Al hablar de ella no sé qué decir, creo que solo me limitaré a los hechos, la verdad es que me es difícil recordar los momentos porque temo que me lleven a experimentar aquellos sentimientos que viví, esas sensaciones que no quiero sentir y me son difíciles de explicar, pero que son necesarias traerlas al presente porque así poder avanzar. ¡Sí!, creo que empezaré por ahí, así será más fácil, así podrán entender mi postura. Fue un 24 de mayo, lo recuerdo con facilidad porque era el día de mi cumpleaños, estaba cumpliendo 10 años, cuando la vi por primera vez, se veía tan tímida, ella tenía el cabello negro y su largura era tal que le llegaba a la cintura, su mirada tenía algo de asombro al ver el pastel y el monto de juguetes que desbordaban la mesa, sus ojos eran de color verde, los podía ver a pesar de la distancia a la que me encontraba, podría decir que eran como la esmeralda que decoraba la sortija de mamá, sus labios rosados los comparo con el color de las rosas que se encontraban en el jardín frontal de la casa y su piel era blanca como la nieve que caía en diciembre. En ese momento mamá me tomó de la mano y mirándome dijo: —Vamos, te quiero presentar a Sara.
En ese momento sentí que mi corazón se aceleró de una manera exagerada, lo cual siempre me recuerda a los atletas que compiten en la maratón, es curioso porque quería ser atleta, aunque no me gusta el ejercicio. Recuerdo que, al estar frente a ella, no me había percatado de que la acompañaba un hombre, mamá se dirigió al señor: —Señor Gómez, me alegra que haya decidido venir con la pequeña Sara, lamento el estado de salud de su esposa y deseamos que todo mejore. —Le agradezco su preocupación, además, no podía despreciar la invitación de la fiesta del pequeño Thomas, mi pequeña Sara cumple el 27 de julio los 10 años y, debido a la situación actual, no creo que le podamos realizar una fiesta, aunque ya habíamos hablado con mi esposa. —Él giró su mirada hacia a mí y me sonrió diciendo—: Thomas, feliz cumpleaños, tal vez no me recuerdas porque te conocí cuando tenías solo 6 años, pero soy un buen amigo de tu papá y ahora que nos mudaremos a la ciudad me gustaría que cuidaras de mi hija en la escuela y fueras su amigo. Yo solo lo miré y moví mi cabeza dándole a entender que sí, ella me miró y me sonrió. Mamá se dirigió a Sara diciendo: —Sara, si quieres, ve con Thomas y él te enseñará la casa mientras llegan los demás niños. Y, Thomas —dijo mirándome— . sé un buen anfitrión con Sara, yo me quedaré con el señor Gómez mientras llega tu papá. —Sí, mamá —respondí—. Sara, ¿me acompañas y te muestro los juguetes de mi cuarto? —le dije, la tomé de la mano y subimos las escaleras. Al mirar atrás vi a mamá abrazar al papá de Sara, quien estaba llorando.
Al llegar al cuarto se quedó contemplando los libros y su atención se dirigió a uno que se llamaba Cuentos ilustrados de Salvador Santana, ella lo abrió y pasaba las páginas con delicadeza, después me miró y me dijo: —Este es el libro que mamá siempre me lee en las noches. —Ese es mi libro favorito —le respondí—, me gusta leerlo todas las noches. —Aunque era mentira, me gustaba hacerle creer que teníamos algo en común y continúe diciendo—: A mí me gusta coleccionar los cascarones secos de las cigarras que se encuentran en los árboles del parque, y ¿a ti qué te gusta, Sara? —A mí me gusta ver las mariposas —contestó después de sentarse—, aunque no salgo mucho al parque o al campo, pero papá me dijo que para el otro año iremos al campo donde viven mis abuelos, íbamos a ir para mi cumpleaños, pero estamos esperando que mamá mejore, me gusta dibujar y no me gustan las palomas, ellas me dan miedo. En ese momento perdí la pena y le dije: —Si quieres vamos al parque, yo hablo con tu papá. —Sí, me gustaría mucho, Thomas, yo vivo a cuatro casas de la tuya —contestó, en ese momento nos miramos fijamente, pasé saliva y una extraña sensación me cobijó, era cálida, después mamá entró al cuarto. —Niños, bajemos que ya llegaron los invitados —dijo. Recuerdo que esa tarde bajamos de prisa para la repartición de la torta, incluso repetimos, hubo payasos, un castillo inflable y piñata. Al caer el ocaso el señor Gómez y Sara se despidieron, esa noche no concilié el sueño, recuerdo que suspiraba.
Sara y yo nos volvimos amigos, recuerdo que íbamos al parque después de clases y llegábamos a mi casa siempre a las 5:30 de la tarde, después mamá y papá la dejaban en su casa. Así fue hasta el 24 de julio, porque al llegar el señor Gómez nos esperaba en la entrada junto a mis papás, sus ojos estaban cubierto de lágrimas, se acercó a Sara, se inclinó y la abrazó. —Ven, Sara, vamos a casa… Sara se despidió, yo no entendía lo que pasaba, pero veía en los rostros de mis papás preocupación y tristeza, ellos me tomaron de la mano y al entrar a casa me contaron lo sucedido. La mamá de Sara había muerto faltando tres días para su cumpleaños. No puedo describir lo que ese día sentí, mas viene a mi mente la imagen del día de su cumpleaños, ese recuerdo retorna a mí como un jinete negro que cabalga a todo galope, como un jinete que arrastra momentos vividos, dejando tristeza a su paso. Ese día no era solo el cumpleaños de Sara, sino también el funeral de su mamá; el cielo estaba gris, el ruido que producía la sirena de la funeraria era agobiante y el sonar de las campanas para iniciar la misa del sepelio se robaba toda alegría de los presentes, muchas personas acompañaron a la familia Gómez y, mientras el sacerdote decía unas palabras antes de darle sepultura, unas gotas empezaron a caer. Yo solo observaba a Sara, aquel brillo que me arropó el primer día que la conocí ya no estaba, sus ojos estaban apagados. Mis papás abrazaron al señor Gómez y a Sara, recuerdo que quería abrazarla, pero no tenía el valor ni tampoco tenía palabras para consolarla, cuando todo terminó ella subió al carro de su familia y yo solo la observé de lejos. Ese lunes no asistió a la escuela, recuerdo que no podía concentrarme en las clases debido a que pensaba en ella y me preocupaba su bienestar. Fue así durante tre semanas y cuando volvió procuraba no participar en clases. En los descansos no se le veía, las niñas de la clase murmuraban que la escuchaban llorar, así fue hasta el 24 de agosto que decidí buscarla en el descanso, al no verla en los pasillos, corrí hacia los baños y no la encontré, después me dirigí a las canchas de juego y no la vi, también subí a la biblioteca, mas no estaba, tenía el presentimiento de que algo malo pasaría. En ese momento recordé el parque, no sé por qué, pero venía a mi mente aquel momento donde nos encontrábamos recogiendo los cascarones de las cigarras que mudaban de piel. Imaginaba que la vería sentada en el parque, llorando, pero no fue así. Ella estaba con su uniforme y a un lado estaba su mochila, la vi de espaldas y en su mano tenía una bolsa, pude observar que estaba recogiendo algunos cascarones. Me acerqué lentamente. —Sara, ¿qué estás haciendo? —La pregunta fue tonta, pero quería que me dirigiera la palabra —Me gusta venir, el parque es silencioso y me ayuda a olvidarme de todo —me contestó ella con un tono débil. En ese momento, aquellas fuerzas que debí tener el día del funeral llegaron a mí, ella me miró fijamente, solté mi maleta y la abracé, ella lloró durante una hora sobre mis hombros, después decidimos comprar unas flores con el dinero de las onces y nos dirigimos al cementerio, allí Sara habló con su mamá, desahogó las penas y se disculpó por las veces que nunca la obedeció. Al volver la llevé sobre mi espalda y a mitad de camino se quedó dormida sobre mi espalda, viene a mi aquella puesta de sol que decoraba las montañas. Esa es la imagen que viene a mi mente al recordarla en su niñez, después de ese día nuestro lazo de amistad se forjó inquebrantable, o eso creí hasta los 16 años. Teníamos la costumbre de salir al parque juntos, a veces nos tomábamos de la mano mientras comíamos helado, pero en ocasiones pareciera que ella no estuviera presente, había días que estaba dispersa y otros donde quería ir a caminar sola, tenía también la costumbre de leer en exceso y cuando se ausentaba de clases sabía dónde encontrarla, siempre estaba en aquel lugar del parque, sentada leyendo un libro debajo de un árbol y junto a ella una bolsa de cascarones de cigarras que guardaba para mí. Fue para sus cumpleaños que se ausentó nuevamente, siendo la hora del descanso decidí ir a buscarla, así que me dirigí al cementerio, ya se cumplían 6 años desde que su mamá había muerto, al llegar a la puerta del campo santo, ella salía y al verme me sonrió, pues llevaba en mis manos un ramo de rosas blancas, tal como le gustaban a su madre, y volvimos caminado como era de costumbre. En ocasiones hablábamos de los libros que leíamos y otras veces de la vida, y cuando se refería a vivirla siempre lo hacía con preocupación. —Thomas, la vida es muy corta para vivir de arrepentimientos, quisiera vivir muchos años, viajar y conocer el mundo, y quiero que viajes conmigo… Al escucharla sonreí y le contesté: —Me encantaría, además, la idea de viajar a conocer nuevos lugares no es descabellada, así podré quitar la fama de ser un chico aburrido y solitario que me dieron William y los demás chicos de la clase, ¿no crees? —Sí, sí lo creo —respondió con la mirada baja.
Ella era diferente a mí, debo decir que me había vuelto aburrido para muchos, no frecuentaba fiestas como William, mi amigo de infancia; a pesar de que me invitaban, no sentía la necesidad de asistir, en cambio, Sara siempre parecía estar interesada en las fiestas y en las pijamadas de las populares del salón, pero su papá no le permitía salir. Cuando la miraba mientras estaba distraída viendo las montañas tenía el presentimiento de que se sentía sola, aunque estaba conmigo. En esa ocasión pasamos toda la tarde hablando, era tan emocionante la conversación que las horas eran segundos. Hubo un momento en el que me miró fijamente y me besó, sus labios eran cálidos y en ese momento todo fue lento, como si el reloj conspirara conmigo, pues sentía que se detenía. Había besado a Juliana en cuarto grado, pero esto era diferente, siempre estuve enamorado de Sara, de su extensa cabellera, de sus ojos y de su piel. Debo decir que fuimos novios dos semanas después, decidimos no contarle a nadie y ninguno sospechó de nuestro noviazgo. Al culminar el décimo grado llegó el baile anual que realizaba la institución, fue un sábado en la noche, estaba tan linda que llamaba la atención de todos los chicos en el gran salón, recuerdo que bailamos la canción “I love forever” y tomamos ponche hasta la medianoche, tenía el permiso del señor Gómez para llevarla a las 2 a. m. Esa vez le dije a Sara que saldría a tomar aire y ella me respondió: —Ve, Thomas, yo te esperaré sentada. Salí y tomé aire fresco, cuando regresé ella no estaba, en ese momento llegó William diciendo: —Thomas, ve al pasillo, Sara está discutiendo con Valentina. Valentina era la estudiante más popular del aula de clases y la novia de Roberth, el tipo más desagradable que haya podido conocer, Valentina siempre odió a Sara, creo que desde el primer día, debido a que a partir de allí ocupó siempre el primer puesto a pesar de las inasistencias. Yo corrí hacia el pasillo y al llegar había mucha gente, la multitud rodeaba a Sara mientras que Valentina la insultaba. —Te crees mejor que nosotras porque la mayoría de los hombres te devoran con los ojos, eso eres tú, una provocadora, una loba que se viste de oveja. Sara, entre gritos, le contesto: —Valentina, que tu novio me haya invitado a bailar no significa que yo te lo haya quitado. Entre los abucheos de la multitud Valentina se sentía ofendida, Sara no era de altercados, así que dio media vuelta para marcharse y fue cuando Valentina pronunció: —¿Qué pasa, mujercita?, ¿acaso necesitas llamar al inútil de Thomas o a tu mamá? ¡Ah!, ¡verdad que no tienes…! Fue allí que Sara se abalanzó sobre Valentina y rasguñó su cara, los golpes también eran fuertes y nadie hacía nada para detenerlas, así que decidí separarlas, pero al intentarlo Sara me golpeó la cara, al darse cuenta del golpe se fue corriendo, yo, corrí tras de ella y, al alcanzarla, la sujeté del brazo y ella entre lágrimas me grito: —¡No tenías derecho a defenderla! —¿Defenderla? Sara, ¿no viste que te defendía a ti? —¿Cómo me defendiste?, te quedaste inmóvil como un inútil, ¿acaso no escuchaste lo que esa bruja me dijo? —¿Qué hubiera pasado si el rector hubiera llegado? Obviamente te expulsaría, además, Valentina es una tonta. —¿Eso crees que es ayuda?, eres un imbécil, no necesito un novio como tú, no te quiero ver, eres igual a todos esos malnacidos. —¡Igual!, ¿a qué te refieres con igual? —¡Sí!, ¡solo hablas conmigo por lástima! Crees que estoy desprotegida como el profesor y los demás de la clase, ¿acaso crees que no sé lo que piensan? —No es así, Sara. —¡Además de mentirme, me crees tonta!, ¡pero no lo soy!, no te quiero a mi lado. Al terminar de decir aquellas palabras se alejó, corrió a la calle y allí paró un taxi. Ahora que lo pienso, debí alcanzarla, detenerla, pero creí que debía darle un espacio. Pasaron dos semanas y ella no me hablaba, no me acerqué porque quería que se diera cuenta de que las cosas no eran como ella pensaba. Un domingo después papá invitó al señor Gómez a una parrillada y cuando hablaba con mis padres le escuché decir: —Espero que Sara la esté pasando bien. —¿Dónde está? —preguntó mi mamá. —Le pagué un viaje a Europa, quería que se fuera a distraer, al fin solo le queda un año de estudio. Me había sorprendido, creí que ella me explicaría al volver, pero volvió una semana antes de iniciar el último año.
Recuerdo que la vi al iniciar clases, pero era distinta, se había cortado el cabello, se vestía diferente, hablaba diferente, sonreía diferente, esto llamó la atención de los hombres, ya que los escuchaba murmurar de ella, intenté acercarme a la hora del descanso, pero me contestó de una manera déspota. —¿Por qué no te vas a buscar cascarones de cucarachas y me dejas en paz? Todos empezaron a reírse, así que entre la vergüenza decidí marcharme, ese comportamiento era igual al que tenía Valentina, de la cual se hizo amiga a mitad de semestre, ya era de las más populares, una de las “chicas boom”, como las solían llamar los hombres. Después fue la novia de Roberth Velásquez, quien era el exnovio de Valentina Rincón, era un brabucón que había repetido el año, sin embargo, era el chico más atractivo, según mis compañeras. Esa imagen que tenia de Sara poco a poco fue desapareciendo, no la entendía, pero en el fondo creía que lo hacía para vengarse de mí, mas muchos decían que Sara estaba enamorada de Roberth. Decidí evitar los lugares donde Sara se encontraba con sus amigas y Roberth, habían tomado la costumbre de reírse de mí y de mis amigos, a veces Roberth y sus amigos me lanzaban el balón a la cara, a lo que Sara, Valentina y sus amigas se reían. Allí empezó a desagradarme y deseaba que el año terminara, detestaba verla sonreír frente a él, a veces imagina que lo golpeaba mientras Sara me observaba, pero yo no era así. La última vez que nos vimos en ese año fue la fiesta de graduación, ese día asistí por obligación, no quería verla, pero a la vez creía que algo pasaría, tal vez ella se acercaría y me explicaría por qué había cambiado tanto, pero esa noche estuve sentado observando a los demás bailar, la música era buena y lo frustrante era que no tenía con quién bailar, las chicas evitaban los ratones de biblioteca, y eso éramos William y yo. En medio de las luces multicolor la vi, bella como siempre, robándose todas las miradas, en ese momento cruzamos miradas para después esquivarla con desprecio. Ya siendo las 11 p. m., en un momento Sara cacheteó a Roberth. Lo recuerdo bien, estaba algo mareado por el ponche y me llené de ira, me levanté para saber qué había pasado, muchos decían que intentó sobrepasarse con Sara y al escucharlo busqué a Roberth para darle su merecido, pero no lo encontré en la multitud, así que miré a la puerta y vi a Sara salir corriendo. Decidí alcanzarla, la luna estaba clara, así que podía verla, ella se dirigió al parque, hubo un momento en que la perdí, pero su llanto me dirigió a aquel lugar, estaba sentada en ese mismo lugar donde acostumbrábamos estar juntos, caminé hacia ella, pero en último momento decidí no acercarme, la vi tan frágil, tan sola, pero me había roto el corazón y debo admitir que sentí lástima y me abordó un odio hacia mí por quererla abrazar, aún estaba enamorado de ella, en ese momento recordé esas palabras que me dijo esa noche, así que di media vuelta y me alejé. Llegué a mi casa caminado y en el trayecto medité sobre todos los momentos vividos con Sara, luego en la cama traté de conciliar el sueño, mas no pude, terminé quedándome dormido a las 3 a. m. Después de esa noche no la volví a ver, el tiempo me ayudaría a olvidarla. Habían pasado 7 años a partir de esa noche y muchas cosas habían pasado, decidí viajar a la ciudad donde inicié la universidad en la formación de Gerencia de la Administración, en ese tiempo salí con cuatro mujeres, de las cuales tres fueron mis novias, pero las relaciones no funcionaron, en parte decían que era por mi desinterés, aunque me gustaba tener mi espacio para hacer los trabajos, y poco a poco Sara se volvía parte de mi pasado, como una imagen que se ve lejana cada vez que caminas una gran distancia, como un recuerdo errante y una memoria borrosa. Para la celebración de mi cumpleaños número 24, se había decidido que esta vez se haría en la casa de mis papás, ya que llevaba 7 años lejos del pueblo. Recuerdo que empaqué lo necesario y un aire de nostalgia volvió a mi mente, tomé unos informes que eran necesarios entregar ese martes y al salir de casa tomé el taxi y me dirigí al aeropuerto. Al despegar el avión, miré desde la ventanilla hacia abajo, ya habían pasado 7 años desde que no veía mi hogar. El viaje duró cuatro horas, y al llegar ya era de noche, mi viejo amigo William me espera con un cartel que decía “bienvenido”, al verlo sonreí y nos dimos un abrazo, a lo que él respondió: —Viejo, te ves bien, vamos al auto, todos te están esperando. —Me alegra verte, hermano, te ves cambiado —dije sorprendido. —Eso debería decirlo yo, escuché que pronto te ascenderán. Caminamos al auto mientras adelantábamos agenda y a su vez evocábamos el pasado, al estar dentro del auto miraba a través del cristal, las viejas calles que traían nostalgia, en un momento pasábamos por la vieja escuela y por aquel parque, y al visualizar ese lugar donde pasaba tiempo con Sara se me ocurrió preguntar. —William, ¿sabes qué pasó con Sara? —Con Sara, Sara…, Sara… ¡Ah!, la niña que se la pasaba contigo. —Sí, ella, no sé de ella desde la noche de la graduación. —Escuché que se había ido a estudiar al extranjero, que por allá conoció a un elegante empresario, se había casado, no sé más de ella, y, hablando de eso, esa noche te fuiste de la fiesta mas no volviste, nunca me contaste por qué. —Bueno, tenía sueño y ninguna chica bailaba con nosotros. —Tienes razón, te esperé media hora y también me fui, estaba aburrido. Al entrar a casa mis papás junto a los vecinos me preparaban una gran fiesta, había también viejos compañeros de clases, entre ellos Valentina, que no dejó de mirarme durante toda la noche por una extraña razón: se había vuelto la asistente de mi mamá, por lo cual asumía que mi mamá hablaba de mí todo el tiempo. El lugar estaba alegre, muchos bailaron y tomaron cerveza, pero la verdad es que había esperado una pequeña reunión. La fiesta terminó a la 3 a. m. y después de que todos se fueron solo quedaron mamá, papá, Valentina y William, quienes junto conmigo ayudaron a limpiar el desorden. Mientras recogíamos los platos de la mesa y metíamos la basura en las bolsas plásticas, mamá decía: —Estás muy diferente, hijo, te ves muy bello y elegante. —Claro, ¡se parece bastante a mí en mi juventud —alardeaba mi papá. Todos nos reímos de lo que dijo. —Imagino que Thomas debe tener una novia elegante — intervino William. —No, he estado concentrado en el trabajo —respondí— y pronto iniciaré mi especialización, no tengo tiempo para el romance. Mamá, por una extraña razón, quería que conversara con Valentina, incluso la escuché en la cocina decirle que hablara conmigo, pero me sorprendió cuando dijo: —Hijo, puedes salir con Valentina, ella es una muchacha responsable, bella, además, estudió Administración al igual que tú. ¿Sabes?, mejor los vamos a dejar solos. —No, señora, me hará sonrojar, además, no soy el tipo de Thomas. Mis papás y William nos dejaron solos, esa situación fue algo incómoda, pero no voy a negar que Valentina se veía muy linda, además, parecía que había madurado. —Te pido disculpas por mi mamá, es algo imprudente. —Tranquilo, Thomas, yo conozco a tu mamá, recuerda que soy su asistente. Debo admitir que al verte me sentí algo incomoda. —¿Por qué? —pregunte mirándola fijamente. —Verás, fui muy infantil en secundaria contigo y con Sara, pero, como ves, ya he cambiado. —No te preocupes, eso es el pasado. Por otro lado, ¿no fuiste amiga de Sara en último año? —Sí, pero a ella le gustaba estar a solas la mayor parte del tiempo, a veces la veía con los ojos rojos, como si estuviera llorando, creo que era por su mamá. En lo ratos libres iba al parque a recoger insectos secos, hace unos meses me enteré de que a ti te gusta coleccionarlos. —Sí, me gustaban en mi niñez, a veces iba con Sara. —Y ¿hasta cuándo te vas a quedar? —Creo que solo el fin de semana, no sé si tengas planes, me gustaría recorrer el pueblo. —Claro, pasas por mí. —Sí, yo paso por ti mañana a las 7 p. m., ¿te parece? —Perfecto. Al terminar de recoger el desorden, Valentina quería llamar a un taxi, pero mamá y papá la llevaron a su casa, en cambio, William decidió caminar. Me quedé solo y al apagar las luces de la sala subí a mi cuarto, al encender la luz la nostalgia volvió a mí viendo ese libro que se llamaba Cuentos ilustrados de Salvador Santana, pasé sus páginas recordándola, después volví a mi cama y en aquella oscuridad sus recuerdos venían a mí, una extraña sensación oprimía mi pecho. Al siguiente día pasé tiempo con mis papás, terminé unos informes y a las 7 p. m., tal como había quedado con Valentina, fuimos a recorrer el pueblo.
Recuerdo que nos divertimos mucho, el recorrido inició en el restaurante, después fuimos al salón de bolos y por último volvimos a su casa caminando, en el trayecto mi mirada se detuvo en la casa del papá de Sara, las luces estaban apagadas y desde lejos se veía abandonada. Valentina me observó y mirando la casa contestó: —El papá de Sara se fue hace 3 años. Según tu mamá, Sara en ese tiempo no lo llamó ni lo visitó, ella era algo solitaria. —Volvamos a nuestro recorrido —dije mientras le sonreía.
Al llegar a su casa, la dejé en la puerta, ella me miró para después besarme la mejilla y me preguntó: —¿Vuelves para navidad? —Sí, creo que sí —respondí algo sorprendido. A la mañana siguiente todos me acompañaron al aeropuerto, había algo en mí que se había quedado con ellos y al estar sentado en el avión volví a reflexionar sobre el pasado, sobre Sara, pero todo volvió a las memorias al conciliar el sueño. Al día siguiente entregué mis informes, a lo que mi jefe, después de verlos, comentó: —Sigue así, Thomas, estás cada vez más cerca de ese ascenso. Pasaron 7 días y fue cuando ocurrió… Fue una tarde lluviosa y había dejado el auto en casa debido a que cuando llueve el tráfico era insoportable, aquella vez se me dañó mi paraguas, así que corrí en plena lluvia y en medio de mi agitado trote golpeé a una joven, haciéndola caer junto con las frutas que compraba. —Discúlpame, no era mi intención, te lo pagaré. —Eso espero, porque las frutas se estropearon —decía la joven mientras recogía su bolso, y al levantar el rostro me reconoció—. ¿Thomas?, ¿eres tú? —Sí, ¿cómo sabes mi nombre? —pregunté sorprendido. —Soy Sara, ¿no me recuerdas? No la había podido reconocer debido a que la lluvia había corrido su maquillaje. Pero al mirarla de nuevo con más detalle la reconocí, sus ojos esmeralda, su piel blanca y esa sonrisa perfecta, esa sensación cálida me volvió a arropar, los ríos de agua producidos por la lluvia eran inmensos y todo el panorama era idéntico a un diluvio, pero a pesar de que llovía no sentía frio, su mirada era calidad e hipnótica. —Creo que si sigo con mi relato será difícil para mí, me gustaría dejarlo ahí. —Por favor continúe, quiero que hables, ¿qué sucedió después? —Lo siento, es algo difícil para mí, pero ¿esto de verdad ayudará? —Considero que sí te ayudará si estás dispuesto. —Está bien: En ese momento ella me abrazó y dijo: —No puedo creer que te olvidaras de mí. —No, yo no me olvidé de ti, escuché que te habías casado, ¿qué pasó? —Es una larga historia, ¿te parece si tomamos un café? —dijo con una sonrisa. —Sí, mi casa queda cerca, ¿te parece si vamos? —respondí. —Sí, perfecto. Al llegar le indiqué que se podía duchar y le presté una camisa y una sudadera mientras se secaba su ropa, al preparar el café nos sentamos y entre mi sorpresa le pregunté: —No te había reconocido, hace mucho tiempo no sé de ti, ¿a qué te dedicas?, ¿con quién estás viviendo? —Estoy viviendo en un apartamento en la calle Wern hace unos seis meses y ¡sí!, me había casado, pero no funcionó, eso fue hace tres años, éramos diferentes. Después sostuve un noviazgo con alguien, pero no quiero hablar de eso. —¿Y tu papá?, escuché que vendió la casa. —De él no sé nada, perdimos comunicación cuando escuché que estaba saliendo con una mujer, creo que está casado, lo sé por una carta que me envió hace dos años. ¿Y tú a qué te dedicas?, ¿estás soltero o casado? —Yo estoy soltero y estoy trabajando como asistente en el área contable, pronto me ascenderán como analista. —Me alegra que la vida te sonría, yo no he podido conseguir trabajo, además de que no terminé la universidad. Dentro de sus palabras se podía sentir la tristeza y de sus ojos las lágrimas caían mientras continuaba. —Estoy triste porque tengo hasta este mes para vivir aquí y no sé qué hacer. No sé por qué, pero me sentía mal, se veía tan frágil, tan sola y triste, me había conmovido, la tomé de la mano y le dije. —Si quieres, puedes vivir conmigo hasta que todo mejore. —¿De verdad, Thomas?, me da pena contigo. —Sí, Sara, ven, trae tus cosas o si quieres este fin de semana estaré disponible para ayudarte a traerlas. Como ves, me sobra un cuarto. —No sé cómo pagártelo. —Descuida, si quieres acuéstate en la cama, yo dormiré en el sofá, no quiero que salgas sola con esta lluvia. Recuerdo que la observaba con ternura mientras dormía, las gotas se resbalaban con delicadeza en el cristal y hubo un momento en que cayó granizo. No sabía qué era perder a alguien, pero me dolía verla así. El fin de semana la ayudé con el trasteo, sus cosas no eran muchas. A partir de ese día la casa fue alegre, a veces la invitaba a comer a un restaurante y los días lluviosos salíamos a tomar un café, ella siempre salía con el paraguas porque temía que cayera granizo, le tenía pavor, al igual que no le gustaba la nieve. Ella se ocupó de los quehaceres de la casa y en las noches veíamos películas juntos, procuramos no tocar temas del pasado, era mejor para la convivencia. Decidí no contarle a nadie que vivía con Sara, me tomarían como un loco por llevar a vivir conmigo a una persona que no veía hacía tanto tiempo. Recuerdo que un sábado cumplía ya dos meses de vivir conmigo, así que la llevé a una obra de teatro, era comedia, ella reía sin parar y al verla me sentía feliz. Aunque a veces le gustaba salir a caminar sola, otras la veían llorar, así que le daba su espacio, algunas veces hablaba de que soñaba con hijos, pero luego decía que temía morir y dejarlos solos, y yo después le decía que eso no iba a pasar. En el día de mi asenso, emocionados salimos a celebrar a un restaurante, ella me tomó de la mano y en medio de risas nos besamos, al llegar a casa nos entregamos a la pasión y entre caricias me volví amo de sus deseos. Así fue durante los siguientes seis meses, después observé unos extraños comportamientos, alguien empezó a llamarla y ella no quería contestar, y se molestaba cuando le preguntaba. Recuerdo que ese día mi jefe me llamó y me dijo: —Thomas, necesito un favor, como eres el encargado del área contable, te pido que guardes este dinero, son $17.000.000 que debes entregar a nuestro proveedor, debido a que tuvo un inconveniente con la cuenta, no se le podrá realizar la consignación, mañana no voy a estar, así que te confío el dinero para que lo entregues. —Sí, señor, lo haré con gusto. Salí de la oficina y llegué a una joyería para comprar una sortija, las tiendas empezaban a llenarse de adornos navideños y la nieve ya cubría las calles. Recuerdo que habíamos quedado de comprar unas decoraciones para la casa, así que pasé por unas en el camino, al llegar, Sara no estaba, imaginé que estaba comprando la comida y, como estaba exhausto, me quedé dormido en el sofá. Me levanté en la madrugada y todo estaba apagado, me dirigí a su cuarto, pero no estaba, me preocupé. así que encendí las luces y descubrí que tampoco estaba su ropa, estaba asustado y al mirar a la mesa solo había una taza de café. Busqué la sortija y no la encontré, inmediatamente corrí a buscar el dinero, pero no estaba, luego busqué mis ahorros para la especialización y también habían desaparecido. Me sentía confundido, imaginaba múltiples excusas para no pensar que me había robado, pero todo se fue a la borda cuando el celador me dijo que se había ido en un taxi. A la mañana siguiente me despidieron. Todo lo que había ahorrado!, ¡todo por lo que me esforcé desapareció con una mujer! Me sentía confundido tratando de entender por qué, al pensarlo me abordaba una ira incontenible y tiraba mi vaso contra la pared, quería llorar, pero me sentía avergonzado, así que golpeaba las cosas a mi alrededor y al terminar de desahogarme miraba el apartamento y todo me recordaba a ella, su mirada tan falsa, sus labios tan venenosos, y venían a mi sus palabras astutas, cada vez que la recordaba la empezaba a odiar hasta el punto de desear que muriera, la odiaba por lo que hizo y me odiaba a mí mismo por quererla aún. Fantaseaba con encontrarla y con que en ese momento ella me pidiera perdón, pero la realidad era otra, se había burlado de mí. En las noches dormía en el sofá porque mi cuarto me la recordaba, aquel cuarto traía su perfume. Quemé sus sábanas y regalé su cama. Dos días después empecé a beber, al comienzo eran unas cinco cervezas y poco a poco aumentaban hasta llegar a beber tragos más fuertes, whisky, vodka y brandy, entre copa y copa volvían los momentos vividos, sentía que mi sufrimiento aumentaba y entre la borrachera la maldecía, a veces me quedaba dormido en la mesa. Empecé a no asistir a las entrevistas de trabajo y prefería quedarme en casa a observar las fotos de Sara y a maldecirla mientras bebía, a veces hablaba solo. Había momentos en que el alcohol me hacía evocar recuerdos de un estúpido e iluso joven que tiró todo por la borda por una tonta decisión y esto se repetía como un disco rayado. Una vez salí de la taberna muy ebrio e imaginé verla, así que entre la embriagues la seguí y le gritaba: “Sara, maldita desagradecida, ven, ven dime por qué, ¿por qué jugaste conmigo?, ¿no que me querías?, ¡¿yo qué te hice?!”. Ella apresuró el paso hasta llegar a un hombre y este me respondió: “¿Qué te pasa, borracho?, no te metas con mi esposa”, a lo que con ira le respondí: “Cállate, bastardo, no hablo contigo, hablo con la bruja que te acompaña, ¿no es así, Sara?”. Mis recuerdos son algo difusos, pero sé que aquel tipo me golpeó hasta que la mujer lo detuvo, no sentía dolor a pesar de que me molió la cara a golpes, no sentía nada, solo ira y tristeza. Yo le decía a la mujer entre el llanto: “¿Por qué?, ¿por qué me hiciste esto, Sara?”. La mujer únicamente me miraba y me decía que ella no se llamaba así. El hombre la tomó y podía sentir la lástima que sentía por mí, abrazó a la chica y empecé a notar que no era Sara, creo que el alcohol perdía su efecto, ellos se subieron a un auto y se marcharon. Caminé ebrio hasta llegar a mi casa, había días en que el celador de la cuadra me subía hasta mi cuarto y a la mañana siguiente no resistía estar en casa, así que salía a caminar y después volvía a la taberna, así fueron los días, así fueron los meses. Había llegado al punto de vender mi carro para consumirlo en bebidas y en las noches buscaba pleitos con otros borrachos, ya las tabernas no querían recibirme debido a que siempre armaba problemas y cuando me recibían me dejaban en el último rincón, allí entre tragos y música evocaba recuerdos, aquellas imágenes falsas, aquellas palabras. Lo irónico es que me imaginaba una vida con ella, visualicé una familia, pero todo volvía a mi realidad, ya que fui el único que deseó un futuro. Siempre cargaba una foto conmigo de Sara, la llevaba para beber, eso era lo que me impulsaba, me había vuelto masoquista y alcohólico, a veces detestaba pasar por la joyería, y el parque también era otro sitio que odiaba, aquellas parejas me parecían ridículas, el rencor se había apoderado de mí, aquellos sentimientos que me envolvían y me hacían preso, esa extraña confusión me arropó y en el extraño vaivén del pensamiento me ahogaba. Las copas solo fueron el inicio de todo, el camuflaje del dolor y el odio que habitaba en mi mente, aquel fantasma del rencor de mí se apoderaba, creo que mi odio radicaba en el hecho de que aún la quería, el temor de encontrarla y perdonarla aumentaba mi rencor. Así pasé mis días, me sentía exhausto, con la mirada perdida, y ese sentimiento era pesado, aquellas emociones que experimente con ella dolían, ella fue como un torbellino que se escabulló entre la niebla destruyendo todo a su paso, haciéndome preso de los más hermosos pensamientos y de los más efímeros momentos. Ya se había completado un año y medio, mis amigos ya no me hablaban debido a que solo los llamaba para pedirles prestado dinero, algunos que al comienzo me acompañaban a beber se habían aburrido de las peleas que formaba y de que siempre me lamentara, y a mis padres no los volví a llamar en todo ese tiempo. Ellos viajaron para mi cumpleaños y al verme se decepcionaron tanto, no lo entendían, no sabían el porqué de mi estado y no pretendía contárselo, así que me llevaron de vuelta al pueblo. Al estar en mi casa inventé una historia, les había dicho que me robaron todo y que había perdido mi trabajo debido al dinero que era para el proveedor. Poco a poco mis padres me ayudaron, empecé a dejar el alcohol gracias a unas sesiones de terapia, mas nunca le dije al terapeuta el verdadero motivo de mi adicción a la bebida, sentía que me juzgarían, considero que nadie lo entiende. Empecé a trabajar con mi papá en la empresa y con ayuda de Valentina las cosas mejoraron. Debo aceptar que sentía la tentación de beber, pero William me detenía. Aquellos lugares que una vez veía con algo de nostalgia ya no la generaban, ya no eran iguales, aquel parque multicolor lo veía apagado, sin brillo, y aquella escuela ya no tenía valor por esos momentos vividos que consideré valiosos. Poco a poco el tiempo me fue enseñando que debía superarlo, empecé a creer que ese sentimiento hacia ella era lástima, la cual confundí con amor.
El tiempo empezó a correr y la herida causada se empezó a cerrar, recuerdo que viajé para recoger unas cosas de mi casa y al entrar vi una carta que decía “Para Thomas”, no tenía remitente, pero reconocía su letra, era de Sara, no quise abrirla, pero tampoco destruirla, así que la guardé en un rincón del cuarto en el que ella una vez durmió, y volví a mi casa. Las cosas empezaron a mejorar a partir de allí, me habían ascendido en la empresa de mi papá, él decía que tenía que ganarme las cosas con esfuerzo y debía mostrarle que podría manejar el negocio. Pasaron seis meses y decidí terminar de recoger mis cosas en aquella casa de la gran ciudad, así que viajé nuevamente, recogí unas cosas y las otras las regalé. Me dirigí al cuarto para despedirme antes de venderla y vi nuevamente la carta cubierta de polvo, “Para Thomas”, a pesar de que las heridas estaban cerrando, decidí abrirla y empezarla a leer:
«Sé que no me vas a perdonar, sé que me estás odiando y lo entiendo. Ya ha pasado mucho tiempo desde que me alejé de ti y llevo conmigo el dolor y la tristeza de haberle fallado a un corazón tan bueno. Thomas, recuerdo el día en que te vi por primera vez, tan amable, tan dispuesto, y nos convertimos en amigos, fuiste tú quien me brindó apoyo para superar la muerte de mamá, tú estuviste allí. Recuerdo que solía caminar con tristeza y me sentía feliz cuando me acompañabas. Creí equivocadamente que solo estabas allí porque sentías lastima. Contigo experimenté lo que era real y esa noche del gran baile me sentí mal, me sentí tan mal, y corrí al parque después de abofetear a Roberth, allí me senté a llorar, tenía la esperanza de que me verías y me seguirías, de que irías por mí como lo hacías antes. Sé que te falle, sé que te herí. Esa noche cuando tomé el dinero te vi dormido y te contemplé un rato, estaba feliz al ver la sortija. Había tomado malas decisiones antes de volverte a ver y tenía una deuda con unos prestamistas. Te mentí cuando nos reencontramos, al verte y al saber que fuiste tú lo más real que pude tener, la relación que siempre busqué, no quería perderte. Ya tenía pensado marcharme, pero vi el dinero, la a sortija y tus ahorros… Los prestamistas ya sabían dónde vivías, así que tomé el dinero, si te contaba sé que tal vez hubieras dejado tus sueños por mí. Preparé café, poco a poco mi mente se fue nublando de miedos, tomé el dinero y me marché. Con parte de ese dinero pagué mis deudas, y había pensado en tomar tus ahorros para un tratamiento médico, debido a que no me sentía bien desde hacía tiempo, no te lo quise contar, el doctor me dijo que tenía la misma enfermedad que mi madre y que ya había evolucionado, me quedaban solo unos meses. Quise volver contigo, pero la vergüenza y la pena me invadieron. Empecé a trabajar como una camarera y viajé tal como te dije esa tarde. Además, cace poco me contacté con mi padre y le pedí perdón. Como mi enfermedad estaba tan avanzada, ya no tenía sentido invertir en un tratamiento, así que decidí consignar el dinero a tu cuenta, perdóname. La sortija la conservo puesta en mi mano, y aunque sé que no me quieres ver, quiero decirte que espero que tan pronto leas esta carta puedas venir a verme, quiero partir al menos con tu perdón, quiero irme sabiendo que aquella persona que amo me ha perdonado. Me queda poco tiempo y muchos remordimientos.
Atentamente: Sara».
Al terminar de leer la carta, aquellas palabras, aquel sentimiento vacío me inundó, era un frio grande y escalofriante con aire de tristeza. Ella me había escrito y me había explicado todo en esa carta, todas sus penas. Habían pasado seis meses desde que llegó la carta, quedé atónito al leerla y decidí dirigirme a aquella dirección que registraba en la parte inferior de la hoja: avenida 28 calle 63 g de la calle Wolowid, corrí y tomé un taxi, las vías estaban congestionadas. Al llegar a la dirección vi que era una casa de reposo, entré y pregunté por Sara Gómez, a lo que el señor de la recepción contesto: —Lo siento, ella hace cuatro meses murió. Frío estaba al escucharlo, no podía ser cierto…, no podía ser cierto…, no podía… El señor me miró y me preguntó: —¿Usted es Thomas? —Sí, soy él —entre lágrimas contesté. —Ella antes de partir me dijo que usted un día volvería, no sé por qué razón me pidió que le guardara esto. Me entregó unas bolsas, las cuales estaban llenas de cascarones secos de cigarras y una nota que decía “para tu colección”. —Si quiere ver su tumba, queda en el cementerio de la avenida 33, en la cima de una loma, al ser ella tan solitaria, solo asistimos a su funeral la enfermera y yo —dijo el hombre. Tomé con tristeza y vacío un taxi que me llevó hasta la puerta del cementerio, allí estaba su lápida y en ella se encontraba su foto, sonriente, feliz y con su sortija verde que resplandecía en su mano, hacía juego con el color de sus ojos, con su pelo y su piel blanca. Ya no estaba, caí de rodillas contemplando su foto y ese día volví a beber, múltiples copas de alcohol me acompañaban. Si tan solo pudiera volver al pasado y leer la carta… De haberla buscado esa noche todo esto hubiera sido distinto, a veces creo escucharla en el viento, pero ella ya no está, por eso me duele volver al pasado, porque esas memorias son jinetes que me arrastran como un vil moribundo a su lecho de muerte. —Si pudiera referirse a ella, a Sara, de alguna manera distinta, ¿cómo la describiría? —Ella era diferente, extraña, única, era especial, así fue ella, describirla me es imposible y entenderla también lo es, su mirada tan viva y a su vez apaga, su sonrisa hermosa y delicada que ocultaba una profunda tristeza que congelaría cualquier cuerpo. —Y a sus memorias ¿cómo las podría describir? —El remordimiento de las acciones que se hicieron no se corrigen, se viven y se aprenden, ella es un fantasma del pasado que vuelve poco a poco, trayendo cadenas gigantes que arrastran mi cuerpo, a veces creía verla entre los tragos en la lejanía, aquellas memorias que cargo conmigo son de gran peso, se evaporan y luego se vuelven a juntar frías, formando copos de hielo, así puedo describir mis memorias, como memorias en la lluvia, como memorias en la niebla, confusas, inentendibles, como memorias de granizo, creo que ese un buen nombre, memorias de granizo…
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