Hasta el cuello, capítulo 11

Hasta el cuello, capítulo 11

Vulturandes

11/11/2024

 Fuera casi había oscurecido por la horda de negros nubarrones y empezaba a llover.

—¿Y ella? —le preguntó Bimo al dueño de la tienda. Había pasado una semana, y él cumplió con su promesa.

 En cuanto a sus diferencias con Tan, al día siguiente se reencontró con él. Como si evitar el pasado fuera una costumbre, el hombre no le preguntó nada acerca de la niña, pero de todos modos Bimo le comentó que en siete días volvería a la tienda para verla.

—Ah, bien—masculló el aguador.

 Pasaron cada día laborando normal, hasta esa tarde.

 Cruzaban el puente Colleman cuando Tan le habló al respecto:

—No vuelvas a hacer lo que hiciste. Eso de ir corriendo… Dejar a un niño solo es una técnica de los ladrones para atraer: tú te acercas al niño para ayudarlo y él te lleva a donde los otros.

 Bimo sintió que se le subía la sangre a las mejillas.

—Entiendo—articuló cabizbajo—. ¿Pero por qué le tiraste la cantimplora?

 Tan se encogió de hombros. Luego añadió:

—No esperes a que algo bueno le ocurra. Me pareció que estaba bastante mal. Puede estar sufriendo de disentería sin que lo sepamos, o de algo más: tenía un golpe en su ojo. Ese tipo debió herirle internamente algo más, en sus órganos; allá los proxenetas llenan a las chicas de puras porquerías para hacerlas obedientes. También tenía mucha fiebre. ¿No lo viste? Bueno, a pesar de eso, es posible que sobreviva. Todo dependerá de lo fuerte que sea. Te advierto que no lo parecía en absoluto. Era pequeña y flaca…

 Lo obligó a ser razonable, a resignarse a los mandados de Dios.

 Aquello le hizo pensar en Mei Ying. En la cena, al excusar el descuido de su trabajo, la joven sugirió con su brusquedad habitual que pudo haberse traído a la niña a casa, con ella.

—¡Habría tenido al fin una sirvienta! —rio como si le hubiera contado un chiste. Bimo se alegró de que Wood los encontraran.

 Por su parte, Ah Beng alabó su compasión por una chica desamparada a la que apenas conocía, cuando Bimo le pidió su permiso para salir un poco antes del trabajo para ir a verla. Viendo el origen de su amistad reflejada en sus palabras, Bimo se sintió aliviado de haberla rescatado.

 El
pedagang
lo recibió sin contratiempos. Aunque la tienda todavía no cerraba y había un par de personas, ninguna estaba realmente de compras, y su esposa se ocupaba perfectamente de los clientes. Bimo no conocía el edificio más allá del godown y echó un vistazo por primera vez al interior. Había muchos muebles: dos mostradores frente al otro; en uno yacían ordenadamente papeles y un gran libro, anaqueles con coloridos paquetes y utensilios de cocina y dos plantas en la entrada. Con las lámparas de flores que colgaban del techo del color del arcoíris, el lugar era casi un palacio. No se le ocurría por qué tras las remodelaciones de la ciudad se había decidido correr a los Wood río arriba. Con su ubicación, la tienda rendía a duras penas. Reducida por los grandes edificios, cualquiera habría ignorado aquel pequeño refugio contra el sol, comida para los bule tras un largo viaje a través del puerto y un ambiente que —por lo que oyó Bimo— les hacía sentir en una verdadera tienda de ultramarinos de Londres.

 Al preguntar por la niña, solo podía pensar en la advertencia de Tan, y se preparó para recibir cualquier mala noticia.

—¿Lucy? —dijo Helmer—. Salió a botar la basura.

 Bimo sintió una oleada de alegría. Sabían su nombre… Sonrió satisfecho y fue al callejón.

 Era fantástico que estuviera cómoda entre ellos; quizás no lo estuvo en mucho tiempo. Bimo ahora se alegraba de conocer a los Wood. Pero tampoco era plan que Lucy siguiera ocupándoles espacio. No obstante, ni el tiempo o la suerte apremiaron a su favor ningún día de la semana. Por desgracia, o simplemente no conocía a nadie que pudiera alojar a Lucy o ni siquiera tenía tiempo de recorrer la ciudad en busca de un refugio. Además, en las noches después de cenar caía cada vez más exhausto sobre su cama.

 Por ahora, los Wood eran su única esperanza. Siempre que Lucy hiciera bien su nuevo trabajo…

 La joven estaba de cuclillas en la orilla del pantano al otro lado de la calle, bastante lejos de la tienda. Vestía el mismo sarung oscuro hasta los tobillos pero alguien le había puesto una ancha camisa de hombre bule. Acababa de terminar de barrer la entrada del godown y vigilaba la calle por donde venía Bimo. Éste le sonrió al pasar por su lado.

—¡Buen trabajo! —observó Bimo. Ella todavía tenía un aire desconfiado—. ¿Te llamas Lucy? Un nombre muy bonito. ¿Es inglés, no?—preguntó intentando un nuevo acercamiento.

 Ella asintió tímidamente.

—Mi nombre es muy difícil—respondió con un murmullo seco—. “Lucy” es fácil.

 Esto borró por unos instantes la sonrisa del muchacho.

—¿Tu nombre es falso? —interrogó bromista.

 Ella gruñó molesta. Pero seguía siendo demasiado tímida.

—¿Cómo te llamas? —No respondió—. ¿De dónde eres? —trató otra vez.

 La niña se giró, haciéndose la desentendida.

 Bimo se atrevió a acuclillarse a su lado, pero enseguida notó que ella se retiraba.

—Yo me llamo Bimo. Vengo de Sumatera.

 Lucy entonces insinuó una pequeña sonrisa. En los últimos días había ganado algo de peso y sus mejillas ya no estaban hundidas. Aun si no parecía enferma, Bimo no podía saberlo; seguía estando muy delgada y la sombra del golpe en su ojo lucía oculta bajo una cortina de cabello sobre su rostro húmedo por la lluvia. Pero entonces la sonrisa le dio un aire de vitalidad.

—¿Sumatera está al lado de Nusantara?

 Él asintió.

—¿Vivías en el mar? —preguntó ella admirada. Y sonreía, ¡por Dios, sonreía!

—N-no, en las montañas—titubeó Bimo—. Pero cerca de mi aldea hay un lago—agregó.

 Por su mirada volvió a caer una sombra, y la apartó hacia los brotes de mangle germinando del lodo. La lluvia cayó en forma de chubascos, dando un verdor perpetuo a la vegetación, enfriando la superficie de la tierra. A Bimo la pregunta le pareció extraña y ya no se le ocurrió con qué fomentar la conversación. Le hizo un par de preguntas más acerca de qué le parecía la tienda. Por otro lado, estaba contento de estar sentado a su lado y protegido de la fina llovizna que caía. No podría permanecer junto a una mujer sin que lo dominase su timidez, pero junto a Lucy estaba contento. Lucy también era bonita pero tenía la sensación de que ella hacía que en él creciese el deseo de protegerla. Como el hijo menor en su familia, nunca tuvo que preocuparse de cuidar de alguien más. Quizás Lucy era su oportunidad para crecer.

 Esperó en silencio a que la lluvia amainase y luego dejó a Lucy con un breve saludo. Pero volvería a hablar con ella. Quizá podría facilitarle la estancia con Wood enseñándole un poco de inglés. A lo mejor necesitaba a alguien que se ocupase de ella entre tanto perdía su miedo.

 Por lo que Bimo alcanzó a entender por la señora Wood, Lucy sí era mestiza de un padre o madre bule, pero no hablaba ni inglés ni holandés y seguía rehusándose a decir su nombre real. Fue claro que su incógnito no se inclinaba a ocultar una persona, sino un hecho. Al final, la propia Mem tomó la decisión de recurrir a ella por un nuevo nombre. Era triste, pero “Lucy” tampoco dio la impresión de oponerse a ello.

—Me tratan bien—dijo Lucy. Su ánimo no demostraba qué cosas eran “tratarla bien”, y sin embargo la señora Wood también dijo que le gustaría quedarse con Lucy y que podría educarla.

—No te mentiré, Lucy tiene una educación malísima—le dijo la Mem la segunda vez que Bimo pasó por allí.

 Era medio día y el aguacero momentáneo recluía a cualquier cliente lejos de Read Road. En esos momentos, Lucy ayudaba a la Mem limpiando frascos con legumbres con un trapo mientras la mujer quitaba el polvo de las alacenas.

—Pero me gustaría quedarme con ella.—Rodeó a Lucy con el brazo, sin que esta huyera.

 Al traducirle las palabras de la Mem, Lucy levantó la vista sin miedo hacia ella y sonrió.

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