Cuando la persona se queda dormida cerca de valles tenebrosos y cañadas sombrías. Cuando el almuerzo aún tintinea sobre la mesa o cuando se va alargando la madrugada llega el momento del temible «Cusuño».

 Nosotros éramos los emperadores del mal y de la malignidad. Aquellos que asustábamos sin compasión y los que creábamos caos a partir de mitos y leyendas terroríficas. Éramos criaturas de la noche así como del día; guardianes del pecado, de la amargura y de la muerte. Seres creados con el único propósito de espantar a los vivos, haciendo de sus vidas un infierno insoportable y de sus consternaciones nuestro mayor deleite.

 Sin embargo algo que no comprendemos del todo ha virado las tornas. Hay un nuevo personaje espantoso entre mundos y dimensiones. Al revelarse su presencia temblamos con aprensión. ¡Somos lo que gritamos! ¡Nosotros! Aquellos que provocábamos el pánico ahora existimos compungidos por estremecimientos incontrolables. Seguramente los mismos que provocamos en los mortales durante siglos. Apuramos a escondernos mientras otros vocean su nombre a modo de alarma…

 «Cusuño» es cruel e indomable. Nada evade sus tentáculos pegajosos ni su capacidad arrolladora en plan apisonadora. Aplasta todo tipo de seres malévolos sin que le tiemble el pulso. Es por esto que las criaturas del inframundo, entre las que me incluyo, lo sobrellevamos como podemos. No vemos más opción que agazaparnos en las penumbras. Hasta el momento es lo que a duras penas nos permite sobrevivir aunque sea una noche más. Pero en este insospechado giro de los acontecimientos nada está garantizado. Prueba de ello el hecho de que cada madrugada, por lo regular, dos o tres de mis camaradas demoníacos caen cada noche bajo la hoz sanguinolenta de la bestia acechadora conocida como «Cusuño».

 Viene de camino por más que no existan caminos transitables. El salvaje ése está lleno de ira y fuego en lugar de entrañas. Los más desafortunados son erradicados de formas grotescas para finalmente al paso del tiempo dejar de ser parte del imaginario popular…

 Agotadas las estaciones e impíos los meses vagamos por mares de consternación y congojas sin fin pues sabemos que vendrá. Ya está aquí el depravado que interfiere en nuestras labores tan exitosas antaño. Adiós a tomar las vidas que nos diese la gana y punto final a desvelos y duermevelas provocados por mis parientes viles.

 Los tiempos de ensueños perturbadores han concluido dando comienzo al reinado del espanto. Bautizábamos la lobreguez en el infierno de Dante; la vida pasaba a ser muerte y ésta una condena eterna. Sin embargo de un tiempo a esta parte padecemos la agonía de estos actos en, por decirlo en terminología humana, nuestras carnes…

 Eludir este sinsentido es un esfuerzo improductivo que aumenta exponencialmente la desesperación. ¡Cómo han cambiado las cosas de tercio! Afiladas son pues las garras de la noche y éstas ya no están con nosotros sino con ese bárbaro innombrable.

 Somos lágrimas en rostros desmejorados llorando por primera vez, saboreándolas en amargo silencio. Votos ajenos en la jura del talión. Lo tememos porque lo hemos visto en acción y sabemos de lo que es capaz.

 Una vez empieza su cometido no se detiene. Castiga sin piedad a cualquier opresor venga de dónde venga o pertenezca adonde pertenezca. Vivos o muertos, antes o después acabaremos bajo su yugo; atormentados por el que duerme sin dormir…

 De parapetarnos en los sueños manará él desde ellos; de bajar a los infiernos descenderá él para carbonizarnos mediante el fuego de su mirada y de huir a plena luz del día él será el último haz que veamos antes de la extinción…

 Las tornas han cambiado por más imposible que sea de asimilar. Paz para los hombres de buena voluntad pues de las aberraciones vivientes en el plano físico y espiritual ya se encarga el «Cusuño». Y sé que no le importa el tiempo que le lleve pues se nutre del mismo tiempo…

 Yo era devorador de albores y competente de desazones extenuantes. Versado a la hora de provocar temblores desquiciantes y sudores pertrechados entre sábanas.

 Formamos un grupo variopinto compuesto, entre otros seres, por vampiros sedientos de sangre; muertos levantados de sus tumbas, licántropos, fantasmas aterradores, criaturas del submundo, alienígenas, entidades malévolas del bosque, monstruos mitológicos y demonios mayores y menores…

 Cada uno recogido al detalle en libros escritos con sangre a lo largo de la historia. Pero a fecha de hoy no somos nada, ni siquiera inoportuno lamparón de tinta. Estamos siendo acosados hasta el exterminio por una figura espectral que no tiene encaje en ninguna página de esos mismos libros. Ataca sin cuartel hasta consumirnos, apareciendo y desapareciendo a voluntad.

 Nadie sabe con precisión de quién se trata pues unos lo han visto con apariencia de niño mientras que otros en su forma adulta…

 Al caer la noche nos movemos rápido por emplazamientos rocambolescos. Al abrir el día saltamos entre hombres y mujeres confiando burlar el radar del cazador de engendros…

 «Cusuño» no aparece en pesados mamotretos prohibidos ni en historias de miedo contadas alrededor de una fogata ni mucho menos ha ido pasando de boca en boca. No podemos quedarnos mucho tiempo en los sueños ni tampoco afuera porque estaríamos invitándolo a arremeternos con sus horribles tormentos.

 Le llamamos «Cusuño» como podríamos haberle llamado de cualquier otra manera. Tamaño personaje nocivo ¡detestado Némesis! Nos envuelve en locura, desesperación e impotencia al no poder actuar como veníamos haciéndolo en siglos pasados. Aquellos que no pertenezcan al mundo de los vivos no están a salvo de sus opresivos abrazos, de sus ojos negros, del hervor de su sangre ni de sus berrinches sórdidos de niño violentado o adulto ultrajado…

 Nada de lo que hemos intentado para eliminarlo ha funcionado. No hay hechizo, conjuro, maldición o invocación que pueda con él. No existe manera de impresionarlo, poseerlo; de robarle el alma o simplemente herir su cuerpo…

 Hombres, mujeres y niños duermen tranquilos y despiertan felices. Sus fobias nocturnas se han evaporado de a pocos hasta ser cosa del pasado. No obstante yo digo que el equilibrio natural de las cosas se ha desplomado…

 Los devoradores de madrugadas pueden ser zampados al menor descuido. Los emperadores de la maldad caemos de nuestros tronos. Si uno se pone a darle vueltas resulta impensable. Yo lo he hecho, he pensado largo y tendido en ello, llegando a una conclusión factible…

 Quizás las personas hartas de nuestras malas acciones e impunidad se hayan unido de forma inconsciente en torno a un único y desesperado deseo. Pongamos un sueño masivamente compartido.

 Puede que éste haya sido tan intenso que logró parir una entidad omnipotente con la habilidad de colarse en nuestros dominios y así destruirnos desde dentro. Lo mismo que nosotros los monstruos hemos hecho con el alma, la voluntad y los deseos humanos. ¡Sí, tiene sentido! Un monstruo para cazar otros monstruos…

 ¡Maldita mi calavera! Atención criaturas del más allá extremar precauciones pues se acerca la noche y pronto el alba. ¡Por todos los demonios! Ya escucho la voz del «Cusuño» no lejos de aquí. Ese malsano execrable me ha vuelto a localizar.

 Ya está adentro del multiverso creado a partir de sueños y pesadillas forjados por sueños de grandes y pequeños bípedos.

 Procedo con diligencia a esconderme dentro del armario o debajo de la cama…

 Vergonzoso, humillante y deshonroso para las criaturas malignas que hemos dominado y domado todo atisbo de conciencia humana. Desde siempre hemos perdido unidades en esta guerra, batallando contra el hombre santo o el cazador paranormal. ¡Ahí se establecía el equilibrio natural de las cosas! Pero lo de estos tiempos es completamente diferente pues se trata de una carnicería.

 Horrible destino el que nos aguarda tras haber dado con la horma de nuestro zapato. ¡Maldito seas «Cusuño»! ¡Ya viene! Oigo sus cadenas y el engañoso gimoteo de niño doliente. Escucho a un demonio menor rogando piedad mas no la obtendrá, no de él. No puedo hacer nada…

 La perspectiva se difumina; el espacio-tiempo se contrae y lo sólido se licua hasta solaparse las distancias. ¡Qué larga va a ser esta noche! ¡Ya viene!

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