La musa de las coletas

La musa de las coletas

J. A. Gómez

28/09/2024

El Umbral del Sueño

Giovanni Ricci era, sin lugar a dudas, el escritor francés de origen italiano más exitoso en lo que al género del terror se refiere. Desde que su primera obra había roto los récords de ventas su nombre resonaba tanto en las librerías como en las mentes de quienes amaban lo tétrico y macabro.

Sin embargo lo que pocos sabían era que su inspiración, aquella chispa que lo había encumbrado, hacía meses que lo había abandonado. Este hecho constituía una verdadera tragedia para quien como él vivía de la literatura.

Desde entonces, el genial autor se encontraba en una espiral de autodestrucción. Cada noche, sentado frente al portátil, veía un abismo insondable que parecía agarrarlo del cuello para llevárselo a las profundidades del Tártaro. Para combatir aquel vacío habíase sumergido en una adicción que mantenía en secreto: la cocaína.

Las líneas blancas eran lo único que, según su entendimiento, lo mantenían cuerdo, atándolo a este mundo. Su día a día terminaba llenándose de sombras, relevadas al caer la noche por una complaciente destrucción de la carne y del espíritu. Evidentemente la cocaína no era la solución, ni siquiera un parche. Lo único que lograba era hundirse cada vez más en una nebulosa de ansiedad infinita.

Su mente, antes rebosante de ideas y horrores inenarrables, se convertía con cada amanecer en a un vasto campo yermo. Ya no cabían en su mente monstruos horripilantes, ni fantasmas de aquí o acullá recorriendo los largos pasillos de alguna mansión victoriana; ni siquiera un pobre diablo menor al que conjurar.

Los días pasaban y la presión crecía. Su editor lo llamaba insistentemente mientras que los fans exigían una nueva novela, presionando en las redes sociales. Para su desgracia no tenía nada que ofrecerles, ni a uno ni a los otros. Pronto al margen de la droga entró en su vida otro viejo conocido: el alcohol…

Una noche, tras esnifar lo que restaba de su suministro blanco y vaciada la botella, Giovanni se desplomó sobre el sofá del estudio, incapaz de pensar en nada que no fuese su estrepitoso fracaso. Vomitó hasta la primera papilla. El sueño lo envolvió con rapidez y pronto comenzó a soñar…

El Sueño Revelador

En su ensoñación, Giovanni caminaba por un campo neblinoso tan extenso que no lograba atisbar el final del mismo. El aire olía a tierra mojada y ceniza volcánica. La niebla lo circuncidaba de forma constante y opresiva. Fue extraño pero le pareció como si quisiera fundirse con él para crear una única entidad, aferrándose al suelo para jamás moverse de allí…

Tras caminar unas decenas de metros se detuvo, sobresaltado, frente a una figura desdibujada que emergía de la penumbra. No tenía cuerpo visible, nada más que una perturbadora silueta débilmente luminosa, sin forma definida. Aquella presencia estaba dotada de una voz gutural que emanaba de todas partes. No tardó en darle uso a lo que podría llamarse boca…

—¿Buscas inspiración? Giovanni Ricci —bramó el ser—. ¡Yo puedo dártela!

—¿Quién eres? —Inquirió el escritor, atemorizado a la par que intrigado.

—¿Acaso importa? Soy lo que necesitas y esto es lo único importante —dio por réplica—. Te ofrezco la idea perfecta. Será la historia más aterradora que jamás hayas escrito. No obstante como todo en la vida tiene un peaje…

Giovanni no lo dudó ni por un segundo. Su curiosidad inicial había pasado a ser tan grande que cayó en el mismo centro de su propio remolino de emociones, sin importarle ser engullido…

—¡Haré lo que sea! —Exclamó, alzando la voz—. ¡Lo que sea! Sólo quiero volver a sentirme vivo además me debo a mi público antes que a mí mismo…

El contrahecho se inclinó hacia él, dejando ver algo hasta ese momento imperceptible; una línea horizontal de ojos (por llamarlos así) que parecían quemar el aire que transitaba entre ambos.

—¡Espléndido! La inspiración vendrá en forma de niña de largas coletas. Ella será tu musa y a la vez tu tormento. Solo tienes que sobrevivir a la noche. Si logras ver el amanecer, la historia será tuya…

Antes de que Giovanni pudiera responder el sueño se desvaneció en una oscuridad abrumadora. Aturdido y desorientado se despertó…

La niña de las coletas

Su malestar era épico. La cabeza le estaba a punto de estallar, el corazón le golpeaba desde dentro del pecho como si tuviese dos puños de hierro y como no hay dos sin tres un constante hormigueo atacaba los dedos de sus manos y pies.

La habitación quedó sumida en la penumbra, apenas iluminada por el resplandor tenue de la luna filtrada a través de la persiana. Algunas inoportunas gotas de sudor persistían en su frente y sin venir a cuento acudió a su mente aquel verano, especialmente cálido, en la costa andaluza. Paulatinamente consiguió sosegar la respiración. Secó el sudor y el recuerdo voló lejos.

—Sólo fue un sueño —se dijo—. Sólo un sueño…

Entonces recibió cien golpes a mano abierta, sin violencia explícita pero igual de dolorosos dado su realismo. Una manifestación le erizó los pelos del cuerpo. Fue un escalofrío primigenio que no tardó en convertirse en sofoco. La temperatura se desplomó de tal manera que creyó dejar Andalucía por Siberia. No estaba solo…

Quedamente giró la cabeza hacia la esquina más lóbrega de la habitación. Allí una figura se erguía trabajosamente, tal cual goznes de hierro con décadas de óxido a sus espaldas. Finas líneas de luz cubrían parcialmente su cuerpo y parecía no sentarle nada bien…

Era marcadamente delgada, con brazos y piernas en demasía luengos para una niña de su edad. Dos coletas entrelazadas se alargaban hasta tocar el suelo. Vestía una indumentaria de época, totalmente negra, con el pie de la tela raído. Flecos y volantes hechos a mano se distribuían por la zona del cuello, puños, pecho y cintura.

Su rostro (si se podía denominar así) a pesar de quedar sellado bajo un velo, no impedía dejar ver (o intuir) una mirada que escudriñó el alma del escritor, sin dejar ni un solo resquicio al azar…

—¿Quién eres? —preguntó con voz quebrada.

La luctuosa no respondió, limitándose a dar dos pasos titubeantes cara adelante. Se movía mansamente, flotando más que caminando. Giovanni retrocedió asustado, tirando una de las lámparas de noche al intentar poner distancia entre él y aquella figura espectral.

Fue entonces cuando lo comprendió. La niña era la musa prometida por el extraño personaje del sueño. La inspiración que tanto había anhelado ya había llegado aunque no de la forma esperada. Aquella cosa no era una simple idea, no; era real y venía por él…

La Lucha por Sobrevivir

El instinto de supervivencia de Giovanni tomó el control. Se lanzó hacia la puerta, sin embargo al intentar abrirla comprobó que estaba bloqueada. Algún tipo de fuerza la mantenía atrancada a cal y canto.

Aquel terrible fantasma se movía lento pero decidido. Al paso, como la figura del caballo en el ajedrez, para seguidamente avanzar replicando la reina, acercándose al infortunado novelista. El rey venido a menos…

Su aliento apenas era un bisbiseo. El oxígeno allí dentro habíase vuelto denso y pesado como si a cada paso aquel engendro lo drenara, quitándoselo de sus pulmones para rellenarlos de hollín…

«Piensa, Giovanni, piensa», se repetía. Su mente buscaba frenéticamente una solución. Con una podría valerle. ¡Maldita sea, para una vez que podía contar con una musa, ésta buscaba acabar con él! ¿Cómo derrotar a una cazadora que no formaba parte de una pesadilla sino de la realidad?…

Súbitamente hasta esta preocupante cuestión tuvo sentido en su sesera. Sus neuronas trabajaban a marchas forzadas. ¡Tenía que ser cierto! No se trataba solamente de una prueba física sino también mental.

Cada acontecimiento constituía parte de una parte mayor y por ende de la narrativa. Una obra sufrida que pondría punto y final a tan larga sequía creativa. Si lograba sobrevivir a la noche tendría el material por tanto tiempo anhelado.

Corrió hacia el escritorio. Aún quedaban rastros de polvo blanco y un par de botellas, una de ellas a medio beber. Su mente aceleraba de cero a cien en milisegundos, esbozando ideas a medida que la niña se acercaba a su ritmo. Agitaba las coletas como si poseyeran vida propia. Entonces aquellas ideas se juntaron hasta trazar un plan…

—¡Tú eres el personaje principal! —juramentó el escritor. Cogió un bolígrafo para comenzar a escribir frenéticamente en una hoja en blanco. Descartó usar el portátil pues la situación apremiaba y no destacaba precisamente por su velocidad al teclado.

«La niña demoníaca avanzaba con huesos quebrados y mirada oculta tras un velo de muerte. Cada paso absorbía la vitalidad del literato pero él, con su ingenio afilado por la consternación, encontró la manera de controlarla a través de la palabra escrita»…

La susodicha se detuvo, al menos un tiempo. Lo que escribía Giovanni sí parecía afectarla…

—¡Eso es! —Apremió, con una chispa de esperanza.

Prosiguió escribiendo con furia: «el genial autor descubrió que la musa, aunque poderosa y pavorosa, estaba sujeta a las reglas de su propia creación. Si lograba completar su historia antes del amanecer, ella no podría acabar con su vida».

La funesta aparecida retrocedió, agitándose enojada. Sus grandes manos, que antes se alzaban para atraparlo, ahora temblaban. Las coletas se agitaban en el aire como cuchillos voladores de Ninja, golpeando el aire antes de abrir profundas fisuras en las paredes. Giovanni continuó a lo suyo. Sus pensamientos volaban más rápidos que nunca…

La Carrera contra el Tiempo

El reloj marcaba las cinco de la madrugada. El, en otro tiempo exitoso escritor, batallaba por mantener la coherencia en su escritura. Su cabeza se tergiversaba por momentos, nublándose, víctima del agotamiento empero también por los efectos residuales tanto de la cocaína como del alcohol.

La niña repulsiva no desapareció completamente. Continuaba allí, resistiendo, atrincherada en la esquina donde menos incidía la luminosidad. A ratos partes de su cuerpo se difuminaban para luego volver a su estado natural; si es que podía haber algo de natural en aquella aberración.

Ocultas tras el velo sus pupilas fijaban a Giovanni en modo misil tierra-aire, aguardando el menor descuido de éste para abalanzarse sobre él…

—¡No puedes matarme, no, no puedes hacerlo! —chilló con expresión quebrada, sin dejar de escribir—. Soy el narrador y tengo el control.

Mas el engendro no había dicho su última palabra. Fue como si hubiese reiniciado el motor del infierno, pausado hasta ese momento por las letras de Giovanni. Deslizaba los pies desnudos a cámara lenta. Desde ellos hasta las coletas series de interferencias la exponían a retales. Era lo más parecido a esos programas de aquellas primeras emisiones de la televisión…

De la tela emanaban minúsculas volutas de humo. Bajo aquel velo se intuía una horrible sonrisa. Evidentemente no tenía el tema tan atado como creía. De hecho comenzó a dudar y consecuentemente su escritura se resintió. Las palabras se mezclaban y las frases se atropellaban, volviéndose confusa la redacción. El terror lo tomó al verse, nuevamente, frágil.

—¡Hasta el amanecer! —Resonaba en su testa, insuflándose ánimos. En realidad no faltaba tanto para el alba. Tornaba menester aguantar estoicamente, manteniéndose firme hasta ese crucial despertar del día.

El premio no era cosa menor pues suya sería la historia más aterradora jamás escrita. Una obra puesta delante de sus ojos; escrita de su puño y letra para deleite del mundo entero…

¡Maldito bolígrafo! ¿Dónde estaba? Hasta las hojas en blanco parecían haberse esfumado para no ser mancilladas. Cada instante de flaqueza derivaba en que la niña de largas piernas y extensos brazos progresaba un palmo.

Sin embargo con cada línea escrita desandaba lo hecho, manteniéndose a distancia. Bufaba como una serpiente impaciente por clavar sus colmillos llenos de veneno.

Rayaba el suelo con las uñas, una y otra vez, dejando cuatro profundas líneas irregulares. Esta fricción generaba un sonido insoportable y grimoso. El equilibrio de poderes era tan precario que en cualquier momento la balanza caería a un lado…

El Amanecer

Al fin un tenue resplandor pasó a distribuirse por la estancia, iluminándola perezosamente. El primer rayo del sol coincidió cuando Giovanni escribía la última línea de su historia.

Sudaba tanto o más que el famoso Dantecontés, protagonista de una de sus novelas más talentosas. La niña de las coletas se desvaneció entre alaridos horrendos y ensañamiento de película gore, disolviéndose en el aire como porción inseparable de un mal sueño.

Giovanni dejó caer el bolígrafo para seguidamente desplomarse en el suelo, completamente exhausto. La habitación quedó en silencio y por primera vez en mucho tiempo sintió una paz indescriptible. Sobrevivió a la madrugada. La historia estaba completa.

Mareado y sin fuerzas se incorporó. De nuevo sentía ganas de vomitar. Miró las hojas apiladas de mala manera frente a él, muchas tiradas por el suelo. Estaban llenas de palabras garabateadas víctimas de su frenesí nocturno pero sabría darles acomodo, orden y sentido porque era y seguiría siendo el mejor en su género.

Sonrió antes de dejarse caer de culo, usando las manos y sus generosas posaderas para aguantar en posición de sentado. La boca habíale adquirido un singular regusto a hierbabuena. Se tumbo plácidamente en el piso. En realidad no tuvo más que dejarse caer de espalda.

Era consciente de que había escrito algo poderoso, un material de primera salido de la peor experiencia. Este hecho no podía más que reforzar su carrera, justificando entremedias el largo tiempo sin sacar material nuevo…

No obstante su alma le advertía sobre aquella visitante nocturna con cuerpo de niña y maldad absoluta. Su musa perversa siempre estaría ahí, al acecho, esperando en las sombras de su mente; lista para regresar cuando volviese a necesitarla. Quizás algún día fuese así y tal vez para entonces la moneda mostrase otra cara. No quiso pensar en semejante posibilidad…

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