-No sé mucho de los planes de Tobías, el contacto constante me peligraría. Tu presencia aquí ya es peligrosa, eres un escritor famoso, Kaiden. No eres tan libre como te sientes, pero si él te envió, supongo que confía en ti…
-Y tú sigues confiando demasiado en él.
-No soy la niña que era antes, Kai -claro que no lo era, ya no solo seguía a Tobías por amor o convicción, había visto de lo que surgit era capaz en carne propia.
-Y aún así, continúas siguiendo ciegamente a Tobías -ella no dijo nada. También seguía a Tobías por amor y convicción-. Estoy buscando otra solución -dijo Kaiden acomodándose con los codos sobre el escritorio con su rostro centrado en Cristina- Una menos… extrema -Cristina sonrió dejando caer las cenizas de su cigarrillo.
-Me enteré de que pelearon hace meses, pero no pregunté.
-¿No te importó?
-No necesitaba saber -sentenció. Él asintió sin quitarle los ojos de encima.
-Tengo al parlamento nervioso, he estado recolectando evidencias, información sobre el mal que puede hacer surgit. Tengo una audiencia en una semana y solo me quedan los retoques para la pintura. Tobías no estaba de acuerdo con mi plan en un principio, sigue sin estarlo pero sabe que no me impedirá hacerlo. Cree que solo encontraré otra pared -Kaiden sonrió, así era él y Cristina lo extrañaba. Enfrentando las adversidades con una irónica sonrisa. Muy distinto a Tobías y su contundente y varonil ceño fruncido-. Seguro lo sorprendí tanto llegando tan lejos que decidió ayudarme a ver qué sucedía -rio pero luego eso solo fue una sonrisa pequeña-. Aunque, sé que sigue sin confiar en mí y que cree que todo terminará conmigo como un payaso y con surgit otra vez a la cabeza.
-¿Tú también lo crees?
-No -respondió sinceramente-, lo temo -Cristina suspiró y asintió apagando la colilla aplastándola contra el vidrio del cenicero. Ella sabía mejor que nadie que en Surgit había gente como Dussenberg, gente inocente que no necesitaba de una revolución violenta, que su vida era la ciencia y no había otra intención más que la de adquirir conocimiento. Si ella pudiese evitar una confrontación directa, también lo intentaría.
-Pues bien, pequeño Kai… -colocó las manos sobre el escritorio y entrelazó sus dedos-… creo que tengo información útil para tu pequeño proyecto -Kaiden sonrió y sacó su grabadora colocándola sobre el escritorio.
–
-¡Liza, deja en paz a tu hermana! -Evenine estaba luchando con una cacerola sin teflón en el grifo de la cocina cuando escuchó el llanto de Dalia en la habitación conjunta. Dalia no podía ver los desquejes de las operaciones de Liza, le producían mucho mal.
Dalia necesita a alguien con quién hablar, pensó Evenine.
-¡Pero si es solo una cicatriz! -gritó Liza. Las tres…, se recalcó.
El timbre sonó, el perro comenzó a ladrar y Evenine soltó la cacerola con frustración y se apoyó en la mesada dejando el agua correr y escuchando todo a la vez en su cabeza. Los llantos de Dalia no cesaban, el perro continuaba ladrando y saltando junto a la puerta, la insondable canción del timbre le retumbaba en los oídos cuando Liza llegó a la cocina con su cabeza ya rapada y piel decolorada.
-Mamá, suena el timbre -Evenine no dijo nada, la miró cansada y arrojó los guantes en la pileta que comenzaba a rebalsarse. No estaba acostumbrada a esto, a hacer todo y todo sola. Caminó hasta la puerta y la abrió de par en par. El perro corrió hacia la calle y no se molestó en gritarle para que volviese. Dalia fue en su búsqueda, cuando Liza quiso acompañarla, Evenine solo colocó un brazo como barrera en el umbral y ella obedeció, chasqueó la lengua y caminó hacia adentro con resentimiento.
-Dejé el agua corriendo en la cocina, ve a cerrarla por favor -le dijo a la niña lo más tranquila que pudo. Frente a la puerta de entrada había un joven, moreno y de rizos marrones con una sonrisa dulce y con hoyuelos. Llevaba un café para llevar en cada mano, eran de los caros.
-Soy Kaiden Lenhart, señorita Tromphood. Amigo de Tobías Marcel -Evenine lo miró por primera vez a los ojos y entrecerró los suyos. Suspiró al ver a Dalia volver con el energúmeno peludo entre sus flaquitos brazos. Tomó un café de la mano del joven y lo dejó pasar.
-Necesitaré algo más fuerte que esto.
Kaiden Lenhart
Kaiden estaba sentado en las gradas del parlamento junto a los demás. Estaba en la primera fila junto a aquellos que iban a generar sus propuestas políticas frente a todos. En la cámara no faltaba nadie, ni un solo senador. Incluso las gradas de los invitados con permiso estaba repleta, no lo dirían, pero todos estaban allí por él. Que su propuesta llegara a tener un lugar en las exposiciones frente al parlamento era ya algo insólito. Claramente no existía mala publicidad, solo la publicidad.
Lenhart se ponía nervioso de a instantes, pero una imagen de Aurie era suficiente para que se le pasara cualquier emoción, suficiente para que el enojo apagara todo lo demás y se pusiese manos a la obra frente a la cantidad de gente que fuese necesaria, mientras más, mejor.
La conferencia estaba siendo televisada, como todas las discusiones parlamentares. Pero estaba claro que nadie había visto nunca el canal durante una transmisión tanto como hoy.
Era como Kaiden le dijo a Cristina, temía porque nadie lo oyera realmente, que escuchasen sus palabras pero no el mensaje. Él sabía que era muy probable, casi asegurado, que nadie de Prescription o el parlamento lo oiría realmente. Eso no le preocupaba, lo tenía previsto. El asunto era hacer que el pueblo oyera, que lo aclamaran en las calles y abuchearan las empresas. Necesitaba atar de manos a los políticos obligando a que sus votantes voltearan, lo oyeran y lo acompañaran.
En algo estaba de acuerdo con Tobías, la política no servía sin el pueblo, si se ganaban al pueblo, ganaban todo. Kaiden estaba allí para ganarse al pueblo, para que los políticos, la política, no tuviese nada por hacer más que obedecer.
-¿Cómo planeas conmover a una sociedad dormida?¿Cómo llegar a ellos? -le había preguntado Tobías.
-Despertándolos.
-¿Pero cómo? -repetía escéptico.
-Aterrándolos con la idea de dormir…
Era el turno del discurso de Kaiden. Se levantó y se paró en el atril frente a toda la cámara. Se acomodó el saco gris que se había puesto para la ocasión, echo una distraída mirada al publico, dio un par de golpes al micrófono y comenzó.
-Damas y caballeros, me encuentro aquí parado hoy por un asunto que, considero yo, es de vital importancia. Entiendo que a mi propuesta le costara llegar hasta aquí, lo que puede ser de vital importancia para mí no lo es necesariamente para ustedes: No estoy hablando del hambre mundial, ni de los derechos de las mujeres o la caridad hacia los huérfanos de las guerras orientales. Pero tal vez, hablo de la raíz de todo eso… aquella que decidimos ignorar y por ello, sin darnos cuenta, la dejamos crecer. Hablo sobre un asunto que nos concierne internamente a todos de forma cotidiana, algo contra lo que luchamos desde que existimos como humanos en la tierra pero renegamos desde entonces también. Hablo del dolor, tan insípido para algunos y una herida en carne para otros -hizo una pausa y se aclaró la voz-. Quiero que se tomen unos minutos para pensar en su dolor, en sus fuentes y en sus reforzamientos cotidianos ¿Cómo lidian con él? -otra pausa- Muchos se refugian en excesos… comida, entretenimiento, drogas. Envenenan sus cuerpos y mentes por miedo, para evitar dolores que consideran ocultos en lo subsiguiente o tal vez para lidiar con lo ya latente -tomó el atril por los costados y nerviosamente lo palpó, las manos le transpiraban-. Y eso por nombrar a los más funcionales ¿Qué hacemos con aquellos que se someten a placeres abusivos? ¿Qué hacemos con aquellos que comienzan guerras? -respiró hondo, Seong le había enseñado. Acarició el atril sintiendo la madera bajo sus dedos y concentrándose nada más que en ella.
Yo puedo con esto…
« El dolor es inevitable, podemos aplacarle o disfrazarle, satisfacernos hasta el hartazgo para fingir que no está; pero siempre vuelve a resurgir como un fénix de las cenizas de su muerte -Kaiden tomó el pequeño control del atril y apretó su único botón. Una imagen de una pastilla de surgit aparecía en pantalla tras él. Redonda, amarilla, con aquél símbolo desanudado tan característico. “Perfecta”. Se asqueó-. Surgit se ha vuelto un pilar en nuestra sociedad. Uno del que no muchos están dispuestos a prescindir por esto mismo que acabo de exponer. Es un medicamento… una “cura”, una de algo que se demuestra, es incurable e innato. Pero, quitando eso de lado, ¿Qué dirían si les digo que lo que creen que los “cura”, los enferma? -cambió la imagen y volteó para verla. Era la niña, era Lara.
-Aquí tenemos el caso de una chica de 19 años, Lara Ricardí. Un sujeto de prueba de la empresa Prescription, para muchos como para mí… tan solo una niña -miró la imagen por unos segundos, su cabello rubio salpicado y una sonrisa ladina e inocente-. Pues bien, esta chica tenía un caso de psicosis que despertó a sus dieciocho años tras la muerte de su madre. Era leve, tratable, incluso capaz de ser reintegrada en la sociedad como una ciudadana estable. Se aprobó su caso para un tratamiento experimental con surgit y esto fue lo que sucedió -pasó a la siguiente imagen pero esta no la vio, ya la había visto demasiadas veces y nunca dejaba de apretarle el corazón- Ahora su caso es ya una psicosis severa y dejó de ser manejable por los medios ortodoxos y más confiables de la ciencia.
–
La proyección en la pared sur sintonizaba el canal parlamentar y todos la miraban boquiabiertos y nerviosos. Las imágenes de la paciente de la cámara 2 eran filtradas desde dentro. Estaba claro, la sangre, los conejos colgados y desmembrados. Todos se alteraron, los psicaltistas y secretarios corrieron de un lado para el otro, atendiendo llamadas y haciéndolas. El revuelo comenzó y entre las voces dejaron de oírse los parlantes con el discurso de Kaiden. Dussenberg miró a Cristina, él sabía, y ella lo veía en sus ojos pero no puso expresión alguna. Eran unos de los pocos entumecidos en su propio silencio, aunque los demás solo estaban petrificados.
Cristina no se sentía menos orgullosa de sí misma, no lo haría ni aunque nada de esto funcionase, ni aunque fuese delatada. No se molestó en huir, por ahora, solo podía quedarse allí, viendo como decepcionaba al hombre al que admiraba.
Ausente, el doctor Hermann atendió su teléfono sin despegar los ojos de Cristina.
-No tengo la menor idea de cómo obtuvo eso, señor. Si tuviese ojos en todos lados tendría sus resultados desde que me los pidió.
Gonzales miró detrás del Herman. Jazmín seguía viendo la proyección, se despertó y buscó, consternada en la habitación; sus ojos chocaron con los de Cristina. La secretaria había visto a Kaiden, ella sabía. Jazmín salió corriendo. Cristina suspiró mientras caminaba firme hasta Dussenberg y lo tomaba por la muñeca arrastrándolo por los pasillos, tenía que salir de allí con él y rápido.
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-El uso de la medicación no solo no ayudó a Lara con su psicosis, sino que podríamos decir que la empeoró cuando la dejó ¿La cura nos enferma? ¿Qué pasa con las personas promedio que no pueden sobrellevar una pérdida? ¿También empeora su caso después de la rehabilitación? Winston Churchill había dicho que “el precio de la grandeza es la responsabilidad sobre cada uno de tus pensamientos” ¿Qué pasa cuando dejamos nuestros pensamientos en manos de algo mas? -Kaiden siguió hablando, elocuentemente y tranquilo, con argumentos, estudios y fundamentaciones lógicas y reales. El parlamento y el mundo escuchó atentamente, más de lo que él nunca esperó. Movilizó corazones, recuerdos y acciones. Decisiones que se irían demostrando lentamente con los segundos transcurridos. Algunos estaban tan llenos de voluntad, de ira contagiada que se habían agrupado en masas y dejado de lado el discurso para hacer algo al respecto. El pueblo había oído.
-Hablemos un poco de Lily Starkov y su muerte inesperada tras haber tenido que vivir los síntomas de abstinencia de surgit sola, en su cuarto de baño -pasó la foto y se encontraron con la noticia del diario local que Yosef había mandado a publicar-. Su caso estaba siendo llevado por un psicaltista, de forma controlada, también por la simple razón de superar una pérdida ¿Creen que quedó satisfecha? O su hijo… Yosef Starkov, ahora un huérfano que acaba de terminar sus estudios básicos y no puede cobrar una pensión del estado por que no cumple con los requisitos. -la cámara estaba en un silencio que daba terror, Lenhart esperaba que estuviesen enojados, no solo profanaba la fuente de su dinero, sino que demostraba sus vacíos corazones con el desamparo de sus colaboradores. Nadie tenía expresión, como si todos estuviesen bajo los efectos de ese demonio. Eso solo enfureció un poco más a Kaiden ¿Cómo podían estar así después de que alguien como Aurie dejara este mundo por su culpa?
« Hay muchas cosas que no sabemos acerca de surgit, pero el gobierno, ustedes, no dudaron en colocarlo en el mercado ¿Lo creen razonable después de miles de casos como estos siendo ignorados públicamente? -se rascó su frente y cambió su peso de pierna, se estaba desbordando-. Otra de las cosas que el departamento de investigación de Prescription descubrió recientemente y es ignorado por el ciudadano común, son los rastros de adicción que deja tras de sí. Aún en casos controlados ¿Alguien controla los mercados negros y las calles de los barrios bajos? -nada, no les sacaba nada. Clavó sus uñas en la madera del atril, miró desde abajo como cazador impacientado y continuó. Iría por los peces gordos-. Si no me creen, pregúntenle a Nicolai Grece, un hombre de 43 con un par de trastornos en su historial y su necesidad cada vez más frecuente de surgit en su sistema -pasó la foto-. Si estos casos no les son suficientes, como mínimo y públicamente pido una investigación para el director de economía de Prescription, Alexander Tromphood; quien, no solo ha estado consumiendo la droga ilegalmente de la empresa sin el control de un psicaltista sino también se ha hecho adicto a ella consumiéndola a diario con la excusa del éxito -algunos en la cámara abrieron sus ojos, algunos tosieron y otros se tapaban sus bocas. Alexander salió del cuarto lo más relajado, rápido y silencioso que pudo con un cuaderno rojo bajo el brazo. Kaiden sonrió- Y no hablo solo de surgit ¡Por Dios santo! Todo lo que he mencionado, los vicios, las guerras. Esposas, hijas, violadas, asesinadas. Niños abandonados y hombres desolados. Insalubridad, obesidad y cáncer en niñas de ocho años -se estaba exaltando, perdía la compostura con cada palabra de verdad que se escapaba por su garganta-. El hombre se envenena, a sí mismo y a sus hermanos en la búsqueda de una fantasía, una mentira. Somos humanos, reímos, lloramos, nos amamos y deseamos matarnos. Abracemos eso, el dolor y la felicidad, no son más que dos lados de una misma carta.
« Gente, necesito que me oigan con atención pues esto no es un asunto al pasar, es algo que ha llegado a niveles de seguridad nacional ¿Y quién mejor para explicárselos sino es Seong-Min Na? Damas y caballeros, la mujer que me crio y la última psicóloga -colocó el audio grabado por él con el discurso de su madre, oír su dulce voz era como oír una nana para él. Había visto sus entrevistas en internet millones de veces, oírla hablar tan seriamente solo podía traerle recuerdos, recuerdos bellos y hermosos, cargados de nostalgia y de dolor; pero Kaiden había vivido la vida más limpia que su humanidad le permitió, y abrazó ese dolor.
En algunos lugares, lejanos y muy distintos uno de otro. Seong y Tobías sonreían, orgullosos de Kaiden, de la última psicóloga y de toda su familia. Compartían una lucha, y aún en las lejanías se sentían orgullosos unos de los otros y su causa. Ninguno había tomado surgit, pero conocían el estado de ensueño, no solo por Aurie, todos habían creído las mentiras, todos habían estado dormidos. Eran un equipo. Eran una faimilia.
-¿Qué pido? -preguntó retomando sus estribos y dando las últimas palabras de su histórico discurso. Era momento de despertar- Nada mas que la absolución y destrucción Prescription y las empresas manufactureras para erradicar la venta de cualquier tipo, libre y con documentación. Si es posible, hasta su existencia. Esa basura no es algo que deba caer en las calles del mundo.
Fue entonces cuando comenzaron los disparos.
Aurie Hamadi
-¡Siguiente! -gritó el encargado. Estaba con el uniforme de enfermero o médico pero la niña dudaba que lo fuese. Aurie estaba con su familia en la sala de espera de un centro de rehabilitación de surgit después de un mes de haber consumido la pastilla a diario. Estaba tranquila, inmutable como siempre, dormida. Seong estaba sentada junto a ella y le tomaba su mano dulcemente con calidez y suavidad al tacto. Tobías y Kaiden estaban del otro lado, de brazos cruzados y gestos molestos. Habían estado peleando por quién sabía qué. Seong no les había prestado atención, una mirada sola bastó para que se compusieran. Ya eran grandes, estaban cerca de terminar sus estudios básicos. Ambos sabían que era un día importante para su hermanita, así que decidieron posponer sus riñas incesantes. Hamadi estaba cerca de cumplir los quince.
-¡Siguiente! -Todos se levantaron pero el joven solo miró a Aurie. Era fácil identificar al paciente, se veía en sus ojos, sus gestos vacíos y movimientos limpios-. Disculpen -dijo hacia el resto del grupo-, pero solo debe pasar ella. Ustedes deberían ir a buscar las cosas que se necesitan posterior al tratamiento -el hombre levantó la muñeca con su brazalete mostrando un archivo propaganda con un listado de cosas. Seong no sabía cómo subseguir, Kaiden se adelantó y acercó su brazalete al del sujeto y asintió hacia su madre. La mujer asiática tomó a Aurie por los hombros y la volteó para, llorando, darle un beso en la frente y un fuerte abrazo.
-Suerte -exclamó intentando animar a la niña, pero ella no sentía ánimos, tampoco tristeza o ansiedad. Aurie no sentía.
-Por aquí -apuró el enfermero. La niña se volteó y siguió por el pasillo con flechas amarillas en el suelo. Los edificios de rehabilitación de Prescription no eran muy grandes. Eran comparables a una farmacia bien amueblada, con una fachada de hospital. Además, se notaba el deterioro, no parecían invertir mucho en aquellos centros, las esquinas de las paredes estaban ennegrecidas con humedad y su reflejo en los vidrios estaba distorsionado con manchas extrañas e irregulares.
El pasillo la condujo hasta una computadora táctil de tan solo dos botones, salía del suelo como una pilastra en medio del cuarto sin acabar. Aurie se acercó y colocó su palma en la pantalla y una robótica voz contestó.
-Bienvenida, Aurie Hamadi -se escuchó. La niña no contestó, se quedó allí parada como una máquina esperando instrucciones- Antes de tomar surgit ¿Tenías miedo a la oscuridad? -los botones se iluminaron con las palabras “sí” y “no”.
No.
-Antes de tomar surgit ¿Tenías miedo a los espacios cerrados?
No.
-Antes de tomar surgit ¿Tenías miedo a los espacios abiertos?
Sí.
-Antes de tomar surgit ¿Crees haber sido friolenta?
Sí.
-Antes de tomar surgit ¿Sufrías de jaquecas o migrañas?
Sí.
-Antes de tomar surgit ¿Sufrías de contracturas y dolores musculares?
No.
-¡Bien hecho! Creo que tenemos lo suficiente para trabajar hoy. Por favor, entra por la puerta a tu derecha, una enfermera te preparará para recibir la rehabilitación –¿la rehabilitación se “recibe”?, Aurie no dijo nada, obedeció.
La habitación tenía una enfermera como la computadora había dicho, una camilla, un armario y un escritorio. Habían otras dos puertas opuestas a aquella por la que la niña de cabello castaño claro había entrado. La enfermera estaba sentada en el escritorio y volteó para verla, tenía unos anteojos grandes al igual que su sonrisa.
-Bienvenida, Aurie -saludó alegremente-. Mi nombre es Ágata -la niña continuó parada delante de la puerta, esperando. La mujer fue hasta el armario y sacó una de las cientos de bolsas de plástico transparente que estaban apiladas allí y la colocó en la camilla-. Colócate esta ropa -indicó palpando la bolsa-, y deja tus cosas en la camilla, estarán esperándote cuando la rehabilitación termine. Necesito que te quites aros, pulseras, ligas… cualquier cosa que lleves que no sea la ropa que te di ¿Sí? -Hamadi asintió-. Golpea la puerta cuando estés lista -la enfermera salió del cuarto. La niña de ojos claros se vistió. Una remera simple, celeste y sin nada que aplicar; pantalones de tela sueltos sin elástico, unas zapatillas, también de tela y suela de goma, sin cordones, cierres o abrojos. Aurie se quitó la liga del cabello, la pulsera de plata que Tobías le había regalado y los pendientes heredados de Seong con nada más que un puro valor sentimental. Tocó la puerta. La enfermera volvió a entrar con una gran sonrisa otra vez-. Bien, Comencemos.
Le cortaron las uñas, de manos y pies, le pusieron guantes y bucales en los dientes de arriba y abajo. Después le colocaron un casco protector de almohadilla que rodeaba toda su cabeza menos su cara.
-¿Te sientes bien? -preguntó Ágata frente a su rostro con una sonrisa, la niña pensó que se refería al casco. Aurie no sentía, pero asintió con la cabeza sin poder hablar bien con los bucales. La enfermera abrió una de las puertas y había un cuarto con una cabina. Le recordó a una de aquellas viejas cabinas fotográficas de antes donde la gente se metía para llevarse sus recuerdos. En vez de una cortina tenía una puerta y frente al asiento no había nada más que blanco. Aurie no entró, esperó indicaciones. Ágata la condujo con una mano en su espalda y la sentó en la cabina, pero ella no se fue, faltaban los toques finales.
Por dentro, la cabina estaba toda acolchada y tenía unos seguros, también acolchados, que abrazaban brazos y piernas. Aurie tuvo que meter los brazos y piernas en ellos y estos comenzaron a presionar su cuerpo ligeramente, emanaban un calor agradable para cualquiera, pero Hamadi no lo sentía así, no lo sentía de ninguna forma, tan solo era calor.
-Muy bien, Aurie. Una vez que me vaya y cierre la puerta la rehabilitación comenzará… sentirás un pinchazo desde el asiento, te colocaremos un químico que sacará a surgit de tu sistema, luego de que terminen los efectos podrás irte, no durará mucho ¿Sí? -Aurie asintió.
Ágata salió de la cabina cerrando la puerta y luego del cuarto y los seguros acolchados comenzaron a presionarla más y más contra el asiento. La luz se atenuó levemente hasta quedar en una oscuridad perceptible, la máquina seguía supurando calor cuando llegó el pinchazo.
Aurie gritó, pero no hubo sonido alguno.
Nunca pensó que pudiese existir tal dolor, al principio fue su pecho, sintió una punzada instantánea como un disparo. La petrificó, estaba tiesa, cada músculo de su cuerpo estaba duro y al ciento diez porciento de su capacidad. No podía mover los dedos; lo intentó bajo su mano enguantada, pero apenas si pudo levantar el dedo índice. Sus ojos bien abiertos hacia arriba en la oscuridad no podían parpadear y solo dejaban a las lágrimas caer. Cuando llevó unos segundos así fue cuando se dio cuenta de que no estaba respirando, inhaló una bocanada de aire y gritó de verdad. Nadie la oiría nunca, las cámaras de rehabilitación aislaban el sonido para que nadie pudiese oír las penas de los rehabilitados.
Apretó los puños y comenzó a sacudirse bajo el acolchado seguro, primero eran movimientos orientados, intentaba zafarse, quería correr; luego llegó la desesperación. No podía salir, se sacudía y temblaba, comenzó a golpear su cabeza hacia atrás pero su casco estaba acolchado, no podía sentir nada más que aquel dolor desolador en su pecho. Respiraba, jadeando hasta que como una víbora serpenteando por su garganta, caliente y áspera, sintió el vómito llegar. No se detenía, no la dejaba respirar, intentó por la nariz pero el vómito se filtró por allí también. Le ardía la garganta, la nariz y las manos de tanto apretarlas en su puño; aún con la tela de los guantes, sentía que sus dedos iban a perforarle las palmas.
Apretó sus dientes contra la goma de los bucales e intentó respirar por la nariz, se estaba rompiendo en pedazos con su propia fuerza. Entre tanto dolor y tanta pena recordaba a Nunu, sus indicaciones para respirar, nunca la salvarían de ese dolor, era imposible salvarse de ese dolor, pero no permitirían que se autodestruyera. Pudo respirar.
Lloraba, sollozaba, primero en silencio, con desesperación. Tomó aire otra vez, ruidosamente y volvió a gritar. Le dolía la mandíbula por la presión y la garganta por los gritos y el ácido instantáneo. Comenzó a dejar de sentir las piernas, luego las manos hasta que tuvo la capacidad de pensar.
Su dolor era profundo, venía del más remoto e infantil pasado; uno donde Aurie hubiera preferido dejarlo enterrado, pero eso era lo que la había llevado al infierno que ahora estaba viviendo. Dejó de sentir su cuerpo, excepto allí donde su padre apagaba cigarrillos en su espalda mientras la tomaba, excepto allí donde la mordía. Lloraba en silencio, jadeando entrecortadamente mientras sentía que se iba ahogando, como cuando su padre la ahorcaba.
Seong no se había interpuesto entre sus niños y sus familias previas, nunca lo intentó, aún sabiendo sus historiales y adoptándolos para aliviarlos de ellos. La mujer sabía que los niños debían saber que eran adoptados, saber de dónde provenían y si algún día buscasen reencontrarse con su pasado, hacerlo en libertad. Todos conservaban sus apellidos de cuna, aunque Aurie hubiera preferido cambiar de vida por completo.
Había sido la tercera en ser adoptada en la familia de Nunu, y Aurie estaba agradecida. Pero para cuando Seong llegó a su rescate, ya había sido tarde. Aurie Hamadi había sido destrozada por su padre. Tenía recuerdos que no podría borrar y heridas que no dejarían de sangrar.
Pronto se quedó sin energías. Sin energías suficientes para moverse, llorar o siquiera pensar; incluso se había quedado sin energías para respirar. Hamadi se desmayó en el cubículo de rehabilitación, la enfermera llegó, le inyectó adrenalina en su pecho y Aurie despertó. La soltaron lentamente y sintió todo como nunca antes se creyó capaz de sentir, el tacto de sus dedos era extraño, la ropa le molestaba. La luz que aumentaba su brillo mientras que la iban tratando, le molestaba en los ojos. La enfermera sonriente la guio por el recorrido anterior retrocediendo en sus pasos. Aurie se colocó su ropa, todo menos su pulsera de plata, la cual nunca encontró. Llegó hasta la sala de espera con ayuda de Ágata.
-¡Aurie! -la recibió Seong- ¿Cómo estás? -sus hermanos estaban detrás, observando preocupados, habían olvidado la pelea, su hermana era lo único para ellos ahora. Tobías tenía con él una bolsa de papel.
-Estará cansada un par de días -explicó la enfermera- Necesita reposo y ningún tipo de estrés. Si necesita dormir más de doce horas o comer cuatro comidas al día, déjela, no interrumpa su ciclo. Es necesario que recupere fuerzas -Nunu asentía repetidamente mientras escuchaba a la chica de lentes con atención.
-Ten -le dijo Kaiden sacando de la bolsa de papel que tenía su hermano una tarta de manzana-. Es tu favorita ¿No?-comentó sonriente. La niña solo asintió e intentó mostrar un poco los dientes para tranquilizarlos. Probó un bocado.
-Debes comerla, dicen que es normal que se te baje el azúcar. Teníamos que traer algo para eso -explicó Tobías tendiéndole agua y unas píldoras de paracetamol. Aurie comió su tarta y tomó la medicina. Luego de eso, tan solo pensar en una tarta de manzana la haría vomitar.
-Estará cansada -seguía explicando Ágata-. Puede tener jaquecas o contracturas musculares… unos masajes o cremas analgésicas le ayudarán.
Salieron de la clínica. Todos estaban tensos, intentaban que Aurie respondiera, pero ella no podía, el cuerpo le pesaba; veía todo con tantos colores que su mente se saturaba, estaba cansada. El primer día durmió hasta el siguiente, se levantó a comer y volvió a dormir hasta el tercero.
Hamadi se despertó y pensó en su pasado, en su padre. Pero no sintió nada más que indiferencia. surgit no curó el dolor, lo asesinó. No fue una muerte pacífica, fue lenta y llena de odio y sangre, con su dolor también se había ido su felicidad. Detrás de la imagen de su padre, la de su madre también se había esfumado. Su voz, el olor de su cabello, su sonrisa, ya no los recordaba.
Aurie no tenía pasado, pero ahora, tenía algo nuevo que curar, porque su presente, estaba lleno de miedos y sombras acechantes. El dolor que experimentó, no sería algo que pudiese olvidar. Llevaba una marca fuera de su piel, escondida en su pecho que había empezado a sangrar en esa clínica. Esa noche soñó con su cuarto, inundado de sangre y con ella dentro, ahogándose como en una pecera sellada en ese líquido espeso y caliente.
En la cuarta noche, Aurie escribió en una libreta todo lo que sentía, todo lo que llevaba dentro y esperaba que alguien de su familia lo leyera algún día, con la esperanza de que la entendieran y aceptaran.
En la cuarta noche, Aurie fue al bosque y enfrentó su miedo cortándose el cuello.
Tobías Marcel
Kaiden jugaba con el portavasos de goma tirando de sus esquinas. Tenía los ojos caídos, un poco inflamados. Su característico gesto risueño se había borrado de su rostro. Le daba vueltas a un vaso en su mano izquierda sobre la madera. No sabía qué bebía, era marrón, parecía un whisky, no era muy bueno.
-¿Cuándo fue la última vez que la viste? Digo… viva -Tobías hablaba despacio y con la voz ronca. Así era él, hirsuto y áspero. Estaba sentado junto a su hermano en la barra, bebían el mismo extraño tónico alcoholizado.
Kaiden lo miró, Tobías era más grande que él, su rostro era mas duro y severo, quizá porque había hecho cosas peores también. Su cabello estaba bien recortado y era rubio, ojos oscuros y piel clara. Tenía sonrisa de padre aunque siempre estuvo muy lejos de serlo.
-Cuando le hice la entrevista -contestó Kaiden. Tobías asintió con la vista perdida en la repisa llena de botellas de colores. Tenían tierra y muchas estaban ya abiertas.
-Yo no la veía hace casi un año -Kaiden volvió su vista al trago nuevamente- …me arrepiento de ello -Tobías suspiró-. Pero era peligroso ¿Sabes? Mamá no tenía idea de con quién trataba.
-Se lo imaginaba.
-Sí -asintió su hermano-, ella siempre se imaginaba lo que terminaba sucediendo… maldita bruja-rio.
-Su funeral fue lindo… solo nosotros -Kaiden siempre sería el positivo de los dos, eso lo había llevado a ser el más estúpido también, según él.
-Su muerte no lo fue -retrucó. Lenhart lo ignoró.
-Ahora está con Aurie -Tobías asintió. Los dos se sumergieron en un silencio que desde afuera parecía tenso y palpable, pero ellos estaban cómodos, estaban acostumbrados y sobre todo cansados. No había necesidad de hablar, no tenían nada que decir pero si mucho que procesar. Tobías apuró su trago, Kaiden lo dejó sedimentar un poco más antes de tomarlo. El silencio se rompió, los gritos de afuera eran ya alaridos insoportables y vítores constantes-. Están enloquecidos -Tobías no dijo nada, se quedó absorto en su vaso como Kaiden estuvo antes que él- ¿Por qué nunca estuviste con Cristina? -Tobías alzó una ceja hacia su hermano con media sonrisa, hizo una seña y los vasos estuvieron llenos otra vez.
-¿Cristina?
-Oh, vamos ¿Vas a hacerte el desentendido? -Marcel volvió a reír mirando a las botellas otra vez, pero ahora se perdía en sus recuerdos, buscando el momento en el que pudo decidir haber estado con la psicaltista.
-Nunca pude hacerlo realmente, tenía otras cosas en la cabeza.
-Pero estuviste con mujeres ¿No?
-Claro -dijo encogiéndose de hombros-, pero Cristina… era material para otra cosa, no podría haberle dado nunca lo que merecía.
-¿No te imaginas un futuro distinto, donde… no sé, hubieses tomado otras decisiones? -Tobías miró las botellas otra vez, más concentrado que nunca.
-No -mintió, pero Kaiden le creyó y no lo entendió. Él sí que podía imaginarlo con Cristina, se imaginaba yendo a verlos a una enorme casa blanca con ventanas azules, un par de copias de los dos correteando mientras la morena le abría la puerta al “tío Kaiden” con otro en brazos.
-Que poco imaginativo…
Habían pasado a su tercer trago cuando Kaiden rompió el silencio nuevamente.
-Tobi…
-¿Hm?
-Le tengo miedo a la gente -su hermano no contestó, le dejó tiempo para que pudiese seguir hablando, acomodándose en su silencio, escuchando- Todo lo que vivimos, todo lo que pasó y cómo terminó… realmente tenía fe, la de un final feliz, uno distinto.
-Kai, tenemos nuestro final feliz.
-No… tú lo tuviste. Yo quería paz, quería una lucha serena, de inteligencia, una que podría haber ganado…
-No te habrían dejado.
-¡Déjame terminar! -Kaiden arrojó su cuarto trago al suelo. No era tan resistente, había bebido pocas veces en su vida, el alcohol ya empezaba a hablar por él. El barman, con una señal de Marcel le colocó otro vaso a Lenhart y lo volvió a llenar- La gente no puede ser tan simple como tú dices, tiene inteligencia, razonamiento. No podemos vivir la vida a base de revoluciones violentas… existe el “progreso con retroceso”.
-Es un concepto muy abstracto para que los demás lo entendieran como tú, Kai- “progreso con retroceso” era un concepto del libro del sociólogo Kaiden Lenhart, alguien a quien el propio Kaiden ya no reconocía. Él hablaba del progreso inútil, aquel que llevaba a las bombas atómicas y destruía naciones y pueblos, aquél que destruía a las personas. Luego habló del “progreso con retroceso”, un progreso constante, que se basaba en ser capaces de retroceder cuando las cosas se escurrían de los dedos, uno capaz de crecer en corazón, en posibilidades conociendo los límites de su capacidad. Ni sus más adeptos lectores lo entendieron como él, su forma de escribir era demasiado poética y le faltaban parámetros, palabras exactas para que el hombre común entendiese de qué estaba hablando. Su concepto tomó un giro inesperado, uno que la gente, por inercia, acercó al camino de Marcel; quien hablaba de la necesidad de retroceder del progreso. La necesidad de derrumbarlo e incinerarlo-. Es como dijiste en tu discurso, las guerras son producidas por el dolor. Lo que propones… para lograrlo necesitas gente sin dolor. Pero solo llamaste a los deseosos de venganza -era algo que Tobías había predicho pero nunca le dijo a Kaiden, una herramienta que había servido a su propósito. Dejó a su hermanito ejercer con esperanzas reales en él y en su mundo, pero al sopesar, lo peor que podría suceder sería su as bajo la manga.
Kaiden levantó su mano para acallar a Tobías, el mayor obedeció. No quería pensar en su discurso. El gobierno había censurado el final, lo cual llenaba de frustración al orador. Pero para entonces, el pueblo ya estaba vuelto un caos. Los disparos se escucharon tarde, seguridad intentó detener a Lenhart pero el pueblo no lo permitió, Tobías no lo permitió. Lo había salvado de haberse convertido en lo que Seong se convirtió; un mártir.
-No quiero decir que tuviste razón -confesó el menor.
-Entonces no lo hagas.
-Pero la tienes -suspiró-. El hombre es simple, es insaciable, odia al dolor y ama al placer y haga lo que haga siempre buscará más de él, así tenga que erigir un imperio de sangre bajo sus pies.
-No te pierdas, Kai. La masa es simple, el líder se corrompe, pero el humano… nunca fue algo simple ¿O a caso tú lo eres? ¿O yo? ¿Lo fue Aurie? -hizo una prolongada pausa para no derramar su trago mientras lo llevaba con su mano temblando a su boca- ¿Lo fue Nunu? -Kaiden bufó.
-Nunu era extraterrestre -dijo riendo. Tobías también rio.
-¿Cuantos años tenía? -preguntó entrecerrando sus ojos con media sonrisa, intentando recordarla.
-¿Aurie? No sé, unos siete u ocho quizá ¿Recuerdas el programa? -Kaiden habló mientras terminaba de sacudirse con la última risa y se limpiaba una lágrima híbrida entre la risa y la latente pena.
-Si, el marciano era horrible. Más allá de los ojos… no puedo creer que lo comparara con Nunu.
-A mamá le gustaba -afirmó- Era el único juego que podía jugar con Aurie. Era una niña terrible, nunca tocó ni una condenada muñeca -Tobías sonrió y comenzó a bufar, terminó por reír contagiando a Kaiden. Ambos estaban con el rostro congestionando, la respiración jadeante y sorbiéndose los mocos cuando pidieron el quinto trago.
Kaiden vio al barman tan tieso como cuando Tobías le dio las instrucciones. Los escuchaba atentamente, pero no emitía sonido, ni gesto, estaba asustado.
El arma sobre la barra era grande, una recortada. Cuando los hermanos entraron le prohibieron al bartender salir, tenía que seguir sirviéndoles tragos hasta que se hartaran. Kaiden estaba un poco harto, pero sabía que Tobías tenía más resistencia. Lo esperaría por un trago más. Se había cansado de sentir el miedo del tercero allí parado frente a ambos.
Una de las ventanas de atrás se rompió y dejó pasar mas claramente los gritos del exterior. Tobías veloz y tenaz como era, tomó a Kaiden y lo empujó contra la barra. Él respondió y se escondió tras ella. Marcel recogió la botella y su arma, tomó al barman por el hombro casi arrojándolo al suelo y él se sentó junto a Kaiden de espaldas a la madera. Ahora los tres estaban en el suelo, en silencio, esperando. El dueño del bar había perdido la compostura y los miraba preguntándose qué hacer pero Tobías todavía lo tenía agarrado por el hombro.
-Solo por las dudas -le dijo Marcel tranquilamente- No sabemos qué están haciendo esos bastardos allí afuera.
-No lo tortures más, Tobi… -a Kaiden le había llegado al límite la lástima. El mayor chasqueó la lengua y le mostró la botella.
-Tengo lo que necesito, puedes irte -el hombre no podía hablar, le temblaba la mandíbula pero asintió repetidas veces como agradecimiento mientras se levantaba y se iba corriendo por la puerta trasera.
Kaiden se sentó apoyando su cabeza contra la barra, miró a su hermano y suspirando le tomó la botella de la mano y la vació en el suelo casi por completo.
-Termínala y vámonos de aquí -dijo él. Tobías bebió- ¿Crees que existe un cambio social sin una revolución violenta? -Marcel terminó la botella y se limpio la boca con el dorso de la mano.
-No -contestó- Pero creo que la humanidad debe y merece tener la esperanza de que sí ¿Recuerdas lo que decía Nunu de la esperanza? -Kaiden sonrió mientras le llovían las últimas lágrimas de los ojos. Se las limpió con la mano.
-La esperanza es elegir el camino del verdadero cambio.
Se oyeron sirenas a lo lejos.
Los hermanos huérfanos y desemparentados se levantaron y salieron al exterior. Estaban en medio de la ruta, frente a una empresa de manufactura de surgit, a unos diez kilómetros del pueblo más cercano y cinco de una cárcel federal. Aprovechaban las bebidas del bar de enfrente donde los obreros seguramente pasaban sus almuerzos y viernes en la noche tras una larga jornada.
El pueblo, al que Kaiden llamó sin querer, los soldados de Tobías y toda la furia del mundo se estaba librando contra aquél edificio; sobre ese y todos aquél con las palabras surgit o Prescription inscriptos en algún lado.
Kaiden se sentía derrotado. Seong había sido fusilada, convertida en una mártir que amedrentó aun más a la gente. El parlamento no escuchó, los políticos no escucharon, pero para pesar nacional, el pueblo sí lo hizo y actuaron antes de lo que pudo haberlo hecho cualquier sistema político. Por las calles corría sangre y deseo de justicia, los policías patrullaban camiones con armería pesada. Organizaciones desorganizadas, masas y grupos rebeldes se rejuntaban en la calle; uno nuevo todos los días, con más banderas y colores para seguir muriendo por una causa perdida. Los hermanos hijos de Seong-Min Na habían llevado a un país a la guerra civil. Kaiden fomentó todo por lo que había luchado por evitar.
Tobías, por otro lado, sentía que esto era necesario. Un paso.
Todas las empresas restantes estaban siendo destruidas en un golpe masivo esa misma tarde. Quizá Prescription reconstruiría, pero eso que lograron sería imposible de ocultar en la historia. Les tomará tiempo empezar de nuevo, recobrar la confianza de la gente y volverse otra vez un imperio. Quizá hasta tardarían lo suficiente como para esperar que la gente fuera más consciente, y cosas como estas no fuesen necesarias. Tobías estaba orgulloso, habían hecho todo lo que el pueblo podía ser capaz de hacer con lo que era y lo que tenía.
Afuera, su masa estaba rejuntándose en la entrada del edificio imponente. Habían escuchado las sirenas, miraban expectantes a Tobías, sus gestos y movimientos, esperaban instrucciones.
-Es un buen día ¿No, muchachos? -dijo fingiendo su mejor sonrisa, ladina, relajada. Una sonrisa copiada de Kaiden pero que en el rostro de Tobías, era sádica. Esperaba por un reto. Sus compañeros rieron por lo bajo, contagiados por su sed. Se oían los camiones, se veían a lo lejos en la ruta, levantando polvo a los rayos del sol donde brillaban sus vidrios blindados y armas de caza- Y estos malditos buscan arruinarlo -hizo un ademán hacia la llegada del enemigo- ¿Se los permitiremos? -no necesitaba más, estaban convencidos, sabían lo que sucedería. No les importaba. Estaban tan hartos, llenos de odio y necesidades como él. Vítores y gritos rugieron entre sus seguidores.
Los militares llegarían en cualquier momento a detenerlos, y ellos los esperarían, listos para sacrificarse por un bien mayor. Listos para darles a otras personas la esperanza, los pondrían en el camino hacia la carrera por el cambio.
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